Diciembre, 2022
El pasado 30 de noviembre, a la edad de 99 años, el maestro Federico Silva partió de este mundo. Con su muerte, México ha perdido a uno de sus grandes referentes del arte contemporáneo, a un artista inquieto —reconocido por su constante búsqueda de la renovación estética—, pero, también, a un artista de convicciones ideológicas inamovibles, las cuales, por supuesto, están presentes en su extensa producción. Como lo apuntó, en la ceremonia de despedida, el crítico de arte Luis Ignacio Sainz: “Con él no se puede estar de luto. Es uno de los espíritus más libres, más entrañables de nuestra historia plástica. Es un hombre que fatigó todas las técnicas, las visitó casi hasta hartarse”. Hombre generoso, siempre afable, sirvan estas líneas a manera de despedida y homenaje…
I
Todos estábamos sorprendidos por la respuesta de la población.
La sociedad de Matamoros había respondido con creces al llamado de las autoridades, y poco a poco, mientras caía la tarde, había ido llegando hasta convertirse en una multitud. Rostros de curiosidad se mezclaban con caras de alegría, con pechos erguidos llenos de dignidad.
Era un martes de septiembre, y el sol seco, ardiente, cedía a una noche fresca, siempre bienvenida en estos estados calientes.
Miré alrededor.
Unas nutridas nubes intentaban cubrir el cielo, mientras pequeñas parvadas de aves lo cruzaban. Había unos cuantos niños corriendo. Había soldados resguardando los alrededores. Las luces de algunas patrullas rellenaban la semioscuridad de la tarde. Un carrito de raspados cruzaba la avenida. Un presidente municipal daba la bienvenida. Funcionarios públicos saludaban. Un artista plástico ponía su mejor sonrisa. Por aquí y por allá reporteros y fotógrafos se arremolinaban… Y, en medio de todo aquella escena, casi como si hubiera brotado de la propia tierra, una escultura se erguía, en todo su esplendor, en la plaza contigua al Puente Internacional Puerta México…
Estábamos todos ahí por ella, por esa escultura monumental, cuyo autor, el maestro Federico Silva, había bautizado Principio, y que en un gesto único —característico siempre en él— había donado a la ciudad de Tamaulipas.
Alguien dijo entre la muchedumbre de la calle: “¡Qué linda está!”.
Alguien más añadió: “Esperemos que esto sea el comienzo de algo diferente”.
Era evidente que la expresión se trataba de un anhelo general, que era el de ver a este estado de la República —a su ciudad—, por fin, ya, en santa paz… Sí: era 2011 y los vientos de cambio soplaban entonces en Tamaulipas. Eran ligeros, pero se sentían en el ambiente.
II
Como ocurre casi siempre en estos casos, las cosas que no se ven suelen ser tan importantes como las que están a la vista…
Los vientos de cambio no habían llegado solos a Tamaulipas sino, más bien, habían sido la suma de muchas voluntades; entre éstas, la de los propios artistas. Por ejemplo: la del don Sergio Cárdenas, quien por entonces se había incorporado al Festival Internacional Tamaulipas y Proyectos Especiales (en calidad de director artístico). Por ejemplo: la de don Federico Silva, quien con su gesto de donar su pieza escultórica había dado otro paso más en aras de esa transformación que ha emanado siempre desde el ámbito cultural. Como él mismo me contó una horas antes de que fuera inaugurada-develada su obra monumental en Matamoros:
—Mire, y lo digo aunque parezca una frase política en desuso, mi preocupación, el centro neurálgico de mi trabajo, siempre ha sido México; lo que realmente busco es México. Es lo que me mueve; es lo que me provoca. Así ha sido siempre. Por eso una obra como ésta (que he donado con amor a Tamaulipas), tiene ese sentido. Es una obra, y aunque parezca una frase de época de elecciones, patriótica: tiene una raíz, la raíz de lo que somos, nuestro origen precolombino, la fuerza de los trazos y los volúmenes, de la pasión de este arte llamado escultura. Es una pieza con su drama y con su ironía…
Aquí le interrumpí: supongo que también puede entenderse como el ‘principio’ del cambio: ya social, ya político, ya cultural…
—Sí, ésa es una posible lectura —me dijo el maestro Silva al cabo de unos segundos—. Se llama Principio, porque representa el origen de todo… ¡No! ¡El origen bíblico, desde luego, ja-ja! Así que sí, puede ser vista también como el principio de un cambio. Asimismo, tiene que ver con un germen moral; es decir, el cumplimiento con un deber en un momento trágico y crítico para México. Y no sé si debamos hablar de esto, tratándose del arte. Pero ésa es muchas veces la motivación de las cosas…
El maestro entonces hizo una pausa, meditando. Parecía pensar en voz alta:
—El artista tiene que estar dentro de la realidad, y es que, si no, deja de ser artista y se vuelve sólo un mercader —dijo como hablando para sí, y posó su mirada en un punto indefinido del lugar—; me refiero a un mercader que simple y sencillamente sabe que los colores que le gustan a su gente es el rosa con azul con un poco de verde…
—No quiero llevarle la contraria, maestro, pero parece que el culto al dinero está más vigente que nunca en estos tiempos —le dije.
—No me lleva en lo absoluto la contraria. Coincido con usted. Es una desgracia en los procesos culturales. Hoy, toda actividad está contaminada por la idea de ser famosos, de ser entrevistados en la televisión, de ganar mucho dinero, vender en dólares, de ser reconocido en el extranjero… Así las cosas, la misión, digamos, verdadera del artista, que es enfrentarse a su conflicto de vida, al conflicto de su entorno, del mundo en el que le ha tocado vivir, desaparece por completo. El arte no puede ser mercantil. Es, en ese sentido, una suerte de religión que tiene que conservar su pureza… No sé si me comprende…
—Sí-sí, le comprendo. Pero aquí entra esa pregunta eterna: ¿para qué sirve el arte? ¿Hay que buscarle alguna función…?
—Pues, mire, en términos utilitarios el arte no sirve para nada. Ésa es la verdad. Es un instrumento que ahí está, que es una constancia, un testimonio de la época, es un testimonio de la verdad del artista, de su compromiso con la vida y con lo que ocurre. Y nada más. Es cierto: su lenguaje es un lenguaje muy complicado. Con esta deformación de la cultura, hoy la gente se acerca a ver cuadros por los que siente complacencia, pero si no lo entiende, o nada más lo medio entiende, lo rechaza… Eso es terrible.
—Me parece que todo lo quiere ya digerido, ¿no es así?
—Exacto. Y mejor aclarar: el lenguaje de la pintura, sobre todo de la pintura, es un lenguaje oscuro, oculto… Es un lenguaje cargado de emoción, de sueños. Hablo del artista que trabaja no para complacer, sino trabaja para sí, para hacer pensar a la gente, con su carga interna, con lo que es, y con lo que ha sido, y con lo que quiere seguir siendo. Así que es un proceso crítico, autocrítico y de perseverancia. El arte es trabajo; pero, además, parte de lo que mueve al artista para perseverarse en su esfuerzo, que es la insatisfacción… Nunca se está contento con lo que se ha hecho. Al final, siempre se espera una obra para mañana que sea mejor…
III
Aquella tarde-noche de septiembre, el director de orquesta Sergio Cárdenas —como director artístico en ese momento del Festival Internacional Tamaulipas— le dedicó algunas líneas a don Federico Silva. Entre otras cosas, dijo:
“A lo largo de su fructífera trayectoria, desde sus inicios certeros al lado de David Alfaro Siqueiros, Federico Silva ha escudriñado la esencia del alma mexicana. Lo ha hecho con la veracidad y honestidad que refleja en cada una de sus creaciones. Lo ha hecho adentrándose en cuanta nueva aportación técnica hecha a las artes visuales esté disponible. Ha incursionado en la escultura móvil, en la pintura digital, en la encáustica, en el dibujo, en la pintura al óleo, en las creaciones interdisciplinarias. Desde el para mí más que afortunado encuentro con él, en todo momento, bajo cualquier circunstancia, las acciones de Federico Silva han demostrado su acendrado nacionalismo, no el nacionalismo sentimentaloide casi de tarjeta postal, sino el nacionalismo que en los ámbitos de la responsabilidad, la conciencia y la libertad, es crítico, proactivo, constructivo, incorrupto”.
IV
Incansable en la búsqueda de nuevos lenguajes de expresión, la obra y trayectoria del maestro Federico Silva va de la pintura mural y de caballete a la escultura pública y monumental, pasando por la gráfica digital.
En algún momento de nuestra charla, le comenté, como de pasada: a lo largo de su vida, maestro, se ha valido de una imperiosa curiosidad creativa para proponer nuevas visiones estéticas y lenguajes, ¿fue eso lo que le llevó en los últimos años a la gráfica digital?
—Sí —me dijo—, todo nace de esa curiosidad por explorar nuevas herramientas… Este impulso lo he tenido de siempre, y espero que no se vaya nunca; sin embargo, en mis inicios lo reforcé gracias a mi cercanía con Siqueiros: él era un artista muy inquieto en la búsqueda de nuevos materiales. Él descubrió y popularizó, primero, el duco; después, el acrílico. Entonces, es una voluntad de buscar caminos en la técnica y descubrir horizontes nuevos… Hoy no podemos ser ajenos al gran desarrollo tecnológico y a lo que nos proporcionan todos los elementos cibernéticos para explorar formas originales, y desde luego nuevas.
—Hoy, en su trabajo escultórico y pictórico, ¿a qué le da más importancia?
—Mire, de entrada hay que decir que son dos artes diferentes. Su destino es distinto también. Para mí, la pintura es un arte de la intimidad. Es un lenguaje críptico, difícil de penetrar en él, pero profundo y perdurable, cuyo mensaje, cuya virtud, se va descubriendo (si es verdadero) con los años… La escultura es un arte del sol, y de la luz, y de la lluvia: un arte de la calle. Debe tener peso, estar hecho con materiales poderosos, como la piedra, por ejemplo. Así que plantean problemas totalmente distintos; pero, a final de cuentas, se acompañan en el artista, en su búsqueda… Es sano, divertido, e implica una especie de descanso, pasar de una actividad a otra, con lo que conlleva; o sea: una preocupación de trabajo, técnica, material. En fin, la escultura requiere, con mucha frecuencia, del apoyo y ayuda de personas que se sumen a la labor… En la pintura, no: uno puede estar trabajando solo todo el tiempo…
—Me intriga una cosa —le dije entonces—: ¿dónde se sienten más cómodas sus esculturas: dentro del museo o fuera de ahí, en los espacios públicos?
—Cada una se acomoda a su gusto —me dijo el maestro Silva, y rio complacido—. La verdad es que hago las cosas que hago nada más porque quiero. Así que si resulta una obra monumental y puede salir a luz pública, qué bueno… Me gusta compartir mi trabajo y también verlo como un espectador ajeno, pues ya no me pertenece desde el momento en que lo entrego. Está fuera y se defenderá por sí sola. Que cumpla su función… Que Dios la proteja.
V
El pasado 30 de noviembre, a la edad de 99 años, el maestro Federico Silva partió de este mundo. Con su muerte, México ha perdido a uno de sus grandes referentes del arte contemporáneo, a un artista inquieto —reconocido por su constante búsqueda de la renovación estética—, pero, también, a un artista de convicciones ideológicas inamovibles, las cuales, por supuesto, están presentes en su extensa producción.
Como él mismo lo apuntó el año pasado (2021), en un mensaje con motivo de la inauguración de la exposición Federico Silva: Al Alba de 100 Años:
“El arte es un humanismo y puede perdurar porque contiene el poder del hombre revelado por su obra. El arte expresa su momento histórico y el artista no puede sustraerse de los acontecimientos de la historia.
“Su fuerza, cuando es auténtico, viene del pueblo, de la tradición y la esperanza, no de la fuerza del mercado. En cada artista se resume una época; en sus creaciones están impresos el ascenso y la declinación de su tiempo, es un actor en el escenario de su momento”.
Como último acto de rebeldía (desobediencia) (inconformismo), el maestro falleció a sólo unas horas de presentar su retrospectiva —Federico Silva, lucha y fraternidad / El triunfo de la rebeldía— en el Palacio de Bellas Artes, en donde también fue despedido con una ceremonia de cuerpo presente, durante la inauguración de la misma.
“Parece una paradoja el hecho de que aquí nos reuniera Federico Silva para conocer esta magnífica exposición”, dijo la secretaria de Cultura federal, Alejandra Frausto, durante el homenaje. Y añadió: “Aquí estamos, maestro Silva; lo que nos sucedió esta noche a todos fue motivo de azoro, porque pensábamos entrar por esta puerta caminando para inaugurar esta exposición… Este es un acto de plena soberanía de Federico Silva, de una rebeldía totalmente congruente en la vida y en la muerte. Él, consciente de las culturas y las raíces de este país, entendió siempre muy bien la dualidad: la vida y la muerte nunca se separan, y quizá nos quiso dejar esa lección hoy”.
En su oportunidad, el crítico de arte Luis Ignacio Sainz Chávez comentó: “Una vez más nos reúne Federico de manera exótica y no lo hace porque estemos de luto, porque con él no se puede estar de luto. Es uno de los espíritus más libres, más entrañables de nuestra historia plástica. Es un hombre que fatigó todas las técnicas, las visitó casi hasta hartarse y tiene un lento, sinuoso y muy nutriente camino hacia la tridimensión, hacia la escultura, fatiga los lienzos, agota los cánones de la Escuela Mexicana de Pintura con la que rompe en las formas, pero jamás rompe en los contenidos, siempre conserva esos gritos de independencia con esos ecos sociales que lo alimentan en cada momento”.
Para Federico Silva la destrucción, física o metafórica, fue la fuerza que paradójicamente posibilitó su creación. Si bien ésta permitió la renovación constante de su lenguaje estético, también dificultó el estudio y la difusión de su trabajo, en específico de las etapas más tempranas de su obra.
Precisamente ése es uno de los objetivos de la exposición Federico Silva, lucha y fraternidad / El triunfo de la rebeldía: se trata de una retrospectiva para rememorar al pintor y escultor, quien es clave para entender el desarrollo del arte en México en el siglo XX. Es, también, una revisión histórica de su obra producida a lo largo de casi ocho décadas. Poseedor de una vitalidad inigualable y de un lenguaje múltiple, la muestra reúne como pocas veces todas las etapas del maestro: consta de más de 150 piezas, entre las que se encuentran pinturas, estudios murales, gráfica, esculturas, aparatos cinéticos, películas y proyectos editoriales. (Estará abierta al público en las salas Nacional y Diego Rivera, en el segundo piso del Palacio de Bellas Artes, hasta marzo de 2023).
VI
Federico Silva nació en la Ciudad de México el 16 de septiembre de 1923. Estudió medicina, veterinaria, antropología y derecho, pero, al final, se decantó por el arte como medio de vida. Su aprendizaje fue autodidacta a través de la consulta en libros de las técnicas de encáustica, frescos y temple.
Desde niño también le interesó el dibujo. En su libro Dos x tres, editado por la Dirección de Literatura de la UNAM, apunta de manera autobiográfica anécdotas y recuerdos, entre ellos, el inicio de su temprana afición por la escultura al labrar cabezas de animales en las suelas de sus zapatos. Ahí describe también que cuando comenzó a dibujar “el lápiz se convertía en un instrumento complejo, de acercamiento a la realidad y de valoración autocrítica. Ya no veía las cosas de la misma manera, los contornos de los cerros, de los árboles, de las piedras tenían ya significados”.
Cuando conoció a David Alfaro Siqueiros, él —es decir, Siqueiros— lo invitó a colaborar y uno de los primeros trabajos que hizo fue el mural Nueva democracia, que se encuentra en el Palacio de Bellas Artes. Su relación con Siqueiros lo llevó hacia otros artistas, como Diego Rivera, Leopoldo Méndez, Pablo O’Higgins o el escritor José Revueltas, todos ellos influyeron en su formación artística.
Al principio de su trayectoria elaboró murales y pintura de caballete. Sin embargo, dueño de una gran inquietud creativa, buscó otros lenguajes, dedicándose a la escultura con madera, aluminio, acero, cemento, fierro y piedra. Experimentó además el arte cinético, en donde realizó objetos “solares” con prismas, lentes de fresnel, espejos, imanes, rayos láser y diferentes cuerpos suspendidos en el espacio. Con el cambio de siglo, incursionó en la gráfica digital.
Entre sus contribuciones más importantes, Federico Silva impulsó en 1977 la creación del espacio escultórico de la UNAM, donde participaron Mathias Goeritz, Manuel Felguérez, Helen Escobedo, Sebastián y Hersúa.
En 1995, se le otorgó el Premio Nacional de Ciencias y Artes. El estado de San Luis Potosí, por otra parte, ofreció un homenaje a su brillante carrera en 2003, cuando se creó el Museo de Cultura Contemporánea “Federico Silva”, que se sitúa en el jardín de San Juan de Dios en el Centro Histórico de dicha capital.
Entre sus obras se encuentran Fuente solar en Michoacán; Alux de la muerte en la Plaza de las Tres Culturas; Canto a un dios mineral en el Palacio de Minería; Vigilante, obra dedicada al satélite Morelos; Espacio matemático en la Facultad de Ingeniería de la UNAM; el mural Huites en Sinaloa; Pájaro C, Serpientes del Pedregal y varios monumentos ubicados en Aguascalientes, Puebla y Tlaxcala. Algunas de sus obras se encuentran en España, Estados Unidos, Francia, Suecia, Japón y Jamaica.
A lo largo de su vida, el maestro Federico Silva tuvo una imperiosa curiosidad creativa para proponer nuevas visiones estéticas: no hubo material que no conociera, no hubo técnica que no explorara.
Por otra parte, nunca dejó de reflexionar, analizar y profundizar sobre el sentido del arte y el artista en la sociedad. En su discurso de ingreso a la Academia de Artes de México, en 1993, apuntó:
“El arte, para tener un lugar en el mundo tiene que ser prospectivo, mirar al futuro, inventar; pero sin confundirse con otros, el de Francia, el de los Estados Unidos o el de Argentina. No puede ser internacional (como un hotel), porque ni sería vanguardia, ni sería mexicano. La invención no significa abjurar de la nacionalidad”.
En otra ocasión, dijo:
“El neoliberalismo es en la práctica un arte público enajenante, una acción sin teoría ni doctrina. El único modelo para un arte propio es mirar el mundo desde México, sin dejar de pisar tierra… Si el arte se desentiende de lo que somos, de lo que queremos ser desde nuestra diversidad social, se habrá de contribuir al caos”.
Al final, seguirán resonando estas palabras del maestro por mucho tiempo: “El arte estará vivo mientras dialogue permanentemente con la sociedad”.