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Realidad, ficción y carisma: el general Napoleón de nuevo a debate

Diciembre, 2023

Napoleón Bonaparte, general político decimonónico por excelencia, fue uno de los primeros fenómenos contemporáneos netamente europeos y su influjo incluso cruzó el Atlántico. La nueva película de Ridley Scott sobre él lo ha puesto de nuevo en el debate público. Napoleón ha llegado a los cines y todo el mundo habla de ella, pero no sólo por su epicidad y sus interpretaciones, sino también por sus (posibles) imprecisiones históricas. La recién estrenada cinta sobre el general nos hace preguntarnos qué tuvo el líder francés para arrastrar a tanta gente. Por otra parte, un filme histórico no tiene que responder a la realidad; además, ¿qué es realidad en la historia de Napoleón, si él controló muchos de sus relatos? De esto nos hablan, respectivamente, los historiadores Joan Tumblety y Alberto Cañas de Pablos en los siguientes textos.


La verdad que se esconde tras la última película de Ridley Scott

Joan Tumblety


Los directores de largometrajes históricos se enfrentan a una difícil tarea: ¿cómo hacer que los personajes resulten familiares para el público sin reducirlos a la caricatura? ¿Cómo pueden asegurarse de que saber el desenlace —batallas ganadas o perdidas, imperios construidos y luego arruinados— no haga que parezca que la historia se escribe sola?

El director Ridley Scott no es historiador, y su objetivo no es instruirnos sino entretenernos. Pero la cuestión de cuánto de verdad histórica hay en su cinta es interesante.

¿Quién es el “verdadero” Napoleón?

No es fácil conocer al “verdadero” Napoleón. Hay una versión reconocible de él: el general confiado y querido por sus tropas, el táctico e instintivo militar que podía funcionar casi sin energía durante días enteros, su mirada severa y algo petulante. Pero gran parte de esto es producto de capas de narración histórica, acumuladas por el trabajo de generaciones de artistas, periodistas y memorialistas, y, por supuesto, del propio Napoleón.

Por ejemplo, la espectacular película muda Napoleón (1927), de Abel Gance, narraba la vida y carrera de Napoleón hasta su partida como general militar para la campaña de Italia en 1796. En una escena, una fuerte nevada de invierno interrumpe las clases en el colegio militar al que asiste. Los chicos salen a jugar e inevitablemente empiezan a lanzarse bolas de nieve. La escena muestra a un jovencísimo Napoleón emergiendo como un comandante natural, dirigiendo el combate como si estuviera en el campo de batalla.

Sin embargo, la veracidad de este momento se basa principalmente en un único relato: las memorias de uno de los amigos de la infancia de Napoleón, Louis de Bourrienne, que asistió a la misma escuela. El autor fue más tarde empleado de Napoleón, quien lo despidió por malversación de fondos en 1802.

Muchos años después, en 1829, de Bourrienne escribió unas memorias con la esperanza de sacar provecho del apetito popular por relatos auténticos sobre el general. Lo que creemos saber del “verdadero” Napoleón se filtra a menudo a través de narraciones interesadas y parciales como ésta.

He aquí los hechos y las leyendas que se esconden tras algunas de las principales escenas de la nueva película biográfica sobre Napoleón de Ridley Scott.

Joaquin Phoenix interpreta a Napoleón. / Foto: Apple Studios.

¿Napoleón se coronó a sí mismo?

Napoleón hizo todo lo posible por crear una imagen de gobernante benigno y hombre del pueblo, a menudo recurriendo al talento de los artistas.

El más notorio fue Jacques-Louis David, a quien encargó una serie de grandes pinturas que representaban su coronación en la catedral de Notre Dame, París, en diciembre de 1804. En la más famosa vemos a Napoleón colocar una corona sobre la cabeza de la nueva emperatriz Josefina mientras un reticente papa Pío VII observa la escena.

En un asombroso acto de arrogancia, Napoleón ya había colocado una corona sobre su propia cabeza, aunque el óleo sólo lo muestra con hojas de laurel para destacar sus triunfos marciales. Lo que la película de Scott retrata es la magnificencia de los cuadros, que mostraban a Napoleón y a su emperatriz bajo una luz halagadora, más que la ceremonia de coronación en sí.

Su relación con Josefina

No cabe duda de que Napoleón sintió una profunda pasión por Marie Joséphe Rose de la Pagerie —conocida por él como Josephine—, con quien se casó en 1796, cuando su carrera militar estaba en ascenso. Sin embargo, su representación en la película de Ridley Scott como una joven seductora probablemente se basa más en el cliché sexista que en la indudable seguridad en sí misma que tenía Josefina.

Cuando se conocieron, ella era seis años mayor que Napoleón, viuda y madre de dos niños pequeños, y los sentimientos del joven general eran aparentemente más fuertes que los de ella. Mientras estaba en campaña, le escribía prácticamente todos los días. Su pluma a veces perforaba el pergamino, tal era la fuerza de sus emociones. Sin embargo, algunas de estas cartas quedaron sin abrir.

Su relación fue tan tumultuosa como apasionada, y ambos cónyuges tuvieron varias aventuras. Sin embargo, cuando Napoleón instigó el divorcio en 1809 por falta de heredero, este fue sorprendentemente amistoso. La emperatriz conservó el título imperial hasta su muerte en 1814 y se le permitió seguir viviendo en el Château de Malmaison imperial.

¿Estuvo Napoleón presente en la ejecución de María Antonieta?

El otoño de 1793 fue especialmente ajetreado para Napoleón, dado su papel cada vez más importante en el sitio de Tolón. Los rebeldes federalistas habían entregado la flota francesa al almirante británico Samuel Hood, y el joven oficial de artillería comandó la operación que consiguió recuperarla.

Por lo tanto, es muy poco probable que se aventurara a ir a París en octubre para estar entre la multitud que presenció la ejecución de la reina María Antonieta.

En una carta a su hermano mayor José, sin embargo, Napoleón sí que afirmó haber presenciado el asalto al Palacio de las Tullerías por una multitud enfurecida de manifestantes republicanos en junio de 1792. Lo encontró repulsivo.

Vanessa Kirby y Joaquin Phoenix en Napoleón. / Imagen: Apple Studios.

¿Disparó realmente Napoleón contra las pirámides?

Napoleón comenzó su campaña egipcia en 1798. El legado cultural de la campaña puede verse en la bien surtida sección de egiptología del Museo del Louvre. Pero el lugar también fue escenario de atrocidades.

En un momento dado, varios miles de soldados otomanos fueron fusilados o arrojados al mar por orden de Napoleón, en lugar de ser apresados. No hace falta inventar trampas de hielo ni que Napoleón ordene a sus hombres disparar contra las pirámides, como hace la película biográfica de Ridley Scott, para dejar ver su cruel desprecio por la vida.

Fue el rumor de que Napoleón había ordenado envenenar a sus propias tropas en Jaffa, afectadas por la peste, lo que acabó por empañar su reputación a principios del siglo XIX. El rumor perduró, por brillante que fuera la respuesta del artista Antoine-Jean Gros, a quien Napoleón encargó en 1804 que pintara una historia diferente.

La película de Ridley Scott no recoge el pasado sino que se basa en los relatos e imágenes que han representado a Napoleón desde su muerte, muchos de ellos creados por sus propias manos. (Este artículo fue publicado originalmente en inglés).


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Napoleón: un centauro entre el carisma y la leyenda

Alberto Cañas de Pablos


Napoleón Bonaparte, general político decimonónico por excelencia, fue uno de los primeros fenómenos contemporáneos netamente europeos y su influjo incluso cruzó el Atlántico.

Muchos fueron los países que se imbuyeron de ese culto a los grandes hombres que se extendió globalmente durante el siglo XIX.

Esta tendencia estaba inserta en la celebración del hombre virtuoso, cuya base estaba en la amplificación de los sistemas de reclutamiento de la Revolución Francesa, que dejaron de contar con el componente noble como requisito imprescindible para los ascensos y se abrieron al conjunto de la recién establecida ciudadanía.

Ésta ya no luchaba por el rey, sino que lo hacía por la patrie, con dos consecuencias principales. En primer lugar, se produjo un sobredimensionamiento nunca visto de la guerra y sus batallas (en Eylau en 1807 pelearon unas 130 000 personas). En segundo lugar, surgió el individuo militar y político moderno: sobre la base de las ideas de honor y de gloria “cualquiera” podía alzarse como una figura de referencia, como un auténtico héroe.

Las victorias y la propaganda en torno a ellas crearon un vínculo emocional entre Napoleón y el pueblo francés: la relación carismática dependía de una admiración completa hacia su figura con la gloria como referencia, tal y como muestra el famoso cuadro de Jacques-Louis David con Bonaparte cruzando los Alpes sobre un caballo encabritado, como si fuera un centauro.

Napoleón cruzando los Alpes, de Jacques-Louis David. (Wikimedia Commons).

Sus campañas y triunfos bélicos permitieron su elevación y mantenimiento como personaje político de referencia, nacional en un primer momento e internacional después. Esta tendencia se mantuvo incluso durante su complicada estancia en Egipto, donde sufrió varias derrotas.

De allí regresó, en lo que algunos ven una deserción, para protagonizar el golpe de Estado del 18 de Brumario (9 de noviembre de 1799) y convertirse en Cónsul junto a Sieyès y Ducos tras presionar a los Consejos de Ancianos y de los Quinientos en Saint-Cloud, cerca de la capital francesa. Su coronación imperial en 1804 y su matrimonio con María Luisa, hija de Francisco I de Austria, son hitos que jalonan ese camino monarquizante.

La leyenda

Tras su derrota de Waterloo en junio de 1815, que marcó el final definitivo del imperio, Napoleón no desapareció del recuerdo. De hecho, durante su exilio forzado en la isla de Santa Elena, en mitad del Atlántico, fueron recurrentes los rumores sobre un posible retorno o incluso misiones de rescate.

No podía negarse que había consolidado la mayoría de los logros revolucionarios y una marcha atrás era impensable. Cuando falleció en 1821, su figura se elevó a la categoría de mito. Su sombra permaneció viva durante décadas y generó una confianza mesiánica en las acciones realizadas por determinados hombres procedentes del ejército considerados extraordinarios, además de deseos de imitación, como se verá a continuación.

Esa consideración partía de la mencionada noción de carisma, soportada por la atribución de virtudes políticas, supuestas teniendo en cuenta las gestas militares. Gracias al recuerdo recuperado por los veteranos de la Grande Armée, el gran ejército napoleónico, y episodios como el retorno de las cenizas en 1840, cuando sus restos regresaron a París ante miles de personas, fue prendiéndose una “mecha lenta” que desembocó en la leyenda posterior, materializada en medallas, bustos o barajas donde aparecían su efigie o simbología imperial.

Esta leyenda, al remitirse siempre a los años de gloria, acababa pintando de gris el presente. Pervivió el modelo político napoleónico, consistente en tres elementos:

⠀⠀1. Patria amenazada por potencias extranjeras.

⠀⠀2. Libertades/reformas políticas en riesgo, interior o exteriormente.

⠀⠀3. La presencia de un soldado providencial y “del pueblo”, lo que facilitaba la identificación colectiva hacia él.

Guerras napoleónicas. Batalla de Wagram, 6 de julio de 1809, óleo sobre lienzo de Horace Vernet.

Un carisma contagioso

Como señalábamos líneas arriba, muchos fueron los países que se imbuyeron en el culto a los grandes hombres. Por ejemplo, en España la dinámica política se desarrolló durante décadas manteniendo como referencias a personajes como Joaquín Baldomero, Leopoldo O’Donnell, Juan Prim o Francisco Serrano. Conspiradores y gobernantes, tan pronto estaban ocupando el poder como elucubrando planes para tomarlo. Este fenómeno se producía sobre una base especialmente carismática y no tanto por cuestiones ideológicas.

En el caso ibérico, llama la atención el poco tiempo transcurrido desde la guerra de 1808-1814, cuando el intento de Napoleón de invadir España produjo un odio visceral hacia él (a excepción de los afrancesados), hasta el momento en el que el antiguo Emperador se convirtió en una figura política respetable y en ocasiones ambicionada por algunos sectores de la sociedad española a partir de la década de 1820.

Su muerte constituyó el punto de inflexión hacia el personaje. La nueva visión española hacia Napoleón lo representaba como el modelo más completo de militar que, apoyado en sus tropas para alcanzar el poder, defendió las libertades amenazadas y la dignidad de su país, de ahí los deseos de emulación y de ser un nuevo grand homme nacional.

A través del espacio y el tiempo

Así, Napoleón devino en el primer centauro carismático. El modelo político de tres elementos mencionados constituyó un patrón político e histórico que se repitió, con mayor o menor éxito, durante el siglo XIX en diversos rincones del mundo.

Además de los españoles ya mencionados, héroes polvorientos, fuertes, viriles, siempre sobre un corcel rampante, surgieron en nombre de la defensa de sus ideales, deviniendo en actores políticos de primera categoría. Guglielmo Pepe (Italia), Simón Bolívar (Gran Colombia), Agustín de Iturbide (México) o el duque de Saldanha (Portugal) se alzaron como trasuntos napoleónicos, como personajes a caballo entre lo militar y lo político. ¿Quién no aspiraba a ser como el general corso?

Tras los artistas y escritores decimonónicos, el cine recalcó el interés de la figura de Napoleón como personaje. Con filmes propios desde 1897, es la segunda personalidad más representada, tras Jesucristo. Existen más películas sobre el emperador que sobre Juana de Arco, Lenin y Lincoln juntos. Todos sabemos lo que implica una comparación con Napoleón. Todos sabemos quién es. Sin embargo, sigue costando definirlo, a pesar de los 80 000 títulos publicados sobre él y los cerca de 600 000 consagrados al período que protagonizó.

Soldado, general, líder, tirano. Napoleón importa y sigue influyendo: su convicción en la racionalidad, la ciencia administrativa o los principios utilitaristas le han sobrevivido. Su auténtico legado es político, no militar, y continúa proyectándose en las sociedades contemporáneas. Como dicen que dijo, fue un meteoro que iluminó su tiempo, sombras aparte.

[Joan Tumblety: associate Professor of French History, University of Southampton. // Alberto Cañas de Pablos: profesor de Historia Política Contemporánea, Universidad Complutense de Madrid. // Textos publicados originalmente en The Conversation; son reproducido bajo la licencia Creative Commons.]

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