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Centenario natal de Kobo Abe

A 100 años de su nacimiento, el escritor japonés todavía es considerado como uno de los responsables de transformar y renovar la literatura de su país en el siglo XX

Marzo, 2023

Nació el 7 de marzo de 1924, en Tokio, y falleció en la misma ciudad en 1993. Heredero de Junichiro Tanizaki, Ryunosuke Akutagawa y Osamu Dazai, Kobo Abe es uno de los autores clásicos de la literatura japonesa del siglo XX. Cursó Medicina en la antigua Universidad Imperial de Tokio pero nunca llegó a ejercer la profesión. En su juventud acogió los postulados del marxismo y militó en el Partido Comunista Japonés, del cual fue expulsado por sus diferencias respecto de la libertad de creación y los derechos humanos en el entorno soviético. Aunque su rostro más conocido ha sido el de novelista, Kobo Abe fue en realidad un artista polifacético: poeta, ensayista, cineasta, actor, dramaturgo. Hoy, es comparado y es considerado como el Kafka japonés —por su exploración surrealista y pesadillesca del individuo de la sociedad de posguerra—, y razones no faltan. De hecho, para algunos críticos, Kobo Abe es el menos típico de los escritores japoneses, sobre todo por su capacidad para interactuar con los códigos de las ciencias y la filosofía, que ha dotado a su obra de humor, ironías y paradojas. Junto con Yukio Mishima y Yasunari Kawabata, Kobo Abe renovó la literatura japonesa del siglo XX. Ahora que se cumple su centenario natal, reproducimos este texto del profesor y traductor Ryukichi Terao para celebrarlo.

En el mundo hispano, Kobo Abe (安部公房) se conoce como novelista gracias a las dos obras maestras, traducidas hace muchos años al español, La mujer de la arena (砂の女) y El rostro ajeno (他人の顔), pero en realidad fue un artista polifacético: poeta, ensayista, cineasta, actor, dramaturgo, inventor, médico nominal, entre muchos otros títulos. La cara del escritor más innovador de la literatura japonesa que me gustaría resaltar en adelante es la de Abe cuentista, que quizá no ha merecido suficiente atención ya no sólo entre hispanos, sino también entre críticos japoneses. A decir verdad, este menosprecio no es gratuito, ya que Abe, aunque sus novelas tienen una presencia demasiado destacada, dejó de escribir cuentos a fines de los sesenta; tras publicar “El cuarto de los niños” en 1968, no volvió a escribir más cuentos en toda su carrera, salvo “Yupkecha” (1980), que no fue sino un embrión para iniciar su novela más extensa, El Arca Sakura (方舟さくら丸) (1984).

Sin embargo, durante los primeros veinte años de su carrera literaria, siempre convivían en Kobo Abe el novelista y el cuentista casi en proporción equitativa. Desde el primer cuento, “El pasto”, publicado en 1948, produjo alrededor de cincuenta cuentos, recopilados en la actualidad en cuatro tomos en forma de edición de bolsillo. Si bien es cierto que escribió algunos para ganarse la vida, vendiendo relatos cortos a las revistas literarias (que por esos años pagaban con bastante generosidad a los escritores), Abe lo hacía muy a conciencia de las particularidades del género “cuento”. Para empezar, su iniciación en el mundo literario tenía que ver con los cuentos de Edgar Allan Poe. Veamos lo que dice Abe al respecto:

Yo pasé casi toda mi adolescencia en Manchuria. Durante los severos inviernos manchúes, no había nada que hacer sino permanecer distraído en el salón de clase en los descansos del mediodía.

Un día —creo que cursaba el segundo año de la secundaria—, empecé a contar a algunos de mis amigos la historia de “El gato negro” de Edgar Allan Poe según mi memoria ambigua. Casi de inmediato acudieron a mi lado una decena de compañeros, que me escucharon embelesados. De ahí en adelante me pusieron la tarea de relatarles un cuento de Poe al día, pero, claro está, no tenía tanta reserva de obras narrativas de Poe. Exploré con ahínco muchas antologías de literatura mundial en busca de cuentos que les podrían gustar a mis compañeros, pero pronto me enfrenté al hecho de que no había ningún otro autor que les fascinara tanto como Poe. Al fin, me vi obligado a inventar mis propias historias, originando una repentina caída de popularidad. (Obras completas vol. 17:288)

Así, Abe recuerda que su punto de partida como escritor fue el deseo de crear mundos extravagantes, como los de Poe, a través de las palabras.

Ahora, mientras que el origen del cuentista Kobo Abe radica en Poe, el del novelista se encuentra en Dostoyevski, cuya novela Los hermanos Karamazov le originó un fervor pocas veces experimentado en su adolescencia. A pesar de que en las obras de Abe suelen señalarse influencias de Franz Kafka y Samuel Beckett, las dos vertientes que siempre subsisten en sus ficciones son el cuentista Poe y el novelista Dostoyevski.

Y esto da cuenta de las nociones que Abe tenía de los dos géneros literarios: mientras que el cuento es un marco limitado para crear situaciones insólitas, la novela es un espacio libre para desarrollar reflexiones filosóficas.

La frase que emitió Abe al referirse a su primera novela, A modo de señal del camino que se acaba (終りし道の標に) (1948), revela su punto de vista, o al menos, de la primera etapa de su carrera literaria: “más que novela, era una tesis de filosofía”.

Al contrario de lo que sucede con los cuentos donde Abe saca provecho del estilo sencillo y ágil, sus novelas, desde la primera hasta la última que alcanzó a publicar en vida, El cuaderno del canguro (カンガルー・ノート) (1991), están plagadas de deliberaciones filosóficas que a veces paralizan la evolución del argumento novelístico.

Con el riesgo de cometer un disparate, me atrevo a afirmar que Kobo Abe, cuando es cuentista se inclina a Julio Cortázar, y cuando es novelista se acerca a Ernesto Sabato.

Huelga decir que el cuentista y el novelista no se excluyen dentro del escritor Kobo Abe, sino que con frecuencia se complementan para producir obras maestras. Incluso, hay cuentos que luego se transforman en novelas. Aparte del caso ya mencionado de “Yupkecha”, el embrión de La mujer de la arena (砂の女) fue un cuento titulado “Chichindera Yapana”, publicado en 1960, e Idéntico al ser humano (人間そっくり) se realizó como la versión extendida, con divagaciones sofísticas, de “El misionero” (1958). Es de notar que Kobo Abe, al menos hasta mediados de los sesenta, daba crédito a la potencia agresiva que, para él, era carácter innato del género “cuento”.

Para aclarar este punto, nos conviene remitirnos a un breve comentario que hizo Abe sobre otro cuentista japonés, ya clásico, Ryunosuke Akutagawa (芥川 龍之介). A pesar de la aparente semejanza que suele emparejar a los dos autores de tendencia fantástica, Kobo Abe (安部公房) no estimaba mucho a su maestro mayor y jamás se refirió a él, salvo en una pequeña intervención que hizo en una mesa redonda sobre Akutagawa en 1955. Al lado de varios escritores contemporáneos, entre los cuales figuraban tales eminencias como Yukio Mishima (三島 由紀夫) y Hiroshi Noma (野間 宏), Abe dijo lo siguiente:

Akutagawa me parece un mago científico. La magia no hace sino expresar de manera ilógica algo completamente lógico. Percibo esa esterilidad en las obras de Akutagawa.

Creo que, por más que se esfuerce, Akutagawa carece del auténtico espíritu crítico, lo cual se traduce en su carencia de humor. Su empeño desmedido, en realidad, no deja de ser la contracara de la debilidad de su espíritu crítico.

Cuando Abe habla del “auténtico espíritu crítico”, no significa tan sólo una perspicacia ante la sociedad moderna para descubrir sus defectos, sino que se trata de algo más radical y profundo, capaz de volcar el mundo entero. En un diálogo que sostuvo con Kenzaburo Oe (大江 健三郎) en 1965 en torno a “La posibilidad del cuento”, Abe plantea que el cuento, género literario que requiere una “autonomía” para crear en su interior un mundo propio, independiente de la realidad exterior, tiene en sí “inclinaciones peligrosas”. Dice al respecto: “Los efectos peligrosos del cuento, además de tener que ver con el contenido y los temas tratados, se fundamentan en su estructura interna innata que inevitablemente relativiza el mundo con la autonomía de su prosa”.

En este sentido no es casual que la época más prolífica del cuentista Kobo Abe (安部公房) coincida con su creciente interés en la ciencia ficción. Aparte de “El huevo de plomo” y “El Grupo de Petición Anticanibalista y los tres caballeros”, ambos recopilados en Los cuentos siniestros (Buenos Aires, Eterna Cadencia, 2011), Abe escribió entre 1955 y 1965 más de diez cuentos que se pueden clasificar como “ciencia ficción” y ofreció algunos a la revista S.F. Magazine, fundada en 1960. Incluso, mandó a modo de felicitación las siguientes palabras para el número inaugural de la revista:

La ficción científica se asemeja al descubrimiento realizado por Cristóbal Colón en la medida en que conjuga la construcción de una hipótesis extremadamente racional con una pasión extremadamente irracional, manifestada en forma de ilusión.

La poética de la ficción científica producida por el enfrentamiento entre la tensión intelectual y la tentación aventurera, no sólo nos conduce a lo moderno sino también al espíritu original de la literatura.

En realidad, Abe, en lugar de “ficción científica”, prefería usar el término “literatura hipotética”, ficción que crea un mundo hipotético, es decir, un mundo autónomo que existe en paralelo con la realidad en que vivimos. Al crear mundos trastornados, regidos por principios anormales (un mundo en que hombres comen hombres en “El Grupo de Petición Anticanibalista y los tres caballeros” y un futuro a ochocientos mil años en “El huevo de plomo”), sus cuentos estremecen y revuelven nuestra noción del mundo.

Recordemos una de las divagaciones filosóficas que se desarrollaba en Idéntico al ser humano ( 人間そっくり): mientras es posible demostrar un teorema, es imposible demostrar un axioma; que las dos líneas paralelas jamás se crucen es un hecho que tenemos que aceptar sin demostración, sólo porque sí. En el mundo, hay muchas convenciones que existen porque sí y que tenemos que acatar sin objeciones. Mediante su literatura hipotética en forma de cuentos, Abe (no acata sino) ataca los axiomas del mundo y saca a la luz los aspectos contradictorios de la sociedad moderna.

Dice Abe sobre el escritor: “su misión consiste en explorar la realidad hasta las profundidades, descubrir lo que ha escapado al sentido común y revelar a los lectores, aunque sea en lo mínimo, un punto de vista nuevo, una nueva forma de pensar”.

“La literatura es una forma de concebir la realidad. Al leer una novela, descubrimos una realidad desconocida”, sin lugar a duda. Pero las obras de Abe tienen un poder destructivo, capaz de desmoronar nuestra visión convencional del mundo.

De ahí viene el peligro de su literatura. Y es el mismo peligro, condensado más en los cuentos que en las novelas, el que hace perdurar la literatura abeana hasta hoy día, aun en el país más lejano a Japón.

[Ryukichi Terao: profesor de la Universidad de Waseda. / Texto publicado originalmente en Kōbai, revista del Centro del Japón y la Universidad de los Andes; es reproducido aquí bajo la licencia Creative Commons — CC BY-NC 4.0]

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