“¿De qué sirve haber dicho tantas veces palabras como amor?”
El poeta catalán Joan Margarit (1938) es el galardonado más reciente del Premio de Literatura en Lengua Castellana Miguel de Cervantes —conocido de manera coloquial como Premio Cervantes. A la espera de que se lleve a cabo la ceremonia oficial —que tuvo que haberse realizado por estos días pero fue aplazada por la pandemia actual—, en Salida de Emergencia hemos preparado esta selección de poemas para festejarlo (a él) y celebrarlo (a él). En su web oficial —de donde hemos tomado estos versos—, Joan Margarit dice a manera de bienvenida: “Siempre he tenido conciencia de que, para mí, la poesía se extendía por toda la vida. La prisa, pues, no ha formado parte de mi relación con el poema. El juicio final lo hará el tiempo y, al contrario de los juicios finales de las religiones, yo no sabré el resultado. A mí me corresponde sólo —y no es poco— el día a día con los poemas sin más justificación, placer o compensación que buscarlos, componerlos y escribirlos. Ninguno de nosotros contamos mucho, incluso los que parecen contar mucho, pero nos puede salvar lo mismo que, curiosamente, también puede salvar el poema: su honesta intensidad”.
Sueño de una noche de verano
Has aparcado el coche
junto a este largo muro de cipreses.
Treinta años hace que vivimos juntos.
Yo era un chico inexperto y tú una chica
desamparada y cálida. Las sombras
de una última oportunidad
van cubriendo la luna.
Soy un viejo inexperto.
Tú, una mujer mayor desamparada.
Mujer de primavera
Detrás de las palabras sólo te tengo a ti.
Triste quien no ha perdido
por amor una casa.
Triste el que muere
con un aura de respeto y prestigio.
Me importa lo que sucede en la noche
estrellada de un verso.
La libertad
Es la razón de nuestra vida,
dijimos, estudiantes soñadores.
La razón de los viejos, matizamos ahora,
su única y escéptica esperanza.
La libertad es un extraño viaje.
Son las plazas de toros con las sillas
sobre la arena en las primeras elecciones.
Es el peligro que, de madrugada,
nos acecha en el metro,
son los periódicos al fin de la jornada.
La libertad es hacer el amor en los parques.
Es el alba de un día de huelga general.
Es morir libre. Son las guerras médicas.
Las palabras República y Civil.
Un rey saliendo en tren hacia el exilio.
La libertad es una librería.
Ir indocumentado.
Las canciones prohibidas.
Una forma de amor, la libertad.
Canción de cuna
Duerme, Joana.
Y que este Loverman oscuro y trágico
del saxo de tu hermano en Montjuïc
te pueda acompañar
toda la eternidad por los caminos
que son bien conocidos por la música.
Duerme, Joana, duerme.
Y a poder ser no olvides
tus años en el nido
que dentro de nosotros has dejado.
Mientras envejecemos,
conservaremos todos los colores
que han brillado en tus ojos.
Duerme, Joana. Esta es nuestra casa,
y todo lo ilumina tu sonrisa.
Un tranquilo silencio: aquí esperamos
redondear estas piedras del dolor
para que cuanto fuiste sea música,
la música que llene nuestro invierno.
Seguridad
Albañiles al alba encienden fuego
con restos de encofrados.
La vida ha sido un edificio en obras
con el viento en lo alto del andamio,
siempre cara al vacío. Ya se sabe
que quien pone la red no tiene red.
¿De qué sirve haber dicho tantas veces
palabras como amor?
Pobres bombillas de un final de línea,
se encienden los recuerdos.
Pero no quiero que me compadezcan:
me repugna esta forma tan fácil del desdén.
Necesito el dolor contra el olvido.
Esta hoguera encendida con maderos
delante del andamio es lo que soy:
una pequeña claridad
que, sea lo que fuere ser juzgado,
nadie podrá negarme nunca más.
Saturno
Destrozaste mis libros de poemas.
Los lanzaste después por la ventana.
Las páginas, extrañas mariposas,
planeaban encima de la gente.
No sé si ahora nos entenderíamos,
viejos, exhaustos y decepcionados.
Seguramente no. Mejor dejarlo así.
Querías devorarme. Yo, matarte.
Yo, el hijo que tuviste en plena guerra.
Casa de misericordia
El padre fusilado.
O, como dice el juez, ejecutado.
La madre, ahora, la miseria, el hambre,
la instancia que le escribe alguien a máquina:
Saludo al Vencedor, Segundo Año Triunfal,
Solicito a Vuecencia poder dejar mis hijos
en esta Casa de Misericordia.
El frío del mañana está en la instancia.
Hospicios y orfanatos fueron duros,
pero más dura era la intemperie.
La verdadera caridad da miedo.
Igual que la poesía: un buen poema,
por más bello que sea, será cruel.
No hay nada más. La poesía es hoy
la última casa de misericordia.
Fragmentos
Dentro de mí, desde un lugar oscuro,
levantan en silencio su vuelo dos urracas.
Éramos jóvenes. Tu conducías.
Al salir de una curva,
allí estaban, en medio del asfalto,
picoteando furiosas el cadáver de un perro.
Sin prisas, en el último segundo,
echaron a volar con su elegante
plumaje blanco y negro.
Ninguno de los dos dijimos nada,
pero tú hiciste un gesto de asco.
No lo he olvidado nunca. Todavía,
si te miro, en el fondo de tus ojos
dos urracas levantan, con lentitud, el vuelo.
Amo lo que nos queda:
este vuelo nupcial y la carroña.
Penúltimo poema a mi madre
Acabada la guerra, solíamos jugar
en nuestra calle, y tú, al oír un avión
salías a buscarnos hasta que su sonido
iba a perderse entre las nubes.
Son las ruinas de aquel lugar seguro
de la infancia. Recuerdo que una vez
me levanté de madrugada
y tú estabas allí en la oscuridad,
sentada en la cocina
igual que una gaviota en una grieta
de la roca durante el temporal.
Veo tan sólo una luz tenue:
la casa que, a pesar de no existir,
me ha hecho sentir menos desdichado.
Hasta que ya el peligro
se haya perdido por el horizonte.
No estaba lejos, no era difícil
Ha llegado este tiempo
cuando ya no hace daño la vida que se pierde,
cuando ya la lujuria es tan sólo
una lámpara inútil, y la envidia se olvida.
Es un tiempo de pérdidas prudentes, necesarias,
y no es un tiempo de llegar
sino de irse. El amor, ahora,
por fin coincide con la inteligencia.
No estaba lejos,
no era difícil. Es un tiempo
que no me deja más que el horizonte
como medida de la soledad.
Un tiempo de tristeza protectora.