Mayo, 2023
Nació el 2 de marzo de 1930 y se marchó de esta vida el 14 de mayo de 2018. Periodista estadounidense y escritor, Tom Wolfe fue también uno de los padres del «nuevo periodismo» (un estilo suelto con mucho diálogo y detalle que permitió a los reporteros narrar y desarrollar personajes de una manera usualmente más asociada con la ficción). Gran cronista y agudo observador, en su obra —tanto periodística como literaria— quedó retratada la agitada vida estadounidense, con sus extravagancias, vanidades, pretensiones y artificios. “Para escribir hace falta el mismo esfuerzo que para informar: el esfuerzo de tener la boca cerrada y escuchar exactamente cómo habla la gente y qué es lo que dice”, dijo en alguna ocasión. Ahora que se cumple un lustro de su partida, Víctor Roura aquí lo recuerda.
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Tom Wolfe aseguraba, exagerado como era, que tardar once años en escribir un libro “es la ruina económica, un quebradero de cabeza, tanto mental como físico, un infierno para la familia y una ostentación de holgazanería para todos los demás”. En suma, “un acto imperdonable que raya en lo vergonzoso”.
No obstante, ése fue justo el tiempo en que tardó en escribir su novela Todo un hombre, aparecida en 1998.
¿Por qué tanto tiempo?
Porque cometió “el pecado de hybris —decía en su libro El periodismo canalla y otros artículos (Ediciones B, con traducción a la española de María Eugenia Ciocchini, 304 páginas, 2001)—: en esa novela me proponía meter el mundo entero”, así que hizo un viaje a Japón, el más caro de su vida, porque su libro había de abarcar “la totalidad del planeta”. Regresó con dos pequeños datos que “quizá sirvan para ampliar los conocimientos de mis compatriotas sobre el Lejano Oriente”. Y es ahí, precisamente ahí, donde está esa cosa que incomoda de Tom Wolfe, esa cosa acaso minúscula que siempre, por lo menos a mí, me ha molestado de este narcisista narrador estadounidense fallecido a los 88 años de edad hace apenas un lustro, el 14 de mayo de 2018: su airado centralismo. Estados Unidos es el centro del planeta. Lo que sucede a su alrededor no tiene la menor importancia. Todas las otras naciones sirven al más grande imperio que haya dado el orbe. Para eso están todos los otros países: para ser fieles vasallos de la Gran Unión Americana.
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Desde su aparición en los sesenta, suscitando escándalos para negar toda la fabricación periodística que se desarrollaba hasta antes de su milagrosa aparición, Tom Wolfe no hizo otra cosa que centrar el mundo en torno suyo. Si bien su estruendoso arribo fue ciertamente mitificado con el acertado término de “nuevo periodismo” (de no haber gritado terca y empecinadamente, a los cuatro vientos, aquí y allá, que el “nuevo periodismo” venía a poner en su lugar a la adormecida redacción de los somnolientos y moderados periodistas, quizá dicho movimiento literario, en efecto, no hubiese tomado el rumbo victorioso y estridente que tomó), corriente periodística que escindía los tabúes de la ortodoxia informativa y arremetía contra todos esos totémicos personajes, conservadores y tradicionalistas, que guardaban para sí las formas con tal de preservar los intereses naturales del empresariado periodístico, tal vez sin saberlo el mismo Wolfe fue conducido a esta nueva prensa, luego de glorificar la “otra” manera de cronicar la realidad, a senderos diferentes pero igualmente calamitosos y evanescentes.
El demasiado egocentrismo de Wolfe encaminó su periodismo hacia rumbos patrioteros sin límites. Que hablara hasta el hartazgo de sí mismo no resulta a la larga molesto como sí lo es su exacerbado nacionalismo. Fuera de Estados Unidos no ocurren sino miserias. Los hombres, si no queremos deslindarnos de nuestro papel en la vida, debemos estar atentos a todo lo que sucede en Nueva York.
¡Ay de aquél que ignore todo lo que acontece en el mercado estadounidense!
No en vano Tom Wolfe se dedicó a novelar, cuando se sentó a escribir un libro no periodístico, exclusivamente el contorno yanqui. Fuera de Estados Unidos, el mundo no merecía ser llevado a la literatura… ni al cine.
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Al contrario de este férreo estructuralismo novelístico, es admirable la fortaleza de Wolfe contra todas las ortodoxias y los nefandos costumbrismos que atan a la prensa convencional, y de paso a sus obsecuentes periodistas.
Wolfe nos habla de su intenso trabajo de investigación para su libro El periodismo canalla y otros artículos, en cuya primera edición fueron impresos nada menos que 1,200,000 ejemplares. En la librería Borders de Buckhead, cuando el volumen salió a la venta, sólo alcanzó a firmar, en cuatro horas, 2,300 libros. “Borders es una librería muy grande, pero la cola se extendía hasta la acera de Lenox Road [y quien no sepa dónde está Lenox Road es que no sabe nada de la vida, por supuesto]. El libro se vendió tan rápidamente que no tuvo necesidad de ir escalando puestos en la lista de los más vendidos de The New York Times —acotaba Wolfe ya en su humilde territorio, el del estrellato, donde le fascinaba moverse y del cual hablaba maravillas, como buen actor que era del nuevo periodismo—. Saltó al primer puesto y permaneció allí durante toda la temporada de Navidad. Se vendió en tapa dura tanto como si se tratara de un éxito en rústica, a un ritmo tres o cuatro veces superior al del típico bestseller en tapa dura [con lo cual ya estaba advirtiendo, ojo, que lo suyo no era bestseller sino excelsa literatura]. No sólo se agotó la monumental primera edición, se vendieron otras siete de veinticinco mil ejemplares cada una”.
También reprodujo algunos textos elogiosos, celebrables, por la salida de su libro (“una novela aclamada por la crítica, que se vende como rosquillas en medio del resplandor de la publicidad”).
Bien.
Pues toda esta autoexaltación personal ha servido para ahondar, ahora sí (“no he hallado nada igual en los anales de la literatura estadounidense”), en el meollo del texto: sólo tres novelistas estadounidenses de renombre, “cargados de años y prestigio literario (John Updike, Norman Mailer y John Irving), alzaron sus voces para denostar a Todo un hombre. Tres novelistas viejos y famosos salieron de sus hornacinas de la historia literaria para anatemizar una nueva novela; si algo semejante ha ocurrido con anterioridad, yo no me he enterado”.
Updike, que tenía 66 años entonces, dijo —en cuatro páginas de New Yorker— que ese libro “no era literatura sino entretenimiento”, ni siquiera podía calificarse de “modesta aspiración a la literatura”. Norman Mailer, que tenía 75 años, escribió seis páginas (“de densa tipografía en una revista del tamaño de un periódico”) en The New York Review of Books para “llegar al veredicto de que Todo un hombre no era literatura, sino un mega best seller”. Ambos escritores consideraban, además, a Wolfe no un novelista sino, y esto no sé por qué ofendió a uno de los fundadores del new journalism, “un periodista”. Irving, entonces con 57 años, invitado del programa televisivo Hot Tupe [¡y ay de aquél que no sepa en qué canal se transmite Hot Type!], tuvo cinco minutos de enfado cuando le preguntaron su opinión sobre Wolfe: “Sus carrillos de sexagenario temblaron. Acto seguido empezó a pitar. Mejor dicho, los técnicos se las vieron y se las desearon para pulsar el botón de los pitidos con la rapidez necesaria”. Irving declaró: “¡El problema de Wolfe es que no tiene la más piiip idea de cómo escribir! ¡No es un escritor! ¡Abra uno de sus libros de piiip! ¡Intente leer una de sus piiiip palabras! ¡Son vomitivas! Ni siquiera escribe literatura, escribe… ¡piiip! No escribe novelas, sino hipérboles periodísticas. ¡Sería imposible enseñar a ese piiip piiip a piiip a los alumnos de una piiip clase de primero de literatura inglesa, piiip!”
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En seguida, Wolfe disparó contra ellos diciendo que, antes que lo ofendieran, él ya se había burlado previamente de por lo menos dos de ellos: el último libro de Mailer era una, ¡piiiip!, imitación de Dostoievski y los, ¡piiip!, artículos periodísticos de Updike respondían a los, ¡piiip piiip!, viejos esquemas del New Yorker. Con Irving “no teníamos cuentas pendientes de ninguna clase”, reconocía Wolfe, y entonces, ¡ah decepción!, todo esto finalmente no era sino una, ¡piiiiip!, de rencores, venganzas y tufillos personales, aunque Wolfe, para sacudirse con prontitud el agravio, dijo que los tres sencillamente estaban “acobardados”, “asustados” de “una posible, o más bien inminente, nueva dirección en la literatura de finales del siglo XX”.
Sí: Wolfe, según Wolfe, había inventado, oh, la nueva novela del siglo XXI.
De ahí que Mailer, Updike e Irving se sintieron “acobardados” cuando leyeron su libro Todo un hombre, una novela, decía Wolfe, “intensamente realista, basada en la investigación, que se zambulle de lleno en la realidad social de Estados Unidos del presente, de hoy mismo; una revolución del contenido más que de la forma, que estaba a punto de apoderarse de las artes, una revolución que pronto haría que muchos artistas de prestigio, incluidos nuestros tres viejos novelistas, parecieran decadentes e irrelevantes”.
El futuro de la novela (de la novela no estadounidense, sino de la novela en general, la novela universal) debía girar en torno a Estados Unidos, novelas reporteadas y detallistas.
Wolfe quería que todos escribieran como escribía él.
Vaya paradójica y sutil lección de autoritarismo del maestro del “nuevo periodismo”: quería que se hicieran novelas turísticamente descriptivas para engrandecer, aún más, a su querido Estados Unidos.
¿Esto quiere decir que Irving y Mailer y Updike carecen de talento?, le preguntó un periodista a Wolfe.
—Lo único que digo —respondió— es que han echado a perder su carrera profesional al no involucrarse en la vida que los rodea, al volver la espalda al rico material de un país sorprendente en un momento fabuloso de su historia. En lugar de salir al mundo, en lugar de zambullirse, como yo, en el irresistible carnaval de la vida estadounidense actual, en el aquí y el ahora, en lugar de echar a andar con un grito de guerra dionisiaco, como habría dicho Nietzsche, y sumarse a la bulliciosa y chabacana verbena, plagada de lujuria, que vibra a su alrededor con el estentóreo sonido de un tambor amplificado con un altavoz de ocho canales, los viejos leones se replegaron, se escondieron, protegiéndose los ojos de la luz, y se refugiaron en temas como el pequeño hueco donde habitan (léase “el mundo literario”) o asuntos tan esotéricos como los presuntos pensamientos de Jesús [y aquí se refiere Wolfe al libro de Mailer intitulado El evangelio según el Hijo].
Todo este rollo para decir que la novela estadounidense se muere, “y no de obsolescencia, sino de anorexia —sostenía Wolfe—. Necesita alimento. Necesita novelistas con un apetito voraz y una sed insaciable de Estados Unidos tal como es ahora. Necesita escritores con la energía y el ímpetu para aproximarse al país de la misma manera que lo hacen los creadores de cine, es decir con una curiosidad feroz y el deseo imperioso de mezclarse con los doscientos setenta millones de almas que los rodean para hablar con ellas y mirarlas a los ojos”.
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Estados Unidos es el centro del mundo y los novelistas, a decir de Wolfe, tenían que entender que debían abordar en su literatura a Estados Unidos, que el resto del mundo acabaría agradeciéndolo consumiendo dichos productos. El periodismo canalla y otros artículos se publicó un poco antes de los atentados del martes 11 de septiembre de 2001, acontecimiento que exhibió la vulnerabilidad del único país supuestamente invulnerable del mundo, según lo han remarcado, con vigor naturalista y desmedido, sus nacionalistas cineastas y sus, ¡ay!, novelistas patrioteros como… como… como, sí, Tom Wolfe.
“Para mí todo es reporterismo”
Redacción SdE
La obra del escritor y periodista estadounidense Tom Wolfe (1930-2018) fue una de esas que marcan una época y abren nuevos caminos. En ella —en su obra—, se deleitaba diseccionando las vanidades, extravagancias, pretensiones y artificios de la agitada vida estadounidense, pues lo mismo habló del mundo del arte que de Wall Street, de la cultura hippie de los años sesenta que de la arquitecta de la feroz Bauhaus, del narcisismo de los años ochenta que del delicado mainstream intelectual. Sus libros —las novelas, los reportajes, los ensayos— son grandes frescos de la sociedad norteamericana, en donde se filtran temas como el poder, el dinero, el racismo, la corrupción o el sexo. Referente del periodismo, aquí reproducimos algunas de sus frases de temas como vida, periodismo y ego.
§ “Creo que cada momento de la vida de un ser humano está controlada, de una u otra manera, por una preocupación por el estatus”.
§ “La sanación más segura para la vanidad es la soledad”.
§ “La soledad es y siempre ha sido la experiencia central e inevitable de todo hombre”.
§ “Hay que hacer un mundo protegido de la hipocresía”.
§ “La muerte es el último viaje, el más largo y el mejor”.
§ “(En el periodismo) te envían a hacer preguntas incómodas a gente que no tiene ganas de hablar contigo. Y tú vas y las haces. ¡Este oficio es fantástico!”.
§ “Para escribir hace falta el mismo esfuerzo que para informar: el esfuerzo de tener la boca cerrada y escuchar exactamente cómo habla la gente y qué es lo que dice”.
§ “Afortunadamente, el mundo está lleno de personas con la compulsión de querer contarte sus historias. Quieren decirte cosas que no sabes”.
§ “Consiga una buena historia y no tenga miedo de ser usted quien la sepa explicar. Dé al lector la posibilidad de identificarse con usted o rechazarlo”.
§ “Las historias las hacemos gente como usted y yo y las contamos a gente como usted y como yo”.
§ “Para incentivar a tu confidente tienes dos métodos: o ser muy auténtico o ser un hipócrita”.
§ “El primer paso para descubrir la verdad es no creerte la del que manda: miente más porque también tiene más a perder”.
§ “La vanidad de los otros es la mejor arma del periodista”.
§ “Sin grandes egos no hay grandes historias”.
§ “Los genios y los mejores saben reírse de sí mismos”.
§ “La tarea del escritor consiste en mostrar cómo el contexto social influye en la psicología personal”.
§ “Una buena novela debe de tener tanto reporterismo como cualquier libro periodístico”.
§ “Para mí todo es reporterismo. El periodismo está muriendo porque la gente no está saliendo del edificio”.
§ “Los periódicos pierden dinero porque no pisan la calle. Se quedan en la mesa, calientitos y haciendo de buenos chicos y cumpliendo órdenes”.
§ “Es curioso, pero en 1940 se cubrían más noticias que hoy en día en Estados Unidos, porque había más reporteros y medios de comunicación. Así que si nos importan las noticias, la situación es preocupante”.
§ “Cuando empecé, en Nueva York había siete periódicos. Y todos ganaban dinero. Hoy quedan tres y en camino de ser dos”.
§ “Hoy en día, si a un joven le pillan comprando un diario se muere de vergüenza. No hay nada menos cool que eso”.
§ “Ningún editor de Internet querría apostar hoy en día por algo como el Nuevo Periodismo”.
Creo que Tom Wolfe tiene mucha razón al pedir a los escritores voltear la vista a Nueva York. Ahí se toman las decisiones que dan rumbo al planeta (el consumismo, el cambio climático, el calentamiento global) y, si se llega a la hecatombe mundial, la decisión de hacerlo habrá salido de ahí, para ser orquestada en Washington. Entonces, no debemos dejar de mirar hacia ese ombligo de la decadente civilización…
Muy buen artículo, como siempre, maestro Roura. Saludos!