Abril, 2022
Los informes del Panel Intergubernamental sobre el Cambio Climático (IPCC) no acaban de movilizar a la ciudadanía, que tampoco distingue entre los efectos del calentamiento global de los que han ocurrido siempre. Además, la guerra de Ucrania ha cambiado las prioridades energéticas. Hablamos de estos asuntos con uno de los autores del último informe.
En agosto de 2021 se publicó la primera parte del VI Informe de Evaluación del Panel Intergubernamental del Cambio Climático (IPCC, por sus siglas en inglés), centrada en las bases físicas que están detrás de la crisis climática. Este año se han presentado las dos partes restantes: en febrero la de los impactos, adaptación y vulnerabilidad frente al problema, y en abril la que plantea si realmente va a ser posible mitigarlo.
El geógrafo Sergio Vicente, investigador en el Instituto Pirenaico de Ecología del CSIC, ha sido uno de los cientos de científicos de todo el mundo que ha participado en la elaboración de este informe, basado en todas las evidencias científicas que se han presentado desde que apareció la versión anterior en 2013.
—¿Parece que la conclusión sigue siendo la misma?
—Se confirma inequívocamente que estamos afectados por un proceso de cambio climático y que inequívocamente se puede atribuir a las actividades humanas, sobre todo a las emisiones de gases de efecto invernadero. Después se analizan muchos aspectos particulares. En mi caso, he trabajado en el capítulo dedicado a los eventos extremos, y vemos que sí se detecta un incremento generalizado de este tipo de fenómenos: precipitaciones extremas, olas de calor, sequías…
—¿Realmente cree que la gente está sensibilizada respecto a este problema?
—Quizá no lo suficiente, pero cada vez hay más sensibilización. Los negacionistas hoy tienen poco crédito. La gente que sostiene que no estamos siendo afectados por un cambio climático antropogénico tienen muy poco crédito, no sólo de cara a la comunidad científica, también de cara a la sociedad. En ese sentido se ha avanzado. ¿Pero puede haber algo de sobreinformación? Pues quizá. ¿Puede haber algo de sobrevaloración? No lo sé, pero a mí cada vez que hay un fenómeno extremo me llaman los periodistas para ver si esto es el cambio climático, y les digo siempre lo mismo: no.
—La borrasca Filomena, un invierno tan seco como el de este año en España, nevadas tardías en abril… ¿Todo esto no se deben al cambio climático?
—No. Un evento extremo concreto se debe fundamentalmente a la variabilidad natural. Lo que sí podemos asociar al calentamiento global es que estos sean cada vez más intensos, duren más o sean más frecuentes. Es el caso de las olas de calor, por ejemplo, que inequívocamente se están incrementando. ¿Pero una ola de calor específica se debe al cambio climático? Pues no. Se debe a unas condiciones atmosféricas concretas, como una entrada de aire sahariano o un estancamiento atmosférico, como se ha producido siempre.
—¿Pero entonces es difícil diferenciar lo que es un efecto de la variabilidad climática natural de lo provocado por el calentamiento global?
—Es que todo se superpone en el sistema climático. Al final no podemos aislar completamente lo que es la variabilidad natural de las tendencias antropogénicas. Lo que sí podemos decir es que la mayor intensidad de un fenómeno, su mayor duración o frecuencia se asocia al cambio climático, y en ese sentido está muy de moda atribuirle los eventos extremos. Ahora todo parece que es debido al calentamiento global, pero hay que tomarlo con reservas.
—¿Algún ejemplo concreto?
—Las sequías se están intensificando en regiones mediterráneas como España debido, entre otros factores, a que la demanda atmosférica es mayor por el calentamiento. Cuando la atmósfera está a más temperatura, demanda más agua para estar en equilibrio, y si no la hay en la superficie, no cuadra el balance. Esto hace que se incremente la aridez, se produce mayor evaporación de las masas de agua, bajan los embalses y los recursos hídricos disponibles, aumenta el estrés de las plantas, hay problemas para abastecer los regadíos y otras actividades económicas, ocurren más incendios… Pero sequías ha habido siempre, por un déficit de precipitaciones.
—¿Y sucede lo mismo en el caso de las precipitaciones extremas?
—Sí. Cuando tenemos una atmosfera más cálida, las temperaturas del aire son más altas y la cantidad de vapor de agua que puede albergar es mayor. De tal manera que si, por ejemplo, entra una DANA o gota fría [una masa de aire frío aislada en altura] y abajo hay un océano más cálido con temperaturas del aire mayores, esa gota fría puede ser más intensa simplemente por ese calentamiento global mayor. Pero eso no significa que se deba al cambio climático, simplemente que puede ser más severa debida a él.
—Quizá la gente entienda mejor otros efectos, como el aumento de las temperaturas…
—Desde luego eso se ve mucho más claramente. Es verdad que el incremento de la demanda de agua por parte de la atmósfera, o los descensos de la humedad relativa debido al calentamiento diferencial entre zonas oceánicas y continentales, son variables menos evidentes; pero que la temperatura promedio global ha subido 1,1 °C desde 1950, o que hay regiones como la mediterránea donde se ha incrementado alrededor de 1,7 °C, eso lo entiende cualquiera. También que han aumentado las temperaturas mínimas, hay menos días de heladas, se reduce la superficie de hielo en las zonas polares, desaparecen los glaciares en montañas europeas —como los de Pirineos en España— y otras partes del mundo… Todo esto es fácil de comprender para la gente, y se muestra también en los gráficos.
—El objetivo es reducir las emisiones para que la temperatura global no aumente más de 1,5 °C. ¿Por qué ese valor exactamente?
—Es un poco subjetivo. Podría haber sido 1,6 o 1,4 °C, pero se acuerda limitar el calentamiento a 1,5 °C porque se considera que a partir de ese umbral los impactos del cambio climático van a ser superiores, y la posibilidad de revertir el proceso va a ser pequeña. Pero, bueno, muchas veces se impone una cifra más que nada para que se entienda, para que la gente diga: “¡Uy!, estamos pasando el límite que se había fijado y esto va a ser muy malo”. Es una referencia más que nada.
—Los gráficos del informe del IPCC también ayudan a visualizar los datos y las predicciones, ¿verdad?
—Uno de los aspectos que destacaría de este último informe es su mayor carácter espacial y regional. Se ha puesto el dedo en la llaga para diferenciar no sólo los cambios globales, sino también en las grandes regiones de la Tierra, como la mediterránea. Se representan en un mapa con hexágonos, donde se representan, por ejemplo, los cambios observados en los fenómenos extremos cálidos y la confianza en que se deban a la acción humana.
“Respecto a las predicciones, primero se realizan modelos climáticos de base física que tratan de reproducir lo que ocurre en los distintos niveles de la atmosfera, cómo funciona e interacciona con la superficie terrestre, especialmente con los océanos. Luego estos modelos se fuerzan con escenarios de emisiones a futuro, en función de si va a haber control de emisiones o no, y se observan los resultados. En la actualidad estamos en un escenario en el que no hay mucho control de emisiones de CO2, digamos que no hay ninguno”.
—Y la guerra en Ucrania ha venido a complicarlo todo aún más…
—Teníamos un problema y mira ahora la situación: las prioridades van a cambiar. Con la crisis política que hay en Europa probablemente se reconsideren algunos aspectos que ya parecía muy establecidos. Es verdad que hay que ir hacia un control de las emisiones, entre otros aspectos, pero creo que eso va a ser una prioridad muy secundaria con relación a tratar de mantener la independencia energética.
“Se sale un poco del tema, pero todo el impulso que había para reducir las nucleares (por el riesgo que conllevan y que a nadie le gusta tener una central nuclear al lado de su casa) se va a limitar mucho; o incluso se podría reactivar la quema de determinados combustibles fósiles, para no depender tanto de las importaciones que vengan de Rusia. Visto lo visto, si hay que cerrarles el grifo, se quema lo que haga falta, hasta que tengamos un sistema más autosuficiente basado en energía limpia. En estas situaciones de emergencia política es muy complicado tomar decisiones. La prioridad es otra. Estamos hablando de personas. Hay gente que dice que no hay que olvidar el clima, ¿pero qué hacemos, seguimos comprando a los rusos su gas? Ya veremos si esto es algo puntal que dure unos años o no”.
—En cualquier caso, volviendo al problema del cambio climático, ¿podemos hacer realmente algo a nivel individual o incluso nacional para un problema tan global?
—A nivel de mitigación y bajar las emisiones, ya podemos reducir aquí. Pero si en China continúan emitiendo cada vez más, no va a valer de mucho, porque la atmósfera no entiende de fronteras. Aunque sí, hay que hacer esfuerzos en reducir esas emisiones porque no es nada bueno, y esto puede ir a peor como indican los modelos.
“Lo que podemos hacer más a nivel nacional o incluso local es llevar a cabo medidas de adaptación para que los impactos sean inferiores. Por ejemplo, ahorrar agua y generar más recursos hídricos: desde reducir las demandas, tanto urbanas como industriales y sobre todo de regadíos, hasta una mejor gestión forestal… Son cosas que se pueden gestionar mejor, además de poner en marcha muchas otras medidas, desde tecnológicas a energéticas”.
—¿Las cumbres del clima, las COP como la de Madrid o la última en Glasgow, sirven para algo?
—Buff… Pues no lo sé. Soy muy escéptico porque al final todo el mundo tiene buena voluntad, pero los resultados… Aunque, bueno, creo que hay sectores económicos que sin estos empujones no hubieran tirado, como el de las renovables y el transporte eléctrico, que cada vez van a más. La duda es si la independencia energética va a impulsar estos sectores más sostenibles o nos va a llevar a quemar más carbón. A saber…