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El mood solipsista

Escribe Juan Soto en esta nueva entrega de su columna ‘Modus vivendi’ para Salida de Emergencia: “Millones de personas alrededor del mundo viven sumergidas en la estrafalaria ilusión de ser únicas. De ser ellas mismas sin parecerse a nadie más. Sin embargo, y para su infortunio, lo característico de nuestro mundo es la tendencia a la homologación. Lo que caracteriza nuestro mundo no es precisamente la diversidad, sino una clara tendencia a ser iguales”.


Millones de personas alrededor del mundo viven sumergidas en la estrafalaria ilusión de ser únicas. De ser ellas mismas sin parecerse a nadie más. Sin embargo, y para su infortunio, lo característico de nuestro mundo es la tendencia a la homologación (así lo dijo Vicente Verdú hace casi veinte años, aunque no haya sido el único en percatarse de ello). Lo que caracteriza nuestro mundo no es precisamente la diversidad, sino una clara tendencia a ser iguales.

Si mira con detenimiento podrá identificar las distintas formas en la que esta homologación aparece frente a nuestras narices. Es fácil reconocerla en diversos ámbitos de la vida. Algunas cuestiones que caracterizan el tiempo en que vivimos son la facilidad con la que se repiten las mismas ideas a manera de embrutecedor sonsonete, la sencillez con la que las modas dejan de ser fenómenos locales o regionales para convertirse en fenómenos mundiales, la rapidez con la que millones de jóvenes replican las mismas coreografías en las pantallas al ritmo de los mismos segmentos musicales o estribillos de anodinas canciones que se han viralizado y que en unos meses resultarán obsoletas, la desgarbada prontitud con la que se comparten estados de ánimo, actividades, pensamientos, etc.

Por si fuera poco, con el ímpetu que caracteriza a la incultura, los lemas de la psicología positiva que se encargan de alimentar la idea de que las personas deben incrementar su felicidad cotidiana se regurgitan a la menor provocación en las conversaciones, en las aplicaciones de mensajería instantánea, en las plataformas publicitarias, en los mensajes televisivos, en la publicidad, etc. Ámate, quiérete, consiéntete, disfrútate, etc., son imperativos esdrújulos que ya no son sólo parte del argot de la vulgata psicológica contemporánea, sino que han pasado a formar parte del patrimonio del sentido común. Frente a tanta incultura que promueven particularmente los psicólogos ¿qué otra cosa les puede esperar a los infelices sino concebirse como seres disminuidos entre las aguas del fortalecido individualismo y el apabullante consumismo? El mantra que repite la psicología positiva, lo ha señalado con fuerza ese sociólogo y escritor londinense William Davies, es el de que la felicidad es una elección personal. Nada más equivocado, inculto y desinformado que lo anterior.

No obstante, la preocupación por la felicidad no es nueva. Es propia de finales del siglo XVIII. Bentham se la robó a Priestley y la convirtió en axioma. Es probable que este abogado, ingeniero y reformador social londinense se sentiría muy interesado por la forma en que se reivindica el hedonismo en nuestros días, pues lo defendió airadamente. Y, palabras demás, digamos que la idea de la prisión-panóptico se la debemos a él.

Tanta extroversión, tanto hedonismo, tanta preocupación por la felicidad, tanta evocación simplista del carpe diem, tanto anhelo por distinguirse de los demás gracias a la tosca manipulación del sistema de las apariencias, tanta perorata sobre el bienestar, la salud mental, la productividad, el estrés, el rendimiento, etc., embona muy bien con lo que podemos llamar el “mood solipsista”. Y que quede claro que se emplea mood por rendir un tributo a las empobrecidas formas de habla cool y a esa hipsterización de la cultura que tenemos que padecer muy a menudo. Y por mood se entiende algo muy simple: humor o estado de ánimo. Preguntar ¿en qué mood andas? suena idiotamente más cool que simplemente preguntar cómo te sientes o cómo estás. Combinar el uso de palabras en inglés y español suena estúpidamente más cool.

Sin entrar en demasiadas complicaciones digamos que solipsismo viene del latín solus ipse que, llanamente, podemos entender como solamente yo existo. Es una concepción según la cual únicamente se puede conocer la existencia del yo. Dicho en términos del “idealismo subjetivo” de Berkeley, podemos llegar a la consideración de que cada uno de nosotros está en su propio mundo y cada mundo es distinto al de los demás. No obstante, gracias a un Dios que sería incapaz de engañarnos podemos confiar en las ideas que tenemos acerca del mundo y de la existencia de otras mentes. La idea del mood solipsista pretende, más que nada, definir una condición generalizada de los individuos que apunta a subrayar que sólo existe lo que tiene que ver con nosotros. Idea que ha perfilado Juan Martín Prada para la navegación por la red, pero que, de algún modo, podemos decir que se extiende más allá del entorno digital.

El mood solipsista, sólo para precisar, define un estilo de vida asociado a una idea central: sólo lo que tiene que ver conmigo es importante. Las conclusiones a las que lleva este tipo de razonamiento prosaico tienen que ver con equivocadas ideas sobre la existencia. Si me ofende es ofensivo. Si me desagrada es desagradable. Si me perturba (vaya palabrita de moda), es perturbador. Si me indigna es indignante. Si me da asco es asqueroso. Si me incomoda es incómodo, etc. ¿Qué clase de ideas tan vulgares y simplistas son estas? Vale decir que bajo el manto de un razonamiento tan encerrado en sí mismo es fácil condenar, rechazar, aislar, censurar, vituperar, reprobar, etc., cualquier viso de alteridad.

El mood solipsista celebra la diversidad y la alteridad en el discurso, pero las elimina en la práctica. La psicología y sus esbirros han hecho, sí, de la felicidad una industria. Imponiendo y difundiendo un mood solipsista en el discurso y en la vida cotidiana. ¿El resultado? Montones de gente codeándose y replicando a voces lo que el de al lado, sin ser comunidad, también repite a gritos. Atolondrados seres que deambulan por las calles, centros comerciales, parques de diversiones, centros vacacionales y educativos repitiendo con ferocidad y a coro cree en ti, deja de competir con los demás y compite contigo mismo, que nadie te corte las alas, tu único límite eres tú, no dependas de los demás para ser feliz. Su manifiesto podría incluir ideas como: sólo oigo y me convenzo de lo que yo pienso, puedo estar de acuerdo con los que piensan las mismas tonterías que yo y estoy dispuesto a hacer la guerra a los que no piensen como yo.

Y a estos embobados con el mood solipsista les viene bien la vida en pantallas. Esa donde pueden compartir para existir. Regresando a Berkeley: esse est percipi. Donde pueden inundar las plataformas publicitarias con sus nuevas fullerías listas para ser reforzadas con reacciones (sólo las amigables). Sí, es cierto, las redes sociales hoy generan nuevas zonas de confort donde los que forman parte del mismo mood se aplauden, se apapachan y se encorazonan. Bauman lo dijo de esta manera: “Mucha gente usa las redes sociales no para unir, no para ampliar sus horizontes, sino al contrario, para encerrarse en lo que llamo zonas de confort, donde el único sonido que oyen es el eco de su voz, donde lo único que ven son los reflejos de su propia cara”.

Eres genial se puede leer en las plataformas publicitarias. A lo que se replica con un tú más o un pero si tú. Un perfecto diálogo de seres que hablan para sí mismos con el único fin de ser reconocidos. Lo que se comparte en redes sociales y lo que se muestra se han convertido en el punto de contacto con el mundo y con los otros, en débiles formas de interacción con los demás que tiende a reafirmar la existencia individual sin generar sentido de comunidad. En el ahogado y desesperado grito que se magnifica dentro de una caverna donde otros muy parecidos hacen lo mismo y tienden a expulsar a los distintos hacia las zonas de confort que les asignen los algoritmos. El mood solipsista representa el fin del sentido colectivo de la existencia y el triunfo de la psicología como ciencia de la salud y de la felicidad. Es decir, uno de los tropiezos culturales más dolorosos de nuestro tiempo.

Y mientras la gente siga pensando que yendo al psicólogo arreglará sus problemas y será más feliz, mientras siga pensando que las denominadas terapias psicológicas son la solución a los problemas de origen social, seguiremos en caída libre sin tener la posibilidad de tocar fondo. Repita conmigo: la idea de que sólo lo que tiene que ver conmigo es importante no es más que una peligrosa ilusión.

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