Pensar con la televisión
En un mundo donde la televisión aún sigue demostrando su poder de manipulación, hasta los más rabiosos críticos del sistema devienen dóciles corderos sin caer en la cuenta de la forma en cómo sus reacciones frente a determinados acontecimientos mundiales son producto del espectáculo mediático.
En 1901, con el título de L’opinion et la foule, salió a la luz un libro que contenía tres artículos publicados previamente entre 1893 y 1899 en la Revue des Deux-Mondes y la Revue de Paris. Uno de ellos fue “Le public et la foule”. En este texto, Gabriel Tarde intentó establecer la distinción entre multitud y público. Entendía que una congregación de individuos en un teatro o una asamblea podía ser considerada una multitud o público. Pero agregaba que desde la invención de la imprenta un público muy distinto había nacido y que no cesaba de aumentar. Incluso sostuvo que su extensión era indefinida. Que el crecimiento de ese público indefinido era un rasgo distintivo de aquella época (el naciente siglo XX). Escribió, quizá con mucha emoción, que se había hecho psicología de las multitudes, pero que era necesario hacer una psicología del público (el libro del médico francés Gustave Le Bon, La psychologie des foules, se había publicado en 1895). A ese público que había nacido con la imprenta, Tarde lo definía como una colectividad puramente espiritual conformada por individuos que, físicamente, estaban separados y entre los cuales sólo existía una cohesión mental. Colectividad susceptible de ser sugestionada a distancia por los diarios.
A diferencia de Le Bon, quien había declarado que se vivía en la era de las multitudes, Tarde señalaba que se trataba de una era muy distinta: la de los públicos. Se había percatado de que los publicistas tenían una influencia poderosa sobre su público y de que, a pesar de su heterogeneidad, se podía conformar algo en común: la opinión. Afirmaba conocer regiones francesas donde no se había visto ningún judío, pero florecía el antisemitismo. ¿La razón? La lectura de los periódicos antisemitas. Más de cien años después podemos decir, sin temor a equivocaciones, que la causa del antisemitismo no podría haber sido solo la lectura de aquellos diarios porque eso eliminaría, de forma imprudente, otras fuentes de su origen como el pasado y la cultura. Pero lo cierto es que este terco y singular sociólogo que se había enconado más con Émile Durkheim que con Le Bon, había reconocido en la prensa el poder de la conformación de opinión.
Hoy sabemos que los medios, no sólo la prensa, tienen un poder importante en la conformación de la opinión, la manipulación y la persuasión. Que tienen, todavía, el poder de imponer temas de conversación entre la población. La televisión, por ejemplo, más preocupada por alcanzar altos niveles de audiencia que por la reflexión de su público, deliberadamente desinforma. Suele desviar la atención de los temas de verdadera importancia según convenga a sus patrocinadores y a sus aliados. Suele abordar problemáticas relevantes de una manera banal e inocua y, a pesar de su pérdida de credibilidad, sigue siendo parcial, tendenciosa y recurre constantemente a las imposturas (engaños con apariencia de verdad e imputaciones calumniosas) para manipular la opinión. Y no, los medios no informan solamente. Informan y opinan al mismo tiempo. De hecho, una de las paradojas de nuestros tiempos es que, viviendo en una época donde la información abunda, se pueda estar tan desinformado.
¿Cómo es que frente a la abundancia de información se pueda manipular tan fácil a las masas? ¿Cómo puede circular tan libremente en los medios de comunicación y se puede recibir con algarabía tanta desinformación? El periodista Pascual Serrano ha llamado la atención sobre la importancia que tiene, no tanto que los medios definan nuestra ideología, sino que seleccionen los temas que nos deben interesar (pero no sólo definen qué debe interesarnos, sino cómo debemos interesarnos por eso que nos imponen). Tomando como ejemplo un informe elaborado por Leonard Doob, McLuhan ilustró hace casi 60 años el caso de un africano que, a pesar de no entender nada, cada tarde escuchaba los informativos de la BBC. Y también llamó la atención sobre la forma en que los medios como la radio (refiriendo el libro de un psiquiatra de nombre J. C. Carothers) podían modificar sustantivamente la vida tribal (imagine un beduino montado en su camello escuchando la radio, sumergido en diluvios de conceptos para los que no ha sido preparado).
No obstante, nosotros podemos construir nuestros propios ejemplos. Gente cantando canciones de los Rolling Stones o de The Beatles sin entender una jota de inglés. Gente maravillada con series de televisión como Game of Thrones sin haberse enterado, entre otras cosas, de cómo se vivía en Europa en la Edad Media. Gente preocupada por la desocupación del ejército estadounidense en Afganistán, incapaz de ubicar este país en un mapa. Gente lamentándose por la quema de la Catedral de Notre Dame sin saber que a inicios del siglo XIX se utilizaba como almacén (que es para lo que sirven las iglesias). Etc. En un mundo donde la televisión aún sigue demostrando su poder de manipulación, hasta los más rabiosos críticos del sistema devienen dóciles corderos sin caer en la cuenta de la forma en cómo sus reacciones frente a determinados acontecimientos mundiales son producto del espectáculo mediático. La televisión, dijo Neil Postman, hizo del entretenimiento el formato natural de la representación de toda experiencia. Y agregó: lo mejor de la televisión es su basura.
La incoherencia televisiva favorece la aparición de sentimientos y reacciones en el público, las más de las veces, de forma premeditada. Los mensajes televisivos están dirigidos a la esfera emocional y no tanto a la esfera racional de los telespectadores, lo cual inhibe la reflexión y la crítica. Por ello es tan fácil que los telespectadores (su nivel educativo no importa demasiado) puedan ir de una indignación a otra esperando la que sigue. Los telespectadores ni siquiera tienen que perseguir la realidad con la que tendrán que indignarse, pues la televisión se las ofrece de manera expedita. Se las da prefabricada y piden más. Pensar con la televisión, que no es en un sentido estricto pensar, reflexionar, dilucidar ni cavilar, se refiere más al hecho de repetir los discursos descontextualizados que de ella emanan durante las conversaciones cotidianas. Pensar con la televisión se refiere a la manera en cómo el público conforma su opinión gracias a la información que recibe del medio de manera editada, digerida, masticada (sin darse cuenta). Pensar con la televisión es, esencialmente, dejar de mirar cómo a diario e incansablemente ese medio que se resiste a perder el trono que ostentó de forma cínica y descarada sigue regurgitando cantidades de basura informativa mientras el público (incluido aquel con mayor capacidad crítica) las sigue recibiendo con júbilo a condición de que la diversión no termine jamás.
Y no, no crea usted que su odio y preocupación por los talibanes es producto de su libre albedrío (los medios le han ayudado a confirmar lo que quizá ya pensaba y han promovido de manera sutil, pero efectiva, que sus sentimientos de animadversión se hayan potenciado). En buena medida, las reacciones del público son el producto que las representaciones mediatizadas le ha provocado (y, preocúpese, de manera deliberada). Y si estas líneas aún no le han convencido (porque es difícil y doloroso para los autoconsiderados espíritus libres y críticos aceptar que los medios tienen el poder de manipularlos), sólo trate de recordar que en 2015 quizás usted haya derramado algunas lágrimas por Aylan Kurdi. ¿No se acuerda quién era? ¿Ya se le olvidó? Aylan Kurdi era el niño Sirio que murió en una playa de Turquía. Es lamentable que los medios sigan valiéndose de la muerte, la desgracia y la fatalidad del Otro para manipular la opinión, pero igual de lamentable es que el público no pueda ni quiera darse cuenta de cómo su opinión, actitudes, pensamientos, sentimientos, etc., están siendo manipulados, explotados y potenciados por los mismos medios. Recomendación: no reaccione de manera iracunda contra este texto. Hágalo contra los medios.