Daniel Tuchmann (1957-2020)
La música sudcaliforniana está de luto: falleció Daniel Tuchmann. El compositor, guitarrista, cantante y productor musical murió la madrugada de este jueves 22 de octubre en su natal La Paz, Baja California Sur, donde había nacido el 5 de julio de 1957. Daniel, de 63 años, seguirá siendo uno de los músicos sudcalifornianos con más trascendencia e influencia del estado y fuera de él: lo fue desde finales de los años setenta y durante los ochenta del siglo pasado, cuando formó parte de la escena rockera, bluesera y trovadora, participando en la corriente musical del canto nuevo a lado de grandes artistas como Amparo Ochoa, Óscar Chávez o Gabino Palomares. Músico talentoso, siempre recordado por el disco La última neurona, nunca sucumbió al llamado de la fama fácil y la mera comercialidad: él prefirió moverse por el camino de la independencia. Daniel Tuchmann Jr, hijo del músico, escribió en sus redes sociales: “¡Una a tu salud! Buen viaje, padre; que te sea de lo más placentero tu reencuentro con los tuyos. Abrazo del alma y mi amor eterno”. En este texto, el periodista y cronista musical Víctor Roura recuerda al amigo y, sin duda, al más emblemático de los músicos sudcaliforniano…
Víctor Roura
1
En Pahuatlán, durante el festival cultural de ese poblado poblano, cerraba las actividades musicales el guitarrista Daniel Tuchmann, quien a principios de la década de los noventa, sin duda, estaba considerado el exponente con mayor virtuosismo en dicho instrumento en México. Ese fin de semana las lluvias caían intempestivamente, pero así como llegaban se iban también de manera inesperada.
Antes del concierto, programado a las seis de la tarde en la plaza pública, tomábamos una copa de ron Daniel y yo platicando de mil cosas a la vez cuando, de repente, de la nada, dos gruesas gotas de lluvia cayeron a un lado de nuestra mesa. Y en menos de cinco minutos la lluvia empezaba a arreciar. Faltaba poco para el inicio del concierto. Daniel Tuchmann mostró su preocupación.
—Yo creo que no vamos a poder tocar al aire libre —dijo.
En una mesa contigua departía el presidente municipal con sus amistades esperando, todos, la hora del concierto. Le sugerí a Daniel que le preguntara al político que habría de hacerse en caso de que la lluvia no cesara, cosa que hizo con la condición de que yo lo acompañara.
Daniel, entonces, le propuso al presidente municipal realizar el concierto en el pequeño auditorio instalado a un lado de la plaza. Lo que hizo a continuación el servidor público nos dejó asombrados a Daniel y a mí: miró el cielo, sopesó las nubes, aspiró el viento humedecido y, determinante, sentenció:
—No se preocupe, Daniel, es una lluvia del norte, de manera que se quitará pronto. Si fuera una lluvia del sur sí tendríamos problemas.
Daniel y yo regresamos a beber otra copa de ron. El que sabe, sabe. No tendría que afligirse el guitarrista. Hablamos de otras mil cosas, buen conversador que era.
Pero el tiempo pasaba y la lluvia no cedía en su fuerza. Ya llevaba de retraso más de media hora la ansiada audición. Daniel veía, con angustia nuevamente, el cielo teñido de grisura. Acudimos con el presidente municipal, otra vez. El guitarrista volvió a sugerir efectuar el concierto en el auditorio. El político levantó de nuevo la mirada hacia el cielo, sopesó las nubes, aspiró el viento humedecido y, determinante, catalogó:
—No se preocupe, Daniel, es una lluvia del norte, de manera que se quitará pronto. Si fuera una lluvia del sur sí tendríamos problemas.
Daniel y yo regresamos a beber otra copa de ron. Ni hablar: el que sabe, sabe. No tendría que afligirse el guitarrista. Hablamos de otras mil cosas, buen conversador que era.
Pero el tiempo pasaba y la lluvia no cedía en su fortaleza. Ya llevaba de retraso más de una hora la ansiada audición. Daniel veía, con angustia nuevamente, el cielo teñido de grisura. Acudimos con el presidente municipal, otra vez. El guitarrista volvió a sugerir llevar a cabo el concierto en el auditorio. El político levantó de nuevo la mirada hacia el cielo, sopesó las nubes, aspiró el viento humedecido y, determinante, dedujo:
—¡Ah, caray! Se acaba de juntar la lluvia del sur con la del norte, de modo que este aguacero no se va a quitar pronto. Hagamos el concierto en el auditorio.
Y fue absolutamente memorable, el convierto. Como todos los que ofrecía este noble guitarrista.
2
Daniel Tuchmann murió a los 63 años de edad el jueves 22 de octubre en su natal La Paz, Baja California Sur, donde había nacido el 5 de julio de 1957.
Se aproximó a la Ciudad de México, siendo muy joven (a la edad de los 16 años) para estudiar composición en la Escuela Nacional de Música, objetivo que cumpliera a cabalidad asistiendo a las clases nada menos que de Julio Estrada.
Pero Daniel Tuchmann inquieto e impredecible como era, no se quedó mucho tiempo en las aulas.
En el libro Baja Rock / Memoria gráfica del rock en Baja California Sur, de Francisco Javier Galván Gutiérrez, se condensan algunas palabras de Daniel Tuchmann: “El primer grupo que formé en La Paz eran los Máuser. Tocábamos en bares donde podíamos. Por ejemplo, en donde ahora está El Campanario antes se llamaba Junto al Mar, donde tocaban los Pepes, de los hermanos Figueroa; o en el Seven Crown, en el Acuarium. Yo era menor de edad y me escapaba de la casa pa irme a tocar”.
En 1986 Daniel Tuchmann graba su (único) disco: La última neurona, del cual apuntaba que había sido el resultado de una colección de canto nuevo que entonces la RCA / Ariola editaba por la aceptación que en esos momentos tenía ese género musical. Para esa grabación Daniel prefirió al pianista Eugenio Toussaint como su arreglista eliminando, de tajo, a Ricard Miralles, la sugerencia de la discográfica. Años después el propio Daniel se arrepentiría de haber despreciado al arreglista de Joan Manuel Serrat porque, según me dijo, eso le hubiera cambiado la vida por completo. Quizás en lugar de retornar a La Paz, como un buen día lo hizo sin anunciarlo a nadie, hubiese acabado su vida en Madrid o en Barcelona. Nadie lo sabrá nunca.
De nuevo, palabras de Daniel Tuchmann tomadas del libro ya referido: “Sobre la situación geográfica, yo pienso que es cuestión de cada quien. Lo que sí es muy importante decir es que, cuando ya quieran entrar en la música en un terreno profesional, a los músicos les conviene ir a medirse a las grandes ciudades, palpar en el mundo real de la música, no quedarse nada más tocando en los bares, digamos, de La Paz, porque de ahí no creo que salga nada para una carrera seria”.
Daniel lo supo muy bien al venir a radicar a la Ciudad de México, e incluso después de haber tocado con orquestas sinfónicas. Y vaya que se demostró a sí mismo su innegable calidad musical. Yo lo conocí, por ejemplo, cuando tocaba piezas afroantillanas con Son de Merengue. Y con este grupo —con el que Tuchmann departía, por cierto, con Diego Herrera, futuro miembro de Caifanes— escuché por vez primera la magnífica pieza “La última neurona”, que hiciera aún más célebre al ya celebrado Daniel Tuchmann.
3
Un fragmento lírico de Daniel Tuchmann incluido en su disco La última neurona, de 1987:
Si alguna vez te vas y luego vuelves
para curar de sed mi fuego ausente,
ocuparé mis manos para hablarte,
para acercar tu beso ante mi muerte.
Tú me dirás tal vez que me extrañaste
y que la ausencia se llenó de insomnio.
Y yo no podré ni pronunciar palabra,
porque estará tratándome el asombro
y tú ya no podrás seguir hablando
porque estaré bebiéndome la suerte.
4
Cuando decide retornar a La Paz, luego de inundarse, o salpicarse, de una música tan variada, y diversa, me dicen que Daniel Tuchmann se sumergió sobre todo en el blues tocando donde pudiera, en los bares o en las calles o en grandes escenarios.
Lo supongo inmerso en una melancolía blusera, válgaseme el calificativo: un guitarrista de su altura, con un álbum formidable, compartiendo con sus iguales su música, porque Daniel, pese a haberse creado una fama de inmenso guitarrista, jamás extravió su desmesurada humildad.
No me lo imagino ganándose la vida a trompicones, como tampoco puedo dar crédito a la descomunal mezquindad de la industria discográfica al ya no volverlo a llamar para la grabación de un segundo álbum, aunque en este sentido no faltarán los que me subrayen las condiciones de venta impuestas por estos empresarios de la música a los que les importa un comino el músico sino el producto que de él pueden comercializar. Cuando Eric Clapton preguntó en su casa disquera la razón por la cual habían despedido a Van Morrison, los ejecutivos simplemente le respondieron que por muy Van Morrison fuera ya no vendía el número de copias que necesitaba para continuar en el catálogo, mostrándole a Clapton los números rojos de Van Morrison.
Y Clapton dice que lo comprendió.
Yo no soy músico, pero no entiendo la felonía de las multinacionales.
Porque el buen artista lo es, venda miles de discos o no.
Y Daniel Tuchmann era un artista entero.
5
De broma le decía a Daniel, de origen austriaco, que su apellido, en una extraña fusión entre inglés y maya, podría traducirse como Hombre del Ombligo.
Y reía estruendosamente.
6
¿Cuántas veces no fue mi amigo Daniel Tuchmann a tocar a la puerta de mi casa, con una botella en la mano, para hablar de mil cosas a la vez?
No me pidas que me quede,
pues no me puedo quedar.
Además, te aburrirías
a la semana sin pensar.
Lo que pasa es que estoy loco,
pero loco de verdad.
No pienses que es una pose
o que te quiero impresionar.
La neurona que me queda
me la quiero reservar
para el día de mi muerte,
no se me vaya a pasar
y me quede para siempre
en este espantoso lugar.
Espero que a Daniel Tuchmann no se le haya pasado. Que la última neurona lo haya acompañado en la hora agónica.
El guitarrista no está más en este espantoso lugar.
Pero yo aún lo sigo contemplando con su amplia sonrisa.
—La guardaré, Daniel, guardaré la última neurona para el día de mi muerte, no te preocupes —le dije una tarde mientras escuchábamos, en su casa, diferentes versiones suyas en vivo de su canción “La última neurona”.
Y cumpliré mi palabra.
No se me vaya a pasar.