Febrero, 2022
Su obra musical forma parte de los cimientos sobre los cuales se ha levantado el rock en español. Fue guitarrista, compositor, cantante y, sobre todo, poeta. Sí: Luis Alberto Spinetta fue (es) una de las figuras más importantes de la historia del rock argentino y latinoamericano. Su capacidad de moverse entre diversos estilos, y en especial la belleza de sus letras, marcaron el sello de su trayectoria, compuesta por exitosos proyectos musicales como Almendra, Pescado Rabioso y Spinetta Jade. Nacido el 23 de enero de 1950, este 8 de febrero se cumple una década de su partida; recuperamos este texto de Mario Bravo Soria para recordar al músico argentino…
I
Al ser docente universitario, ciertas veces en medio de alguna clase que se había extraviado temáticamente o tras haber abordado a un autor profundo y después de un debate grupal intenso, en más de una ocasión detuve el curso ordinario de la sesión y decía a los alumnos: “Este es un momento histórico: les presentaré al ‘Flaco’ Spinetta” y reproducía “Bajan”, tema que figura en el disco Artaud (1973).
Varios años después, aún ciertos exalumnos cuando nos encontramos por la calle o a través de redes sociales recuerdan —entre las anécdotas propias de aquellos años— ese momento en que su profesor de Psicología Social paró el curso ordinario de la clase y echó a andar tres minutos con 28 segundos de una canción inédita para ellos y ellas. Dudo acerca de si la anécdota y el recuerdo quedaron fijos en las memorias de algunos por el tema musical en sí mismo o por la ruptura que eso representaba: una clase universitaria, temas académicos, solemnidad propia del mundillo intelectual y, repentinamente, ¡Spinetta!
El cantautor y músico argentino fue y es precisamente eso: una ruptura en medio de la rutina, una madriguera —al estilo de aquellas que se relatan en Alicia en el país de las maravillas— por donde se ingresa a otros mundos. Escuchar su música representa un atentado contra el mandamiento capitalista de no perder el tiempo; en medio de la vorágine capitalista, oírle en canciones como “Muchacha (ojos de papel)”, “Los libros de la buena memoria” o “Cantata de puentes amarillos”, es a la vez un acto de lucidez y transgresión.
Tanto sus letras como la música que les acompaña, escapan —o de manera más precisa: se desparraman— de los reducidos espacios propios de los discos y las radios para convertirse en arte que habita en el territorio de los días y las noches de la vida.
¿Acaso esa no es una de las mayúsculas pretensiones de todo creador?
II
Pareciera injusto e insuficiente decir que Luis Alberto Spinetta (Buenos Aires,1950 – Buenos Aires, 2012) fue solamente un músico de rock, referente de varias generaciones en su natal Argentina, creador de clásicos que son la banda sonora de muchas vidas en América Latina y fundador de agrupaciones como Almendra o Pescado Rabioso.
Spinetta ha sido más que eso, pues pertenece a una extraña estirpe de seres dotados con la cualidad de partir en dos a la realidad, a lo rutinario, a lo “normal”, a la vida cotidiana y sus grises rituales: las mal llamadas brujas del siglo XVI; Fernando Pessoa; Sigmund Freud; Julio Cortázar; Ernesto Guevara; John Lennon; las madres de Plaza de Mayo; Agnès Varda; Wisława Szymborska, así como el mismo Spinetta, por mencionar sólo a algunos humanos quienes se decidieron —y, en algunos casos, este mundo los orilló— dibujar por fuera de los márgenes, abrir relojes y quitarles sus manecillas, incluso a imaginar otros mundos posibles e invitarnos al resto a vivirlos aquí y ahora.
Spinetta trascendió al hombre frente a un micrófono, con guitarra en mano y una banda sonando detrás suyo. No es exagerado, para nada lo es, recordarlo como alguien que ha hecho arte más allá de los espacios, formatos y códigos del arte mismo. Basta recordar esa anécdota que le relató al periodista Eduardo Berti, quien en su libro intitulado Spinetta, crónica e iluminaciones (1988), testimonia que, una de las líneas mejor logradas del ya clásico tema “Cementerio Club” (perteneciente al álbum Artaud), Luis Alberto la halló escrita en un muro de la celda en donde fue recluido en el año 1977 (tras dar un concierto mientras se vivía el terror propio de la más reciente dictadura militar en la Argentina). Tal expresión poética huyó del papel y se instaló en una pared gracias a que algún preso, en algún momento de bella sensibilidad y amarga desesperación, escribió: “Qué solo y triste voy a estar en este cementerio”, a lo cual Spinetta antes de irse de aquel lugar y una vez que el comisario le puso en libertad, de la siguiente manera completó dicha frase en el muro: “Qué calor hará sin vos en verano…”
El arte no sólo sobre un escenario, sino entre las cuatro paredes de una celda, ahí donde también hace falta la poesía y ésta puede llegar a transmutarse en una tiza que sirva para dibujar ventanas y puertas, así como salidas de emergencia.
III
Spinetta materializaba el arte en los hechos cotidianos, ahí donde el panadero se levanta todos los días y hornea, donde el carpintero debe entregar hoy por la tarde una mesa y cuatro sillas, donde una muchacha ojos de papel llora ante la incertidumbre que le arrojan los pétalos de la margarita… ahí en ese mundo de los días de la vida… ahí Spinetta transformaba las tonalidades grisáceas en una paleta multicromática, en un mundo donde el poeta está seguro de que su mensaje le llegará, sí o sí, a su destinatario.
Así confió en un fragmento del tema “Los libros de la buena memoria”:
Mi voz le llegará,
mi boca también…
tal vez le confiaré,
que eras el vestigio del futuro…
El poeta confía. La voz y la boca llegarán a los labios que son su puerto de arribo, sin prisas, sin necesidad u obligación de insertarnos en el remolino del vértigo, de los horarios de oficina, de ir corriendo siempre detrás de un futuro supuestamente marcado por el Progreso; pero sin la promesa de que realmente todos podamos acceder a él.
Ante el vértigo del éxito obligatorio, de trabajar para sobrevivir y ganar dinero; frente a las exigencias del capitalismo brutal y salvaje, Spinetta dice en “Bajan”:
Tengo tiempo para saber
si lo que sueño concluye en algo
no te apures ya más, loco,
porque es entonces cuando las horas bajan,
el día es vidrio sin sol
bajan, la noche te oculta la voz
y, además, vos querés sol,
despacio también
podes hallar la luna…
IV
Luis Alberto llama a la pausa y nos invita a respirar: no corras, no marches al ritmo de los relojes ni aspires a vivir únicamente para llegar primero… baja la velocidad, aún tenemos tiempo incluso para descubrir si nuestros sueños tendrán o no un final. En “Bajan”, el autor deja un testimonio y un legado a las nuevas generaciones: no te enfermes de prisa, no caigas en la trampa de quienes nos pretenden construir como humanos robotizados, no creas que no puedes llegar a ser el sol y también la luna.
Spinetta afirmó al mismo Eduardo Berti en el libro ya citado, que leyó mucho del poeta francés Antonin Artaud para la realización de las letras de aquel disco; tal referente de Luis Alberto promovía que, ante la desesperación y frustración propias de habitar en este mundo, la salida a ello era la demencia y la locura. El músico argentino, en cambio, no prefigura que esa sea la única alternativa, sino que —más en el tono de Ernesto Guevara y The Beatles, cuando el primero dijo: “El verdadero revolucionario está guiado por grandes sentimientos de amor”, y cuando el cuarteto inglés afirmó: “Todo lo que necesitas es amor”— sitúa a la salida de emergencia en la actitud de no vivir a prisa, en no en malgastar los días de la vida, para así evitar que nos absorba esta sociedad que, principalmente, requiere hombres y mujeres dóciles.
Y si esa vida podemos nutrirla de arte, eso será mucho mejor, sugiere el músico fallecido hoy hace una década —el 8 de febrero de 2012—, quien desde su enorme universo interior construyó cierta imagen, específicamente la de un kamikaze que se juega la vida en nombre de —nada más y nada menos— la vida misma.
Así lo relató al periodista Berdi en el libro ya referido. Leamos atentos a Spinetta:
Un kamikaze se juega por la pasión de lo suyo. Muere por esa pasión: el rockero con su viola y el médico con su bisturí. No quiero no sentir pasión en lo que estoy haciendo, o hacerlo por un simple y determinado compromiso con la gente. Acá, en la guerra de las Malvinas, sé de posta que hubo kamikazes. Pero dejá de lado el plano bélico y ponelo como energía de polenta, aplicalo a la creación, a luchar contra la mediocridad y contra la destrucción del mundo.
V
Jugarse la vida por la pasión. No en el plano de guerras y muertes sino como militante de una trinchera desde donde se lucha contra todo aquello que resulta gris y destruye al mundo.
Estar… así como Spinetta estuvo y acompañó varias luchas sociales; por ejemplo, los reclamos de ciertos docentes en Buenos Aires, tal como lo testimonia la foto que circula en la Internet donde se le mira apoyando esa causa. Sin que nadie se lo pidiera y sólo por sentir el compromiso de combatir contra ciertas modalidades que adquiere la injusticia; él fue a la carpa montada por los maestros porteños e hizo algo de lo que mejor sabía hacer: estar y llevar el arte a donde hacía falta.
Spinetta, seguramente, fue el sol y la luna. Vivió y supo estar ahí, tanto arriba de un escenario como en un estudio de grabación y en la calle; allí, donde la vida pasa… precisamente cuando las horas bajan.