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El hombre vive de imposibilidades, deseos y sueños

Centenario natal de José Saramago.

Noviembre, 2022

Entre los años ochenta y noventa del siglo pasado se convirtió en referencia imprescindible de la narrativa europea; así lo reconoció la Academia Sueca cuando le otorgó el Nobel de Literatura en 1998. Escritor portugués, pero, también, comunista libertario, don José Saramago cumpliría 100 años este 16 de noviembre. Creador de uno de los universos literarios más personales y sólidos del siglo XX, Saramago supo aunar su vocación de escritor con su faceta de hombre comprometido que nunca cesó de denunciar las injusticias o de pronunciarse sobre los conflictos políticos de su tiempo. Pocos como él han sabido conjugar la literatura y el compromiso social con honestidad, con una talla intelectual y narrativa intachable. Víctor Roura aquí lo recuerda…

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Nacido en Azinhaga el 16 de noviembre de 1922, el primer portugués en obtener el Nobel en letras José Saramago falleció a los 87 años de edad en 2010 en su país natal, por lo que en este 2022 se conmemora su primer centenario natal.

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El cuento de la isla desconocida (Alfaguara), de José Saramago, es, de muchos modos, una fábula porque encierra una moraleja: trata de la petición imposible de un hombre a un rey, que, azorado por la imposibilidad de la petición, accede al deseo incierto del atrevido hombre. La casa del monarca tenía muchas puertas, pero una especialmente estaba destinada a las peticiones del pueblo.

“Como el rey se pasaba todo el tiempo sentado ante la puerta de los obsequios (entiéndase, los obsequios que le entregaban a él), cada vez que oía que alguien llamaba a la puerta de las peticiones se hacía el desentendido, y sólo cuando el continuo repiquetear de la aldaba de bronce subía a un tono, más que notorio, escandaloso, impidiendo el sosiego de los vecinos (las personas comenzaban a murmurar, Qué rey tenemos, que no atiende), daba orden al primer secretario para que fuera a ver lo que quería el impetrador, que no había manera de que se callara”.

Tan domesticados estaban los habitantes de dicho reinado que, al ver a una persona parapetada en la puerta de las peticiones, no se arremolinaban para no estorbarse mutuamente sino, con esmerada paciencia, dejaban que el peticionario acabase con sus solicitudes para luego turnarse ordenadamente y pedir al rey cada quien lo suyo. El peticionario de lo imposible quiso hablar con el rey, cosa insólita ya que la gente solicitaba cualquier cosa, se la dieran o no, y se retiraba del lugar. Ante semejante petición, y dado que el hombre no se retiraba de la puerta al no obtener respuesta alguna, el rey, al cabo de tres días, decidió personalmente resolver la situación. “La inopinada aparición del rey (nunca una tal cosa había sucedido desde que usaba corona en la cabeza) —cuenta Saramago— causó una sorpresa desmedida, no sólo a los dichos candidatos sino también entre la vecindad, que, atraída por el alborozo repentino, se asomó a las ventanas de las casas, en el otro lado de la calle”.

El escritor José Saramago.

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En su relato, Saramago se divierte con el uso de la puntuación —a la manera del maestro Rubem Fonseca, que destruye guiones largos, dinamita comillas, desconoce versales y versalitas, a veces incluso desorientanda, por lo mismo, su propia narración—, deshaciendo reglas de redacción, situando a la coma únicamente como pausa para apresurar su historia —si bien consigue, en ocasiones, como Fonseca, desandar la lectura por su incomprensible brújula guiadora sintáctica, ¿pues a cuenta de qué, por ejemplo, poner mayúsculas si previamente está una coma?, ¿para qué el asalto ortográfico si internamente la redacción va provista de sus propias normas?—, de tal forma que el cuento transcurre vertiginosamente lento. El diálogo no está entrecomillado ni regido por los guiones, sino nada más por comas: “Dividido entre la curiosidad irreprimible y el desagrado de ver tantas personas juntas, el rey, con el peor de los modos, preguntó tres preguntas seguidas, Tú qué quieres, Por qué no dijiste lo que querías, Te crees que no tengo nada más que hacer, pero el hombre sólo respondió a la primera pregunta, Dame un barco, dijo”.

El asombro del rey no tuvo límites. Preguntó al hombre para qué quería un barco. “Para buscar la isla desconocida, respondió el hombre, Qué isla desconocida, preguntó el rey, disimulando la risa, como si tuviese enfrente a un loco de atar, de los que tienen manías de navegaciones, a quien no sería bueno contrariar así de entrada, La isla desconocida, repitió el hombre, Hombre, ya no hay islas desconocidas, Quién te ha dicho, rey, que ya no hay islas desconocidas, Están todas en los mapas, En los mapas están sólo las islas conocidas, Y qué isla desconocida es esa que tú buscas, Si te lo pudiese decir, entonces no sería desconocida, A quién has oído hablar de ella, preguntó el rey, ahora más serio, A nadie, En ese caso, por qué te empeñas en decir que ella existe, Simplemente porque es imposible que no exista una isla desconocida, Y has venido aquí para pedirme un barco, Sí, vine aquí para pedirte un barco, Y tú quién eres para que yo te lo dé, Y tú quién eres para no dármelo, Soy el rey de este reino y los barcos del reino me pertenecen todos, Más les pertenecerás tú a ellos que ellos a ti, Qué quieres decir, preguntó el rey inquieto, Que tú sin ellos nada eres, y que ellos, sin ti, pueden navegar siempre, Bajo mis órdenes, con mis pilotos y mis marineros, No te pido marineros ni piloto, sólo te pido un barco, Y esa isla desconocida, si la encuentras, será para mí, A ti, rey, sólo te interesan las islas conocidas, También me interesan las desconocidas, cuando dejan de serlo, Tal vez ésta no se deje conocer, Entonces no te doy el barco, Darás”.

Y dio el barco, acuciado por el remolino de gente que escuchaba el inédito diálogo.

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Sin embargo, ya con el barco, el hombre no sabía qué hacer pues nadie, a excepción de una mujer (la mujer que hacía la limpieza en el reino, que abandonara al rey para seguir los pasos del hombre de la petición aparentemente imposible), lo quería acompañar en busca de la isla desconocida. Al ser desconocida, pensaba la gente, era por lo tanto inexistente. Los tiempos de los descubrimientos oceánicos ya acabaron.

Pero un sueño transformó al hombre y a la mujer que lo acompañaba.

Porque, después de todo, el hombre vive de imposibilidades, deseos y sueños.

Cada hombre, parece decir Saramago, vive, ¿acaso solo?, con vivas ilusiones en su propia isla desconocida.

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