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SARS-CoV-2: lo que los virólogos todavía desconocen

Desconocido hasta hace poco más de un año, el coronavirus SARS-CoV-2 ha cambiado profundamente nuestras sociedades. ¿Qué sabemos de él y qué nos queda por conocer?


Anne Goffard


La aparición del SARS-CoV-2 y su propagación a lo largo y ancho del planeta ofrecen a los virólogos una oportunidad sin precedentes de asistir «en directo» a la evolución de un nuevo coronavirus. Disponen de herramientas más potentes que nunca para analizar sus causas y consecuencias, pero ¿qué han conseguido aprender después de un año? Aquí, un resumen del estado actual del conocimiento.

El SARS-CoV-2 conquistó el planeta a principios de 2020, originando la pandemia de covid-19. ¿Cuánto se ha avanzado en el conocimiento de este virus?

Antes del inicio de la epidemia, no existían test serológicos para los coronavirus. No disponíamos de vacuna ni de tratamiento. Apenas sabíamos cómo atender a los pacientes. En un año, se han desarrollado herramientas de diagnóstico RT-PCR específicas para el SARS-CoV-2, se han puesto a punto test serológicos y ya disponemos de varias vacunas. Estos adelantos, que deberían permitir el control de la pandemia, se han obtenido muy pronto, aunque haya parecido mucho tiempo.

Es verdad que no existe todavía un tratamiento específico para el SARS-CoV-2, pero hemos aprendido mucho —y rápido— de los aspectos clínicos. La forma de tratar a los pacientes ha evolucionado muchísimo en comparación con los procedimientos de hace un año, cuando se conocía menos la enfermedad. Ahora sabemos cuándo utilizar corticoides como la dexametasona, cómo asistir a los pacientes graves con tratamientos menos agresivos que en los primeros días, etc. De hecho, el número de decesos se ha reducido.

En cambio, el avance en el conocimiento del propio virus ha sido menor, así como la manera en la que interactúa con el sistema inmunitario…

Así es. Las respuestas llegarán poco a poco, en un año, dos años… Este tipo de investigaciones requieren mucho tiempo, pues atañen a la virología fundamental.

En primer lugar, hay que ser capaces de reproducir en laboratorio la multiplicación del SARS-CoV-2 mediante cultivos celulares. Ya disponíamos de herramientas para ello, pero ha habido que adaptarlas a este nuevo coronavirus, lo cual lleva su tiempo. Una vez que estos métodos están listos, los diferentes especialistas pueden comenzar a realizar sus investigaciones: los inmunólogos van a tratar de identificar las vías del sistema inmunitario que el virus activa o inactiva, los virólogos van a producir proteínas virales modificadas con el fin de estudiar su interacción con diferentes componentes celulares como el receptor ECA2, la «cerradura» que el SARS-CoV-2 utiliza para abrirse un camino que le permita introducirse en las células…

En cuanto se obtienen los primeros datos, hay que validarlos, confrontarlos con los datos de otros grupos de investigación… Hay ciertos estudios que ya han generado resultados. Por ejemplo, se ha caracterizado enseguida la proteína de la espícula —presente en muchos ejemplares en la superficie del virus—, que interacciona con el receptor celular ECA2 y permite que el SARS-CoV-2 penetre en las células. ¿Por qué? Porque sabíamos, por nuestra experiencia con otros virus, que es la proteína que provoca las reacciones más fuertes del sistema inmunitario, así que es importante para el desarrollo de las vacunas. Para poder investigar ese mecanismo, era indispensable conocer ciertas características de esa proteína.

¿Cuáles son los siguientes pasos?

Los resultados más interesantes van a venir de la caracterización de las enzimas virales: la polimerasa y las proteasas del virus. La primera le permite copiar su material genético, una etapa indispensable para su multiplicación dentro de las células infectadas. Las segundas actúan como «tijeras» que fragmentan las proteínas que hace producir a esas células, proteínas como las que constituyen su cápside (la envoltura que protege el material genético del virus). Esta otra etapa es esencial para hacerlas utilizables.

La polimerasa y la proteasa son dianas muy importantes para los medicamentos antivirales. Los tratamientos contra el VIH contienen inhibidores de la proteasa y de la transcriptasa inversa (nombre de la polimerasa del VIH). Para conseguir antivirales eficaces, es importante conocer a fondo estas enzimas. Para empezar, hay que ser capaces de comprender su estructura tridimensional, de forma que los químicos que se dedican al diseño de fármacos puedan crear moléculas que se «peguen» a las partes importantes de estas enzimas y les impidan actuar. No es sencillo, pues su estudio precisa la producción de grandes cantidades de estas enzimas y con un grado de pureza muy elevado (con el fin de no perturbar la precisión de los análisis que se llevarán a cabo después).

Otro resultado esperado es el de las investigaciones sobre las «vacunas universales». La idea sería conseguir desarrollar vacunas que desencadenen la producción de anticuerpos neutralizantes de ancho espectro (o bNAb, broadly neutralizing antibodies). Esos anticuerpos atacarían motivos proteicos conservados en la superficie de virus emparentados, lo que les haría eficaces contra las diversas variantes en circulación. Se están realizando estudios desde hace varios años, especialmente para el VIH.

También es cierto que los especialistas en epidemiología viral esperan que surjan variantes más adaptadas al ser humano. En efecto, sabemos que cuando un virus infecta un nuevo huésped, aunque le lleva un cierto tiempo adaptarse a él, acaba por hacerlo, pero en el proceso pierde también algo de su virulencia. Estos mecanismos se conocen bien por el virus de la gripe: al cabo de uno o dos años, los virus responsables de pandemias de gripe se atenúan y se convierten en virus de gripes epidémicas que vuelven todos los inviernos.

Por el momento, no se ha observado ninguna atenuación de ese tipo en el coronavirus. No es que sea algo inesperado ya que, al contrario del virus de la gripe, los coronavirus poseen un mecanismo que corrige los errores que puedan aparecer cuando copian su material genético. En definitiva, evolucionan más despacio. La aparición de variantes ha sido notablemente más larga que en el caso de la gripe. En este caso, es la primera vez que asistimos a este proceso, con lo que no sabemos cuánto tiempo requiere.

Todavía quedan por dilucidar los orígenes del virus, ¿no es así?

Cierto. Aunque tenemos la certeza de que el origen del virus se encuentra en el murciélago, seguimos sin saber cuál ha sido el huésped intermediario (o los huéspedes intermediarios) que le han permitido pasar de ese animal al ser humano. Al principio se pensó en el pangolín, pero al final se ha confirmado que esa hipótesis es poco probable.

La identificación de los huéspedes intermediarios es importante, pues permite comprender los mecanismos que han posibilitado la aparición del virus en el ser humano y, por tanto, proponer medidas para evitar que se vuelva a repetir. Se trata de investigaciones muy largas, que precisan la movilización de naturalistas capaces de identificar las especias asiáticas que pudieran haber estado implicadas, recoger muestras de la fauna salvaje, analizarlas, etc. Y eso también requiere mucho tiempo.

Anne Goffard es médica, viróloga, profesora universitaria;  Université de Lille.

Artículo traducido gracias a la colaboración con Fundación Lilly.

Fuente: The Conversation.

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