Ermilo Abreu Gómez, medio siglo después
Nació en 1894 y murió en julio de 1971. Sin embargo, su impronta, su huella, 50 años después de su partida, aún sigue vigente y fresca. En vida, Ermilo Abreu Gómez escribió cuento, novela, teatro, ensayo, crónica y crítica literaria. Y no sólo eso: Ermilo Abreu Gómez se dio tiempo también de compartir su sabiduría: fue profesor de literatura de secundaria, preparatoria y universidad, destacando como profesor en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM). Además, fue el responsable de la División de Filosofía y Letras del Departamento Cultural de la Unión Panamericana en Washington D.C. y miembro de la Academia Mexicana de la Lengua. Una de sus obras más hermosas fue, es, Canek. Aquí lo recordamos…
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Murió hace medio siglo a los 76 años de edad, el 14 de julio de 1971, en la Ciudad de México. Vio la luz primera en Mérida el 18 de septiembre de 1894. Ermilo Abreu Gómez fue un hombre dedicado a las letras.
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Se desconoce la fecha de su nacimiento en Campeche, pero no la de su muerte en Yucatán hace 260 años: 14 de diciembre de 1761, un poco después de su primera —victoriosa— batalla contra el blanco explotador. Veinticuatro días antes, el 20 de noviembre, había llamado a los mayas a rebelarse contra la opresión cotidiana de los caciques. Luego de su triunfo, el gobierno colonial, que no iba a permitir por ningún motivo esta sublevación india, envió refuerzos para combatirlo. Fue aprehendido, su cuerpo mutilado y su cadáver incinerado. Cuenta la historia que cientos de sus seguidores también fueron apresados y quemados vivos.
Así se forjó la leyenda de Jacinto Canek, cuyo apellido verdadero era Uc de los Santos. Modificó su nombre para honrar al último emperador de los itzaes que opuso resistencia a los conquistadores. A su vez, Ermilo Abreu Gómez, en 1940, escribe y publica, en un breve libro, la hazaña de Canek no con los detalles del historiador académico sino incluso de manera poética. El volumen fue reeditado en 2001 por Plaza y Janés, y es un placer volver a leerlo, aunque luego su lectura se traduzca, en algunos pasajes, en angustia y amargura, coraje e impotencia, como el de la dolorosa muerte del niño Guy, que casi mata al propio Canek.
“Nadie le vio morir —dice Abreu Gómez—. Entre los pliegues de su hamaca parecía dormido. Tenía en los labios, pálidos, finísimos, una leve sonrisa también dormida. Canek, sin hacer ruido, en un rincón lloraba como un niño”.
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La transformación de este hombre, sabio y bueno, se fue dando de a poco. En el tercer capítulo, dedicado a su doctrina, Abreu Gómez nos otorga cuadros de hermosa literatura y de honda visión indígena.
Las sentencias de Canek son viejos saberes: “Todo depende del lugar que el hombre ocupa en la tierra. Las discordias y los aciertos de los hombres se explican si recordamos cuál es el lugar que tienen cerca de la tierra. Así vemos que los indios viven el lado de la tierra. Duermen en paz sobre el pecho de la tierra, conocen sus voces y sienten el calor de sus entrañas. Perciben el olor de la tierra, olor que enriquece los caminos. Los blancos han olvidado lo que es la tierra. Pasan sobre ella aplastando y atropellando la gracia de sus rosas. Son el viento que se quiebra y salta sobre el rostro de las piedras”.
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Canek dijo: “Es bueno saber cuán diferente es la necesidad del indio y la necesidad del blanco. Al indio le basta para su sustento un cuartillo de maíz, al blanco no le basta un almud. Se debe esto a que el indio come y bendice su tranquilidad mientras el blanco come y, desasosegado, guarda todo lo que puede para mañana. El blanco no sabe que una jícara no lleva más agua que el agua que señalan sus bordes. La demás se derrama y se desperdicia”.
Canek dijo: “Si te fijas puedes conocer la naturaleza y la intención de los caminantes. El blanco parece que marcha, el indio parece que duerme. El blanco husmea, el indio respira. El blanco avanza, el indio se aleja. El blanco quiere poder; el indio, descanso”.
Canek dijo: “Todo depende del espíritu. Hay hombres de espíritu elevado e impaciente. Para ellos una mañana es ya el principio de una tarde. Hay hombres de espíritu lento, como dormido. Para ellos una tarde es apenas la continuidad de una mañana. También hay hombres de espíritu recio para quienes todas las horas están llenas del día. Para ellos se hizo, justo, el descanso de la noche”.
Canek dijo: “¿Por qué nos enseñan a querer a un dios que permite que los blancos nos peguen y nos maten? ¿Por qué hemos de cantar de rodillas un canto de contrición que no sentimos? No lo digamos más porque, aun diciéndolo con los labios, cometemos falta en nuestros espíritus”.
Canek dijo: “¿Cuál es la diferencia que separa al hombre del bruto? Unos dicen que el alma. Pero esto es parecer de los orgullosos. Otros dicen que la razón. Pero ésta es creencia de los filósofos. Diré que más creo en otra diferencia: la diferencia que más separa al hombre del bruto es la facultad que tiene el primero para reprimir y matar su apetito”.
Canek dijo: “Unos prefieren el ideal; otros, la realidad. De esto resulta una discordia que encona los espíritus. Nunca los hombres concilian sus opiniones. A lo más que llegan es a soñar la realidad o a vivir el ideal. Y la diferencia del apetito subsiste. Pero el hombre de estas tierras debe ser más exigente y más humano; debe querer la mejor realidad; la posible, la que madura y crece en sus manos. Esto será como vivir el ideal de la realidad”.
Canek dijo: “No preguntes por los que se van y no vuelven. Es cierto que algunos vuelven, pero no saben que han vuelto. Si les miras en los ojos verás que tienen una como alucinación oculta vertida en lo profundo. Viven como ensoñados. Merecen nuestra simpatía porque poseen el espíritu de lo que fue y saben de la vida ciega de los hombres de aquí”.
Canek dijo: “Las cosas no vienen ni van. Las cosas no se mueven. Las cosas duermen. Somos nosotros los que vamos a ellas. Por esto la memoria no es un arma del espíritu dispuesta para evocar el pasado. Es más bien una facultad que nos permite, en un instante, ver lo que es, en su esencia, fuera del tiempo. La memoria nos permite subir a un estadio, inexplicable para nuestra conciencia, en el cual todo está presente. Esto que les digo me lo explicaba con razones y palabras buenas mi padrino, que era hombre de mucho saber y de pocos libros. Es cosa que nunca entendía, pero que me agrada recordar aquí dentro de mi corazón”.
Canek dijo: “¿Y para qué quieren libertad si no saben ser libres? La libertad no es gracia que se recibe ni derecho que se conquista. La libertad es un estado del espíritu. Cuando se ha creado, entonces se es libre aunque se carezca de libertad. Los hierros y las cárceles no impiden que un hombre sea libre; al contrario: hacen que lo sea más en la entraña de su ser. La libertad del hombre no es como la libertad de los pájaros. La libertad de los pájaros se satisface con el vaivén de una rama; la libertad del hombre se cumple en su conciencia”.
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Preso Canek, el esbirro Malafacha le ató las manos.
—Capitán —dijo Canek—, le va a faltar cordel.
Malafacha torció el nudo.
—Es inútil, capitán —añadió Canek—, le va a faltar cordel para atar las manos de todo el pueblo.
Dice Abreu Gómez que Canek sonrió.
La sangre escurría de sus manos como una llama dócil.