El origen del hombre de Charles Darwin, uno de los textos más influyentes de la historia de la biología, cumple 150 años. El antropólogo de la Universidad de Princeton Agustín Fuentes publica en la revista Science un ensayo en el que analiza el legado más problemático del libro. Hablamos con él para entender cómo acercarse al naturalista británico y a su obra hoy.
Se cumplen 150 años desde que Charles Darwin publicara El origen del hombre (1871), su segundo libro sobre la teoría de la evolución tras El origen de las especies (1859). La palabra inglesa del título, descent, se puede traducir como origen pero también como caída: la del ser humano desde el pedestal casi divino que ostentaba sobre la creación hasta ocupar una nueva posición, humilde pero más interesante, entre el resto de los seres vivos del planeta.
La otra palabra del título, hombre, se presta menos a la interpretación. El libro ofrece una visión racista y sexista de la humanidad, y lo hace a través de la selección natural. Darwin muestra a los nativos de América, Australia y África como menos inteligentes. A las mujeres las considera menos capaces que a los hombres blancos y las relega a un papel pasivo en el proceso evolutivo.
Las palabras de Darwin todavía resuenan hoy. Agustín Fuentes (California, 1966), antropólogo de origen español de la Universidad de Princeton, publica en la revista Science un breve ensayo en el que defiende la necesidad de aprender de este texto sin venerarlo. Asegura que El origen del hombre es un texto revolucionario, pero que los investigadores deben “rechazar el legado de sesgos y daños” en la ciencia de la evolución para avanzar hacia el origen de la humanidad.
Hablamos con Fuentes para intentar comprender a Darwin y su obra desde un punto de vista contemporáneo. “Vamos a ver qué piensa la gente”, comenta antes de la entrevista, “creo que algunos se van a enfadar un poco, pero está basado en datos”. Considera que habría que preocuparse más por el legado del naturalista británico: “¡Soy biólogo evolutivo, Darwin es uno de mis héroes!”, exclama, “pero, al mismo tiempo, tenemos que entender su contexto histórico y el impacto de sus sesgos”.
—Para que la gente no se enfade empecemos por lo bueno: 150 años después, ¿qué valor tiene El origen del hombre?
—¡Es tan importante! Fue con este libro, y no con El origen de las especies, con el que Darwin aclara que somos animales. Que para entender a los seres humanos no debemos ponerlos al nivel de dioses sino del resto del mundo, como todo lo demás. También habla de comportamiento, de cómo la gente tiene la capacidad de aumentar su cultura mediante la cooperación, el pensamiento y la creatividad. Hay mucho en este libro que debemos valorar. Es muy bueno, pero al mismo tiempo… hay otras cosas.
—¿Cuál es la postura de Darwin frente a otras razas en el libro?
—En el libro utiliza por primera vez la frase de Herbert Spencer [padre del darwinismo social]: “La supervivencia del más apto”. En la primera edición la usa para explicar por qué los indígenas de Australia y América murieron y no aguantaron a los europeos. En la segunda, pasa páginas y páginas describiendo el colonialismo, el genocidio y otros horrores y los explica todos por selección natural. Esto tuvo un gran impacto y hoy en día la gente todavía piensa así por influencia de lo que escribió Darwin.
—¿Ha hecho daño esa frase?
—Mucho. No es una buena forma de describir procesos evolutivos, pero es muy fácil de entender. Suena a la cultura europea y norteamericana, suena a imperios. ¡Suena bien! La gente la toma y dice que eso es la evolución: la supervivencia de los grandes, los fuertes, los machos, los que tienen armas; esos ganan.
—¿Cree que hemos arrastrado estas ideas hasta el día de hoy?
—Cuando Darwin habla de los indígenas de África en El origen del hombre usa palabras y descripciones iguales a las que emplean los racistas hoy. Ahora dicen: mira, pienso esto porque Darwin ya lo hacía y él es más sabio, por lo tanto tiene que ser verdad. Y si no piensas así eres antievolucionista.
—¿Por qué no escuchamos cuando la ciencia dice que no existen las razas o que los cerebros de hombres y mujeres no son tan distintos?
—Porque culturalmente no tiene sentido. ¡Cómo no van a ser distintas las personas negras y blancas, los hombres y las mujeres! Hay diferencias entre tipos de humanos y sexos, claro, pero decir que hay cinco razas no tiene sentido hoy. Es muy fácil hacer un mal uso de argumentos que no son científicos pero suenan como tales.
“Por eso es muy importante hacer notar que Darwin tenía sus prejuicios y que los datos y la biología van en contra de esas percepciones. Tenemos que entenderlo y aplicarlo a nuestras vidas. Así podremos reprensar un mundo sostenible para el futuro, no solo para los seres humanos, y disminuir la desigualdad, el racismo y el sexismo”.
—¿Se pervierte la evolución al usarla como excusa para justificar ideologías?
—Sí, y eso no tiene nada que ver con las teorías evolutivas y la biología. Hay gente que lo toma como una religión. Creen que el mundo tiene que ser así: Darwin lo dijo, la evolución es así. Algunos piensan que Dios manda y otros que la selección natural manda. Es una tontería en ambos casos, porque ni los biólogos ni los teólogos piensan así.
“Es bastante peligroso porque es anticientífico: es empujar perspectivas filosóficas como si fueran datos. Lo peligroso es que, para un público que no entiende los detalles, parece ciencia”.
—Temía que algunos se enfadaran por su artículo y acaba de comparar la evolución con la religión.
—Los procesos evolutivos se pueden estudiar con datos, pero también hay un sistema de creencias que es la teoría evolutiva. Eso puede ser también como una religión. Es una filosofía: entiendo el mundo así y no hay otra manera. Pero la teoría de la evolución no nos enseña todo del mundo. Hay otras cosas: la literatura, las humanidades, la antropología…
—¿Son las opiniones de Darwin sobre otras razas y sobre las mujeres fruto de su tiempo?
—Muchos dicen que todo el mundo pensaba así sobre la raza y el sexo. Sí, pero Darwin fue capaz de pensar de una forma totalmente distinta bajo el prisma de la evolución y la selección natural. ¿Por qué no pudo hacer lo mismo? Tuvo experiencias con indígenas, con su propia hija que era la editora del libro… y aun así no se dio cuenta. Conocía a científicas que estudiaban biología y la evolución y, a pesar de eso, tiene una opinión terrible de las mujeres.
“Darwin estaba contra la esclavitud; era abolicionista, pero también racista. Muchos no lo eran entonces y contestaban a este tipo de ideas [sobre la inferioridad de otras razas] diciendo que el ser humano no era así. Decir que todo el mundo era racista y por eso Darwin no tiene culpa no es justo”.
—Señala en su artículo la ironía de que Darwin no se diera cuenta de que esas opiniones iban en contra de su selección natural.
—En el capítulo siete de El origen del hombre, que es sobre las razas humanas, tiene datos que dicen que esas ideas [de inferioridad] no funcionan. Al mismo tiempo, un párrafo después dice que la inteligencia es distinta evolutivamente. Es increíble el poder que tiene el racismo.
—Asegura que ‘El origen del hombre’ es un texto “del que debemos aprender, pero no venerar”. ¿Se puede aplicar lo mismo a Darwin?
—Es importante leer a estos científicos en sus contextos históricos y en sus palabras. Pero no podemos poner a Darwin por encima de todo como el gran héroe, el científico perfecto. No, fue un hombre de su época. Cuando pensamos en nuestras figuras científicas, literarias y políticas no debemos idolatrar sino aprender. No cancelarlos, pero tampoco ponerlos como objetos de veneración.
—¿Todos los académicos piensan así?
—Gente como Richard Dawkins está en contra de tener una visión contemporánea de la evolución y de Darwin, y es una tontería. Hablan de cultura de la cancelación, ¡pero hombre! Debemos mirar lo que entendemos sobre sistemas y procesos evolutivos hoy, pero también el contexto de Darwin y el nuestro. Eso es ser académico: entender que todo está mezclado. No puedes decir que Darwin está por encima de eso y el resto no.
—¿Se enseña esto bien en las carreras de ciencia que tratan la evolución?
—Para nada. En biología no aprendes nada de la sociedad ni del contexto cultural, que es muy importante para entender cómo pensaban Darwin, Wallace, Lyell y Spencer y cómo se investigaba en ese momento.
—¿Deberían los antropólogos y biólogos evolutivos implicarse más en estos temas?
—Sí. El contexto político, histórico, cultural, económico, psicológico y de género influye en las decisiones de los seres humanos, sean científicos o no. También afecta a qué tipo de investigaciones se hacen y a quién las paga. El mundo científico está entremezclado en todo eso. No querer entenderlo es cerrar los ojos. ¿Por qué planteas estas hipótesis y no otras? ¿Por qué estudias este contexto del comportamiento de los seres humanos y no otro? ¿Por qué quieres enfocarte en la variación racial o sexual y no en otra? Tenemos que fijarnos en qué preguntamos, qué datos tomamos, qué análisis hacemos y cómo comunicamos la ciencia al público y en las universidades. No se puede enseñar biología sin historia.
—En ese sentido, ¿cree que hasta algunos investigadores tienen ideas desactualizadas de la evolución?
—Si Darwin estuviera vivo ahora no sería darwinista, porque nuestro conocimiento de los procesos evolutivos ha cambiado y se ha ampliado mucho. Era un científico genial e inteligente y le hubiera gustado ver cómo hemos avanzado más allá de la selección natural. Sin embargo, hay gente que piensa que la evolución es igual a Darwin. ¡Si no hemos aprendido nada en siglo y medio es que somos unos científicos muy malos! Nuestro conocimiento del mundo, de los seres humanos y de otros animales nos está empujando a un futuro que es mucho más oscuro y con más complejidad, pero mucho más interesante.
—La revolución de Darwin fue bajar al ser humano de su pedestal. ¿Caemos hoy en el error contrario, al pensar que todo lo que se aplica a los animales se puede extrapolar a nosotros?
—Es problemático. Claro que somos primates, pero estamos usando Zoom para charlar de un lado a otro del Atlántico, tengo mi móvil aquí y vivo en un edificio con calefacción. Somos un poco distintos a cualquier otro animal del mundo. Ya lo decía Darwin con su famoso dibujo: lo interesante del proceso evolutivo son las ramas que son distintas de las otras, y la rama de los seres humanos lo es. Esto no es decir que no somos animales, sino que tenemos algunas capacidades que no se encuentran en otra parte. Los seres humanos miran al mundo, miran posibilidades que no existen e intentan materializarlas. Eso es diferente.
—¿Corremos el riesgo de recurrir demasiado a la biología para explicar lo que pasa en nuestra sociedad?
—He escrito mucho sobre la guerra y la agresión: en chimpancés y hormigas hay grupos que se encuentran y se matan. Decir que eso es lo mismo que está pasando en Israel y Palestina ahora es una tontería. No son comparables, no son idénticos. Tenemos que pensar en el contexto económico, político, la historia, el nacionalismo, los idiomas… En todas nuestras historias humanas, que crecen en un mundo bastante distinto al de cualquier otro animal. Eso no es decir que no somos animales.
—Está de moda esa visión…
—Hay quien piensa que langostas, peces, chimpancés, humanos… todos son iguales. Los procesos a niveles generales claro que son iguales, pero los detalles son los importantes y ahí encontramos diferencias. Es muy difícil comunicar eso al público porque se tarda mucho tiempo y no puedes señalar sólo las langostas y ya está [ríe].
—En tiempos de cambios, ¿miramos a la ciencia para que nos ayude a mantener el statu quo?
—Sí, pero si estudias historia te das cuenta de que en esos momentos frecuentemente es la ciencia la que cambia las cosas. Piensa en Galileo, en Darwin. Son científicos empujando en un contexto político porque la ciencia les daba una visión, algo que faltaba en la sociedad. Ellos intentaban introducir nuevo conocimiento en el mundo y eso es un acto político.
—¿Cómo acceder a Darwin hoy?
—Tenemos que hablar de Darwin como hombre, inglés, cristiano, científico, esposo, padre. Así tendremos un Darwin un poco más complejo y más interesante. También debemos leer lo que escribió él, no sólo lo que se escribe sobre él. Impacta leer sus cartas a sus amigos porque puedes notar su mente, sus dificultades al mirar el mundo y darse cuenta de que las cosas son más complicadas, ver cómo la teoría de la evolución crece durante mucho tiempo… Es importante leer todo eso para entender a Darwin.
—Frases como “hoy me siento muy mal, muy estúpido y odio a todo el mundo y a todo” o que diera a sus hijos páginas de su borrador de El origen de las especies para que dibujaran en él lo humanizan.
—Era un padre muy bueno con sus hijos y su esposa Emma, con la que tenía una relación muy interesante. Él siempre decía que no podía vivir sin ella, pero al mismo tiempo pensaba de las mujeres de una forma… Eso me extraña mucho: en su vida personal era muy simpático y cariñoso, y al mismo tiempo tenía una perspectiva del mundo en el que distinguía entre razas y sexos. Es importante entender que puedes ser así, que es típico de los seres humanos y que los científicos no pueden dejar de serlo.
—La lección final de Darwin es de humildad: somos uno más en el planeta.
—Al final de El origen de las especies hay un párrafo que es increíble: somos parte de las miles de ramas de la complejidad de la vida y es importante recordarlo siempre. Sólo tienes que mirar al cielo y las estrellas para tener esa humildad. Sólo tienes que mirar a los árboles, los pájaros y las hormigas y recordar que somos parte de un gran mundo.
Fuente: agencia SINC.