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“Algunas veces, las cosas más bellas en el mundo no sirven para nada”

Esta semana llega a los cines de México La fiera y la fiesta (República Dominicana-Argentina-México, 2019), dirigida por Laura Amelia Guzmán e Israel Cárdenas. El filme —mezcla de realidad y ficción— narra la historia de Vera, una actriz preparada para rodar la que será su última película en el Caribe, la cual habría dejado escrita el director dominicano Jean–Louis Jorge (prematuramente fallecido a los 53 años en el 2000). Julieta Sánchez y Javier Pérez han conversado con Geraldine Chaplin, una de las protagonistas de esta surrealista historia. Hija de Charles Chaplin y Oona O’Neill —con más de 50 años de trayectoria, y más de 160 películas en su historial—, la gran actriz estadounidense habla aquí de la vida, del futuro el cine, y, sobre todo, del enorme placer que aún siente por la actuación…


Julieta Sánchez / Javier Pérez


Vera (Geraldine Chaplin), una reconocida directora cinematográfica, llega a República Dominicana a la filmación de su último proyecto. Ella ha encontrado un guión de su amigo, el cineasta dominicano Jean-Louis Jorge, a quien idealiza y que en algunos sectores es un director de culto. Al llegar a este lugar, todo está listo, por lo que Vera prácticamente sólo tiene que observar. Hay una gran escena de baile, pero al darse cuenta que los ejecutantes no cumplen sus expectativas, decide llamar a su amigo, el coreógrafo Henry (Udo Kier).

Esa es la narración central e hilo conductor de la película La fiera y la fiesta (Holy Beasts, 2019), escrita y dirigida por los cineastas dominicanos Laura Amelia Guzmán e Israel Cárdenas.

Al transcurrir la historia se mencionan las peripecias del director, guionista y productor Jean-Louis Jorge (1947-2000), su amor por lo kitsch, el melodrama y el surrealismo. Además, se proyectan escenas de sus películas de culto, como La serpiente de la luna de los piratas (1973) y Mélodrame (1976).

La actriz estadounidense Geraldine Chaplin (Hable con ella, 2002), hija de Charles Chaplin y Oona O’Neill, fue invitada por la pareja de cineastas a participar en el filme. Sin dudarlo, ella dijo que sí. “Pienso que son unos genios. Había visto la película Jean Gentil (2010), que me pareció tan increíble… Ellos me contactaron primero para Dólares de arena (2014) y acepté. Después me hablaron de este proyecto y, sin leerlo, acepté como lo haría para cualquier proyecto que me propongan”, dice en una entrevista ocurrida vía Zoom.

Después de más de 50 años de trayectoria, en los que ha hecho más de 160 películas (inició con un pequeño papel a los 6 años en Candilejas, de 1952, de su papá), hoy todavía disfruta de seguir las indicaciones de un director: “El papel me da igual, soy limitada por la edad, pero yo quiero estar en una película aunque sea un mueble. Si me dicen usted es una silla en la esquina, yo hago la mejor silla en la esquina, y ya está”.

En esta película, que tiene toques surrealistas y fantasiosos al estilo de Jean-Louis Jorge, la actriz luce radiante, imponente, cosmopolita; toda una diva del cine. Para la construcción de Vera, Geraldine siguió las indicaciones de Laura. “De una manera racional no se puede ver esta película. No hay forma. Sólo obedecí a Laura Amelia: si me pedía dar tres pasos a la derecha y ahora no sé qué, yo obedecía y ya”.

A sus 76 años, Geraldine Chaplin sigue activa, con proyectos detenidos por la pandemia. En este filme da muestra de sus aptitudes físicas practicando yoga y nadando, además habla un español y francés perfectos, sin dejar el inglés.

—En La fiera y la fiesta hay escenas en donde usted está nadando o incluso haciendo flexiones que para mí ya son imposibles de hacer…

—¿Y sabes qué? Para mí también. En ese momento estaba en un momento muy flexible, pero ahora ya se acabó. Me veo y digo guau.

—Es sorprendente, pero también es motivante, tenemos la posibilidad de cuidarnos.

—Hay que hacerlo, es lo que nos queda, cuidar lo que comemos y de dónde viene y el agua que bebemos y de… ¡uff!, de todo, porque todo ahora está envenenado.

—¿Cómo fue para usted trabajar con Udo Kier (Blade, 1998)?

—He trabajado cuatro veces con él, en cuatro películas distintas. Me gusta trabajar con él porque tiene una ironía magnífica, una ambigüedad también, y en esta mezcla de ironía y ambigüedad nos entendemos muy bien. Nos queremos mucho. Trabajamos en una película horrible en la que nunca nos cruzamos, no me acuerdo cómo se llama, luego en una película de Guy Maddin (El cuarto prohibido, 2015), que es otro de los directores que adoro, y luego trabajamos con Laura Amelia y luego con Jessica Woodworth (The Barefoot Emperor, 2019), con quien volveré a trabajar, me parece.

La fiera y la fiesta es como una muñeca matrioska: van saliendo y saliendo historias…

—Sí, exactamente. Yo decía que es una especie de tobogán en cámara lenta, es fantasmagórica, es excéntrica, es una fata morgana. Y es esto: se va abriendo y abriendo la matrioska y nunca llegas al final porque en la vida no hay un final, salvo la muerte. Pero el Jean-Louis Jorge ya está muerto y está omnipresente hasta que por fin empieza a dirigir todo el material y la Vera desaparece, donde todo es trágico Vera desaparece. Es el fantasma de Jean-Luois quien dirige todo y arma una mierda impresionante.

—De los directores con los que ha trabajado a lo largo de su trayectoria, ¿con quiénes o de quién guarda un mejor recuerdo? Así como le pasa a su personaje en esta película, ¿de quién recuperaría un guión olvidado?

—Creo que francamente Robert Altman (Nashville, 1975) y Alan Rudolph (Remember my Name, 1978). Pero hay muchos. Con Robert hice muchas películas y era una gozada trabajar con él, porque era el mejor espectador y tú trabajabas para él, tú hacías todo para él. Si decía “muy bien”, era una caricia increíble. Él nunca decía corte, así que te seguías e improvisabas. Cuando pienso en el pasado, me acuerdo con mucho cariño de él. Hay muchos otros, claro.

—¿Como el cineasta español Carlos Saura?

—¡Cómo digo Robert Altman y no Carlos Saura! Con Carlos Saura hemos hecho un montón de películas juntos, vivíamos juntos, tenemos un hijo juntos, pero yo creo que las películas que él hizo conmigo son sus mejores películas. Es terrible decirlo, pero sí, son las que más me gustan y no porque estoy yo. Era también un momento tan importante en la vida española, era el final del franquismo y era esta especie de lucha contra el franquismo desde adentro y no desde afuera, que era siempre la gran pelea: los artistas que se iban fuera, a París, a donde fuere, a luchar contra el franquismo. Pero como en toda revolución, hay que luchar desde adentro y no desde afuera, y yo he crecido así.

—¿Qué le interesa de trabajar en el cine latinomericano? Porque no sólo ha trabajado en República Dominicana, también en Bolivia, Colombia, de hecho son países con poca tradición cinematográfica.

—Sí, pero son países ricos en cine, un cine que a mí me gusta ver. Y yo quiero hacer evidentemente el cine que me gusta ver. Existen sus barreras, como la edad, y no siempre puedo participar, pero hay directores increíbles, impresionantes en Latinoamérica, por eso he trabajado ahí. En Bolivia con Jorge Sanjinés (Para recibir el canto de los pájaros, 1995). Voy a trabajar otra vez con Eugenio Zanetti (Amapola, 2014) en Argentina, en un futuro inmediato… Digo “inmediato”, pero depende de la porquería que nos invade.

—En ese sentido, ¿cómo le ha afectado la pandemia para sus proyectos de trabajo como actriz?

—Primero, lo que he dicho es que no voy a aceptar nada antes del 2022 porque no creo que esto se haya acabado. He tenido que decir que no hasta cinco trabajos, que igual no hubiera hecho pero eran cinco, los cuento como el viejo avaro que va contando el dinero: “películas que pude haber hecho: una, dos, tres, cuatro…”. Pero, volviendo a lo anterior, hay buenos directores en América Latina y Corea también, pero no hablo coreano

—Pero habla español y muy bien…

—Me defiendo.

—Es bastante emocionante que haya películas en las que participen actores de tantas nacionalidades diferentes, que se combinen tres idiomas sin ningún problema, es algo que se veía pocas veces pero ahora se ve con mayor frecuencia, ¿a qué lo atribuye?

—Es una suerte. No lo sé. La gente viajaba mucho y se iban a trabajar a otro país y aprendían el idioma, hay todavía actores que sólo hablan su idioma, y luego los doblan, pero yo tengo la suerte de manejar más o menos tres idiomas y también he trabajado en alemán, y aunque lo he aprendido fonéticamente puedo decir que he trabajado en alemán con mi propia voz.

—¿Qué le motiva a seguir contando historias?

—Yo no las cuento, las cuentan los directores. Yo estoy enamorada de los directores, estas cosas que tienen para contar historias y yo contribuyo; es un trabajo en equipo y yo contribuyo como cualquiera del equipo, y estoy tan agradecida por eso.

—Sin embargo, la de los actores es una contribución significativa, son el rostro…

—Depende de la película y también de los actores. Y creo que hay tomar riesgos, como dicen los americanos “you have to take risks”. Aunque con Laura Amelia no hubo ningún riesgo, sé que va a salir una película que me va a encantar. Aunque con Laura e Israel tampoco es lo que hay en el papel: tú obedeces y ya, ellos montan y te das cuenta que este trocito era de otra escena y ellos le encuentran su sitio.

—La edad es una enorme limitante para los actores…

—Sí, y es terrible, es horrible. Habrá siempre bisabuelas, abuelas. He pasado de las madres a las abuelas y de ahí a las bisabuelas y de ahí es directo para las películas de terror, que también hago bastantes. Pero, mira, mientras sea trabajo y mientras los directores sean buenos, bienvenidos sean. La cara, las arrugas, la energía, todo se va, qué pena que nacemos viejos y terminamos bebés.

—¿Qué tanto cree que se pueda modificar la exhibición de las películas?

—Confieso que no tengo ni idea, a mí me gusta ir al cine con gente, pero hay gente que, y lo entiendo, se queja del hombre que está comiendo pop corn y le está rompiendo los oídos. Pero cuando está en casa ve lo mismo en la televisión. No lo sé, tengo quizá esta cosa antigua de respetar al cine, que es una cosa que se comparte con mucha gente al mismo instante: la misma imagen vista en el mismo segundo o fracción de segundo por tanta gente impacta de diferente forma a cada uno, es la magia. Pero no lo sé, el futuro, de verdad no lo sé. De verdad, lo que más me gusta son los festivales de cine, pero incluso esto ahora se ha dado en plataformas. Me encanta el ambiente y la posibilidad de ver tantas películas, de tener esta concentración para ver hasta cinco o seis películas en un mismo día. Y luego viene la tragedia: hay que juzgarlas y decir cuál es la mejor, eso es horrible e injusto porque cada película es una joya… bueno, algunas no. Regresando: el futuro no lo sé.

—¿Para qué sirve lo que hace?

—Yo qué sé. Lo que sé es que me da mucho placer ser útil, nunca me ha atraído dirigir, me gusta mucho ser dirigida, me gusta mucho, me gusta complacer, me gustar tener un jefe y poder hacer lo que él o ella quiere, es hacer esta plastilina sin cara, sin nada y que el escultor haga lo que quiera con eso. Pero ¿para qué sirve? Yo qué sé. Seguramente para nada, algunas veces las cosas más bellas en el mundo no sirven para nada.

—Bueno, al final es arte, y el arte alimenta al alma.

—Eso me gustó y lo de las matrioskas. Te lo voy a robar.

La fiera y la fiesta se estrenó en 2019 en la Berlinale, y también en México en el Festival Internacional de Cine de Los Cabos. Se tenía previsto que llegara a las salas en mayo de 2020, pero debido a la pandemia su estreno quedó suspendido. Ahora llega a los cines del país. Por cierto: la Cineteca Nacional —donde se proyecta también este filme— realizará en junio una retrospectiva al director Jean-Louis Jorge.

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