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Yo, el mío

Septiembre, 2022

Rememoro. Un ininteligible momento, rememoro. Imágenes de alternas épocas cruzan ante mis ojos como los carruajes de una película ignota que vi, a propósito de un obvio Espartaco. Y de inmediato alcanzo a oír luego quizá cómo una multitud confronta y complementa y sintetiza lo externo y lo intermedio y lo interno, y cómo su asimetría anímica me confirma que da comienzo y fin el Concierto. El Gran Concierto al que hoy vengo. The Oldies But Goodies Rock’n’Roll Tour 1962

Abro la antigua puerta. Entro. Simétricos faroles distribuidos de un preciso (obseso aun) modo me reciben unánimes, cordiales, al unísono. Rememoro. Un momento, simple. Un ininteligible momento, rememoro. Imágenes de alternas épocas cruzan ante mis ojos como los carruajes de una película ignota que vi, a propósito de un obvio Espartaco. Cierro la antigua puerta (arreciará ahora afuera la contingencia). Me pregunto: “¿No falta nada?” “¡No!”, me respondo. Me apresuro. Compacto entonces luego la superficie de un difuso cuarto, me introduzco luego al entorno, ocupo una de las sillas que disuelven la distancia del escenario, me sirvo luego a discreción del absolvedor whisky (especifico: un muy genuino bourbon) que desde ayer compré, convencido siempre de que iba a necesitarlo, y de inmediato alcanzo a oír luego quizá cómo una multitud confronta y complementa y sintetiza lo externo y lo intermedio y lo interno, y cómo su asimetría anímica me confirma que da comienzo y fin el Concierto. El Gran Concierto al que hoy vengo. The Oldies But Goodies Rock’n’Roll Tour 1962, factible todo gracias al esmerado ingenio de Art Laboe, un legendario disc jockey de aquella Ciudad de Los Ángeles característica de la década de los cincuenta (y misma que contemporáneamente en extraordinarios barrios subsiste). Escribí “una multitud” más arriba. Exageré. Corrijo. “Multitud” le llamo a un número de alrededor de mil entusiastas espectadores (jovencitos y adultas y adultos y jovencitas) que abrumamos el Salón de Fiestas de Gala. Y remoza o gira justo el Concierto. Pruebo apenas mi bourbon porque ocupan ya el escenario Frankie Valli y los Four Seasons, y las acarreadoras notas de su “Sherry” duplican o cuadruplican la atmósfera hasta volverla irrespirable y sus meticulosos juegos vocales me suscitan una cierta especie de felicidad cuya genealogía remite acaso a lo precario, a lo transitorio. Un largo sorbo a mi bourbon o mandata o excluye el status de vida o muerte porque continúan Santo & Johnny y la teocrática “Sleepwalk” asocia el universo entero a Lucy, a nuestro viaje en autobús a El Paso y a nuestro compromiso roto debido a la neurosis súbita de su padre, y en seguida la burbuja que flotó en mi espíritu estalla y me fusiono a los gritos y a los susurros puesto que me encuentro en el Concierto que también clausura mis ahíncos de secundaria y me intimo que Jerry Lee Lewis y las Supremes y los Drifters, y después las Paris Sisters y los Everly Brothers y Mary Wells completarán el programa bajo la perfecta luna que antecede a la brizna, al verano. A su salud me sirvo nuevamente del bourbon, lo apuro en un remedo incauto de Davy Crockett, y (secuela impune de la autenticidad de su aflujo) me devuelve a la inestable lucidez que rodea mi conciencia. Exageré. Corrijo. Todo lo anterior ocurrió y ocurre y ocurrirá en mi discoteca, en mi Museo, en mi casa. Mi Euritmia es el Gran Concierto: el Gran Concierto es mi Euritmia…

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