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Cinco cortos infantiles

30 de abril...

Abril, 2023

Los regalos de un abuelo a su nieta, el juego de palabras entre una madre y su hija, el monstruo que juega con un niño por las noches, un trabalenguas para ponerte a prueba… En esta colaboración, el periodista y escritor Víctor Roura nos ofrece cinco breves textos para celebrar el Día del Niño.

Debajo de las almohadas

Debajo de las almohadas siempre aparecía un juguete nuevo. La niña entraba rápido a la casa e iba corriendo directamente a la alcoba para revisar qué había ahora en la cama. A veces un trompo de colores, otras veces una muñeca, un rehilete, un juego de té, unos zapatos con estrellitas brillantes en la punta, una pelota con música alocada, una diadema, un maletín de enfermera incluyendo curitas con monstruos de adorno.

Pero un día no había nada debajo de las almohadas.

Y la niña preguntó por qué.

Su abu le dijo, entonces, que le iba a confesar una verdad. Los dos se sentaron en el sofá con una nieve de limón cada uno en su respectiva tacita.

—Mira, bonita —le dijo su abuelo—, yo era el que te ponía los juguetes debajo de las almohadas, pero se me acabó el dinero. Ya no tengo, hija, y me duele ya no poder comprarte todas las cosas que a ti te gustan, pero no tengo ya dinero sino sólo para las cosas elementales como la comida y las cosas del baño…

El abuelo, sin querer, derramó una lágrima.

La niña se encogió de hombros.

—Ya sabía que eras tú el que me traía los regalos, abu, y no la hada azul madrina —dijo la niña, secando la lágrima de su abuelo con su dedito.

Y rieron los dos.

Terminado su helado, la niña se puso a jugar con un globo morado que era un elefante con su trompa chueca.

A la hora de dormir, la niña se encontró debajo de la almohada un gorila de peluche, y gritó de emoción por el hallazgo.

Había sido el último gran juguete que el abuelo pudo comprar en el mercado con sus ahorros.

Vocablos acróbatas

La mamá le dijo a su hija:

―A ver, muñequita, vamos a practicar con nuestra lengua unos vocablos acróbatas: este era un gorila, orila, orila, que se engoriló por hilar gorilas, orilas, orilas, gruñendo grafías groseras gorileanas…

La niña se le quedó mirando muy seria.

—Pero eso que dijiste no significa nada —dijo—, tienes que decir algo que yo pueda entender.

Su mamá le dijo que de eso se trataba el cuento: de inventar algo que no existe a partir de una palabra.

—Y como a ti te gustan los gorilas quise jugar con ellos —dijo la mamá.

La niña, haciendo un mohín chistoso, gritó de repente:

—¡El gorila hizo un goooool con Gloria…!

Y se quedó pensativa. Luego preguntó:

—¿Gloria tiene las mismas letras que gorila, mamá?

Su madre asintió.

—A eso se le llama, hija, anagrama —aclaró, y expuso—: Gloria, gorila; Paco, copa; saco, cosa, caos; nuca, cuna; callo, local; espanto, patones; luna, nula; solar, rolas; lámina, animal, la mina (estas palabras sólo se escriben al revés y tienen otro significado, y se les llama bifronte, como también está “zorra”, que al revés dice “arroz”, aunque hay palabras, hija, que se leen igual al derecho y al revés, y se les llama palíndromos, como ala, Ana, arenera, somos, seres). Y sigo con los anagramas: mago, goma; Roma, ramo, amor; león, Noel; fresa, frase; solapa…

Y la niña agregó:

—¡La sopa!

La mamá aplaudió el ingenio de su hija.

—O sola que es una losa —advirtió la mamá.

—Este juego está muy difícil —dijo la niña.

—Pero tú descubriste Gloria y gorila, que es harto complicado concebirlo —precisó su madre, y le dio un beso para felicitarla.

—Si me hubieras dado un verso yo te lo devolvía en un sobre —dijo la niña, riendo, pero la mamá la detuvo:

—No, hija, porque verso se escribe con v labiodental, no con b labial… Y un anagrama tiene que conformarse con las mismas letras, no así con los palíndromos…

Y la niña gritó con fuerza:

—¡Ay batas, ya basta! —frase que dejó estupefacta a su madre dejándola completamente muda.

¿Hoy no voy a dormir?

Luego de que la mamá saliera de la recámara apagando la luz, de inmediato un pequeño monstruo, del tamaño de un gato, brincó de la cómoda al cobertor provocándole a Intemperie, que así se llamaba el niño, un fenomenal susto.

—¡No te voy a dejar dormir! —dijo el monstruo.

Intemperie lo veía, molesto. Le preguntó la razón.

—Porque anoche tú no me dejaste dormir a mí —respondió el monstruo, cruzando los brazos.

Estaba mal el monstruo, según Intemperie, ya que durante la noche anterior, es cierto, los dos jugaron hasta el amanecer pero por mutuo consentimiento, no por una decisión unilateral, es decir de uno de los dos. Jugaron los dos porque ambos estuvieron de acuerdo.

—¿Y ahora vienes a quitarme el sueño a mí porque se te ha ocurrido así nomás? —preguntó el niño.

El monstruo afirmó con la cabeza.

Entonces Intemperie se levantó despacio de la cama, lo tomó con delicadeza de la camisa trasera a la altura de la nuca, lo encerró en el ropero, le puso llave, regresó a la cama, se cubrió con el cobertor y se quedó profundamente dormido.

Las escondidillas

Contó hasta diez y fue a buscar dónde se habían escondido. Eran cuatro. La niña buscó debajo de la mesa, nada. Detrás de las puertas, nada. A un lado del librero, ¡ahí estaba Anuencia! Detrás de las cortinas, nada. En el baúl de juguetes, ¡ahí estaba Escafandro! En la cocina, ¡ahí estaba Rosticería!

Sólo faltaba Tranquilina.

¿Dónde se habrá metido?

Buscó en el baño, nada. Debajo de la alfombra, nada. En la cama tampoco estaba. Buscó y buscó y buscó, nada. Hasta que Anuencia le preguntó:

—¿Ya viste bien en la cama?, ¿no ves nada ahí?

La niña respondió con un suspiro:

—Miro las pompis de alguien, ¡pero no veo a Tranquilina!

Todos los niños rieron, hasta la propia Tranquilina, quien se quitó la sábana con la que se cubría una parte de su cuerpo.

Trabalenguas

Por panorámicas praderas paseaban, pensativos, portentosos patos presuntuosos. Parecían pisar presurosos pastos perlados por potentes precipitaciones pluviales. Prácticamente perdidos, pobres plumíferos pernoctan, pacientes, por parajes profusamente peligrosos.

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