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Jorge Cuesta: la euforia de las verdades hirientes


Que el Ateneo de la Juventud fue un movimiento tradicionalista, neoclasicista y con virtuales afinidades monárquicas; que la poesía mexicana no existe, sino apenas como rama de la poesía europea, es decir, universal; que el hombre y la mujer son recíprocamente un yugo en lo espiritual y en lo práctico; que las modas literarias son una complacencia al gusto indolente del público, y que la obra de arte no está para deleitar sino para exigir; que el artista que se subordina a un movimiento social (a una “capilla con agenda política” como se dice hoy) humilla el arte; y en lo particular: que en Alfonso Reyes había algo de facilismo; que las Memorias de Vasconcelos son muy valiosas por revelar, en lo vital, su repugnancia a la racionalidad, antes sólo percibida en sus obras “objetivas y lógicas”; que La suave patria de López Velarde sería a la literatura lo que el fascismo a la política, por el retorno a las tradiciones provincianas, infantiles y seguras; que las etiquetas proletarias que Carlos Chávez se apresuraba a estampar en sus programas venían a apuntalar con descaro una música que por sí misma no se sostenía… Así, en cada ensayo de Jorge Cuesta se pueden destilar licores como estos, acaso los mismos que compartió en los bares con el joven Octavio Paz, a quien tanto tonificaron.

Pero la escritura de Jorge Cuesta no es maledicente, y lo que pueda haber de incómodo y alarmante para las “buenas conciencias progresistas” no proviene de un estilo lapidario y cínico, sino por el contrario de argumentaciones coherentes, elegantes y audaces (lo que resulta doblemente alarmante), pero sobre todo, justas en tanto hay en ellas una afanada relación con la verdad. Es a partir de esta indagación, que al develamiento del pliegue o carencia moral y estética sigue la enunciación ponderada de lo valioso, si lo hay. Pero, atención, no estamos ante el recurso retórico del balance entre elogio y denuesto, sino ante un espíritu eminentemente analítico.

En este sentido, “duda y desconfianza” —que son los signos (nietzscheanos) bajo los que Cuesta coloca a los Contemporáneos—, son operaciones que él encarnó ejemplarmente, y que al cabo le han valido el título de primer crítico moderno de México. Como en su maestro alemán y filólogo, al leer los ensayos de Cuesta percibimos cómo el lenguaje entra a combatir consigo mismo en una gimnasia del pensamiento. Para Cuesta esta lucha del idioma se da en el nivel de una ética de cara a la inteligencia: él le devuelve a cada quien lo que le corresponde a partir de las propias palabras que ha dicho. Es un árbitro no sólo de la elegancia, sino de las responsabilidades.

Ideología y utopía, que son los relatos cohesionadores y disolventes que ocupan por fuerza la imaginación de la sociedad, serán en México a partir de la recepción y asimilación de la obra de Jorge Cuesta los rivales del intelectual y del crítico (“intelectual crítico” debería ser un pleonasmo) por causa de lo que en estos relatos hay siempre de ilusión, disimulo y engaño. La recepción diferida de su obra, que es también su historia editorial, es reveladora asimismo de la paulatina asimilación que nuestro medio ha tenido de este tipo de pensador. Del silencio que se posó por algunos años después de su muerte (1942) hasta sus graduales descubrimientos, primero como poeta y al cabo como crítico y ensayista por parte de sucesivas generaciones que no llegaron a tratarlo en persona, Jorge Cuesta es un espacio privilegiado de encuentro donde se transmite, si no tememos a las palabras, una de las formas de la dignidad: la independencia.

A las diversas ediciones de sus obras (UNAM, FCE, El Equilibrista) viene a sumarse para propiciar ese espacio la antología Jorge Cuesta, entre poesía y crítica, editada por su sobrino y estudioso Víctor Peláez Cuesta en la colección Veracruz Universal, coordinada por José Luis Rivas (*). “El olvido en el que estuvo sumergido durante prácticamente cuatro décadas —apunta el editor— ha sido reemplazado por la revaloración de su obra y por su inobjetable papel como el primer intelectual moderno en México en el siglo XX”. Por su parte, Adolfo Castañón sitúa en el prólogo la figura de Cuesta en el horizonte de nuestras letras y detalla su especificidad: “Solamente él pudo dialogar con el Leviatán mexicano y los laberintos del poder instituido, en virtud de su capacidad de decir y hacer ‘no’, y de afirmar la inteligencia más allá de cualquier compromiso y oferta”. Textos de Octavio Paz, Louis Panabière, Gilberto Owen, Xavier Villaurrutia, Carlos Monsiváis, Inés Arredondo, Francisco Segovia, Christopher Domínguez Michael y Miguel Capistrán conforman un coloquio esclarecedor y sugestivo. Además de la crítica literaria y de arte, esta recopilación atiende buena parte de su poesía, que resta como una vertiente inasible y personalísima, con ser a la vez tan clásica. Así, la antología puede servir para acercar a las nuevas generaciones a casi todas las facetas de este fantasma significante y en constante movimiento.  

Sin embargo, recuperar y actualizar en nuestros días un pensamiento como el de Jorge Cuesta no es algo sencillo, por la simple razón de que, primero, haría falta una penetración como la suya para reconocer cuáles son, en arte, literatura y política, los discursos autoritarios revestidos de prestigio a los que muchos, como en su tiempo, subordinan su racionalidad y creatividad, y luego, una valentía como la suya para pensar con libertad en voz alta. Porque una cosa es celebrarle a Cuesta, a la distancia de las décadas, su independencia y su audacia, pero otra distinta el tratar de no desmerecer su ejemplo.

*Jorge Cuesta, entre poesía y crítica, Víctor Peláez Cuesta (ed.), Instituto Veracruzano de Cultura, Veracruz, 2018.

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