Cristal de Aliento: Edición Especial
No sólo tenemos que construir con imaginación nueva, sino también dinamitar lo viejo…
150,000,000
(fragmento)
Vladímir Mayakovski
150,000,000 es el nombre del artífice de este poema. Su ritmo: la bala. Su rima, el fuego saltando de un edificio al otro. 150,000,000 hablan por mi boca. Esta edición fue impresa con la rotativa de los pasos, en el papel vitela del adoquinado. ¿Hay quién pregunte a la luna? ¿Hay quién pretenda que el sol le rinda cuentas? ¿Quién se atrevería a afirmar: éste es el autor más genial de la tierra? De igual modo este poema no tiene autor. Su única idea es brillar en el día naciente. Ese mismo año, en ese día y hora, bajo tierra, en la tierra por el cielo y aún más arriba aparecieron estos carteles, octavillas, affiches: «¡A TODOS! ¡A TODOS! ¡A TODOS! ¡A todos los que ya no aguantan más! ¡Salir y marchar juntos!» (firmas): La Venganza —maestro de ceremonias. El Hambre —administrador. La Bayoneta. La Pistola. La Bomba (tres firmas: los secretarios ¡Vamos! ¡Vamos, vamos! ¡Ja. ja! ja, ja, ja, ja, ja, ja! ¡Se caen! ¡Eh, Juanón! ¡Mete billetes en la alpargata! ¡No vayas descalzo al mitin! ¡Adiós, Rusia del alma! ¡Se acabó la pobre! ¡Ya encontramos otra Rusia! ¡La internacional! ¡Vamos! Sentado en sillón de oro toma té con bizcochos. Iré a verle, furioso. Iré a verle tísico. Iré a verle y le diré: «Wilson, oye, Woodrow, ¿quieres un cubo de mi sable? Ya verás…» Llegaremos hasta el mismísimo hasta Lloyd George Y le diremos: «Oye, Jorgito…» —Hasta él no llegas. Hasta él hay océanos. Con esos no puede el jamelgo No importa. Iremos a pata. Despertaba a la llamada de los bosques. Fieras y fierecillas segregaban fuerza. “Un lechón gruñía aplastado por un elefante. Los cachorros formaban hileras de cachorros. El grito humano es insoportable. Pero la fiera se exprimía el alma. (Les traduciré el bramido de los animales, si no conocen la lengua animal): «¡Escucha, Wilson, bola de grasa! Si la culpa es del hombre, castígalo. Nosotros no hemos firmado el pacto de Versalles. Las fieras, sí, ¿pero por qué debemos pasar hambre? ¡Qué sufran ellos nuestro dolor animal! ¡Quién pudiera hartarse una vez más! ¡Vamos a las Indias, rebosantes de hierbas! ¡A las praderas americanas!» ¡Oh! ¡Oh-uh! Ya no cabemos en la jaula-bloqueo. ¡Adelante, automóviles! ¡Al mitin, motocicletas! ¡Lo pequeño, a la derecha! ¡Ceder el paso a los camiones! ¡Los caminos se pusieron en fila india! Escucha lo que dicen los caminos ¿Qué dicen? «Nos asfixiamos de tanto viento y polvo, retorciéndonos en los raíles por estepas hambrientas. Por dóciles kilómetros sin empedrar, estamos hartos de arrastrarnos tras los presidiarios. Queremos saturarnos de asfalto, ceder bajo el peso del expreso, ¡levantáos! ¡Basta de dormir carreteras mecidas por el polvo! ¡Vamoooos!» ¡Vamos a las minas! ¡Por pan! ¡Por el moreno! Sembrado para nosotros. Sin leña sólo los tontos pueden andar. ¡Al mitin, locomotoras! ¡Locomotoras, al mitin! ¡Rápiiiido! ¡Rápidorápido! ¡Eh, regiones, levar anclas! Tras Tula, Astrakán, una mole tras otra, inmóviles desde Adán, arrancaron y avanzan sobre otras, con ruido de ciudades. Llevando por delante la oscuridad rezagada, tropezando con las frentes de los faroles, iban al mitin legiones de luz, con las zancadas de postes eléctricos. Y por encima conciliando el agua y el fuego, pudriéndose de ahogados, fluían los mares. «¡Paso a las olas del Caspio!» ¡No volveremos a Rusia! No en el flaco Bakú, en las playas de la jubilosa Niza brincaremos con la ola mediterránea.» Y, por fin, tras el trueno de correr y de trotar, respirando a pleno pulmón, en borbotones de nubes salieron por los agujeros los aires ya tormentosos de Rusia. ¡Vamo-o-o-s! ¡Vamosvamos! ¡Y todos los ciento cincuenta millones de gentes, billones de peces, trillones de insectos, animales salvajes, animales domésticos, centenares de regiones, con todo lo que hay construido, lo que vive en ellas, todo lo movible, inamovible, lo que apenas se movía, reptando, arrastrándose, nadando. Marcho en avalancha ¡en avalancha! Y retumbaba el sitio donde estuvo Rusia. Lo importante no es comerciar con sacarina. ¡El corazón quiere ser campana que doble! Hoy al paraíso lanzaremos a Rusia más allá de los irisados pozos del crepúsculo. ¡Ja, ja, ja, ja, ja, ja, ja, ja! ¡Vamosvamos! ¡A través de la guardia blanca de las nieves! ¿Por qué las regiones sacan sus carnosidades de los límites que por siglos les fijaron las autoridades? ¿Por qué aguzan el oído los cielos? ¿A quién atalaya el horizonte? Por eso hoy los ojos del mundo entero están puestos en nosotros y todos los oídos alertas captan el más mínimo sonido nuestro Para ver esto Para escuchar estas palabras: esto es la voluntad de la revolución, lanzada más allá de sus últimos límites esto es un mitin armazones de máquinas, gentes, y cuerpos de animales, esto son manos patas pinzas bielas levantadas aun donde el aire enrareció prometiendo una misma cosa al unísono. Olvida a los poetas que lanzan aullidos celestiales, olvidalos, escucha esta canción: «Vinimos a través de ciudades, nos abrimos paso en la tundra, pisamos fango y charcos. Vinimos millones millones de obreros, millones de trabajadores y empleados. Vinimos de las casas, escapamos de los almacenes, de las callejuelas alumbradas por los incendios. Vinimos millones, millones de objetos, destrozados, rotos, arruinados. Bajamos de las montañas reptamos por bosques y campos de cebada agostados por los años. Vinimos, millones, millones de ganado, cerriles, embrutecidos, hambrientos. Vinimos millones de impíos, paganos y ateos con la frente, el hierro oxidado, el campo, Recemos todos a Dios, con fervor. ¡Aparece, no de un mullido tálamo estelar, Dios de hierro, Dios de fuego Dios, ni Marte, ni Neptuno, ni Vegas, Dios de carne, ¡Dios-Hombre! Baja de las estrellas que brillan en las arenas, liberado de las alturas, terrestre, ¡sal, aparece entre nosotros! No el que «estás en los cielos». Hoy a la vista de todos obraremos milagros, nuestros propios milagros. Nos encabritamos si en tu nombre hay que batallar en medio del humo en el fragor del turno. Nuestras hazañas serán más difíciles que las del Creador que llenaba de cosas el vacío. No sólo tenemos que construir con imaginación nueva, sino también dinamitar lo viejo. ¡Sed, danos de beber! ¡Hambre, aliméntanos! Ya es hora de llevar el cuerpo al combate. ¡Más tupida sea la descarga contra los cobardes! ¡Contra el montón, fuego de metralla! ¡Que todo venga del mismísimo fondo del alma! ¡A fuego, a llama, a hierro, a luz, abrasa, quema, corta, destruye! Nuestras piernas son abanicos que aventan la polvareda. Nuestras aletas son naves. Nuestras alas son aeroplanos. ¡Caminar! ¡Volar! ¡Cruzar! ¡Rodar! haciendo inventario del mundo entero. Si esa cosa es útil, bien, sirve. Si es inútil, ¡al diablo! Una cruz negra. ¡Acabaremos contigo, mundo romántico! Basta de fe en el alma, ¡electricidad, vapor! ¡Basta de mendigos! ¡Embolsen las riquezas de todos los mundos! ¡Maten cuanto es viejo! ¡De los cráneos hagan ceniceros! Arrasadas las antiguallas, un mito nuevo se impondrá en el mundo. Romperemos con el pie la barrera del tiempo. Miles de arcoíris colorearán el cielo. En un mundo nuevo se abrirán las rosas y los sueños ensuciados por las rimas. Todo estará hecho para el placer de los niños grandes que somos. Inventaremos rosas nuevas, rosas de capitales con pétalos de plazas. Ustedes, los marcados con el estigma del suplicio, vean al verdugo de hoy. Y sabrán que los hombres pueden ser cariñosos, con el amor que la estrella trepa por un rayo. Nuestra alma será confluencia de los Volga de amor. Todo el que las aguas traigan —tú o cualquier otro— será bañado por una mirada luminosa. Por las arterias más finas botaremos las naves faéricas de los hallazgos poéticos. Y tal como lo escribimos el mundo será el miércoles y ayer y hoy y mañana y siempre, por los siglos de los siglos. Por el verano secular, lucha, canta: «En la batalla final» ¡Coreemos un himno común! ¡Más de un millón! ¡Multipliquémonos por cien! ¡Vamos, por las calles! ¡A los tejados! ¡Tras los soles! ¡En los mundos! ¡Gimnastas de la palabra! Y Rusia ya no es un pordiosero no es un montón de escombros, no es ceniza de casas Rusia Rusia entera es un solo Iván, sus brazos son el Neva y sus pies las estepas del Caspio. El siguiente fragmento narra el cuerpo a cuerpo que sostienen Iván, en harapos tras atravesar océanos y montañas, y W. Wilson, en Chicago. Atrincherado en su palacio, Wilson resiste, acciona unos resortes dorados, y de inmediato se alarga la cadena de formaciones inhumanas. Más terrible que tanques, que aguerridos regimientos, el hambre se levanta, sin vientre, con cien bocas, con millones de mandíbulas, y sale de un salto. Muerde una ciudad —se rompe como una nuez. Atrapa una villa —y sus huesos crujen. A los hombres, a los animales, se los traga a puñados. Precediéndola, aguzado el oído, abre la marcha la ruina. La fábrica respira. la ruina la oye. La ruina oye. La fábrica respira. La ruina la estrecha, la fábrica se desmorona. Ataca, blandiendo un trozo de vía férrea. Todo se convierte en polvo, declina, se hunde. ¡Prepárate! ¡Al ataque! ¡Trabaja! ¡Suda! La garganta del hambre, el morro de la ruina, ¡Las estrangularemos con el nudo corredizo de las vías. Y cuando el país iba a quedar sin aliento —cortado por el hambre— entonces, blandiendo el ariete hidráulico de los trenes, el transporte se puso en marcha. Las locomotoras, con su blanca barba al viento, combaten, el hambre cede, y los trenes cargados de trigo, empezaron a pasar por encima de su cuerpo, comiéndose los restos. Estremecido de rabia, Woodrow ordena: «Aniquilarlo enseguida» y envía enjambres de guerreros jóvenes… Y todos avanzan protegidos por el fango, espiroqueta sobre espiroqueta, vibrión sobre vibrión. El veneno de los microbios, las patas de los piojos, ensucian la sangre, hacen cosquillas a los cuerpos. De una copa inédita surgen las enfermedades, de pronto, el hombre adormecido se llena de manchas, se hincha, y estalla como un hongo. Entonces se ponen en marcha precedidos por cierta farmacia arcoíris, poniendo en las troneras botellas de fenol, lazaretos, clínicas, hospitales. Los piojos retroceden estrechando filas, perseguidos por el fuego de los microscopios. La cadena desinfectante los golpea y golpea. Los enemigos son puestos patas arriba. Y abajo blandiendo como bandera una receta, desfila triunfalmente el Narkomzdrav del mundo entero. De Wilson sale un extraño sonido, —Enfermedades y penurias han sido vencidas, y envía su último ejército, el ejército envenenado por las ideas. |