Pulpo color fresa
Abril, 2023
La idea de festejar mundialmente a los niños surgió en 1959, cuando la Asamblea General de la Organización de las Naciones Unidas decidió en ese momento reafirmar los derechos de los infantes universalmente. Aunque la fecha oficial y mundial es el 20 de noviembre, no todos los países lo conmemoran el mismo día. México, por ejemplo, celebra a sus niños el 30 de abril, ¡y lo hace desde 1924! Es decir, 35 años antes de que se decidiera la ONU. Para sumarnos a la celebración, compartimos “Pulpo color fresa”, un relato del escritor Hiram de la Peña Celaya.
Me llamo Alicia, tengo seis años y me gusta jugar con los monstruos que me compra mi abuelo. A mi mamá no le gusta que mi tata me regale esos juguetes, pero a mí sí porque tienen colores bonitos y huelen a chicle. Mi favorito es un pulpo color nieve de fresa. Es el más malo. Luego le sigue un tiburón en patines, un cerdito con una cicatriz en el ojo y una Barbie chef que mi abuelo dice que es Barbie pandillera por el cuchillo que se carga.
Mi mami siempre se enoja con mi abuelo y no conmigo, bueno, a veces también me grita, pero ni me acuerdo de lo que me dice. Cuando se pelea con mi tata nunca se me olvida la cara que pone. Lo veo triste. A mi mamá la veo igualito que cuando ya va tarde al trabajo y yo todavía no tengo zapatos, sus dientes se le aprietan, así como cuando la mandan llamar de la escuela.
Mis tías a veces me dicen que soy una mentirosa, o que me gusta mucho el teatrito, pero yo nunca he ido a ninguna obra que no sea de teatro guiñol. Pero esto sí es verdad: a mi mamá no le cae bien mi abuelo. Siempre me doy cuenta en la noche. Me quedo dormida enfrente de la televisión, no importa, siempre amanezco en mi cama. Si mi tata llega a quedarse dormido, mi mamá se pone como loca. A veces me da miedo cuando se enoja y no grita. Le empieza a hablar en voz bajita al abuelo, pero mueve las manos para todas partes y termina diciéndole levántate, levántate, levántate y vete a tú cama, papá. Yo no sé, pero me pone de malas que mi mami me sacuda para que deje la cama, siempre me anda apurando y hace todo en una carrerita, así dice ella cuando ya va tarde. Veo a mi abuelito y siempre se mueve muy lento, despacito, si no usara sus chanclas no me daría cuenta de que anda por la casa, haciendo sus cosas y ruidos de abuelo, él ya no puede andar jugando a las carreras. Él ya no tiene que llegar a las siete de la mañana a ninguna parte.
Yo no sé si mi abuelo empujó a mi mamá, o si le jaló el pelo, a lo mejor le aventó arena en la cara o le pegó un chicle en las cejas. Tal vez no la dejaba jugar con monstruos cuando estaba chiquita y por eso me los desaparece cada que tiene oportunidad. La cosa es que mi abuelito a veces me ayuda con cosas y mi mami se enoja. Me compraron un pastel muy grande cuando cumplí cinco años, mi mamá estaba toda loca porque mi abuelo olvidó cargar una cámara muy viejita. En lo que se gritoneaban, le metí un dedo a la orillita del pastel, era de chocolate. Mi mami me vio y me dijo que era una cochina, que me fuera a lavar las manos. Puso esa cara que hace cuando no me termino mi desayuno en quince minutos, tenía que borrar fotos de su celular para tomarme video, siempre se pone muy mal con eso de las fotos. Se sentó y empezó a mover su dedo en la pantalla. Yo y mi abuelito nos quedamos en la mesa, esperándola. Se acercó a mi oreja y me dijo que ese era mi pastel, que él me lo había comprado y que me podía sentar en el sí se me pegaba la gana. Le hice caso a mi abuelo y me subí a la silla sin hacer ruido. El pastel lo había comprado mi abuelo, pero el vestido lo había hecho una amiga de mi mamá, era una de las invitadas ese día, siempre invita amigas suyas a mis fiestas; mi mamá se puso color fresa esa vez, me preguntó que si no me daba pena y le pregunté que qué era eso. No me escuchó, volteaba para todos lados. Solo dijo: «¡ay, papá!», y se fue a buscar algo más para ponerme. Mi abuelo nomás se reía, dijo que a mi mamá ya no le iba a urgir la foto.
A veces no es tan mala mi mami, se pone de buenas cuando vamos a la casa de mi tía Chelito. Ahí siempre nos pasamos la navidad. Le encanta llevar una gelatina de tres sabores. Siento que mis tías siempre están jugando a algo entre ellas. Mi mami se compra ropa nueva para llegar y decirle a todas que están muy guapas. A ella le dicen que qué bonito vestido y también le dicen que se puso muy guapa. Ese día también vamos guapos los primos, pero no jugamos a nada hasta que abrimos los regalos.
Como siempre llevan más y más comida que nadie se acaba hasta el día siguiente, mi abuelito dice que es bueno madrugar para alcanzar recalentado. El año pasado me levanté muy temprano porque me acordé de mi abuelo, porque mis primos patean y porque me da miedo el cuarto de mi tía Chelito. Me lo encontré en la mesa. Estaba comiendo jamón y se sirvió un vaso con Coca-Cola. Como era el único adulto le pregunté si podía abrir mis regalos. Me dijo que sí, pero que me fijara cual era el mío. Ninguno tenía etiqueta. Me dijo que Santa no había tenido tiempo de ponerles el nombre, pero que no me preocupara y que los abriera todos. No me tardé nada. Pasaron diez minutos y se levantó el Jaime, un primo bebé que apenas había cumplido cuatro años, me miró y se fue llorando con su mamá. Al rato salieron todos, algunos adultos se reían y otros miraban sin decir nada a mi mamá. Otra vez dijo: «¡ay, papá!», y se fue por una bolsa para basura donde metió todo el papel de regalo ella sola. Las tías que se rieron le quisieron ayudar, pero ella decía no, no, gracias, de verdad. Las que no habían enseñado los dientes la miraron raro, pero cuando se veían entre ellas sí soltaban una risita.
Así es mi mami, está bien chistosa, le dice a mi abuelo que ya está grande, a mí me dice lo mismo. Pero mi abuelito es un viejito y yo apenas soy una niña. Me enojo cuando me dice que soy una bebé. Mi tata también se pone corajudo cuando le dicen que está viejo. Mamá le grita que ya está la comida y él le contesta que no está sordo, que la escucha perfectamente. Luego mi mami le dice que pues no hace caso. Entonces mi tata le dice que no le hace caso, pero no por sordo. Mi mami se queda callada y luego vuelve con su: «¡ay, papá!».
Desde hace unos días, mi mamá ya no se enoja cuando juego con mis monstruos. Se quejaba siempre que me miraba con ellos, pero un día mi mami hizo algo que ella me dijo que nunca debía hacer: espiar. Me agarró mientras jugaba, pero no me dijo nada. El pulpo rosa siempre es mi mamá, cuando alguien hace algo, lo que sea, el pulpo lo regaña con un tentáculo: puede aventar ocho regaños al mismo tiempo. El tiburón de los patines es mi abuelito, como siempre se mueve muy lento, pensé que era buena idea que se moviera en patines, para poder andar a las carreritas; el pulpo lo obliga a moverse de aquí para allá. Yo soy la Barbie chef y pandillera; la Barbie se encarga de preparar la comida que nadie se va a comer y que se va a recalentar para el tiburón, también es su misión cortarle los tentáculos al pulpo. El cerdito estaba en un platito de juguete, porque el jamón recalentado es cerdo asado o algo así, pero con piña.
Mi mamá me asustó cuando me habló, me había visto jugar por mucho tiempo, estaba muy seria. Me preguntó que a qué jugaba. Le dije que a nada, pero que ella era el pulpo color fresa. Me dijo, Alicia, ese color es rosa, no fresa, fresa es la fruta. Ves, por eso eres el pulpo malo, le contesté.
Los cachetes de mi mami se ponen rojos cuando se enoja, también me di cuenta que se le ponen rosas cuando le da pena.