Diciembre, 2022
Las consecuencias de la crisis climática para nuestra salud son reales: existe una relación directa con las pandemias y un previsible aumento en los casos de cáncer. Lo cuenta el científico Juan Fueyo en su nuevo libro Blues para un planeta azul, donde advierte que estamos ante el último desafío de la civilización para evitar el abismo del calentamiento global.
De niño, Juan Fueyo (Oviedo, 1957) recuerda cómo los ríos Caudal y Nalón de su Asturias querida bajaban negros, por el lavado del carbón. “Aquellos cauces nos pertenecían y la industria los hacía servir de alcantarilla”, recuerda. Afortunadamente, justo cuando empezaba a estudiar medicina, desmantelaron la mina en la que algunos hombres de su familia se habían dejado la salud.
Fueyo recoge esos recuerdos de infancia y reflexiona sobre cómo los combustibles fósiles ponen en peligro la vida de todos los seres que habitan la Tierra en Blues para un planeta azul (Ediciones B, 2022), el más reciente libro de este científico y divulgador, en el que aborda el que quizá sea el mayor desafío al que se enfrenta la humanidad: la crisis climática.
Desde una perspectiva científica e humanística, en la obra desvela desde las artimañas de la industria petrolera para desviar la responsabilidad del cambio climático hacia los ciudadanos, con conceptos como la ‘huella de carbono’, hasta la estrecha relación del calentamiento global con el aumento de epidemias y pandemias.
Tras licenciarse en la Universidad de Barcelona y especializarse en neurología, Fueyo se marchó a Estados Unidos, donde investiga con virus oncolíticos (‘atacan’ las células cancerosas) en el MD Anderson de la Universidad de Texas, para tratar así tumores cerebrales. Vive, paradójicamente, en Houston, una de las capitales del petróleo, donde sus ciudadanos tienen la peor salud del país.
—¿Qué hace un científico como tú, que se dedica a investigar con virus, escribiendo un libro sobre cambio climático?
—Cuando escribí Viral [publicado en 2021], me adentré de lleno en el tema de las pandemias. El sida, por ejemplo, o la covid, se deben al contacto cada vez más estrecho entre los seres humanos y los animales, que está en buena medida propiciado por el cambio climático. Como dice María Neira, directora de salud pública y medio ambiente de la OMS: la crisis climática es la amenaza de salud global más importante para la humanidad. Y de ahí surge mi interés por este campo, la cenicienta de las ciencias, por la relación que hay con la salud humana.
—El cambio climático comienza en la Revolución industrial y ha habido científicos que durante estos siglos han alertado sobre el calentamiento global, como explicas en el libro, pero hasta muy recientemente no hemos admitido que causa muertes.
—Así es, la aceptación de que la polución causa muerte se dio hace apenas dos años: una niña de 9 años en Inglaterra padecía asma, tuvo diversos ataques repetidos, paros respiratorios, hasta que al final falleció. En el momento de su muerte, los niveles de contaminación del aire de Londres eran muy elevados, muy por encima de los límites que marca la OMS. Por ello, en su certificado de defunción los médicos hicieron constar que la pequeña murió a causa de la contaminación. La contaminación del aire provoca siete millones de muertes prematuras al año. Está vinculada al cáncer de pulmón y a enfermedad respiratoria. Las partículas de polución pequeñas, las PM2,5, provocan inflamación y enfermedad cardiovascular.
—La predicción de los expertos en epidemiología es que el cáncer se convertirá en la enfermedad más letal del siglo XXI si no detenemos esta crisis climática.
—Cuando descubrimos el agujero de la capa de ozono, nos percatamos de que este gas es como una gran crema de protección solar de la humanidad frente al sol y que, al perforarse y exponernos más a los rayos ultravioleta, habían aumentado los casos de cáncer de piel, tanto en humanos como en los animales. En Australia, donde hay mucha cultura de pasar tiempo al aire libre, el melanoma se está extendiendo por el país de manera importante.
“Por no hablar de la contaminación de las aguas debida al cambio climático: los desastres asociados hacen que lleguen tóxicos de las fábricas a mares y océanos, incluidos los microplásticos, de los que se cree que aumentan la frecuencia del cáncer gastrointestinal. Ahora son las enfermedades infecciosas y las cardiovasculares las que se cobran más vidas, pero para estas tenemos tratamiento. En cambio, para esos tipos de cáncer no, y si se desmadran y llegan a hacer metástasis, no tenemos nada”.
—Has mencionado el caso de la niña fallecida por el cambio climático. Y ahora hablas de casos de cáncer vinculados al calentamiento global. Pero ¿cómo afirmar con certeza que esas enfermedades se deben al cambio climático?
—Para explicártelo, déjame que te hable de los huracanes. Al principio se creía que dos o tres tormentas se juntaban y daban lugar a una más grande y eso era un huracán. Sin embargo, los investigadores del MIT los estudiaron, observaron y comprobaron que la temperatura del agua, cuando sube, genera una nube que gira y que acaba produciendo un huracán. Es decir, que su energía proviene de la temperatura del agua. También apuntaron que, con el calentamiento de mares y océanos debido al cambio climático, aumentaría su frecuencia.
“Existe una ciencia que permite atribuir que fenómenos como los huracanes están vinculados a cambio climático. Es la llamada ‘ciencia de la atribución’. Se trata de modelos matemáticos en los que se introducen todas las variables conocidas sobre el tiempo atmosférico en un momento dado. Esos modelos son capaces de predecir si, en el caso de tener condiciones normales, ese huracán se hubiera producido o no, o si se ha debido al aumento excesivo de la temperatura del agua. La primera vez que se demuestra esa relación es con el huracán Harvey, de Houston, en 2017”.
—Y esa ciencia de la atribución, ¿puede también identificar si una ola de calor o una borrasca, como Filomena, se deben al cambio climático?
—La ciencia de la atribución es matemática pura y modelos informáticos, y muy exacta. Y sí, permite decir si una ola de calor que ha pasado de manera esporádica está relacionada con el cambio climático. También si un incendio es de los llamados de sexta generación, alimentados por el aumento de temperaturas y las condiciones de sequía extrema, un nuevo tipo de fuegos nunca vistos hasta ahora y que son provocados por el cambio climático. Estos incendios generan su propio tiempo atmosférico: dentro de ellos se forman nubes e incluso tornados.
—Varios países también han empezado a sufrir este tipo de incendios.
—Sí, aunque lo que más nos está afectando y afectará son las olas de calor. Por ejemplo, se prevé que en el Mediterráneo vayan en aumento un nuevo tipo de huracanes, los medicanes, así como fenómenos como la gota fría. También será cada vez más habitual superar los 40 grados en grandes ciudades. El cambio climático ha llegado a tu barrio. Ya no es aquello del oso polar al que se le está acabando el hielo.
—En los últimos tres años, hemos oído a numerosos expertos alertar de que, debido al cambio climático, cada vez serán más frecuentes pandemias como la de la covid. ¿Qué relación hay?
—Diversos factores vinculan ambas cosas. Una es el avance de la humanidad, que deja sin hábitat a los animales salvajes. Al principio, las epidemias aparecían en zonas de África donde los habitantes estaban en contacto con los animales salvajes, como los monos, que cazaban. Así ocurrió, por ejemplo, con el sida y el ébola.
“La última pandemia apareció en China y tiene que ver con los murciélagos. Ahora se están siguiendo a murciélagos más grandes, los de la fruta. Cuando los bosques desparecen, los animales se mueven hacia las ciudades para encontrar alimento. En algunos municipios de Australia, como Hendra, ya se ha descubierto un virus que lleva el nombre de la ciudad, virus Hendra. Pasa de los murciélagos a los caballos y les produce una encefalitis, y de los caballos a las personas con una mortalidad del 70 %. Aún no hay transmisión persona a persona, pero cuando la haya, tendremos seguramente una pandemia”.
—A eso se suma el aumento de temperaturas…
—Que favorece no sólo la expansión de los mosquitos, sino que vivan más tiempo y se reproduzcan más. Se espera que haya casos de malaria y paludismo en más regiones del mundo, y que enfermedades como el dengue, la fiebre amarilla u otras lleguen a zonas donde hasta ahora no eran endémicas. El aumento de temperaturas también está provocando que el permafrost y los glaciares se derritan. Cuando eso pasa, se desentierran cuerpos de animales y humanos que pueden portar virus, como el de la viruela, para el que ya no estamos vacunados y que pueden provocar una epidemia.
—La gran pandemia que esperaban los expertos era la de algún tipo de gripe.
—Es la que tenemos más establecida y sabemos cómo pasará: un ave acuática se va a infectar por un virus de la gripe, que saltará a un cerdo en un corral y se mezclará con un virus de la gripe humana en el cuidador de esos cerdos. Eso ocurrirá en Tailandia, o en China o en algún sitio con muchas granjas y entonces comenzará la pandemia. Son virus muy potentes, muy contagiosos.
“De hecho no se sabe bien qué son los virus. Una teoría dice que las primeras células que murieron dejaron trozos de ADN y ARN sueltos, y de golpe, uno de ellos, probablemente de ARN, adquirió una función enzimática, que le ayudó a infectar otra célula y a multiplicarse. De manera que, incluso antes de que existieran organismos con múltiples células, ya había virus. No es de extrañar que vayamos hacia un mundo en donde los microbios tengan la última palabra y nosotros desaparezcamos y ellos sigan infectando todo lo que pillen”.
—Resulta aterrador…
—Yo no quiero pensar mucho en ello, porque cuando lo hago, tengo pesadillas.
—El cambio climático también tiene que ver con la pobreza, como subrayas en el libro.
—Como dice Jane Goodall, el cambio climático tiene que ver con la justicia. No sólo hay que acabar con el cambio climático porque la física afecta a la Tierra, sino porque genera cada vez más inequidad. Si pensamos en las pandemias, por ejemplo, la del coronavirus, ha conseguido que los países en África que llevaban un tiempo con un producto interior bruto positivo, ahora sea negativo de nuevo. Una pandemia puede destruir una economía, sobre todo la de países en vías de desarrollo. Y luego está la regla tan curiosa del cambio climático, que consiste en que quienes menos hacen para producirlo, son los que más sufren sus consecuencias.
—En este sentido, en la última conferencia sobre cambio climático celebrada en Egipto los estados han acordado, precisamente por primera, vez un fondo europeo para sufragar las consecuencias de esa regla.
—Europa ha llegado a un acuerdo para pagar los estragos que produce el cambio climático en África y otras regiones, esperemos que Estados Unidos se apunte. En Pakistán, por ejemplo, más de la mitad del país está afectada por inundaciones, mientras que el país es responsable de un 1 % del cambio climático. ¿Quiénes tienen que pagar por eso? Los países productores de petróleo son los que deberían hacerlo porque son los que lo generan. Y si vamos a nivel de población, sucede lo mismo, los niños pequeños y los ancianos, quienes menos producen cambio climático, son los dos grupos de población más vulnerables a las olas de calor.
—¿Por qué hemos tardado tanto en actuar y ahora lo hacemos de puntillas?
—Es una pena que el CO2 sea un gas transparente, porque de otra forma podríamos ver el manto negro encima de nosotros y eso nos daría una idea de la magnitud del problema que tenemos. Aunque, bien mirado, si fuera de color, no podríamos ni ver a las personas que hay con nosotros en una habitación. En los años ochenta se publicaron los primeros artículos científicos en la revista Science por parte de un científico de la NASA que estudiaba la atmósfera de Venus y se dio cuenta de que los cambios de temperatura que estaban ya sucediendo en la Tierra, salvando las distancias, podían ser similares a lo que ocurrió en el planeta vecino al principio y que lo convirtió en un mundo muy hostil, sin posibilidad de albergar vida.
“Este científico publicó modelos matemáticos y los sacó a la calle alertando de que el cambio climático ya estaba aquí. Alcanzó la portada del New York Times, incluso le invitaron a hablar en el Congreso. Entonces la gente empezó a asustarse. Hace 40 años ya se consideraba el cambio climático un problema enorme. Pues bien, a este señor lo censuran, lo silencian, le impiden que use el nombre de la NASA cuando da sus conferencias, le amenazan de muerte, lo que también le ocurre a muchos periodistas que trabajan en temas de cambio climático en países como México, Rusia, Arabia Saudí, que son productores de petróleo”.
—También Estados Unidos.
—Aquí ha ocurrido que las compañías del petróleo contrataron a las agencias de marketing de las tabacaleras para crear el mismo tipo de propaganda y sembrar duda sobre si lo que decían los científicos era o no verdad. Seguramente, uno de los mayores ataques contra la ciencia del cambio climático es decir que no hay consenso científico. En este sentido, fíjate que fueron las mismas compañías de petróleo las que inventaron el concepto ‘huella de carbono’ para hacer que los ciudadanos pensaran que tienen una responsabilidad sobre cómo mejorar el cambio climático, cuando en realidad no es así.
—¿No somos corresponsables?
—Como dice un periodista del New York Times, Thomas Friedman, “no hay que cambiar las bombillas, sino a los líderes”. Nosotros no podemos hacer nada. Si en el sur de España se alcanzan 50 grados y hay una sequía enorme, no podemos arreglarlo viajando allí con maletas cargadas de lluvia. Esto lo tienen que arreglar los gobiernos y las compañías de petróleo.
—Eres de Asturias, con tradición minera del carbón, y has pasado tu vida adulta en Houston, que una de las capitales del petróleo, donde, como cuentas en el libro, la ciudadanía tiene peor salud que en el resto de Estados Unidos.
—Cuando llegamos a Houston, me percaté de que todos los edificios de los hospitales llevaban el nombre de donantes relacionados con el petróleo. Vivimos en una ciudad que está envuelta en el petróleo, en la que hay 13 refinerías, pozos de petróleo en la playa de Galveston, y un oleoducto une directamente Houston y Nueva York. Disfrutamos de la gasolina más barata del mundo. A cambio aquí los casos de cáncer se disparan, igual que ocurre en el sur de Andalucía con las petroquímicas.
—El libro no es apto para ecoansiosos. No dejas ni un resquicio a la esperanza.
—El último que cierre la puerta y apague la luz.
—Pero ¿podemos realmente hacer algo o hemos llegado demasiado tarde?
—Sí que podemos: yo he escrito este libro y tú ahora me estás haciendo una entrevista. Es importante continuar concienciando. Para empezar, tenemos que hablar en los términos en los que lo hace Greta Thunberg: dejar de usar cambio climático, para referirnos a la situación como crisis climática, porque la palabra crisis le da un sentido de urgencia.
“Y además de la divulgación, es crucial nuestro voto. Tenemos que empezar a votar a partidos que se toman en serio dentro de sus programas la crisis climática. En Estados Unidos, los partidos, por ejemplo, le ponen barreras constantemente. Obama, sin ir más lejos, perforó la tierra buscando petróleo más que ningún otro presidente antes que él y Biden está haciendo lo mismo. América funciona por el petróleo. Votar es la única manera de cambiar eso, hay que intentar que los líderes políticos dejen de dar subsidios al petróleo y aumenten las inversiones en energías verdes. Hasta que no digamos que no queremos más petróleo y nos movamos hacia un mundo de energías más limpias y ético, no mejoraremos el problema”.