Hay ciertos viajes de los que sólo a la vuelta se comienza a saber
Diciembre, 2025
“Salgo a respirar aire puro y sentir la arena negra y gruesa en mis pies. El sol destella fulgores”, escribe aquí Eugenia Montalván en esta nueva entrega. Esta vez nos lleva a Málaga, en su búsqueda de un encuentro con María Zambrano, una de las pensadoras más brillantes del siglo XX: “Voy a leerte y transcribiré en mi computadora algunas de tus frases, pues tengo la firme intención de citarte, referirme a ti, decir que te conozco”…
Confío plenamente en la aventura de tomar un avión y volar hacia el futuro. Este año (que ya casi termina) volé a diversos destinos distantes, sobre todo distantes en el tiempo, siempre en el porvenir.
Un día decidí ir a Málaga.
Compré el boleto de avión por Aeroméxico: Mérida-Ciudad de México-Madrid-Málaga… Itinerario perfecto, puras “M”.
¿Había un motivo? Sí, motivo secreto, hasta para mí.
Málaga apareció en mi vida a través de una llamada telefónica que me conectó con una voz, una voz femenina, y me dejé llevar…
Era la voz del destino inmediato.
Llegué al aeropuerto de Málaga muy temprano, todavía estaba oscuro, no había amanecido, pero eran casi las ocho de la mañana. Primera cosa asombrosa.
Esperé a que saliera el sol para salir —yo también— a la calle.
Llamé al chofer (Uber) que me llevaría a mi hospedaje.
OoO
Por fortuna, todavía en Mérida, antes de emprender el camino a Málaga, descubrí que María Zambrano (1904-1991) nació y murió allá.
Ah, ¡qué bueno! Iría a encontrarme con ella. Menos mal que tuve tiempo de revisar el mapa y comprender que su pueblo natal fue Vélez-Málaga, en la región andaluza.
Decido hacer la maleta dejando que ciertas cosas las disponga el azar, el futuro.
El hospedaje sí lo preveo: Caleta de Vélez, puerto marítimo.

Mi departamento está en la calle principal, la de Santa María. No tiene vista al mar, pero no importa. Aquí viviré una semana entera.
Salgo a respirar aire puro y sentir la arena negra y gruesa en mis pies. El sol destella fulgores.
Camino un kilómetro… quizá dos y llego al bar de Arturo, donde elijo la mesa que mira al horizonte del pasado y pido una cerveza sin alcohol. Arturo también está desvelado. Soy su primera clienta del medio día. Le tomo fotos a mi botella y a la botana, un plato pequeño de exquisito queso viejo cortesía de la casa.
Traigo puesta mucha ropa. Pensé que iba a estar haciendo frío. Me quedo así, descalza y abrigada.
Es otoño. La vida tiene sentido.
Arturo no está dispuesto a platicar conmigo ni yo con él.
Aquí gobierna el aire.
Mi mesa está cubierta con la sombrilla de la felicidad.
Le pido otra cerveza a Arturo.
—¿También sin alcohol?
—No, ahora sí como debe de ser.
La etiqueta me parece maravillosa: un gordo vestido de traje sonríe con desparpajo. Me identifico con él, pero contengo mi alegría en el corazón. Disimulo.
De pronto se acerca a mi silencio un vendedor de verduras ambulante.
Echa unos versos al aire clavando su mirada en la mía. Le sonrío pero no lo invito a que se siente.
Esta bienvenida me está gustando.
Regreso a mi departamento por la orilla del mar… Ahora sí meto los pies al agua fría.
Decido escribirle una carta a María Zambrano para confirmarle mi llegada. Visitaré su Fundación al día siguiente.
No he enloquecido, considero prudente avisarle, que se entere de mi búsqueda…
María:
Antes de venir ni siquiera desempolvé aquel libro tuyo, cuyo título no recuerdo, que tengo en mi casa. Tú sabrás mejor que yo a cuál me refiero. Es uno que editaron en México, donde hablas de la impresión que te causaron las bugambilias de Morelia en aquellas calles de tu exilio.
Voy a leerte y transcribiré en mi computadora algunas de tus frases, pues tengo la firme intención de citarte, referirme a ti, decir que te conozco… Si pudiera memorizar algunas frases tuyas y decirlas —presumirlas— en medio de una conversación o recitarlas como el vendedor de verduras, grande sería mi dicha, pero no tengo tiempo de memorizar tus palabras, es la verdad.
Admiro tu sencillez y tu gracia.
Admiro tu porte al fumar.
Te conoceré en primera persona abrazándote.
Gracias.
⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀Eugenia
OoO
De lunes a viernes tomé el autobús para ir a la Fundación María Zambrano en Vélez-Málaga, su pueblo. ¡Belleza de lugar!
Transcribí sus palabras sabias velozmente, y hoy tengo el privilegio de reproducir catorce de ellas para titular esta tercera entrega de mi columna “Para que no se me olvide”: Hay ciertos viajes de los que sólo a la vuelta se comienza a saber. ![]()





