Diciembre, 2022
El muralista mexicano Rafael Cauduro ha partido de esta tierra el pasado sábado 3 de diciembre, a los 72 años. El artista plástico estaba enfermo y permanecía alejado de la escena pública. “Informamos con gran tristeza que el gran artista plástico y muralista mexicano Rafael Cauduro ha fallecido. Agradecemos las condolencias y muestras de cariño hacia la familia y a sus hijas, Elena y Juliana”, fue el breve mensaje publicado en las cuentas oficiales del pintor. Arturo Zaldívar, presidente de la Suprema Corte de Justicia de la Nación (SCJN), se sumó a las condolencias con un breve mensaje por Twitter: “Lamento profundamente el fallecimiento del gran Rafael Cauduro. Una enorme pérdida para el arte de México. Su mural en la SCJN será un grito permanente en contra de las injusticias”. La obra del maestro Cauduro, mucha de ella con gran carga social, rayaba en la perfección, como lo es, por ejemplo, Un clamor por la justicia. Siete crímenes mayores, un mural que ocupa tres pisos del edificio de la Suprema Corte. Nacido el 18 de abril de 1950, cuando cumplió siete décadas de vida, en 2020, la agencia Notimex en su sección cultural lo celebró con la pluma experta de uno de los mayores críticos de arte del país. A manera de homenaje, con autorización recuperamos el texto de Luis Ignacio Sáinz.
Las siete décadas de Rafael Cauduro
Luis Ignacio Sáinz
I
No le gusta ese término de hiperrealismo porque ve más su trabajo como una realidad y ficción que conviven, una especie de realismo mágico. A la fecha no ha querido definirlo con un título. Cuando representa a una figura humana en una de sus obras no implica que sea la realidad sino la huella, un fantasma que pudo haber quedado en ese momento.
Contrario a lo que muchos piensan, Cauduro encuentra vida en el paso del tiempo, los objetos que muchos considerarían deteriorados, inservibles o basura, porque tienen la huella del tiempo, él los rescata y los revaloriza cuando los trabaja.
⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀Liliana Pérez Cano, representante de Rafael Cauduro [1].
II
Rafael Cauduro es un pintor constructivo, hacedor en el sentido lato del término. En su obra pululan volumetrías cercanas a la arquitectura y el diseño industrial, esos conocimientos aplicados que adquiriera a su paso por la Universidad Iberoamericana. Como suele ocurrir si le han servido para algo, no para construir sino, justo, para deconstruir. Muros descarapelados que muestran impúdicos sus vísceras, con una objetividad irritante, dolorosa, como si de tortura se tratara. Suerte de taxidermia que se apodera también de esa red de instalaciones eléctricas y ductos sanitarios, donde se perciben las juntas de los materiales empleados en las mamposterías, escenarios antes luminosos que fueron perdiendo brillo, paulatinamente, por el desgaste del uso y el abuso, el abandono, el triunfo de la incuria del tiempo, despellejados como si fuesen cueros cabelludos, trofeos en honor de Xipe Tótec.
Devastación de la comodidad propia de las buenas conciencias, la que se empeña con el placer de la maldad en desarmar las piezas de una composición convencional para, al desnudarla, exhibir sus límites, y redimirla sólo en la medida en que sus imperfecciones la humanizan. Las materias primas y los espíritus que en ellas se refugian son verosímiles en el fracaso, en la confusión de sus señas de identidad, en el desgaste y la erosión de su ser y sus apariencias.
¿Hasta dónde suele confundirse, en el caso de este artista, el oficio de su pintura, su estilo, con las estructuras narrativas, la polisemia de su composición?
Confusión o distorsión lo mismo da, pero sí pareciera que el discurso iconográfico de Cauduro concita envidias e incomprensiones con largueza en una circunstancia que tiene décadas privilegiando la abstracción y últimamente el instalacionismo, el arte objeto y lo conceptual. Situación comprensible a todas luces, pues en el momento en que el muralismo pasó de ejercer el poder de los muros, con su crítica social y sus corolarios de justicia, libertad y bienestar, el Estado y sus instituciones recordaron que, paradoja de paradojas, los artistas eran convidados de piedra al banquete de la evangelización plástica, mientras que la propiedad y el control de los muros correspondía al poder y sus usufructuarios, los políticos. Tránsito, pues, del poder de los muros a los muros del poder.
Entonces, se volvió incómodo y hasta trasnochado el realismo de la Escuela Mexicana de Pintura. Sus impugnadores y sucesores, pertenecientes a una generación que ya no intervino en el movimiento armado, carentes de ideología política los más y deslavados en sus convicciones el resto, resultaron como mandados a hacer, pues no polemizaban con un régimen que había renunciado a cumplir los postulados de la Revolución y que, en consecuencia, se beneficiaban de una concepción abstracta del arte, desdeñosa de lo real.
III
Siempre habrá excepciones, pero en términos generales esa era la lógica de los acontecimientos. Y quienes heredaron los privilegios del pasado no estaban dispuestos a conceder favor y reconocimiento a sus críticos y/o disidentes. La divisa del chihuahuense Siqueiros ―originario de Santa Rosalía, actualmente Ciudad Camargo― sigue vigente: “No hay más ruta que la nuestra” [2]. Algunos miembros de eso que se ha dado en llamar la generación de La Ruptura conservan esta misma visión fundamentalista y excluyente.
A Rafael Cauduro le ha pesado el silencio ominoso de quienes no comparten sus convicciones plásticas, que no lo critican a cielo abierto, pero sí lo niegan en los hechos de los honores gubernamentales y sus financiamientos, así como enturbian su visibilidad en ciertos medios de comunicación y lo desestiman ante determinados analistas o expertos. Este amante de la corrosión y el óxido, síntomas del deterioro en la historia, lo ha sobrellevado con inteligencia y éxito rotundo, pésele a quien le pese. Y eso que ocurre en la geografía de su fábrica estética, me recuerda a Jorge Cuesta cuando se pregunta si el manco de la “Trinidad Muralística”, José Clemente Orozco (1883-1949), es clásico o romántico:
Es rara la pintura que me da, como ésta, la impresión de estar a la intemperie; de no tener más atmósfera que la que el espectador respira; de no alumbrarse con una luz ideal, sino con el fenómeno de la luz; de resentir la noche, el calor, la sequedad, el frío, que la envuelven. No es difícil advertir las causas de tal impresión: los movimientos de la pintura que, en vez de terminarse en el seno de su composición idónea, penetran en la realidad de la pintura o son resultados de ella. Es como si la pintura estuviera presente a la pintura con todos sus elementos reales; como si estuviera desollada y viva, contemplando el trabajo de sus entrañas espasmódicas; viéndose latir el corazón, viéndose circular la sangre, viéndose hincharse y deshincharse los pulmones[3].
IV
Casualidad o perversión, ambos creadores de pungentes y desgarradoras obras cohabitan y quizá dialoguen en los muros del edificio sede de la Suprema Corte de Justicia de la Nación, proyecto del arquitecto Antonio Muñoz García (elaborado de 1936 a 1941) en lo que fuera el mercado en la Plaza del Volador: Las riquezas nacionales, La justicia, dividido entre los muros norte y sur, y La lucha de los trabajadores, aprovechando el vestíbulo principal (1941) y La historia de la justicia en México o Siete crímenes más uno: Tzompantli, Procesos viciados, Violación, Homicidio, Tortura, Secuestro, Hacinamiento y Represión, distribuidos en los tres niveles de la escalera (2010). A lenguajes tan disímbolos los vertebra una cualidad: la elocuencia de la denuncia[4], que estigmatiza las prácticas venales de buena parte de los tribunales y jueces mexicanos. Transformar nuestra convivencia social en un auténtico Estado de derecho continúa siendo una asignatura pendiente.
Me detengo en esta aportación de Rafael Cauduro por varios motivos: la considero la más lograda creación de su entera producción y trayectoria; la factura de la composición es impecable en su doble condición de pintura y concepto; la escasez de piezas de su autoría en colecciones de museos y galerías, públicas y privadas, se subsana en parte por el acceso abierto a su mural; y, por si no fuera suficiente, la claridad expresiva de la denuncia visual es arrolladora, carente de límites o frenos desnuda la violencia y la corrupción imperantes.
Su incursión en las paredes de la Corte mexicana[5] representó un reto enorme, pues compartir escenario con el creador de los frescos del Hospicio Cabañas no es poca cosa, si la obra en diseño conceptual y aplicación material no estuviera mínimamente a la altura de Orozco quedaría barrida visualmente. Hacerlo con sensatez, obedeciendo las fortalezas de su vocabulario pictórico probadas en mil y una batallas, convidar al espectador una lectura-mirada contemporáneas de los atentados a la justicia, hacerlo con crudeza semejante a la de los delitos que se impugnan sin sucumbir a la tentación de la morbosidad, materializar una lógica innovadora del espacio transitable, y trascender su propio oficio en su precisión formal para eludir la seducción manierista, salvaguardando la crítica frontal al crimen y al delito, así como a los pecados mortales de quienes deben procurarnos seguridad, ecuanimidad, probidad y apego a la legalidad, merece una justipreciación sin cortapisas ni mezquindades.
V
Ha comparecido en pie de igualdad. Repito sin pudor: Es como si la pintura estuviera presente a la pintura con todos sus elementos reales; como si estuviera desollada y viva, contemplando el trabajo de sus entrañas espasmódicas; viéndose latir el corazón, viéndose circular la sangre, viéndose hincharse y deshincharse los pulmones.
VI
[1] Niza Rivera: “En la mente de Cauduro”, [entrevista al pintor con la participación de su asistente Gabriela Cavazos y su representante Liliana Pérez Cano], en Proceso número 2207, 17 de febrero de 2019. [2] Obra de David Alfaro Siqueiros intitulada así: No hay más ruta que la nuestra. Importancia nacional e internacional de la pintura mexicana moderna. El primer brote de reforma profunda de las artes plásticas del mundo contemporáneo (recopilación de diez artículos publicados por su autor en las revistas Hoy y Mañana y dos en el diario El Nacional), México, Talleres Gráficos de la Secretaría de Educación Pública, número 1, 1945. [3] “José Clemente Orozco, ¿clásico o romántico?”, en Jorge Cuesta: Poemas y Ensayos, tomo III, Ensayos 2, prólogo de Luis Mario Schneider, recopilación y notas de Miguel Capistrán y Luis Mario Schneider, Universidad Nacional Autónoma de México, 1978, páginas 406-415. Los propios compiladores desconocen el medio en que se publicara este brillantísimo texto, uno de muchos dedicado al oriundo de Zapotlán, Jalisco, y entre comillas al final del mismo incorporan la duda: “¿Inédito?” La cita corresponde a las páginas 413-414. [4] Todo lo demás que se ha incorporado en las últimas dos décadas no tiene razón de ser y evidencia la arbitrariedad de las decisiones en materia artística de algunas de nuestras autoridades. Las intervenciones de Héctor Cruz García, Génesis, el nacimiento de una nación (2000); Luis Nishizawa, La Justicia (2008); Ismael Ramos Huitrón, La búsqueda de la justicia (2008); y Leopoldo Flores, La Justicia, supremo poder (2008); Santiago Carbonell, Caminos de palabras y silencios, de hombres y mujeres, de recuerdos y de olvidos (2010); salen sobrando, ofenden la dignidad de la Corte mexicana, mancillan el concepto espacial de tan sólida y transparente arquitectura y evidencian una absoluta falta de comprensión y respeto por las características originales de un logradísimo proyecto inmobiliario como el del edificio sede del Poder Judicial de la Federación. [5] La trascendencia de los murales de José Clemente Orozco resulta incuestionable; pero, además, quienes lo acompañan desde la entrada en funcionamiento del edificio o un poco después, son creadores de primerísimo nivel. De modo que deben subrayarse la espectacular puerta broncínea (3.5 toneladas) de Eduardo Tamariz, espléndida suma de altorrelieves con la crónica de cuatro etapas de la historia patria: La Evangelización, La República Federalista, La Reforma y El México Moderno e Institucional, más sus logradas figuras de Ignacio L. Vallarta y Mariano Otero al ingreso del inmueble, donde también se ubica el mural de George Biddel: La guerra y la paz (1945); cerrando con Carlos Bracho y la estatua del yucateco Manuel Crescencio Rejón, creador del juicio de amparo (1952).Nota bene: todas la imágenes que ilustran este texto han sido tomadas del perfil de Facebook oficial del artista visual Rafael Cauduro.