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Teorías de los mitólogos

Filólogo clásico, profesor universitario, historiador de la filosofía y experto en estudios clásicos, se cumple el centenario de nacimiento de Geoffrey Stephen Kirk. Sus obras sobre literatura y mitología de la Grecia antigua son, hoy, un referente. Víctor Roura lo recuerda con estas líneas…


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Decía Platón que, para el primer escritor conocido que usó la palabra, la mitología significó “contar o charlar sobre historias”. Para el inglés G. S. Kirk (3 de diciembre de 1921 / 10 de marzo de 2003), “la etimología de mito, desde un punto de vista, revela muy poco; desde otro, revela lo que puede resultar un hecho crucial, aunque aparentemente banal. En griego, múthos significa, básicamente, declaración, lo que alguien dice. Pasó a significar lo que alguien dice en la forma de un cuento, una historia”. En un desarrollo diferente de su significado, “múthos se contrapone en ocasiones a lógos. Este último término, que forma un elemento del compuesto mutho-logía, mitología, implica algo así como afirmación analítica o incluso teoría. De este contraste emergió el sentido exagerado de mito como falsedad [de ahí también la acepción de mitomanía, la manía de decir mentiras o relatar cosas fabulosas], lo cual no significa negar —dice el especialista Kirk— que los mitos sean predominantemente creaciones novelescas, imaginativas, más que registros de hechos. Múthoi, en cualquier caso, connota historias más que afirmaciones, y, cuando los propios griegos hablaron sobre muthoi, significaban, la mayoría de las veces, igual que nosotros, los cuentos tradicionales relativos a dioses y héroes. No se propusieron dar a entender algo en particular acerca de la exactitud o falsedad de estos cuentos, algunos de los cuales se consideraba que contenían elementos de verdad, al menos hasta la época de Platón”.

En La naturaleza de los mitos griegos (Paidós, 304 páginas, 2002), Kirk dice que “la etimología y los usos antiguos sugieren que los mitos son historias y eso no contradice la práctica moderna. No todas las historias son mitos, por supuesto; las novelas no son mitos, las historias breves no son mitos, cuentos improvisados para niños no son mitos. Por mitos entendemos, de forma habitual, como los griegos antiguos, historias tradicionales”. Sin embargo, una vez más, habría que puntualizar que no todas las historias tradicionales son mitos. Estas pesquisas llevan a Kirk a un verdadero laberinto de significados: “Los mitos son una categoría vaga e incierta, y lo que para uno es mito para otro es leyenda, o saga, o cuento popular, o tradición oral”.

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En los mitos, digamos, se hallan cualidades de los cuentos populares y ciertas cualidades míticas aparecen, a su vez, en algunos cuentos populares. Pero, advierte Kirk, los cuentos de los hermanos Grimm no son míticos y algunos mitos griegos, como los referentes a Perseo, están repletos de elementos del cuento popular: “La peligrosa búsqueda de la cabeza de la Gorgona, el malvado rey que la promueve, los instrumentos mágicos que ayudan al héroe, las argucias por las que éste engaña a la anciana y evita la mirada fatal de la Medusa. También la historia de Edipo se desarrolla en torno a incidentes que hacen pensar en los cuentos populares: el descubrimiento del niño por el pastor, su crecimiento en la ignorancia de quiénes son sus verdaderos padres, las tensiones a propósito del trono y el matrimonio”.

Quizá por esta compleja distinción es que se asume que los mitos son, sencillamente, “un tipo especial de cuento tradicional y que las cualidades que los hacen especiales son aquellas que los distinguen como profundos, imaginativos, espirituales, universales o imperecederos. De hecho —asevera Kirk—, muchos críticos han estado dispuestos a nombrar alguna cualidad única que cumpla todas estas cosas, aunque naturalmente no están de acuerdo en cuál podría ser esta cualidad. Los antropólogos, por ejemplo, se han convencido a sí mismos de que todos los mitos son cuentos sagrados en algún sentido; el expositor actual más prolijo de mitos y religiones, Mircea Eliade, cree que todos los mitos reproducen la era creativa, el momento anterior a la historia en el que las cosas fueron desarrolladas y ordenadas. Ésta es la razón por la que los mitos tienen que ver con asuntos profundos, con los orígenes sagrados o sobrenaturales de las cosas, por los que poseen su aura especial”.

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Asimismo, se ha discutido con frecuencia si los cuentos heroicos deberían ser considerados como verdaderos mitos. “Con más frecuencia aún —dice Kirk— se ha admitido simplemente sin discusión que lo que recibe el nombre vago de mitología griega debería dividirse en mitos divinos y sagas heroicas. Ahora bien, la palabra escandinava saga designa un cuento con base histórica, y eso es con toda seguridad inapropiado para muchos cuentos heroicos griegos, los cuales no contienen prácticamente ninguna referencia histórica. Además, la mayoría de la gente situaría los cuentos heroicos dentro de los límites de lo que entiende por mitos”.

Si se le pidiera a la gente [enterada, se entiende] que facilitara un ejemplo de un mito griego, dice Kirk que probablemente nombrarían a Heracles y las manzanas de las Hespérides, o a Jasón y el vellocino de oro, y si se les pidiera un cuento divino tal vez mencionaría el del nacimiento de Afrodita o el de Dionisio. “Por último —agrega Kirk—, y esto es lo más importante, algunos de los mitos griegos más imaginativos no tienen nada que ver con los dioses, lo sagrado o con cualquier era específicamente creativa: el mito del Laberinto, por ejemplo, o el del sabio centauro Quirón, o el de Talos, el gigante de bronce de Creta”.

Eso sí, nadie duda de que los mitos son multifuncionales y, en consecuencia, “oyentes diferentes pueden apreciar un mito por razones diferentes. Como cualquier cuento —dice Kirk—, un mito puede tener diferentes centros de interés o niveles de significado; si éstos son especialmente abstractos, entonces el área de ambivalencia se incrementa aún más”. Por algo, Malinowski “se opuso a la teoría de que los mitos son explicativos de manera casi tan rotunda como Lang se había opuesto a la teoría de que son alegorías de la naturaleza”.

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Lo cierto, enfatiza Kirk, es que el estudio correcto de los mitos “requiere la atención cuidadosa de un grupo entero de disciplinas, desde la religión comparada hasta la psicología y antropología”.

Por su parte, los franceses Jean-Pierre Vernant y Pierre Vidal-Naquet, en su libro Mito y tragedia en la Grecia antigua, en dos tomos (también editados al castellano por Paidós, 2002), aseguran que las tragedias no son necesariamente mitos. “Pero puede sostenerse —afirman— que el género trágico hace su aparición a finales del siglo VI, cuando el lenguaje del mito deja de estar en conexión con la realidad política de la ciudad. En el conflicto trágico, el héroe, el rey o el tirano aparecen insertos aún en la tradición heroica y mítica, pero la solución del drama se les escapa: no es nunca el resultado de la acción, sino siempre la expresión del triunfo de los valores colectivos impuestos por la nueva ciudad democrática”.

El mito y la tragedia, pese a ser dos especies literarias diferentes, de algún modo están ligadas indisolublemente. La tragedia, observa Aristóteles, “es la imitación de una acción. Representa personajes actuando, práttontes. Y la palabra drama viene del dorio dran, que corresponde al ático práttein, obrar. De hecho, contrariamente a la epopeya y a la poesía lírica, en la que no se describe la categoría de la acción por no considerarse nunca al hombre en ella como agente, la tragedia presenta individuos en situación de obrar: los sitúa en la encrucijada de una elección que los compromete por entero, los muestra interrogándose a las puertas de una decisión, sobre cómo tomar el mejor partido”.

Entre los trágicos, “la acción humana no tiene en sí bastante fuerza para prescindir del poder de los dioses, ni suficiente autonomía para concebirse plenamente al margen de ellos”.

Tal cual en los mitos.

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No en vano, a diferencia de los mitómanos, los mitólogos parecen jamás ponerse de acuerdo.

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