Es actor, sí, pero, también —siguiendo el ejemplo de su padre—, es activista comprometido con temas de conservación y proyectos de energía renovables. De hecho, desde hace 11 años, Edward Norton es embajador de la ONU para la biodiversidad. Desde ese papel, se ha dedicado a promover su protección y los ecosistemas. Como él mismo lo explicó en su momento: “Pienso que muchas personas no siempre relacionan la biodiversidad con el componente humano. A veces se separan de la naturaleza, y sin duda, cuando suceden cosas terribles, como los derrames de petróleo, se nos recuerda que el bienestar del ser humano está conectado con ella”. La periodista Mila Ibrahimova ha conversado con él para hablar de su papel de embajador de la ONU, y para preguntarle cómo percibe el presente y futuro de la diversidad biológica…
El deterioro de la diversidad biológica amenaza al porvenir de la humanidad. Y sin embargo, a pesar de las reiteradas advertencias, la búsqueda de los beneficios económicos continúa y nuestros estilos de vida permanecen inalterados. El actor Edward Norton, infatigable defensor del planeta y Embajador de Buena Voluntad de las Naciones Unidas para la Diversidad Biológica, aboga por un cambio de rumbo.
—Un millón de especies de plantas y animales están amenazadas de extinción. ¿Cuáles son sus sentimientos ante esta catástrofe anunciada?
—Experimento una mezcla de cólera y tristeza. En realidad, la pregunta debería ser: “¿Qué siente usted ante esta amenaza de extinción masiva provocada por la actividad humana?” Es inevitable sentirse consternado ante las dimensiones y la violencia de los estragos que infligimos a los demás seres vivos.
“No obstante, aunque esta amenaza es un hecho científicamente probado, seguimos sin cambiar nuestras costumbres. Mientras la estabilidad de nuestro estilo de vida y nuestras economías están en peligro, la mayoría de las empresas persisten en la carrera desenfrenada en pos de beneficios a corto plazo. Esto equivale a decir : ‘Yo no viviré para verlo y ustedes tampoco, así que vamos a obtener un máximo de beneficio inmediato y dejar que nuestros nietos se ocupen del problema en el futuro’. ¡Esta actitud me indigna! La historia tratará con severidad a quienes niegan los hechos en aras de su provecho personal”.
—¿Qué lecciones ha extraído usted de su compromiso en favor de la biodiversidad?
—La diversidad biológica no se puede resumir en datos estadísticos. A mí me gusta llamarla la “riqueza de vida”, porque esta expresión alude a la vez al valor espiritual que tiene para cada uno de nosotros la trama maravillosamente compleja de la vida en el planeta (el auténtico milagro de las formas de vida salvajes), y al hecho de que toda nuestra economía depende de la buena salud de la biodiversidad.
“Me gusta citar el ejemplo de las abejas y las mariposas. Aunque pudiéramos invertir miles de millones de dólares en una tecnología capaz de polinizar nuestros cultivos, no seríamos capaces de obtener los mismos resultados que los polinizadores naturales nos facilitan de manera gratuita. Y, sin embargo, dejamos que la industria química produzca los pesticidas que diezman a estas especies. Eso es un suicidio, tanto en el plano económico como en el de la seguridad alimentaria”.
—Los más pobres del planeta son los más expuestos al cambio climático y a sus consecuencias. A título personal, ¿ha sido usted testigo de la repercusión del cambio climático y la pérdida de la biodiversidad?
—Sí, lo he visto en muchos sitios y en numerosas modalidades. Los ganaderos y agricultores del África subsahariana, donde he pasado mucho tiempo, sufren ciclos cada vez más intensos de sequía e inundaciones, directamente vinculados al recalentamiento del clima y la deforestación. En lugares como el Triángulo de Coral de Indonesia (donde mi padre trabajó mucho tiempo para la organización The Nature Conservancy), la pesca excesiva destruye los medios de subsistencia de numerosas comunidades pobres. Otro tanto ocurre en África occidental. Este recrudecimiento de la inseguridad alimentaria debido a la sobrepesca acarrea un aumento del sacrificio de animales salvajes. A su vez, este incremento del consumo de carne de caza genera directamente una mayor exposición a las zoonosis, esas enfermedades que se transmiten de los animales al ser humano y que, como ya sabemos, nos pueden afectar a todos.
—Una de sus prioridades en calidad de Embajador de Buena Voluntad de las Naciones Unidas para la Diversidad Biológica consiste en atraer la atención sobre el hecho de que el bienestar de la humanidad es inseparable de la biodiversidad. ¿Cree usted que los destinatarios del mensaje le prestan la debida atención?
—A veces resulta muy decepcionante comprobar que por doquier se alzan voces que advierten a la humanidad de estos peligros, pero que la voluntad política está limitada por empresas sólidamente implantadas, que frenan los cambios estratégicos necesarios.
“En realidad, yo no valoro los resultados de la sensibilización en función de mis actividades. Creo que formo parte de una generación que trata de convertir la protección de la biodiversidad en uno de los temas decisivos de nuestra época. Y creo también que la concienciación y la inquietud al respecto crecen con la llegada de cada nueva generación”.
—¿Cuáles han sido sus mayores éxitos en materia de sensibilización ?
—Considero que he tenido éxito cuando un asunto sobre el que he trabajado durante años, como el proyecto de reforestación de las colinas de Chyulu, en Kenya, empieza a dar frutos. Tardamos más de seis años para que este proyecto, auspiciado conjuntamente por las organizaciones Maasai Wilderness Conservation Trust y Conservation International, obtuviera el membrete REDD+/VCS*, con un ahorro anual equivalente a 650 000 toneladas de carbono. Ahora, vendemos esos créditos de carbono para financiar la conservación y el desarrollo de las comunidades de la zona. Eso es un éxito concreto.
—Usted ha recorrido el mundo para alertar sobre la necesidad de modificar nuestros estilos de vida, a fin de que lleguen a ser más respetuosos con el planeta. ¿Qué ha aprendido de los contactos establecidos en esos viajes?
—Me han enseñado que se trata de un problema cuya comprensión trasciende las fronteras culturales, raciales, económicas y religiosas. Es un reto que va más allá de esas lindes y que, a la vez, nos une. Tengo amigos jóvenes en Kenya que se apasionan por el tema tanto como otros amigos de Indonesia o de Estados Unidos. Para mí, eso es una fuente de esperanza.
—Según el informe de la Plataforma intergubernamental científico-normativa sobre diversidad biológica y servicios de los ecosistemas (IPBES), al ritmo de la evolución actual, no lograremos alcanzar los objetivos de conservación de la naturaleza. ¿Cómo podríamos cambiar de rumbo?
—Nuestros dirigentes deberían dejar de atribuirse el mérito de aplicar medidas progresivas que, a fin de cuentas, carecen de toda pertinencia. Necesitamos una política económica que cargue sobre los verdaderos culpables la responsabilidad social masiva de las emisiones de carbono y el deterioro del medio ambiente. Mientras sigamos socializando los costos sin lograr que el “mercado libre” asuma el coste real de sus actividades, se seguirán aplicando prácticas que no son sostenibles.
¿Cómo imagina usted el futuro ?
—Mi perspectiva es un poco sombría, pero debemos conservar la firmeza de ánimo. También creo que, en múltiples ocasiones, el ingenio humano ha encontrado soluciones para problemas complejos, a veces cuando menos se lo esperaba. Por lo tanto, pienso que lo vamos a conseguir.
*El membrete REDD+ certifica los esfuerzos que los países realizan para reducir las emisiones causadas por la deforestación y el deterioro de los bosques, y para alentar la conservación, la gestión sostenible de los bosques y el aumento de las reservas de créditos de carbono. La norma Verra o Estándar de Carbono Verificado (VCS por sus siglas en inglés), es un baremo que se usa para certificar la reducción de las emisiones de carbono.
Entrevista publicada originalmente en El Correo de la UNESCO; reproducida aquí bajo la licencia Creative Commons.