Un día cualquiera de hace unos 3.600 años los habitantes de una antigua ciudad que hoy llamamos Tall el-Hammam se dirigían a hacer sus tareas cotidianas sin tener ni idea de que un meteorito helado volaba hacia ellos a una velocidad de unos 61.000 kilómetros por hora.
Christopher R. Moore
Un día cualquiera de hace unos 3 600 años los habitantes de una antigua ciudad que hoy llamamos Tall el-Hammam, situada en Oriente Próximo, se dirigían a hacer sus tareas cotidianas sin tener ni idea de que un meteorito helado del que no se tenía dato alguno volaba hacia ellos a una velocidad de unos 61 000 kilómetros por hora.
La roca entró centelleando en la atmósfera y se transformó en una inmensa bola de fuego a una altura de unos cuatro kilómetros. Cuando impactó contra el suelo, la explosión fue unas 1 000 veces más potente que la de la bomba atómica de Hiroshima. Los perplejos habitantes de la ciudad que la observaron se quedaron ciegos al instante; la temperatura del aire ascendió de golpe hasta más allá de los 2 000 grados; la ropa y la madera prendieron al momento, mientras que las espadas, las lanzas, las superficies de barro cocido y los objetos de cerámica empezaron a derretirse. En solo un instante la ciudad entera estalló en llamas.
Unos segundos después una inmensa onda sísmica barrió la ciudad incendiada. Se desplazó a una velocidad de unos 1 200 kilómetros por hora, lo que la convirtió en más poderosa que el peor tornado del que se tiene registro. Este viento mortal se abatió sobre la ciudad y demolió todos sus edificios. Segó los muros del palacio, que tenían doce metros de altura y cuatro pisos, y arrastró remolinos de escombros hasta el valle contiguo. Ninguno de los 8 000 habitantes de la ciudad ni ningún animal sobrevivió; sus cuerpos fueron despedazados, y sus huesos estallaron en pequeños fragmentos.
Aproximadamente un minuto después, a una distancia de 22 kilómetros al oeste de Tall el-Hammam, los vientos originados por la explosión golpearon la ciudad bíblica de Jericó. Sus murallas se derrumbaron y la ciudad entera quedó reducida a cenizas.
Todo esto suena al clímax de una superproducción de desastres de Hollywood de las que te mantienen clavado en el asiento. Sin embargo, ¿cómo sabemos que todo esto realmente ocurrió en un lugar cercano al mar Muerto, en la actual Jordania, hace milenios?
Obtener las respuestas a este interrogante ha llevado cerca de quince años de minuciosas excavaciones en las que han participado cientos de personas. También ha sido necesario el análisis preciso de materiales recogidos en las excavaciones, lo que ha implicado a más de dos docenas de científicos de diez estados de Estados Unidos, de Canadá y de la República Checa. Cuando nuestro grupo publicó finalmente sus conclusiones en la revista Scientific Reports, entre los 21 co-autores había arqueólogos, geólogos, geoquímicos, geomorfólogos, minerólogos, paleobotánicos, sedimentólogos, expertos en impactos cósmicos y médicos.
Aquí explicamos cómo hemos reconstruido esta imagen de devastación del pasado.
Una tormenta de fuego atraviesa la ciudad
Hace años, cuando los arqueólogos analizaban las excavaciones de las ruinas de la ciudad, pudieron apreciar una capa oscura de aproximadamente metro y medio de grosor compuesta de una mezcla heterogénea de carbón vegetal, cenizas y restos derretidos de cerámica y barro cocido. Era obvio que una tormenta de fuego había destruido esta ciudad mucho tiempo atrás, y esa franja oscura pasó a denominarse la capa de destrucción.
Nadie estaba seguro de qué había ocurrido exactamente, pero esa capa no había sido producida por un volcán, por un terremoto o por una guerra, pues en ninguno de estos tres casos se generan temperaturas lo suficientemente altas como para fundir metal, barro cocido o cerámica.
Para descubrir qué pudo haberlo hecho nuestro equipo se valió del Online Impact Calculator; el objetivo era simular los escenarios de impacto cósmico que encajaran con las pruebas de que se disponía. Este calculador, diseñado por expertos en la materia, permite a los investigadores calcular muchos detalles de los impactos cósmicos, algo que se hace en función de lo que se sabe de otros impactos así como de datos extraídos de detonaciones nucleares.
Parece que el responsable del impacto de Tall el-Hamman fue un pequeño asteroide similar al que derribó 80 millones de árboles en Tunguska (Rusia) en 1908. Y habría sido a su vez un asteroide mucho más pequeño que la roca gigante de varios kilómetros de ancho que provocó la extinción de los dinosaurios hace 65 millones de años.
Ya teníamos un posible culpable; ahora necesitábamos pruebas sobre qué había ocurrido ese día en Tall el-Hammam.
Encontrar diamantes entre la suciedad
Nuestra investigación descubrió una variedad notablemente amplia de pruebas.
En el sitio arqueológico hay granos de arena sutilmente fracturados denominados cuarzos de impacto que sólo se forman bajo presiones de 130 000 kilos por centímetro cuadrado o cinco gigapascales (el equivalente a seis tanques Abrahams de 68 toneladas apilados sobre nuestro pulgar).
La capa de destrucción también contiene diamonoides que, como su nombre indica, son tan duros como diamantes, aunque cada uno de ellos es más pequeño que un ejemplar de virus de la gripe. Parece que toda la madera y las plantas de la zona se transformaron en este material similar al diamante debido a las altas presiones y temperaturas generadas por la bola de fuego.
Los experimentos con hornos de laboratorio demostraron que la cerámica de burbujas y el barro cocido de Tall el-Hamman se licuaron a temperaturas superiores a los 1 500 grados, lo suficiente como para derretir un coche en minutos.
La capa de destrucción también contiene esferas diminutas de material derretido, más pequeñas que las partículas de polvo en suspensión. Son las llamadas esférulas, formadas a partir de hierro vaporizado y arena que se derritió a unos 1 590 grados.
Además, las superficies de la cerámica y del cristal derretidos están moteados de pequeñísimos granos de metal también derretidos entre los que hay partes de iridio, cuyo punto de fusión está en los 2 466 grados; platino, que se funde a 1 768 grados, y silicato de circonio, que lo hace a 1 540.
Si se ponen juntas, todas estas pruebas demuestran que las temperaturas en la ciudad alcanzaron valores superiores a los que se pueden generar en erupciones volcánicas, guerras o incendios convencionales, por lo que el único proceso natural que quedaba era un impacto cósmico.
Las mismas pruebas se han encontrado en otros lugares de impactos cósmicos confirmados como el de Tunguska o el cráter de Chicxulub, creado por el asteroide que provocó la extinción de los dinosaurios.
Un enigma que queda por resolver es por qué la ciudad y aproximadamente 100 asentamientos de la zona permanecieron abandonados durante muchos siglos después de que se produjera la catástrofe. Quizá fue porque la alta proporción de sal que se depositó durante el impacto hizo imposible cultivar las tierras. Aún no estamos seguros, pero creemos que la explosión podría haber vaporizado o desplazado en niveles tóxicos por todo el valle agua salada procedente del mar Muerto. Y, sin cosechas, nadie pudo vivir en dicho valle durante unos 600 años, hasta que las escasísimas lluvias del clima semidesértico de la región limpiaron de sal los campos.
¿Hubo algún testigo que sobreviviera a la explosión?
Es posible que una descripción oral de la destrucción de la ciudad haya pasado de generación en generación hasta que quedó plasmada como la historia de la ciudad bíblica de Sodoma. La Biblia describe la devastación de un centro urbano cerca del mar Muerto (fuego y rocas que caen del cielo, una destrucción que afectó a más de una ciudad, un humo denso que brota del fuego y la muerte de los habitantes de la urbe).
¿Podría tratarse del relato ancestral de alguien que presenció el episodio? En caso de serlo, la destrucción de Tall el-Hammam sería la segunda más antigua de este tipo, pues se habría producido tras la desaparición de la localidad siria de Abu Hureyra, que tuvo lugar hace unos 12 800 años. Sin embargo, cabe destacar que la destrucción de Tall el-Hammam sí que supondría el primer testimonio escrito de un suceso tan catastrófico.
Pero lo que más miedo da es que casi podemos dar por seguro que no será la última vez que una población humana se tenga que enfrentar a semejante destino.
Las explosiones de la dimensión de la de Tunguska o de la que ocurrió en Tall el-Hammam pueden devastar ciudades y regiones enteras y suponen un riesgo grave en la actualidad. En octubre de 2021 hay más de 26 000 asteroides situados cerca de la Tierra, y hay mil cometas igualmente próximos; es inevitable que alguno de ellos acabe chocando contra nuestro planeta. Por otro lado, existen millones de cuerpos espaciales que aún no han sido detectados y algunos de ellos podrían estar dirigiéndose en este momento hacia la Tierra.
A menos que algún telescopio espacial o terrestre detecte estos cuerpos solitarios, el mundo no recibiría ninguna alerta; justo como les pasó a los habitantes de Tall el-Hammam. (Este artículo fue publicado originalmente en inglés.)
Christopher R. Moore. Arqueólogo y director de proyectos especiales en el Savannah River Archaeological Research Program, así como en el South Carolina Institute for Archaeology and Anthropology / University of South Carolina. Este artículo tiene como coautores a personas que colaboraron en la investigación como el arqueólogo Phil Silvia, el geofísico Allen West, el geólogo Ted Bunch y el físico espacial Malcolm LeCompte.
Fuente: The Conversation.