Los restos fósiles de una nueva especie de anquilosaurio habían quedado atrapados en el fin del mundo, en el extremo sur de Chile, durante 70 millones de años. Ahora, el hallazgo de este herbívoro de dos metros de largo con una curiosa cola en forma de espada ha provocado un gran revuelo en la ciencia local: es el dinosaurio más completo que se ha encontrado en el país sudamericano.
Durante más de 70 millones de años, estuvo allí, enterrado, escondido en el fin del mundo, mientras el planeta entero se reconfiguraba una y otra vez. Ahora, Stegouros elengassen, una nueva especie de anquilosaurio —un herbívoro de dos metros de largo con una curiosa cola en forma de espada—, ha hecho su aparición.
Décadas, siglos, milenios, conquistas, guerras, revoluciones, gobiernos, modas y pandemias se sucedieron hasta que una día de febrero de 2018, en las condiciones más extremas, ventosas y desoladas de la Patagonia chilena, un equipo de curiosos profesionales, al fin, dio con sus restos. Después de todo ese tiempo, aquel extraño dinosaurio blindado volvía a resurgir del olvido. Hoy, tras ser examinado y tomografiado al detalle, aterriza en la revista Nature.
“Fue una gran sorpresa”, cuenta en entrevista el paleontólogo chileno Sergio Soto-Acuña de la Universidad de Chile. “No esperábamos hallar los restos de un anquilosaurio, es decir un grupo peculiar de dinosaurios herbívoros acorazados que presentan huesos en la piel y una curiosa cola que usaban como arma”, añade.
La primera vez que el mundo fue cautivado por estos animales prehistóricos fue en 1906 cuando el cazador de fósiles Barnum Brown desenterró el primer ejemplar conocido en la Formación Hell Creek de Montana, Estados Unidos, en la misma zona donde había hallado en 1902 el primer Tyrannosaurus rex.
Desde entonces, una gran variedad de fósiles de esta especie fueron hallados especialmente en América del Norte y Asia. Pero en el hemisferio sur son muy escasos, raros y poco conocidos: en Sudamérica, se han encontrado restos fragmentarios en Argentina en los años noventa. Los únicos a los que se les ha asignado nombre son Kunbarrasaurus ieversi en Australia y Antarctopelta oliveroi —el primer dinosaurio hallado en la Antártida—, nombrado por los científicos argentinos Leonardo Salgado y Zulma Gasparini.
Por eso, el nuevo integrante de la gran familia de dinosaurios sudamericanos intriga mucho. Descubierto en la Región de Magallanes, en el extremo sur de Chile, su nombre, Stegouros elengassen, viene del griego stego (techo) y uros (cola), por su llamativa cola cubierta, y elengassen, en referencia a una bestia acorazada de la mitología del pueblo local Aónikenk (o tehuelches).
Su descubrimiento ha provocado un gran revuelo en la ciencia local: es el dinosaurio más completo que se ha encontrado en ese país. “Es un hito para la paleontología chilena”, advierte el biólogo Alexander Vargas, del Laboratorio de Ontogenia y Filogenia de la Universidad de Chile. “Es la primera vez que una investigación realizada completamente por científicos chilenos, con el apoyo de técnicos argentinos, y con financiamiento completamente nacional se publica en una revista de alto nivel como Nature”, recalca.
Bajo la sombra de los pumas
Pero dar con este dinosaurio no fue una tarea sencilla, sobre todo por la condiciones meteorológicas variables de la zona conocida como valle del río de las Chinas, cerca del Cerro Guido de 1.270 metros de altura.
“Es un sitio muy duro para trabajar. Hay que estar en buen estado físico. Hay regiones empinadas. Los cambios climáticos son abruptos: en un sólo día puede llover intensamente, el viento sopla con fuerza y nieva hasta en verano. Incluso, fuimos visitados varias veces durante la noche por pumas”, dice en entrevista el argentino Jonatan Kaluza, técnico en paleontología de la Fundación de Historia Natural Félix de Azara y Conicet, quien colaboró con ellos en la prospección, extracción y conservación de los fósiles.
“Durante los primeros días de la expedición organizada por el Instituto Antártico Chileno sólo encontramos microfósiles, nada mediano o grande para extraer. Faltando cinco días para terminar la campaña, nos acercamos al campamento de unos colegas de la Universidad de Texas que estaban trabajando en la zona, y nos alertaron que habían visto lo que creían que eran restos de un animal pequeño”, continúa.
La primera impresión que tuvieron los paleontólogos sudamericanos al encontrarse con estas vértebras algo erosionadas que afloraban en la superficie del terreno fue que se trataba de un ornitisquio, un dinosaurio herbívoro de tamaño mediano que se desplazaba sobre las patas traseras, similar a uno que había hallado del lado argentino el equipo liderado por el paleontólogo Fernando Novas que lo denominó Talenkauen santacrucensis.
“En una carrera contra el tiempo, empezamos a trabajar a las seis de la mañana y no nos detuvimos hasta las 11 o 12 de la noche, al borde de la hipotermia”, recuerda Kaluza, quien se fisuró una costilla en el proceso. “Logramos extraer el material, cuatro bloques de entre 200 a 350 kilos cada uno. Usamos un cuatriciclo que nos prestaron en una estancia cercana como camilla para transportar los bloques con fósiles”, detalla.
Una vez en el laboratorio los científicos se dieron cuenta de que estaban ante un dinosaurio de dos metros de largo fuera de lo común. “Teníamos esperanzas de encontrar alguna vez un anquilosaurio, sobre todo sabiendo que hace 74 millones de años se formaban esporádicamente puentes entre Sudamérica y la Antártida”, dice Vargas. “Sus extremidades son muy esbeltas. Cuando limpiamos el material apareció su increíble y sofisticada cola. Estábamos fascinados porque era algo hasta ahora nunca visto: un armamento biológico único, un arma que nos recuerda a una espada azteca ‘macuahuitl”, apunta.
Stegouros elengassen es la primera especie de anquilosaurio nombrada en Sudamérica, y es distinto a los anquilosaurios del norte que desarrollaron una maza y púas como armas en la cola. El nuevo dinosaurio, en cambio, tiene rasgos primitivos en brazos y pelvis, características parecidas a las de otros dinosaurios acorazados y con picos óseos cónicos como el estegosaurio que las habría retenido de un antepasado común y se perdieron en sus primos del norte.
“Por eso lo llamamos ‘anquilosaurio transicional’ porque es un eslabón evolutivo entre formas más antiguas de dinosaurios acorazados y los anquilosaurios”, indica Vargas. “Stegourus está emparentado con los anquilosaurios encontrados en Antártida y Australia, comparten novedades evolutivas. Todo esto nos habla de un linaje de anquilosaurios del sur, anquilosaurios que se separaron muy tempranamente de los de otras regiones”, indica el experto.
Una presa difícil de digerir
El valle del río de Las Chinas es el yacimiento paleontológico más rico en Chile. El lugar fue hallado por el paleobiólogo Marcelo Leppe en 2011, intrigado por el registro de flora cretácica. En 2013, los paleontólogos hallaron allí fragmentos de hadrosaurios o dinosaurios con pico de pato. En 2015, partes de un titanosaurio. Les siguieron restos de pequeños mamíferos, tortugas y de reptiles marinos como plesiosaurios y mosasaurios.
Lo que hoy es una estepa ventosa y desolada, hace más de 70 millones de años era una zona poblada por bosques húmedos y lluviosos, con helechos y coníferas y una temperatura mayor a la actual, aunque con una tendencia hacia un enfriamiento.
La evidencia indica que Stegourus vivió en un delta que se abría en un abanico fluvial como el Nilo, con ríos sinuosos e islas que se formaban entre ellos. Compartía el ambiente con algunos mamíferos sin descendientes en la actualidad como el Orretherium, de aspecto similar a los zorrillos modernos, y el Magallanodon, un herbívoro del tamaño de una nutria, así como con la tortuga Yaminuechelys, cuyos fósiles fueron reportados por este equipo de científicos en los últimos años. “Hallamos también restos de dinosaurios carnívoros pero sólo ahora los estamos estudiando”, revela Soto-Acuña.
Para estos depredadores, Stegourus habría sido difícil de masticar y procesar porque en toda su piel contaba con una malla de osteodermos, es decir, pequeños huesos que le daban una apariencia similar a la de los armadillos modernos.
Quizás esta armadura casi impenetrable explique el éxito en términos evolutivos de los anquilosaurios, animales que aparecieron en la Tierra a mediados del Jurásico, hace unos 160 millones de años, y existieron hasta el final de la era de los dinosaurios, que terminó hace 65 millones de años. Vivieron en el planeta durante casi cien millones de años.
Los científicos desconocen si estos animales de movimientos lentos se desplazaban en manadas, si cuidaban a sus crías, cuántos años vivían o cómo hacían para aparearse.
Gracias a estudios realizados en el cráneo de anquilosaurios hallados en Asia, los investigadores estiman que tenían un sentido del olfato extremadamente desarrollado, lo que probablemente les ayudó a buscar comida y a presentir a tiempo que los depredadores se acercaban.
También saben que sus cerebros eran pequeños, que escuchaban sonidos de baja frecuencia, entre 300 a 3.000 hercios, y que tenían un pico estrecho para ayudarles a arrancar las hojas de las plantas.
La explosión de la paleontología chilena
La aparición de tantos fósiles en esta región al sur de Chile tal vez se deba a que la zona en su tiempo resultó ser una “trampa biológica” que permitió que los restos de Stegourus se conservaran tan bien.
“Probablemente el animal quedó atrapado en el sedimento y no pudo moverse o fue arrastrado por una corriente”, puntualiza la paleontóloga Carolina Simon Gutstein, quien participó en la investigación. “Los restos de su cuerpo que no están presentes quizá se deba a alguna actividad carroñera realizada por otras especies o a la descomposición misma del espécimen cuando quedó expuesto”, añade.
Independiente de cómo haya muerto, su descubrimiento ha sacudido la ciencia chilena. Es el cuarto dinosaurio nombrado en Chile, luego de Chilesaurus diegosuarezi, Atacamatitan chilensis y Arackar licanantay.
“Es increíble que esté tan completo. Esto lo hace único”, reconoce Marcelo Leppe, director del Instituto Antártico Chileno. “Todo este trabajo ha sido una escuela paleontológica para un país que no tiene una larga tradición en la disciplina, a diferencia de Argentina que cuenta con más paleontólogos e instituciones trabajando. También tiene un tremendo significado social en la Región de Magallanes. La paleontología puede aportar mucho al turismo y a la cultura. Creemos que estos hallazgos están poniendo a la región en el mapa paleontológico mundial”.
Los investigadores esperan que este dinosaurio sea un antes y un después en la paleontología chilena como lo fue el hallazgo en 1985 del Carnotaurus para la paleontología argentina. Y en especial, que este descubrimiento impulse económicamente más proyectos científicos y más colaboraciones, y a la vez atraiga a estudiantes a dedicarse a la profesión teniendo en cuenta que en la actualidad hay más materiales extraídos que personas para examinarlos.
“Seguramente esta investigación motivará a más jóvenes”, espera la estudiante de biología Bárbara Aravena, quien participó en la campaña y ayudó en la investigación. “Y demuestra que se puede hacer en Chile investigación con impacto a escala mundial, a pesar de que en el país no se asignen tantos recursos para ciencia. Esperemos que a partir de este descubrimiento esto cambie”, dice.
Referencia: Alexander Vargas et al. “Bizarre tail weaponry in a transitional ankylosaur from subantarctic Chile” Nature.
Fuente. Agencia SINC.