Marzo, 2023
¿Podemos amar después de que nos hayan roto el corazón? ¿Cuántas veces se puede alguien enamorar como la primera vez? ¿Se cierra con el tiempo la herida de ese amor? Protagonizada por un joven que vive su primera pasión, Alejandro Gándara aborda todas estas cuestiones en «Primer amor», su más reciente novela que ya circula en librerías. Es una historia de amor y de descubrimiento que abarca casi cinco décadas en la vida de sus protagonistas. Con una tensión narrativa que encoge el corazón —apuntan los editores en la contraportada—, Gándara recorre con esta obra el territorio en el que se ha confirmado como un gran maestro: el de la complejidad de las emociones humanas. Esther Peñas ha conversado con él.
Esther Peñas
Hay un territorio de la memoria que nos recuerda qué altura puede alcanzar el corazón, qué simas de desesperación y qué intensidad de fulgor. Un recuerdo que contiene la imagen en la que, por vez primera, se nos rompe. Un aprendizaje en el que todo fue extremo, la gloria y la catástrofe, la alegría y la angustia. De alguna manera, gracias a él ganamos la inmortalidad. Y perseveramos en su delirio. Alejandro Gándara (España, 1957) se adentra en esa geografía con su novela Primer amor (Alfaguara), construyendo una narración sencilla y hermosa sobre un asunto (acaso el asunto) radical.
—El primer amor, ¿es siempre el cronológico?
—El cronológico… el primer amor es el primero, otra cosa es que suceda en la juventud o más adelante. Hablamos de “primer amor” para designar aquel amor en el que uno se juega la vida, así de sencillo. Al ser primero, eso supone que hay un segundo y un tercero, es decir, que el corazón se ha roto. Nuestro paso a la edad adulta sucede con el primer amor: sentimos angustia, desesperación, incertidumbre, el miedo a desaparecer… es la primera vez que intercambiamos cartas con la muerte y nos hacemos mayores. Podemos experimentarlo a los 17 o 18 años, como el protagonista, o a los 40. Con él nos hacemos adultos. En el mundo griego uno se hacía adulto cuando viajaba al Hades, tuviera 20 años o 45, como Parménides. El viaje al Hades, en cualquier caso, es nuestro gran rito de paso.
—El primer amor supone el primer viaje al Hades y ¿también al Olimpo?
—El viaje iniciático es al Hades, al reino de los muertos, porque es la muerte la que nos da una perspectiva de la vida, la que nos hace tomar decisiones en un sentido u otro. Es la actitud ante la muerte lo que define a los individuos.
—¿Cuánto de invención tiene el primer amor cuando se hace memoria de él?
—Muchísimo, todo recuerdo tiene una parte de invención, los recuerdos se elaboran, son como la nota de un piano, hay algo que lo dispara y, partir de ese algo, se crea una melodía que depende del momento que estemos viviendo, depende para qué queramos recordar y depende de lo que hagamos con ese recuerdo. La memoria es un aparato de elaboración psíquico que trata de nutrir a la existencia de sentido. Un poco como los sueños, parecen que están ahí para nada, pero son el alimento del aparato psíquico.
—La escritura, de alguna manera, ¿es un intenso enamoramiento?
—Depende de lo que estés escribiendo. Si es sobre actualidad, algo que considero completamente inútil porque la realidad desborda la ficción, sobre todo en los últimos tiempos, desde luego que no; escribir novelas sobre lo que está sucediendo es quedarse corto, hay que proponer otro tipo de realidades alternativas y creo que esa es la función de la novela ante una actualidad tan desaforada, desbordante e imponente. Escribir es enamorarse de la vida y la actualidad no es eso.
—¿Escribir es vivir menos, como afirman algunos autores, o ensanchar la vida, como apuntan otros?
—Ni una cosa ni otra, es vivir, simplemente; entre las muchas cosas que hacemos en la vida, algunos escribimos. Vivir menos sólo sucede en algunos casos, como ser empleado, estar empleado en una empresa es vivir menos, cualquier tipo de enajenación o confusión acerca de la experiencia, cualquier sublimación, falsificación o mixtificación de nuestros actos es perder la vida, pero las cosas que hacemos, también la creación, forman parte de la sustancia de la vida. Vivir es crear, generar, como decía Platón. Vivimos generando, lo que amamos genera cosas, productos, novelas, recuerdos, política.
—Andrés y Brígida, los protagonistas de esta historia, en un momento determinado se citan en la catedral, ¿es el amor epítome de lo sagrado?
—Es un rito de paso, por tanto, tiene algo de sagrado, de lugar al que todos acudimos en algún momento, es un espacio de la vida no temporal, un espacio de la vida por encima de la muerte y en ese sentido es sagrado, no puede ser tocado por los accidentes de la vida. Eso mismo que se pretende en el recinto de un templo, crear una espacialidad y una temporalidad distinta a la de la vida cotidiana.
—El primer amor “se rompe”. Pienso en aquello que escribió Agamben de que “no basta con hacer, es necesario saber salvar lo que se hace”. ¿Por qué cuesta tanto conservar el afecto, la relación, con la persona a la que hemos amado?
—Ese es uno de nuestros grandes errores de la existencia de los individuos, romper con un tiempo y con las personas que han tenido ese tiempo; cuando se rompe con un ser amado, ha de saberse que se pierde todo el tiempo que esa persona conoce de él, ese tiempo desaparece; como con los duelos, cuando alguien muere, esa persona se lleva esa parte de nosotros que vivimos con él, se la lleva para siempre, cuando muere un padre hay una parte de ti que sólo conoce él y se la lleva, no la va a poder compartir contigo, y a partir de ese momento, con tu propia memoria e imaginación, toca reconstruir aquello que solamente él sabía. Una pérdida, en términos absolutos, es una tragedia, es una desgracia de la vida, por eso hay que preservar y mantener, en lo posible, la relación con ese tiempo que no puede permanecer en nuestra vida, salvo que se convierta en un duelo interminable.
—¿Es más difícil amar hoy, con tanta prisa, tanta liquidez, tantos estímulos, distracciones y espectáculo que en otras épocas?
—Amar siempre ha sido muy difícil; a pesar de que la publicidad y el arte, el cine sobre todo, nos han convencido de que es algo que sucede en la vida, lo cierto es que le sucede a muy pocas personas. Amar es perderse en el otro, y organizar la vida alrededor del otro. Nos fundimos en el otro y nos perdemos en él, esto es muy infrecuente, no sólo por las largas épocas de nuestra historia en las que el amor ha sido un simple interés, una necesidad de algún tipo que se cubría mediante la pareja, el apego y la pasión. El apego no es amor, la pasión amorosa, el enamoramiento no es amor, el amor es lo que queda después de todo eso, el sentimiento permanente después de que haya pasado la tempestad.
—¿Cuánto de voluntad y cuánto de prodigio hay en el amor?
—Es tan misterioso y mágico el enamoramiento, esa imagen de la otra persona como sublime, revestida por nuestra fantasía, como misterioso y mágico es el hecho de que la permanencia de dos individuos uno junto al otro mucho tiempo, bajo otras condiciones, cuando la pasión amorosa —que tiene su propia geometría— desaparece, y deciden seguir juntos, porque han encontrado una empatía mucho más profunda que la pasión amorosa. No es cuestión de voluntad, es algo misterioso y mágico realmente que dos personas decidan seguir juntas y ver juntas su propia muerte, envejecer juntos, desaparecer juntos. Mucho más mágico y poderoso que la pura pasión, que puede ser una pulsión neurótica, un apego desaforado, una necesidad o una angustia.
—¿Cuál es el peor sucedáneo del amor?
—El amor al trabajo, sin duda. Hay gente que se enamora de su trabajo, no es una manera de hablar, se enamora de una página excel o una página web, de coger el pico y la pala… Mucha gente ha sustituido con mucho el amor al trabajo por el amor a las personas, al fin y al cabo, el amor al trabajo sigue una gramática muy literal: ganar, perder, avanzar, retroceder, subir, bajar… es fácil. El amor es más complicado, nunca sabes del todo dónde estás y siempre caminas por el filo de la navaja, aunque no lo sepas, y esa es una forma de vivir completamente distinta a la del trabajador, a la del enamorado del trabajo.
—Me interesó la distinción que se hace en la novela entre el “tiempo del fin” y el “final”. ¿Por qué tantas veces nos empeñamos en alargar algo que sabemos que ha terminado en vez de darle un final honroso?
—Finales honrosos hay pocos, pero hay que intentarlo. La concepción que el viaje al Hades y la muerte proporcionan a las relaciones humanas, al aproximarnos al fin y tener eso en cuenta, permite vivir mejor y con mayor calidad el amor, que de todas formas puede que tenga término o puede que no. Saber de la muerte, de la posibilidad de final nos permite vivir esa historia en presente, viviéndola de veras. El problema con el amor es que es una historia de la que nos olvidamos, seguimos con alguien, seguimos con el proceso afectivo pero estamos completamente desenganchados, nos hemos desvinculado en algún momento y pensamos que es una rutina más. La perspectiva de que eso tiene un fin es importantísima para poder alimentar las emociones de todos los días, porque si no, se desvanecen por la rutina.
—“El dolor no se va, querido Andrés. No se va nunca, no importa lo que hagas. Echa raíces, crece, se llena de ramas y dentro de ti se vuelve un árbol fuerte, capaz de sostenerte y de resistir el vendaval. Reza para que se haga mayor (…) para que no se pudra”.
—Es que estamos muy acostumbrados a los analgésicos, queremos que desaparezca el dolor lo más pronto posible, cuando el dolor es parte de nosotros; debemos cuidarlo, conservarlo para que haga florecer y nos dé todo lo que necesitamos de ese dolor, no huir de él, sino quedarnos con él hasta ver qué nos ocurre a nosotros con ese dolor, de esa forma crecemos y aprendemos. Con analgésicos, con la huida del dolor, el dolor nos pudre por dentro con resentimiento y amargura, toda huida, además, invoca a los fantasmas, acaba apareciendo en algún momento, y los muertos son los únicos que resucitan. Apagar el dolor, ocultarlo, matarlo con analgésicos es la garantía de que aparecerá con mayor fuerza y mayor oscuridad. Hay que dejar que el dolor crezca hasta que se agote, hasta que ya no tenga más dolor para nosotros. En ese momento hemos crecido y hemos aprendido de él.
—“A ella el amor le sacó la pereza del alma y a él le dio una barrera que saltar”. Pero el amor, ¿no es aquello que afirmase Lacan de que “es dar lo que no se tiene a quien no es”, es decir, no saber exactamente qué damos ni qué recibimos?
—Creo que he mejorado la frase de Lacan o, por lo menos, la he completado, porque creo que el amor es dar lo que no tienes ni tendrás, a quien no es ni será. Es un poco más grave que lo que pensaba Lacan. En realidad, el amor es un proceso de revestimiento del otro, lo deformamos con nuestras fantasías, al otro no lo vemos, es una imagen que hemos compuesto en nuestra mente; lo que hay que intentar es que el velo de la fantasía no nos haya ocultado por completo a la persona amada, para que así el amor prosiga una vez que desaparece la pasión. Ese revestimiento lo hacemos con todo, para salir de vacaciones con la familia, para pensar que el trabajo o cualquier esfuerzo tiene un sentido, incluso que el Real Madrid gane la Copa de Europa. Hacemos un revestimiento continuo, el ser humano necesita revestirlo todo, no puede tratar directamente con la realidad de las cosas porque es muy precaria y perecedera.
—Si un amigo le pidiera un consejo para amar bien, ¿qué le diría?
—Espero que no me lo pregunten nunca, pero le hablaría de la palabra griega agápē, muy importante para el amor, que se tradujo como ágape o banquete, san Pablo lo tradujo por caridad, y que no es exactamente nada de eso; tiene que ver con que, en el amor, uno da un paso atrás, no espera recibir gran cosa, sino que se consuela y se satisface con el amor que da, con el amor que da al otro para que el otro esté bien. No es sólo esto el amor, pero sirve como actitud ética ante el amor: uno no debe estar en primer lugar, poder amar es un regalo, un regalo inmenso, porque no se le da a todo el mundo, muchos pueden ser amados, acaso todos, pero muy pocos tienen la capacidad de amar.