Esta semana nos sobresaltaba la noticia de dos periodistas asesinados en Burkina Faso mientras realizaban un trabajo documental sobre caza furtiva. La ecóloga española Ana Benítez ha dedicado años a estudiar el efecto de los factores antropogénicos que pueden llevar a las especies a la extinción y los peligros asociados a la caza de la fauna salvaje.
Los casos de guardas de parques naturales asesinados por grupos rebeldes en todo el mundo son una triste realidad. Entre las víctimas asociadas a la salvaguarda y visibilización de la caza furtiva, hay que sumar desde esta semana las vidas de tres periodistas, entre ellos los españoles David Beriáin y Roberto Fraile, asesinados en los alrededores de un parque natural en Burkina Faso.
Ana Benítez (Córdoba, 1981) es investigadora del departamento de Ecología Integrativa de la Estación Biológica de Doñana (EBD-CSIC). Su campo de trabajo es el estudio del impacto de la actividad cinegética en la fauna salvaje en Latinoamérica, África y Asia. Sus trabajos se enfocan en determinar los factores que marcan la distribución y la abundancia de las especies, haciendo hincapié en los efectos antropogénicos y en cómo éstos pueden llevar a las poblaciones locales o a las especies a la extinción.
—¿Por qué la caza ilegal continúa siendo la gran amenaza para la vida silvestre?
—El comercio de caza ilegal es un negocio multimillonario que mueve entre 7.000 y 23.000 millones de dólares al año, comparable al del tráfico de drogas o de armas. Es un negocio porque hay piezas que cotizan en el mercado a más precio que el oro. Por ejemplo, el cuerno de rinoceronte. Muchas piezas son demandadas por sus supuestas propiedades curativas. En otros casos, consumir ciertas especies es una señal de estatus social. Por último, hay especies que se comercializan como mascotas exóticas, o por coleccionismo, como es el caso de muchos reptiles o de loros y periquitos, pero también de aves cantoras en jaulas, muy demandadas en Indonesia o China.
—Un negocio ilegal que provoca altercados y cuesta vidas…
—En los últimos años, sólo en África, han sido asesinados unos 1.000 guardas. Uno de los ejemplos más claros es el del Parque Nacional de Virunga, que es de los parques más antiguos de África, con una población de unos 600 gorilas de montaña.
—¿Cómo se está combatiendo?
—El principal instrumento para combatirlo es CITES, que regula el comercio legal de seres vivos. Cuando se sospecha que alguna especie puede estar siendo traficada en grandes cantidades, y que sus poblaciones están en declive, se pueden llegar a acuerdos internacionales para incluirla en el apéndice 1 de CITES, que incluye todas las especies que se prohíben cazar. Por ejemplo, en 2016 se acordó prohibir el comercio legal de las ocho especies de pangolín y se propuso su inclusión en dicho apéndice.
“A escala más local, muchas áreas protegidas cuentan con patrullas de guardas para control de furtivos. También, se controlan los puertos y aeropuertos más conflictivos para requisar posibles cargamentos de especies exóticas”.
—¿Qué consecuencias tiene esta actividad sobre la biodiversidad?
—La caza ilegal de manera masiva supone el declive poblacional y la posible extinción de un gran número de seres vivos, lo que se conoce como defaunación. Muchas de las especies cazadas son animales de gran tamaño con tasas reproductivas bajas. Esto los hace vulnerables ya que, cuando la presión de caza es muy alta, las poblaciones no son capaces de reproducirse lo suficientemente rápido para compensar esa mortalidad.
“Además, un gran número de estas especies realizan funciones muy importantes, como la dispersión de semillas, la redistribución de nutrientes o el control de plagas. Mediante la extracción de especies, como los elefantes de bosque, se pierde la capacidad de mover grandes cantidades de nutrientes y de semillas a grandes distancias, procesos que son fundamentales para el funcionamiento de los ecosistemas. Además, los elefantes son ingenieros de los ecosistemas, puesto que modifican la estructura forestal creando nuevos hábitats y microhábitats para otras especies”.
—¿Qué especies de animales son las más vulnerables a esta práctica ilegal?
—Uno de los casos más flagrantes es el del rinoceronte. Hay países, como Vietnam, donde se demandan sus cuernos para el tratamiento del cáncer. Debido a estas creencias, y al aumento de la demanda internacional, el precio alcanzó los 60.000 dólares por kilo en 2012, duplicando el valor del oro o platino, y siendo más valorados que los diamantes o la cocaína. Entre 2007 y 2014, según la organización WWF, la caza ilícita de rinocerontes en Sudáfrica aumentó un 9000 % por estos motivos.
—¿Qué otros ejemplos se asocian a estas creencias?
—Otro caso son los pangolines, que son altamente demandados en países como China o Vietnam para el uso de sus escamas en el tratamiento de enfermedades como el asma, el reumatismo o la artritis. Los pangolines asiáticos están prácticamente extinguidos o altamente amenazados. En los últimos años ha aumentado enormemente la presión sobre los pangolines africanos, que son exportados ilegalmente hacia el sudeste asiático. Hoy día se considera el mamífero más traficado del mundo. Estimaciones recientes indican que se cazan más de 2,7 millones de pangolines en un año en Camerún, la República Centroafricana, Guinea Ecuatorial, Gabón, la República Democrática del Congo y la República del Congo.
—¿Es un problema suficientemente visibilizado?
—La población general es consciente de que hay seres vivos que están altamente amenazados por el comercio ilegal, como elefantes, tigres, rinocerontes o gorilas. Sin embargo, estas son sólo la punta del iceberg de miles de otras especies que son comercializadas de manera ilegal. Una de las consecuencias más claras para la sociedad es el riesgo de enfermedades zoonóticas que puedan saltar de animales a humanos, siendo MERS, SARS o la covid-19 casos bastante claros.
Equilibrios
El furtivismo asociado al comercio ilegal de colmillos de elefante, cuernos de rinoceronte o diferentes partes de jirafas, como pieles y huesos, no solamente amenaza la conservación de estas especies emblemáticas, sino que también tiene un impacto sobre otra fauna africana, como el caso de los buitres, como señala un estudio de la Universidad de Oviedo publicado en la revista Biological Conservation.
Cada vez con mayor frecuencia, los furtivos que persiguen a la megafauna africana envenenan las carroñas para evitar que los buitres, especializados en localizar rápidamente animales muertos, delaten la ubicación de estas actividades ilegales al personal encargado de combatirlas.
Esta práctica, capaz de acabar con cientos de buitres en una sola carroña, está contribuyendo así al alarmante declive de las ocho especies de estas aves carroñeras presentes en África, cuyas poblaciones han disminuido un 62 % de media en las tres últimas décadas.
José Vicente López-Bao y Patricia Mateo-Tomás, autores de esta investigación, advierten de que el envenenamiento masivo de buitres en carroñas de otros animales víctimas de los furtivos puede además estimular el comercio ilegal de partes de estas aves para su uso en la medicina tradicional o muthi, considerada la segunda amenaza más importante para esta especie en África, después del envenenamiento.
Se crea así una peligrosa sinergia que puede aumentar el interés por perseguir a los buitres para obtener partes de estas aves a través del envenenamiento de las carroñas de megafauna; especies que son a su vez víctimas del tráfico ilegal de fauna y flora, la cuarta actividad ilícita más grande del mundo. (Redacción)
Fuente: agencia SINC.