Artículos

Trinity: cómo fue el ensayo con la primera bomba atómica hace 75 años (y cómo cambió el mundo)

75 años después de la prueba Trinity —el primer encuentro de la humanidad con una bomba atómica, vale la pena preguntarnos qué significó ese momento. Fue aquí, después de todo, donde los humanos se encontraron por primera vez con fenómenos que marcaron la vida en el planeta; donde se vio por primera vez el destello atómico, la nube de hongo y las consecuencias de la radiación.


Quince segundos antes de las 5.30 de la mañana del 16 de julio de 1945, sobre un área del desierto de Nuevo México tan implacablemente seca que los primeros viajeros la bautizaron como la Jornada del Muerto, un nuevo sol apareció en el horizonte y se elevó rápidamente hacia el cielo.

Sucedió un poco antes del alba.

Este extraño amanecer es lo que se conoce como la prueba de Trinity: el primer encuentro de la humanidad con la bomba atómica.

Menos de un mes después se lanzaron dos bombas sobre Japón: la primera, “Little Boy”, un arma de uranio, cayó sobre la ciudad de Hiroshima.

La segunda, “Fat Man”, un arma de plutonio de implosión como la probada en Trinity, se lanzó sobre Nagasaki.

Las estimaciones de víctimas varían ampliamente, pero se cree que como resultado directo de estos dos eventos murieron entre 150.000 y 250.000 personas.

El siguiente medio siglo fue intenso en ensayos nucleares.

Sus consecuencias podrían ser el inicio de lo que el premio nobel de Química Paul Crutzen acuñó como la nueva etapa del ser humano en la Tierra, el Antropoceno.

La extraordinaria historia del Proyecto Manhattan, que condujo a este punto, se ha contado muchas veces.

Comienza con la comprensión de que la construcción de armas atómicas que liberan grandes cantidades de energía a través de una reacción nuclear en cadena era posible.

Proyecto Manhattan

En 1939, Albert Einstein envió una carta al entonces presidente de Estados Unidos, Franklin D. Roosevelt.

En ella alertaba sobre los peligros de un programa de bombas atómicas que desarrollaba Alemania.

La misiva también explicaba cómo, después de la entrada de Estados Unidos, en la Segunda Guerra Mundial tras el ataque japonés a Pearl Harbor, el programa se aceleró rápidamente bajo el control del general Leslie Groves.

El Proyecto Manhattan absorbió el programa atómico “Tube Alloys” británico y canadiense, y atrajo a una deslumbrante variedad de talento científico.

Pero más que un esfuerzo puramente científico, era una empresa industrial y de ingeniería a gran escala.

En su punto álgido llegó a emplear a unas 130.000 personas, y quizás medio millón a lo largo de la vida de todo el proyecto.

La figura de Oppenheimer

El sitio para la prueba Trinity fue una ciudad construida desde cero y destinada exclusivamente a desarrollar la bomba atómica en el Laboratorio Nacional Los Álamos, Nuevo México.

Aquí, bajo la dirección científica de J. Robert Oppenheimer, una figura compleja y carismática, cientos de científicos, incluidos muchos que habían huido de la persecución nazi en Europa y eran muy conscientes de lo que podría significar una bomba nazi, construyeron el “dispositivo” que se probó en Trinity.

Para entonces, sin embargo, las circunstancias habían cambiado.

A finales de 1944, cuando las fuerzas aliadas avanzaban por Europa, quedó claro que el programa alemán se había estancado años antes.

Después de la muerte de Roosevelt en abril de 1945 y la derrota de Alemania en mayo, se dio prioridad a la prueba Trinity.

El objetivo era que Harry Truman, el nuevo presidente de Estados Unidos, tuviera noticias que dar en su reunión con José Stalin y Winston Churchill en la conferencia de Potsdam.

Trinity fue un momento notable.

Científicos, personal militar y otros testigos se reunieron en búnkers de observación distribuidos a distintas distancias de la zona cero.

Durante la noche, una tormenta con truenos y relámpagos barrió el área, poniendo en peligro la prueba.

Don Hornig, el último hombre en la zona que debía “cuidar” la bomba desde una torre de metal a 300 metros de altura, recuerda haber pasado el tiempo leyendo una antología de escritura humorística, Desert Island Decameron.

Lo hacía a la luz de una bombilla de 60 vatios.

Esperaba que la torre mojada actuara como un pararrayos si le caía algún rayo esa noche de tormenta.

La alternativa daba qué pensar, pero él decidió ponerse filosófico: “Un rayo activaría la bomba. ¡Y en ese caso, ni me enteraría! Así que leí mi libro”.

Imagen: Department of Energy (E.U.).

Mal tiempo

A las 2 de la madrugada, Groves llamó al meteorólogo del proyecto, Jack Hubbard, y amenazó con “colgarlo” si no se cumplían los pronósticos que había dado y que establecían un cielo despejado para el día señalado.

Groves también despertó al gobernador de Nuevo México para advertirle que podría tener que declarar la ley marcial si las cosas salían mal.

A las 4 de la mañana los cielos comenzaron a despejarse.

A medida que se acercaban las 5.30 am, la gente empezó a colocarse las máscaras de soldador para ver la prueba.

En Compañia Hill, a 32 kilómetros de la zona cero, el físico Edward Teller repartió crema solar.

En el S-10000, el búnker de control principal, un Oppenheimer exhausto se apoyó contra un poste para estabilizarse mientras transcurrían los últimos segundos, y se escuchó murmurar: “Señor, estos asuntos son difíciles para el corazón”.

La historia del Proyecto Manhattan a menudo termina con el controvertido uso de la bomba en Japón, o cuenta la filtración de secretos atómicos de Klaus Fuchs y la primera prueba atómica soviética en 1949.

Podríamos añadir que a Oppenheimer, frecuentemente retratado como una figura trágica, se le revocó su autorización de seguridad durante la histeria anticomunista de principios de la década de 1950 en EU.

Un nuevo mundo

Ahora, 75 años después, vale la pena aislar Trinity de esta compleja historia para preguntarnos qué significó ese momento de la madrugada en el remoto desierto.

Fue aquí, después de todo, donde los humanos se encontraron por primera vez con fenómenos que marcaron la Guerra Fría y el desarrollo de la tecnología nuclear; donde se vio por primera vez el destello atómico, la nube de hongo y las consecuencias de la radiación .

Aunque esta fue una nueva experiencia humana, fue procesada a través de las tradiciones culturales con largas historias. Se ha convertido en historia de origen en las mitologías nucleares.

Norris Bradbury, quien sucedió a Oppenheimer como director del Laboratorio Nacional de Los Álamos, señaló que “la bomba atómica no encajaba en ninguna idea preconcebida poseída por nadie”.

Lo que recogieron los libros

Los escritores regresan repetidamente a Trinity como a un momento lleno de significado.

Sólo en el siglo XXI, aparece en novelas de, entre otras, Lydia Millet, Ellen Klages, Nora Gallagher, TaraShea Nesbit, Elizabeth J Church y Louisa Hall, y hay ejemplos anteriores notables, incluidos los de Pearl Buck, Leslie Marmon Silko y Joseph Kanon.

El momento ha sido recordado por poetas como William E. Stafford, John Canaday y Hannah Cooper-Smithson, y en el escenario por Tom Morton-Smith.

Aparece en la música en géneros que van desde el rock hasta la ópera.

Esta fascinación con Trinity muestra cómo no es sólo un momento histórico importante, sino también un hito cultural clave.

A medida que el verdadero sol salía por el horizonte unos minutos después de la prueba, a muchos de los presentes les quedaban pocas dudas de que estaban ante un mundo nuevo.

La luz más brillante

Tanto en relatos de testigos oculares como en la ficción, lo que sucedió en Trinity se describe como un momento de ruptura y éxtasis.

Ruptura porque marca la transición de una era pre-nuclear a una era nuclear.

Éxtasis porque el encuentro con la deslumbrante luz y el abrumador poder de la explosión se compara con una experiencia religiosa.

Por supuesto, puede haber distorsión en estos recuerdos.

La tendencia popular de ver la bomba atómica como la única aplicación de la tecnología nuclear olvida campos como la medicina nuclear e ignora la riqueza intelectual de las ciencias nucleares.

Además, el inicio de la era nuclear se puede colocar en otros momentos históricos como lo sucedido en Hiroshima, por supuesto, o la primera vez que el equipo de Enrico Fermi consiguió que la reacción en cadena del núcleo fuera autosostenible (Chicago, 1942).

O la descripción de la fisión que hicieron Lise Meitner y Otto Frisch en 1939.

O el descubrimiento del neutrón en 1932 por parte del científico James Chadwick.

O la “escisión” del átomo de Ernest Rutherford en 1917.

La idea de que hay un sólo comienzo de la era nuclear es una ficción: cada momento existe sólo en el contexto de los demás.

Sin embargo, Trinity se recuerda como un nuevo amanecer.

Esto es particularmente evidente en la recurrente metáfora de la explosión como un nuevo sol.

William Laurence del diario The New York Times, que observó la prueba a 32 kilómetros de distancia, escribió:

“Fue un amanecer como el mundo nunca ha visto. Un gran supersol verde subió en una fracción de segundo a una altura de más de 2,5 kilómetros, elevándose cada vez más alto hasta tocar las nubes, al tiempo que iluminó la tierra y el cielo con un brillo deslumbrante por su intensidad”.

Luz que estalla

Ernest Lawrence, inventor del ciclotrón, un tipo de acelerador de partículas, observó la transición “de la oscuridad a la brillante luz del sol en un instante”.

Quizás la descripción de Isidor Rabi, descubridor de la resonancia magnética nuclear (utilizada en las imágenes de resonancia magnética), sea la más convincente:

“Es la luz más brillante que he visto o que creo que alguien haya visto. Estalla; se dispara; te atraviesa. Fue una visión que se veía más que con el ojo”.

Aquí la experiencia es corpórea: la luz pesa y el cuerpo la siente.

En la novela de Lydia Millet, Oh Pure and Radiant Heart, el flash es una “búsqueda de ligereza”.

En el thriller de Joseph Kanon, Los Álamos, el protagonista “cerró los ojos por un segundo, pero allí estaba de todos modos, esta luz increíble, como si no necesitara la vista para existir”.

En el poema de John Canaday, “Victor Weisskopf”, “hizo erupción un sol”.

Laurence, cuyo reportaje sobre la bomba ganó un premio Pulitzer, vio en Trinity la cristalización de una nueva relación del ser humano con el universo.

Allí, escribió, “una fuerza elemental [fue] liberada de sus lazos después de estar encadenada por miles de millones de años” ya que, por primera vez, los humanos usaron una fuente de energía que “no tiene su origen en el Sol”.

“Todos parecían sentir”, escribió el general de brigada Thomas Farrell, adjunto del general Groves, “que habían estado presentes en el nacimiento de una nueva era: la era de la energía atómica”.

Fuego de los dioses

Las historias de cómo la raza humana adquiere conocimiento y poder tienen profundas raíces en la cultura occidental.

En el mito griego, Prometeo roba el fuego de los dioses y es castigado con quedar encadenado a una roca mientras un águila desgarra su hígado diariamente, sólo para que pueda volver a crecer y ser atormentado de nuevo.

Una de las biografías más importantes de Oppenheimer se titula The American Prometheus.

En 1946, reflexionando sobre el momento de la prueba Trinity, el propio Oppenheimer vio la analogía: “Pensamos en la leyenda de Prometeo, en ese profundo sentimiento de culpa que traen los nuevos poderes del hombre, que refleja su reconocimiento del mal y su conocimiento de eso mismo desde hace mucho tiempo”.

La frase más famosa de Oppenheimer para describir la prueba Trinity, sacada del importante texto sagrado hinduista, el Bhagavad Gita, es: “Ahora me he convertido en la muerte, el destructor de mundos”.

Estas palabras refuerzan el encuentro con las fuerzas divinas.

Son, por ejemplo, las palabras finales en la obra de Tom Morton-Smith, “Oppenheimer”.

También se invocan en la ópera de John Adams, Doctor Atomic.

Gran parte de la mitología está encerrada en estas palabras, que en ocasiones se supone erróneamente que las dijo Oppenheimer refiriéndose a la prueba Trinity.

Lo que recuerda su hermano Frank es que cuando todo pasó dijo simplemente: “Funcionó”.

También es importante desconfiar de hasta dónde nos puede llevar la creación de mitos.

Como señala el historiador Alex Wellerstein, es poco probable que las palabras del Gita sean la declaración exacta de lo que el triunfo de Oppenheimer pueda parecer.

A menudo contrastan con la evaluación más contundente de Kenneth Bainbridge, que estaba a cargo de la prueba, quien comentó a Oppenheimer: “Ahora todos somos unos hijos de puta”.

El atractivo de la frase es, creo, su ambigüedad.

Es ostentosa, pero está abierta a la interpretación, señalando algo importante en el encuentro de la humanidad con mayores poderes sin decirlo del todo.

Una sugerencia similar seguramente también explica la proliferación de la famosa (pero posiblemente errónea) historia de que Oppenheimer le dio a la prueba el nombre de Trinity en honor a un poema metafísico de John Donne:

“Golpea mi corazón, Dios de tres personas, por ti

Hasta ahora, pero toca, respira, brilla y busca reparar;

Para que pueda levantarme y pararme, derrocarme y doblarme

Tu fuerza para romper, soplar, quemar y hacerme nuevo”.

En su novela Trinity, Louisa Hall imagina que Jean Tatlock, con quien Oppenheimer tuvo una relación intensa pero que murió en 1944, admira el poema de Donne.

En Doctor Atomic, las palabras del poema están incluidas en la letra de la aria que cierra el primer acto.

Como era de esperar, las tradiciones cristianas de la adquisición de conocimiento, y de la relación con Dios, también se invocan en la prueba Trinity.

Oppenheimer declaró en una conferencia en 1947 que “los físicos han conocido el pecado”, una declaración controvertida entre sus colegas.

Hay, por tanto, una mitología furiosa en torno a Trinity y Oppenheimer.

Transforma a Oppenheimer de una persona real en una figura trágica convincente. Transforma la bomba atómica en una tecnología que simboliza ansiedades más amplias de las relaciones entre nosotros, nuestras tecnologías y la Tierra.

Belleza y terror

Las historias sobre la explosión atómica también evocan la tradición estética de lo sublime, quizás el medio dominante a través del cual los encuentros con la naturaleza se han procesado en las sociedades occidentales desde el período romántico.

En el arte de lo sublime, se enfatiza la experiencia, la naturaleza salvaje y la grandeza que uno puede encontrar en una tormenta en el mar, por ejemplo.

Lo sublime evoca belleza y terror.

Para Farrell, el ayudante de Groves, la explosión fue “magnífica, hermosa” y “aterradora”.

En la novela para adolescentes de Ellen Klages, The Green Glass Sea, un testigo describe Trinity, diciendo: “Fue hermoso. Fue aterrador”.

Estas son expresiones de asombro en el sentido definido por el diccionario Oxford de inglés: “Un sentimiento de miedo o temor, mezclado con profunda reverencia, típicamente inspirada por Dios o por lo divino”.

De hecho, Edwin McMillan, uno de los físicos del proyecto, describió la reacción inmediata de los testigos como de asombro.

Frisch, Farrell, Bainbridge y Robert Wilson usaron la palabra “asombroso” para describir sus propias reacciones.

Han pasado 75 años desde que se utilizó un arma atómica en la guerra. / Foto: Department of Energy (E.U.).

Colores insólitos

Farrell dijo sobre la prueba que tenía “esa belleza con la que sueñan los grandes poetas, pero que la describen de manera pobre e inadecuada”.

Él es, de hecho, notablemente elocuente, como muestra esta descripción del paisaje desértico iluminado por la prueba Trinity:

“Todo el país estaba iluminado por una luz abrasadora y de intensidad mucho mayor que la del sol del mediodía. Era dorada, violeta, gris y azul. Iluminaba cada cumbre, grieta y cresta de la cordillera cercana con una claridad y belleza que no se puede describir sin verse”.

La novela de Pearl Buck sobre el Proyecto Manhattan, Command the Morning (1959), parece basarse en esta descripción.

Stephen Coast, un científico del proyecto (ficticio), describe:

“El cielo estalló en una luz cegadora. A kilómetros de distancia, las montañas que eran negras se vieron iluminadas con una luz abrasadora. El color salpicaba el paisaje con tonos amarillos, morados, carmesís, grises. Cada pliegue en la montaña se convirtió en líneas audaces, se pudo ver cada valle, cada pico que se mantuvo impasible”.

La proliferación de adjetivos persigue detallar la experiencia como si no se pudiera seguir el ritmo de la profusión hirviente de colores.

Lo sublime excede la capacidad del lenguaje para capturarlo.

Trinitita y transmutación

Por supuesto, lo importante sobre los testigos oculares y las descripciones literarias no es simplemente que encajan con tradiciones estéticas establecidas de lo que sucedió en la prueba, sino que denotan que describirlo es incómodo.

Hay connotaciones religiosas en la luz deslumbrante y el poder abrumador de la explosión, pero las fuerzas detrás de todo ello no son divinas.

Los sentimientos que despierta lo sublime se desplazan de manera extraña cuando la fuente es la tecnología, no la naturaleza.

En un ensayo sobre lo sublime atómico, el erudito Peter Hales muestra cómo la amenaza de la nube de hongo fue finalmente dominada por la estética de lo sublime.

La prueba Trinity, sin embargo, proporciona una historia de origen convincente en las mitologías nucleares precisamente porque en 1945 era demasiado nueva para ser contenida por esa tradición. Incluso el término “nube de hongo” aún no existía para nombrar lo que se elevó en el cielo.

La prueba Trinity es inquietante.

Lo sucedido evocaba el fin del mundo, algo que más tarde se asociaría con el uso de las armas nucleares.

George Kistiakowsky, quien dirigió el grupo que construyó el mecanismo de detonación, dijo que la prueba fue “lo más cercano al día del juicio final que uno podría imaginar”.

Una nueva era inquietante

A medida que la nube de hongo hervía hacia arriba, un oficial militar, tal vez asustado por las traviesas apuestas de Enrico Fermi sobre si la explosión incendiaría la atmósfera y, de ser así, si destruiría el mundo entero o sólo Nuevo México (una posibilidad realmente discutida, pero descartada mucho antes de la prueba), aparentemente perdió la fe en los “pelos largos”, el sobrenombre con el que los soldados de Los Álamos a veces se referían a los científicos.

“Dios mío”, dicen que exclamó, “¡los pelos largos han perdido el control!”.

Trinity dio inicio a una era en la que lo absurdo de la extinción sustituyó al día del juicio divinamente ordenado como la visión dominante del fin del mundo.

Con frecuencia, Trinity se ha convertido en una historia sobre el comienzo de una nueva era inquietante.

El libro The Green Glass Sea captura esto maravillosamente. La arena del desierto se derrite ante el uso de una sustancia vítrea, llamada trinitita o vidrio de Alamogordo.

El joven protagonista de la novela atraviesa este hermoso mundo alienígena que surgió hace 75 años:

“El suelo se inclinó suavemente hacia abajo en un enorme mar verde. Dewey dio unos pasos más y vio que no era agua. Era de cristal. Había un vidrio translúcido de color verde jade, en todas partes, coloreando el desierto desnudo y vacío tan lejos como podía ver”.

Daniel Cordle es profesor Asociado de Literatura Inglesa y Americana de la Universidad de Nottingham Trent, Reino Unido.

Fuente: The Conversation.

Related Articles

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Back to top button