Historia del futuro
Septiembre, 2022
Los políticos, los padres de familia y otros mentirosos son los últimos trasnochados que quieren vender la coartada de que más adelante todo saldrá mejor. Pero el futuro es un invento podrido del siglo XIX, que en el siglo XX se convirtió en asunto de Estado. Hoy podemos darnos cuenta de que el futuro tenía buen lejos, pero ya de cerca es un esperpento.
Las “preciosas” eran unas señoras francesas del siglo XVII que se terminaban de arreglar a las cuatro de la tarde. No les corría prisa. Mientras se emperifollaban y oían chismes de la mucama, también leían frases de filósofos que usaban a la hora de la cena. Así intentaban construir el modelo de una buena manera de vivir. Eran ricas. Pero a las pobres, que sí tenían que ganarse el pan y vestirse en un minuto con lo mismo de ayer, tampoco les corría prisa, toda vez que ya estaban sobre la marcha de la vida y no tenían que alcanzar más vida que la que ya tenían.
Es que el futuro no existía. El futuro es eso de que todo es para después, esa idea de que aquí no y ahorita tampoco, pero luego y más adelante hay una vida mejor. El futuro es un invento podrido del siglo XIX que empezó cuando aparecieron las grandes fábricas de hacer riqueza y se descubrió que los conocimientos naturales, sociales y psicológicos se podían aplicar para mejorar todo, y por lo tanto había a cierta distancia, no muy lejos, una sociedad padrísima donde todos iban a ser felices, nada más que por el momento había que esforzarse para ir tras ese futuro y alcanzarlo. Las mujeres dejaron de ser preciosas porque ahora tenían que arreglarse para algo, pero no sabían para qué, mientras que sus maridos se vestían rápido con ropa eficaz y salían en las mañanas en busca del futuro. Regresaban cansados de no encontrarlo y a sus mujeres peripuestas les daba jaqueca.
Se iba acercando y, como para administrarlo, el futuro se convirtió en asunto de Estado en el siglo XX; es decir, que los gobiernos, la ciencia y las economías empezaron a hacerse cargo de él, de traerlo a todos los demás, que entonces ya no tenían que esforzarse sino sólo esperarlo con el cinturón apretado: arreglarse como parte de una rutina de la paciencia, de esa esperanza que hay en la espera, sin que se les aflojara el cinturón. El discurso oficial era que en el futuro iba a haber un Cadillac para cada ciudadano, y una casita y un médico y cada quien con sus sueños cumplidos.
Luego resultó que no era Cadillac, sino vocho, pero ya bien visto el vocho resultó ser un microbús destartalado y peligroso o, dicho de otro modo, el futuro tenía buen lejos pero ya de cerca era un esperpento. Lo que parecía progreso resultó que era una estupidez; lo que parecía promesa, amenaza; lo que parecía zanahoria era palo, y lo que parecía felicidad resultó ser un catálogo de la Asociación Americana de Psicología que registra cuatro mil enfermedades mentales donde de todos modos se les olvidó una, la de los que hicieron el catálogo.
Si alguien quiere contemplar un futuro horroroso basta ver los preparativos de nuestras preciosas actuales para salir en las mañanas: secretarias, técnicas, profesionistas, vendedoras, estudiantes, desempleadas (que también se levantan y se arreglan), pero como a las cinco porque a las nueve ya tienen que dar la cara, y sienten que no quieren pero ni modo porque ahora no es el futuro el que les está esperando sino el que se les echa encima, y tienen que cumplir con la tarea titánica de salvar la cara, de ser competentes y competitivas.
Bañarse, pintarse el pelo, depilarse, escoger la ropa a ver si combina, decidir de última hora si los de tacón bajo o mejor los de trabita, no con la emoción de ninguna fiesta, sino con el terror colado de enfrentarse a la presión material, social y psicológica de ese futuro aplastante que ya llegó. A todo el mundo se le hace tarde porque nunca nadie acaba de estar listo para eso. Suspiran hondo antes de abrir la puerta de salida. Y falta calcular si todavía se puede usar la tarjeta, si el tanque tiene gasolina y si no se les descosió un botón. Esto era el futuro, en nombre del cual levantan a los niños amodorrados para colgarles una mochila y arrastrarlos a la escuela. Ya nadie quiere más futuro, sino salir de la ratonera. Los días de descanso son para no bañarse.
Los políticos, los padres de familia y otros mentirosos son los últimos trasnochados que quieren vender la coartada de que más adelante todo saldrá mejor. Lo que más ha hecho daño al presente es el futuro, que nunca existió, porque lo único que siempre ha habido es esta gente que está viva para hoy y que es hoy cuando debe sentirse digna y contenta. La mejor idea para el futuro es eliminarlo.
¡Excelente reflexión! Lo único que puedo agregar es que la promesa del futuro tiene como antecedente la promesa de La Gloria que ofrecían las iglesias después de la muerte.