Mayo, 2023
Perspicaz observador de la realidad, irónico y mordaz al mostrarla y narrarla, hace 130 años nació en Turín, Italia, Dino Segré, Pitigrilli, fallecido en su misma ciudad natal el 8 de mayo de 1975, un día antes de haber cumplido los 82 años de edad. Periodista y el escritor, su novela más famosa fue Cocaïne (1921), que fue colocada en la lista de libros prohibidos por la Iglesia Católica. Fundó la revista literaria Grandi Firme, que se publicó en Turín desde 1924 hasta 1938, cuando fue prohibida por las leyes raciales antisemitas del gobierno fascista. Desde los años cincuenta fue uno de los escritores más importante de La Codorniz; su prosa, de lo mejor de la revista, así lo merecía. Hoy, el juicio sobre Pitigrilli está afectado por su experiencia política —en algún momento de su juventud participó en OVRA, el servicio secreto fascista italiano— y pasa por alto la originalidad de su obra literaria. Víctor Roura aquí lo recuerda.
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Hace 130 años nació en Turín, Italia, el escritor Dino Segré, Pitigrilli, fallecido en su misma ciudad natal el 8 de mayo de 1975, un día antes de haber cumplido los 82 años de edad.
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“Hijo mío —dijo Hendryx—, existe una regla que el periodista debe observar en todo momento: si has leído algo escrito de cierto modo, ésa es razón suficiente para no decirla del mismo modo”.
El decidor de esta frase era director del Weekly Herald en los cincuenta del siglo XX.
Pitigrilli da su definición, por otra parte, del término “literatura”: “Un ciclista es atropellado por un automóvil: crónica. Pero en el bolsillo llevaba bizcochos para su hija enferma: literatura”.
Y una admirable lección de Panaït Istrati, intitulada “La cebolla”:
“Habla el comandante de un remolcador:
“—Hijo mío, te daré una sola lección sobre la vida, lección que me prometerás no olvidar. Has de saber que el mundo se divide en tres categorías, y no más: hay personas que saben por sí mismas que no debe cortarse el pan con un cuchillo que sepa a cebolla; otras que no lo saben, pero que lo aprenden viéndolo hacer, y las hay que no saben ni lo aprenden viéndolo hacer, y que continuarán comiendo o sirviendo el pan que hiede a cebolla. Si hubiera justicia en la Tierra, de todas estas personas las primeras deberían dar órdenes, las segundas hacerlas cumplir y, las terceras, obedecer. De este modo el mundo podría acercarse a la perfección, lo que está muy lejos de que sea así, porque la vida carece de buen sentido. No importa: sé como los primeros y procura hacer lo que hacen los segundos, por la salvación de tu alma. Ahí tienes toda mi lección”.
Estas agudas observaciones están contenidas en el Diccionario de la sinceridad, de Pitigrilli (Planeta, 1965), libro que, conforme transcurre el tiempo, se hace cada vez más nuevo.
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Hay definiciones portentosas, como la de madame Du Deffand cuando habla de las amistades: “Uno está rodeado de amigos y de enemigos: los que se llaman amigos son aquellos de los cuales no hay que temer que te asesinen, pero que dejarían actuar a los asesinos”.
O la de Montesquieu: “La amistad es un contrato por el cual nos obligamos a hacer pequeños favores a los demás para que los demás nos los hagan grandes”.
O la de Swetchine: “Un amigo es un ser dispuesto a desagradar cien veces para ser útil una sola”.
Pitigrilli, y eso se mira con claridad en su precioso diccionario, era una persona irreverente: “Tengo el mérito de quitar todo valor a las ruidosas granujerías literarias, porque uso el dumping en la venta de las ideas extravagantes. A veces las verdades se pondrán en contra mía, se volverán al revés en mis propias manos porque, extraídas del contexto de donde las he sacado, separadas de su clima y tomadas con las pinzas del botánico, fácilmente se derrumban. Intentad separar de sus páginas las máximas de La Rochefoucauld y veréis que ciertas afirmaciones tienen, como las telas inglesas, ‘doble cara’. ‘Algunos desprecian las riquezas, pero pocos saben hacer donación de ellas’, dice él. Si dijera: ‘Algunos saben hacer donación de las riquezas, pero pocos las desprecian’, el sentido sería el mismo. ¿Os divierte el juego? Podéis continuar por vuestra cuenta. Aquí tenéis otros aforismos que os presento al derecho y al revés: ‘Prometemos según nuestros temores y nos mantenemos según nuestras esperanzas’. O bien: ‘Prometemos según nuestras esperanzas y nos mantenemos según nuestros temores’. ¿Cuál es la versión justa? Otra: ‘Los que se dedican demasiado a las cosas grandes se vuelven ordinariamente incapaces para las pequeñas’. O bien: ‘Los que se dedican demasiado a las cosas pequeñas se vuelven ordinariamente incapaces para las grandes’. ¿Cómo lo habrá escrito La Rochefoucauld? En un viaje de conferencias que Anatole France hizo a América, muchos oyentes pedían un libro del maestro con unas líneas autógrafas. Por tratarse de varios centenares de ejemplares al día, Anatole France hacía escribir a su secretario Brousson, que imitaba perfectamente su escritura (como Gabriellino lo hacía por su padre, Gabriele D’Annunzio), una frase que era siempre la misma para todos: ‘Lenta, pero irresistiblemente, la humanidad acaba siempre por realizar el sueño de los sabios’. A fuerza de escribir esta frase, el secretario perdió el sentido de ella y equivocándose escribió: ‘Lenta, pero irresistiblemente, la humanidad acaba siempre por realizar el sueño de los locos’. Mortificadísimo, el secretario le confesó a su jefe. ‘No importa —dijo Anatole France—, también así está muy bien. El sueño de los locos es la guerra’. El aforismo estaba perfectamente, y tal vez mejor todavía, vuelto del revés. ¡Ay de mí! Es doloroso, pero es honesto reconocerlo. Después de algún tiempo de dedicarse a esta profesión, hay para sentir náuseas de las palabras”.
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Lo que hizo Pitigrilli fue congregar en un libro todas sus lecturas de la vida, pero de manera sintética. Hay cientos de autores en su ingenioso diccionario.
Veamos el término “periodismo”.
La enciclopedia Vallardi, de 1901, dice que “en el periodismo confluyen los fracasados en la lucha cotidiana y los entendidos en todas las profesiones, pero incapaces de ejercer ninguna”.
Gordon Bennet, en 1910, dijo: “Aun cuando yo haya tenido que servirme de periodistas, esos bribones analfabetos, he logrado hacer algún periódico”.
Sarah Bernhardt, en 1913: “¿Queréis ser periodista? ¿Y por qué no queréis ser mejor porquero? Es un oficio mucho más limpio”.
Clemenceau, en 1914: “Los griegos dicen: ‘¿Es un imbécil tu hijo? Hazlo pope’ [sacerdote]. Nosotros lo haríamos periodista”.
Walter Lippman, en 1951: “Es increíble que una sociedad como la nuestra continúe estando a merced de testigos que no lo son sino por puro accidente y que no poseen la formación necesaria para serlo; el periodismo continúa siendo el refugio de gente sólo vagamente preparada para esta actividad”.
Moro-Giafferi: “Distinguido señor: la mitad de las personas que han visto este periódico, no han visto este artículo; la mitad de las que han visto el artículo, no lo han leído; la mitad de las que lo han leído, no lo han comprendido; la mitad de las que lo han comprendido, no lo han creído; para la mitad de las que lo han creído, no tiene ninguna importancia”.
Periodista: “Especie de individuo obligado a escribir lo que ignora, y a ignorar lo que escribe; hombre que debe afirmar lo que no sabe para llegar a saber lo que afirma”, dice Freire.
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¿Quiere usted saber qué es un cínico?
Es alguien que conoce el precio de todas las cosas y no conoce el valor de ninguna, según Oscar Wilde.
¿Y América?
Para Angelo Frattini es un “continente al que le sucedió lo que a cualquier muchacha: uno la descubre y otro le da su nombre”.
¿Y celebridad?
Es un atributo, según Vittorio Guerriero, del que trabaja toda la vida para ser conocido, y va a todas partes con las gafas negras para que no lo reconozcan…
Etcétera…
(Que, según un proverbio francés, tiene uno que guardarse de las equivocaciones de los farmacéuticos y de los etcéteras de los notarios.)