ConvergenciasEl Espíritu Inútil

Perrhijos

Febrero, 2023

Los perrhijos son esos perritos gentrificados a los que se les da trato de niño cuadrúpedo, y les compran juguetes y los montan en las carriolas que antes eran para los bebés. Y aunque sus perripapás todavía no los pueden inscribir en el Seguro Social, sí que duermen con ellos en la misma cama. Cuando las costumbres eran antiguas la gente solía tener hijos. Hoy, el 58 % de los millennials prefiere tener perro a hijos: a lo mejor a ellos los trataron como perros cuando eran hijos; es decir, con palmaditas en la espalda y sin hacerles mucho caso, sin mayor compromiso, sin ninguna garantía.

En tiempos de las costumbres antiguas, perrear era un verbo al que había que echarle agua, a cubetadas y para bochorno de los vecinos. Pero cuando a los humanos y humanas, animados por su gurú Bad Bunny, les empezó a gustar la idea, comenzaron a mutar en una especie un poco más canina, por lo que no es de extrañar que tras sus subsecuentes cruzas apareciera, como decía ingeniosamente un anuncio de Banamex, la primera generación que tiene hijos de otra especie, a los que uno les habla y contestan “guau”, que son una especie de perro pero que son como una especie de hijos, o sea, la especie de los perrhijos.

Que son esos perritos gentrificados a los que se les da trato de niño cuadrúpedo, y les compran juguetes y los montan en las carriolas que antes eran para los bebés, e insisten en que el médico de la familia les revise las amígdalas y les recomiende alguna terapia psicológica, y los abrigan con ropita de temporada —y se ven monísimos—, y les compran las croquetas que tanto les gustan, y ven las series de Netflix en el sillón de la sala, y ya tienen permiso de viajar en autobuses y aviones y entrar a restaurantes y ser huéspedes de hoteles; hasta que postreramente los depositan en un cementerio pet friendly. Todavía no los pueden inscribir en el Seguro Social, pero duermen con ellos en la misma cama (¿perrean juntos?) porque son la alegría del hogar, la bendición de la casa, los perritos que dios me dio, chistosos y fieles, cualidades éstas que no tienen ni los gatos ni las tortugas, a los que no hay manera de sacarlos a pasear.

Pero a los perrhijos sí los sacan a pasear, aunque no se sabe bien a bien quién a quién, pero se adivina que los más interesados en salir son los perripapás, para poder presumir frente al vecino lo buen padre que son, solícitos y buena onda, que educan con tolerancia y firmeza, y pacientes y didácticos los reprenden con cariño por su bien, sin nunca perder esa sonrisa beatífica que tanto los caracteriza. Y les platican por el camino temas siempre edificantes como no pisar el césped, y ellos son los únicos que se dan cuenta de que su perrhijo los escucha con atención como atesorando sus palabras. Un gato jamás sacaría a pasear al estorbo de su dueño.

Después de todo este prolegómeno ya se puede mencionar el momento crucial, aquél en el que brota la esencia de la relación, el profundo e intenso vínculo que los unifica en una sola especie, que es cuando a sus perros les dicen: ¡niños! Y, en efecto, se oyen frases verídicas por la cuadra como “¡niños, ya esténse quietos!”, y el susodicho vecino voltea desconcertado para todos lados y no ve ningún niño alrededor hasta que después de deducciones varias se percata de que le están hablando a los perritos. “¡Niños, fíjense antes de cruzar!”. Pero la más promiscua frase que se puede escuchar en el planeta Tierra es: “¡Niños, esperen a su papá!”. Y aquí sí puede verificar que el padre de los perritos es el marido de la señora, que ahí viene detrás, y a las antiguas costumbres del pobre vecino les entra un bochorno nomás de imaginar escenas como la de la concepción y el parto.

Tamañas declaraciones en la vía pública al parecer son el producto colateral de la libertad de expresión y los teléfonos celulares, porque son las dos cosas que permiten que la población aspiracional pierda todo pudor para explayar sus privacidades en voz alta. Es como si los celulares perrearan con la libertad de expresión —de hecho, eso hacen— y procrearan perrhijos por los parques. Cuando las costumbres eran antiguas la gente iba con recato por la calle y se guardaba sus improperios para su capote, pero ahora, si alguien tiene celular manos libres y libertad de expresión, ya no se reprime de proferir vergüenzas y desvergüenzas a voz en cuello deseando que todos oigan para decirle a sus queridos “¡ay, chicos, ya no sé qué hacer con ustedes!”.

El 58 % de los millennials prefiere tener perro a hijos: a lo mejor a ellos los trataron como perros cuando eran hijos; es decir, con palmaditas en la espalda y sin hacerles mucho caso, sin mayor compromiso, sin ninguna garantía, y luego los mandaron a la vida solos a buscar trabajos que no hay, seguridades que no existen, amores que se esfuman, y así fueron aprendiendo que lo más responsable que se puede hacer es usar perros en vez de niños para eso de tener hijos, y gastarse todas sus buenas intenciones en apapachos y sentirse queridos. A la mejor tienen razón.

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2 Comments

  1. En varias lecturas que he realizado de este autor, encuentro coincidencias en formas de pensar, no obstante en esta ocasión me parece que el análisis que realiza de una realidad ante la que nos encontramos se queda corta. La pregunta sería, cómo no van a preferir perrihijos las generaciones que no tienen posibilidades de adquirir una vivienda propia? Cómo no van a preferir un perrihijo la generación que no tiene un trabajo estable y que sabe, no tendrá una pensión vitalicia? Más bien me parece que habría que problematizar desde un contexto más general y no desde la creencia de que una situación así apareció de la nada

    1. tienes toda la razón, Sofía: a la mejor el texto funcionó toda vez que tú te pusiste a problematizar el asunto. Muchas gracias: pfc

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