Febrero, 2023
La pasada semana una noticia relacionada con la literatura infantil captó la atención de los lectores de todo el mundo (algo que rara vez sucede). Tomando como punto de partida un reportaje de The Daily Telegraph, varios medios informaron que el sello Puffin había hecho cientos de cambios a la obra de Roald Dahl en su última reedición. Las modificaciones, según los herederos del autor británico y la editorial, se habían realizado para adaptar los libros a las sensibilidades actuales. Tras una andanada de críticas alrededor del globo, los editores de Dahl han informado que publicarán la versión “correcta” y la “clásica”.
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La noticia se dio a conocer el pasado 18 de febrero. The Guardian lo notificó y El Mundo difundió la documentada tragedia literaria, la cual transcribo a continuación: “Reescriben los libros de Roald Dahl para eliminar lenguaje considerado ‘ofensivo’, sobre todo se han retocado las descripciones de la apariencia física de los personajes: las palabras gordo y feo han desaparecido. El Augustus Gloop de Charlie y la fábrica de chocolate ahora es enorme en lugar de gordo y los Oompa Loompas son personas pequeñas en lugar de hombres pequeños… La corrección política ha llegado a los libros del novelista británico Roald Dahl, autor de cuentos para niños llenos de humor e imaginación, como Matilda, Charlie y la fábrica de chocolate o James y el melocotón gigante. La editorial Puffin ha contratado a lectores ‘sensibles’ para que reescriban fragmentos de los textos para asegurarse de que puedan seguir siendo disfrutados por todos hoy… Se han retocado las descripciones de la apariencia física de los personajes, según el Daily Telegraph: las palabras gordo y feo han desaparecido de los libros”.
Según The Guardian, en el párrafo del libro The Witches (Las brujas), de Dahl, donde se dice que las brujas son calvas bajo las pelucas se añadirán unas líneas que Dahl nunca escribió: “Hay muchas otras razones por las que las mujeres pueden usar pelucas y ciertamente no hay nada de malo en eso”.
Ufffff.
Los medios británicos aseguran que, por respeto al género, los tres hijos de Mr. Fox (el Fantástico Señor Zorra, en Hispanoamérica) ahora son hijas. Matilda ya no lee a Charles Dickens o a Rudyard Kipling sino a Jane Austen y una bruja que antes se hacía pasar por cajera de supermercado ahora es “científica de alto nivel”. Las palabras blanco y negro ya no serán usadas y, “en defensa de la salud mental”, tampoco se utilizarán “loco” o “demente”.
Todo, para satisfacer las demandas de los inclusivistas y de las buenas conciencias contemporáneas.
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La editorial de Dahl en lengua inglesa, Puffin, y la compañía encargada de los negocios a partir de la obra del narrador británico, integrada por empresarios y familiares del escritor fallecido a los 74 años de edad en noviembre de 1990, han efectuado los cambios escriturales junto con Inclusive Minds, “un grupo al que su portavoz describe”, a su propia asociación, como “un colectivo para personas apasionadas por la inclusión y la accesibilidad en la literatura infantil”, razón por la cual decide intervenir, con jubilosa determinación, en los contenidos literarios, otorgando entonces el raciocinio argumental, digamos, a una Joanne K. Rowling cuando, antes que concederse a ella misma la licencia literaria de matar a Harry Potter, preguntó a los seguidores de esta saga novelística si el adolescente mago debía acabar sin vida o proseguir en este mundo, cuyo resultado, obviamente, lo evidenciamos en el séptimo tomo (Las reliquias de la Muerte) de las aventuras de Potter, quien revive milagrosamente de un casi fallecimiento.
A ver si no al rato esta Inclusive Minds impone a Rowling la retractación de Ronald Bilius Weasley, Ron, por llamar “tonta” a Hermione Jean Granger.
Porque en estas cosas de la corrección lingüística lo de menos, por supuesto, es la literatura.
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Salman Rushdie —quien hace poco estuvo a punto de fallecer a puñaladas, en agosto de 2022, por un fanático que se creyó a pie juntillas el decreto promulgado por el ayatola Ruhollah Musavi Jomeini, en febrero de 1989, consistente en asesinar, de cualquier forma, a Salman Rushdie por haberse atrevido a escribir la novela Versos satánicos que, afirmaba el líder iraní (muerto a los 86 años de edad cuatro meses después de haber sentenciado el destino de Rushdie), ofendía a Alá—, al enterarse de las modificaciones a la obra de Dahl, pese a que el novelista apoyó la causa de Jomeini por tratarse, Dahl, de un reconocido antisemita, apuntó —Rushdie— en un tuit: “Roald Dahl was no angel but this is absurd censorship. Puffin Books and the Dahl estate should be ashamed”. Es decir: “Roald Dahl no era un ángel, pero esto es una censura absurda. Puffin Books y los herederos de Dahl deberían estar avergonzados”, recibiendo, de inmediato, categóricas aseveraciones en su contra, sobre todo por haber apuntado que Dahl no era un “ángel”, por lo que Rushdie se apresuró a replicar: “He was a self confessed antisemite, with pronounced racist leanings, and he joined in the attack on me back in 1989… but thanks for telling me off for defending his work from the bowdlerizing Sensitivity Police”. O sea: “Era un antisemita confeso, con marcadas inclinaciones racistas, y se unió al ataque contra mí allá por 1989… pero gracias por regañarme por defender su trabajo de la exhortación de la Policía de la Sensibilidad”.
Porque Rushdie separa muy bien la obra del escritor, que muchas veces no coinciden la una con el otro, o viceversa. José Vasconcelos, después de su ingente labor cultural y educativa, se convirtió en un nazi declarado, pero lo segundo no nos impide ver lo primero. Sí, en ocasiones resulta pesarosa la separación de estas definiciones, o deficiencias, humanas, pero hay que poseer demasiado cacumen para saber evaluar estas complejas distinciones.
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No han faltado las opiniones en torno al caso de esta traslación literaria. Ya sabemos que, hoy, una persona no existe si no tiene su cuenta de Twitter para expresar lo que piensa en cada instante de su vida. Y lo de Dahl, en efecto, da de sobra (¡lo de Dahl da de sobra!, ¡vaya jueguito involuntario de palabras!) para verter comentarios. La escritora española Rosa Montero, por ejemplo, escribió con premura, el pasado 20 de febrero, que es “demencial lo de la reescritura de Roald Dahl”, pues “los imbéciles abundan”, mas, con fortuna, pareciera que no todo es tragedia. El diario El Español nos da buenas noticias: “Los libros de Roald Dahl no serán retocados en español ni en francés”, pues “Alfaguara y Gallimard se desvinculan de los cientos de cambios inclusivos realizados en Reino Unido en clásicos como Matilda y Charlie y la fábrica de chocolate”.
Fernando Díaz de Quijano, de dicho medio, apuntaba el pasado 21 de febrero: “Tras conocerse que los libros de Roald Dahl están siendo retocados en el Reino Unido para adaptarlos al lenguaje inclusivo y ‘no ofensivo’, la editorial Alfaguara ha anunciado que no serán retocados en sus ediciones en español, tanto en España como en Latinoamérica. Alfaguara tiene los derechos de edición en español de las obras de Dahl… La editorial se desmarca así de la decisión de la británica Puffin Books, que ha revisado los textos para ‘asegurarse de que todos puedan seguir disfrutándolos hoy’, a pesar de que ambas pertenecen a Penguin, uno de los grupos editoriales más grandes del mundo. Tras conversaciones con la Roald Dahl Story Company [la empresa que gestiona los derechos de autor del escritor británico, fallecido en 1990], Alfaguara Infantil y Juvenil mantendrá sus ediciones con los textos clásicos del autor sin modificar sus publicaciones en castellano, han indicado a EFE fuentes de la editorial”.
La editorial francesa de Dahl, Gallimard, también ha asegurado que “no tiene planes” de retocar sus textos originales, según informó The Guardian el 21 de febrero.
Quiero creer que estas disasociaciones editoriales están basadas en criterios literarios y no económicos, pues no es lo mismo reeditar que editar nuevos libros, tal como se hará, esto último, con la obra de Dahl en Inglaterra.
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Si así avanzan las cosas con este asunto del lenguaje inclusivo, en un futuro próximo leeremos de otro modo La Ilíada o La Odisea para evitar la evidente carga patriarcal en el hurto de Helena por parte de Paris. O, de plano, será suprimida Moby Dick porque, vamos, ¡no es posible admitir la persecución de una ballena en los tiempos de una ecología moderna!
Digo.
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El viernes 24 de febrero se dio a conocer que, ante la “presión” ejercida por la gente enterada de la demolición perpetrada contra la literatura en el caso de la “limpieza” lingüística en los libros de Roald Dahl, la editorial inglesa que los edita ha decidido anclarse en dos opciones: dejar los libros tal como los escribiera el narrador británico e imprimir otros con la “reescritura” pertinente para los “nuevos” lectores del idioma inclusivo.
Y ya con eso, según la sabia decisión salomónica editorial, se zanja con benevolencia el arduo asunto.
Sí, cómo no.