José de la Colina: un periodista de los de antes
Nació en Santander, España, el 29 de marzo de 1934. Falleció el 4 de noviembre de 2019 en la Ciudad de México. Se cumple un año del fallecimiento de don José de la Colina, un hombre múltiple. La edición y el periodismo cultural, la reflexión sobre las artes visuales y el cine, la escritura ensayística y la ficción son algunos de los territorios que recorrió este autor mexicano. Integrante del exilio español, De la Colina llegó en 1941 a nuestro país —junto con su familia y siendo él aún un niño— en aquella emigración histórica procedente de la vieja Europa a causa de la Guerra Civil Española. En México se formó como escritor y aquí publicó todos sus libros; como él mismo lo dijo en 2014 al recibir el Premio Xavier Villaurrutia: “Yo no soy un escritor español, soy un escritor mexicano, aunque haya sido embotellado de origen allá en España. Soy mexicano porque aquí me formé como escritor, aquí existo como escritor”. Ensayista fundamental de la literatura mexicana y cercano al círculo de Octavio Paz, recordamos a don José de la Colina —en su primer aniversario luctuoso— recuperando este ensayo de Vicente Francisco Torres*, quien actualmente es uno de los críticos literarios más respetados del país…
Quienes empezamos a leer literatura en los años sesenta del siglo pasado descubrimos a José de la Colina en la serie “Ficción”, de la Universidad Veracruzana, que creó Sergio Galindo en Xalapa. Por esto sus libros se asocian en mi memoria con Polvos de arroz de Sergio Galindo y El norte de Emilio Carballido, ambos de 1958; El lugar donde crece la hierba de Luisa Josefina Hernández y Benzulul de Eraclio Zepeda, los dos de 1959; Dormir en tierra de José Revueltas, Ciudad Real de Rosario Castellanos, Diario de Lecumberri de Álvaro Mutis y Nuevo mundo de Luis Cardoza y Aragón, todos de 1960; Diario semanario y poemas en prosa de Jaime Sabines y Deméter de Agustí Bartra, ambos de 1961; Los invitados de piedra de Jorge López Páez y Los muros enemigos de Juan Vicente Melo, de 1962; Ocnos, de Luis Cernuda (1963)…
Eran volúmenes cuya portada estaba hecha con cartulina dura y opaca. La lista fue grande y he consignado sólo algunos títulos, porque son los que se mantienen unidos en mi mente. Podría decir que fueron los que más me gustaron, pero faltaría a la verdad. No sólo porque algunos autores citados continuaron publicando en la misma colección —como el mismo Pepe de la Colina—, sino porque el recuerdo se refuerza con un detalle editorial: en 1964, año en que Sergio Galindo abandona la dirección de la Editorial de la Universidad Veracruzana, los títulos de la serie empiezan a aparecer con camisa y sus primeros títulos fueron La semana de colores de Elena Garro y Donde mi sombra se espanta de Ramón Rubín.
A la lista se agregó Sergio Pitol, en 1965, con Infierno de todos. Él empezó a llevar a la serie a autores como Juan Carlos Onetti, Demetrio Aguilera Malta y Max Aub. También incluyó sus traducciones de la lengua polaca entre las que descuella El bosque de abedules, de Jarosław Iwaszkiewicz.
La colección “Ficción”, de la Universidad Veracruzana, como puede verse por los autores citados arriba, recibió a una buena cantidad de refugiados españoles, o hijos de ellos.
El recuerdo y el ensueño
Ven, caballo gris (1959), que está cumpliendo 61 años de haber aparecido en la colección creada por Galindo, habla de un prosista eficaz y sobrio, riguroso y lírico. En estos cuentos, forma y contenido son especialmente notables. Pepe es aquí un maestro del instante. En “La cabalgata”, que sucede en la Edad Media, todo transcurre en unos momentos que invocan tres tiempos diferentes. Un caballero se lanza al asalto de un castillo y siente reserva porque lo ata a la vida el recuerdo de una mujer que es la esposa de un amigo de su padre. Los recuerdos fluyen por la mente del caballero que añora a la esposa del amigo de su progenitor y, por su tardanza para lanzarse al combate, siente que ha traicionado el honor, tan caro a su padre.
Esto es lo que dice el cuento, pero lo virtuoso está en la manera de contarlo, en la descripción de armas, banderines y estandartes, el bufar de los caballos y el estruendo de las espadas y los cascos. Sobre esto se cierne el recuerdo de la muerte reciente del padre, su hombría y la evocación del baile en donde conoció a la mujer prohibida.
“Excalibur” y el cuento arriba mencionado nacen de la nostalgia europea que siente el escritor. Evoca la Tizona del Cid Campeador y la Durandarte, de Roldán. De la Colina cuenta insinuando. El recuerdo de las armas medievales sirve para decir que un muchacho retrasado mental asesina a su profesora. Se siente el caballero portador de la espada del rey Arturo, pero consuma su crimen con una regla metálica.
Las intensas vidas interiores de sus personajes contrastan con la sordidez de sus vidas y sus actos. “Ven, caballo gris” se ubica en la Ciudad de México y su personaje es un anciano que militó en las fuerzas revolucionarias, pero languidece en una vecindad abandonada. En los cuentos de este libro el recuerdo y el ensueño ocupan, al menos, la mitad del relato.
“Caballo en el silencio” y “Los Malabè”, con prosa burilada y descripciones magníficas (“el aire esponjado y vegetal de la jungla”) dan cuenta de la llegada de los españoles al Caribe, mismos que siguen al continente su periplo de refugiados.
“Soy escritor español y ciudadano mexicano”
Los cuentos de este volumen, por sus lecciones de estilo, por sus escenarios y la condición de sus personajes me hicieron pensar en La plaga del crisantemo (1960), de Arturo Souto Alabarce, hijo de refugiados españoles que siguió una ruta parecida a la de José de la Colina por el Caribe, los desiertos del norte de México y la gran ciudad capital. Esto y la recreación de episodios históricos también los hermanan.
En La lucha con la pantera (1962), siguiendo a Pavese, De la Colina equipara la selva con la ciudad y a la mujer con la pantera. Mezcla planos y transita entre aborígenes y clientes de café; mezcla hojas enormes y mesas. Los ruidos de una sinfonola se sobreponen a los murmullos de la selva. Todo para decir que el narrador espera a una muchacha de atributos felinos. El virtuosismo del lenguaje y la construcción de la historia me hacen coincidir con un tópico en el que no creo: el tema no importa; lo fundamental es cómo se desarrolla.
En los cuentos de El espíritu santo, que reúne el trabajo narrativo que va de 1965 a 1977, la excelente prosa que lo dio a conocer se mantiene y, en un extraordinario cuento llamado “Los viejos”, vemos a los españoles que hicieron la América instalando panaderías, cantinas y tiendas de abarrotes, ya recluidos en un asilo, enfermos, achacosos, necios, desmemoriados, pícaros, medio ciegos, medio sordos…
La producción de Entonces (1990–2003) volverá sobre los refugiados, ya maduros, con su vida cotidiana que transcurre en las calles de López, San Juan de Letrán, Vizcaínas, Meave…
En Tren de historias (1977–1989) el trabajo periodístico influye en el narrador minucioso y coruscante. Ahora produce cuentos ensayísticos y minificciones: Sherezada no era narradora por vocación, sino por necesidad; a ella se debe la técnica del folletín y de la telenovela. El álbum de Lilith (1980–2000) entrega una nostálgica recreación de la Ciudad de México en las décadas de los años cuarenta y cincuenta del siglo pasado. En “La princesa del café de chinos” el recuerdo ya no transita al cuento, sino a la crónica periodística.
Si Max Aub escribió Crímenes ejemplares (1972) para hacer un muestrario de las extrañas razones que mueven a los asesinos (“juré hacerlo con el próximo que pasara un billete de lotería por mi joroba”), Pepe de la Colina recrea el instante en que mueren Edgar Allan Poe, Oscar Wilde y King Kong porque el instante final aglutina todo lo que fueron, padecieron y ejemplificaron estos dramáticos personajes. También, como Max Aub, José de la Colina podría decir: “Soy escritor español y ciudadano mexicano”.
En la prensa cultural
El trabajo periodístico de José de la Colina consiguió que su labor de cuentista se diversificara y se volviera alada. Su trabajo narrativo puede seguirse en el volumen Traer a cuento. Narrativa (1959–2003), que no recoge su primicia de la colección “Los Presentes”, que editó Juan José Arreola. Su dilatada práctica periodística lo convirtió en un maestro del ensayo literario y del ensayo cinematográfico, aunque él llegara a afirmar, en una reveladora autoentrevista, que el periodismo lo “vampirizó”. Para que todas estas muestras de manejo del idioma, de la cultura y del ingenio no se perdieran en las hemerotecas, De la Colina preparó dos tomos: Un arte de fantasmas, que borda magistralmente sobre sus grandes pasiones (Humphrey Bogart, Marlene Dietrich, el vampiro, Alfred Hitchcock, James Dean, Chaplin…) y De libertades fantasmas o de la literatura como juego, que entrega algunos de sus ensayos literarios más conocidos. En ello se cuelan el humor, el ingenio, el pun (sonetorpes, sonetorvos) y hasta la greguería (“la irrisoria torre de marfil o de mandril donde habitan…”), sin contar su sorprendente soneto a la gripe…
Este repaso nos dice que José de la Colina ha sido un gran cuentista, sí, pero también un periodista de los de antes, mundano, como Renato Leduc y José Alvarado, de quien, por cierto, hizo una antología: Prosa sin que (2011), en donde se hermanan, como en el propio De la Colina, la creación literaria y la creación periodística. Es preciso suscribir aquí lo que ya apuntó Gabriel Zaid para De la Colina: su trabajo periodístico consuma “el artículo como obra de arte”.
Traer a cuento. Narrativa (1959–2003), Un arte de fantasmas y De libertades fantasmas o de la literatura como juego fueron publicados por el Fondo de Cultura Económica. El primero en 2004 y los segundos en 2013.
*Este ensayo de Vicente Francisco Torres se publicó originalmente en Notimex para celebrar los 85 años de don José de la Colina, en 2019. Por su vigencia, lo reproducimos ahora con autorización de la Agencia de Noticias del Estado Mexicano.