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Ritual de invierno

Veterano periodista cultural y crítico teatral, Fernando de Ita hace un recuento de este 2021 que (casi) concluye. Aquí, escribe: termina el año pero no acaba la zozobra. El bicho de la pandemia recorre el mundo con nuevos bríos. Así las cosas, cómo hacer el recuento del año sin calificarlo de antemano de fatídico, y no sólo por la pandemia sino por la actual administración cultural…


Termina el año pero no acaba la zozobra. El bicho de la pandemia recorre el mundo con nuevos bríos. Al contrario de las guerras, los desastres naturales y las catástrofes humanas, que por estar focalizadas en determinadas geografías resultan ajenas, la covid-19 no respeta fronteras ni distingue raza, posición social o económica. La globalización, que es el emblema de la nueva realidad tecnológica, está contagiando a la humanidad entera a una velocidad insospechada en el pasado. Todos somos posibles portadores del Mal, secretos emisarios de la muerte. Así las cosas, cómo hacer el recuento del año sin calificarlo de antemano de fatídico, y no sólo por la pandemia sino por el encono fratricida que ha provocado una sentencia moral: “Primero los pobres”.

En el campo de la cultura, cumplir la premisa de la 4T ha resultado tragicómico por confundir folclor con identidad e identidad con discriminación. Si eres blanco o mestizo con estudios superiores eres neoliberal. Como el presidente López Obrador ha hecho de Héctor Aguilar Camín y Enrique Krauze la regla y no la excepción de la intelectualidad mexicana, todos somos corruptos, incluyendo aquellos que en su momento denunciaron la cercanía de estos caudillos culturales con el poder político y económico.

Lo trágico es que los programas de cultura comunitaria que harían la diferencia entre la alta cultura y la cultura popular fracasaron en toda la línea, y los Semilleros Culturales que festejó la señora Alejandra Fraustro como el logro de su gestión, son en realidad el resultado de muchos años de apoyo a la formación musical de los infantes de diversos estados del país, como lo sabe perfectamente la propia secretaria del ramo porque en los gobiernos neoliberales ella participó en algunos de éstos. Sin duda, la marca de agua de su administración será el Whatsapp “Desactivación Colectivos”, que mostró las auténticas intenciones de la Secretaría de Cultura con la comunidad a la que debería atender sin cortapisas.

Como el desdén y el pensamiento monotemático del presidente por la cultura hacen inútiles las críticas a la peor gestión cultural que yo recuerde, paso a comentar que las artes escénicas fueron severamente castigadas por la pandemia, puesto que cerró los teatros y los espacios alternativos para la Representación de la Vida, si se me permite el adorno literario. El virus impidió el convivio presencial de actores, técnicos y público, cortando de raíz la relación que ha mantenido la vida del teatro por 25 siglos.

Para no bajar el telón, el teatro emigró a las plataformas digitales que ya frecuentaban algunos adelantados en las narrativas transmedias, el teatro liminal y el teatro expandido. Por este traslado se armó una jocosa polémica entre quienes dijimos que si el teatro no es presencial no es teatro, y aquellos que sostenían lo contrario. Yo sostuve que no es lo mismo fornicar de cuerpo presente que con un holograma, pero entendí que la imagen puede provocar orgasmos equivalentes. Cada quien su placer y adelante: al streaming. Más allá de los aciertos y los errores que se dieron con la intermediación tecnológica, lo notable fue la actitud y el riesgo que corrieron los cómicos y las trágicas para seguir alentando la vida del teatro.

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Lo primero que dejó en claro el intercambio con otro medio de expresión fue que el teatro grabado es fatal, porque se pierde la comunicación física, energética y emocional del teatro presencial.

Quienes se acercaron por primera vez a la trasmisión digital de una emoción viva descubrieron que lo primero que hay que entender, para emigrar a la virtualidad, es que se trata de otro lenguaje y sus recursos para formar su discurso son otros. El teatro parte del cuerpo; la tecnología visual, de la imagen del cuerpo. Ambos medios potencian los nudos dramáticos de la acción humana, pero lo hacen de distinta manera.

Algo sucedió en este cruce, no diré de fronteras —porque hay muchas vías de comunicación entre teatro, cine y demás formatos audiovisuales— pero sí de lenguajes, porque la forma abierta, expuesta, sobrecargada de la teatralidad tuvo que cambiar su manera de asumir la emoción de los acontecimientos. Así esté en la última butaca, la cámara tiene la tecnología para acercar la cara del actuante al primer plano de pantalla. Ya nadie necesita gritar para que se escuche el susurro del amante (aunque el audio es el talón de Aquiles del cine y las series mexicanas y españolas). En el teatro sólo puedes asistir a la guerra narrándola, o proyectando una imagen que puede ser genuina o ficticia. La virtualidad está construyendo mundos paralelos envolventes, adictivos, porque no presenta la realidad como es sino como podría ser. Incluso la más realista de las tomas es una alteración de lo real, así que hay que aprovechar ese poder para darle al teatro una nueva vitalidad, en lugar de tratarle de imponer a la imagen electrónica las maneras del teatro.

Paradójicamente, el cierre de los teatros nos permitió ver más teatro que nunca, porque desde junio del 2020 los teatreros nacionales y foráneos comenzaron a volcarse al streaming y todas su plataformas (YouTube y demás maneras de estar en Internet). En este sentido, el teatro tuvo más público que nunca, pero era gente de plataformas digitales en donde estás cambiando de imagen, parándote, hablando por celular, escribiendo. Me temo que si hubiera un registro de cuanta gente vio completas las obras de teatro adaptadas o hechas para la pantalla, el número sería mínimo, porque incluso la gente de teatro que jamás se saldría de una función se fue muchas veces de la trasmisión.

Vi cosas extraordinarias de México y otros países, aunque al inicio los dramáticos se enfrentaron con las fallas tecnológicas; pero, una vez controladas, dieron funciones muy bien logradas por momentos y malogradas por otros; intentos cumplidos y fallidos, apuntes inquietantes, miradas profundas, cuerpos notables no sólo por su forma, historias simples y complejas. En el recuento, sin embargo, todo el esfuerzo de la gente de teatro quedó tan disperso como la red en la que ya no hay 15 minutos, tan solo 15 segundos de fama.

Alejandra Fraustro.

Tal vez por ello se me escapa una intención central de decir algo sobre el sobresalto de estar vivo en tiempo de crisis, y no es exagerado agregar: tiempo de muerte. Se dijeron tantas cosas, se tocaron tantos temas, tantos formatos narrativos, tantas palabras, tantas imágenes, que esa constelación de signos quedó más bien en la nube; con la ventaja de que sus autores pueden volver a ellos para seguir difundiendo su sentido —si lo tiene—, y para analizar su forma y su contenido. Porque la pandemia no ha terminado. Todo indica que el año entrante habrá un repunte peligroso de contagios, y lo primero que cierran son los espacios culturales.

En contra lo que expone el Presidente de México, la mayoría de la gente dedicada a esa edición de lo real que llamamos arte está entre los primeros que dice proteger la 4T: los pobres. Sí: se ha demostrado la autoexplotación laboral en la que vive el 90 por ciento de los gremios artísticos, así como la falta de apoyo de la Secretaría de Cultura que lleva tres años mudándose a Tlaxcala, como un signo de lo que ha sido, es y será la actual administración: una rémora (es decir: obstáculo físico e inmaterial que impide o dificulta un proceso, un proyecto o una acción).

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