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Y a las Go-Go’s, y a los Outfield…


Deseo (e insistentemente, e insisto) pedirle (e insistan) perdón al específico espíritu de la música pop/rock de la específica década de los acrótera 1980, puesto que desde el comienzo mismo casi de su (aleatorio siempre, isócrono) ir y/o venir le rehuí, me resistí inclusive a las materializaciones de su Gracia o extrema mínima alrededor de mi anfiscia vida. Uf. Me explico acaso ahora, me reivindico: me imaginaba que estaría entonces yo a merced de una insulsa cáfila o de grupos o de solistas que o adulterarían o que desbaratarían luego mi hippie euritmia (y/o hasta mi post hippie euritmia), y la obvia perspectiva no sólo me incomodaba, sino que sus incisas tramas me amonestaban también a propósito del soez transcurso del tiempo, del sinóptico exterminio ergo de mis heroínas y/o de mis héroes y/o de mi propio exterminio. (Una película de febrero de 1990, justo: Flashback, de Franco Amurri, me escenificará de un íntegro modo mi perspectiva obvia cuando el tránsfuga hippie que interpreta bajo su versátil máscara Dennis Hopper entra a un torvo bar y descubre que ni siquiera ya los Beatles, y ni siquiera ya tampoco ni Heart ni Carly Simon, y ni tampoco Kansas ni Jim Croce, arbitrariamente ejemplificándolo, aparecen dentro de la actual oferta de la sinfonola, y ese discernimiento le transmuta el alma arcádica en ruinas.) Como o estrategia o táctica entremezcladas a un fatuo arrebato de fatua asepsia, y/o como fastuosa práctica adjunta a ellas, determiné o aferrarme o aherrojarme de la amplia fronda de mi genealógico árbol sónico y permanecer incólume, impasible, ante toda suerte en curso de heterodoxias que contribuyeran a desbandarla (no importando que planearan incorporarla recurriendo a los símil covers y/o a los funambulescos circuitos retro). Y, saúco: al triunfo. Refrendó mi exvoto el Billboard Top Hot 100 de un proveído 1980 en amorfa amorfia apenas, entre cuyas desapacibles aguas y/o esclusas bien navegaban Blondie (“Call me”) y Pink Floyd (“Another brick in the wall, part II”) y la ardua Olivia Newton-John (“Magic”), y mi vetusto hippie parecía rejuvenecerse. Eureka, y fimbria. Proseguiría comportándome entonces en entusiasta apego a mi ímprobo apego y transcurriría mi aquel Yo y mi otro Yo y transcurriría el mundo aquel y/o el mundo otro y de improviso en 1995 alguien me persuadiría de escuchar un muy retrospectivo compendio del Billboard Top Hot 100, 1980–1989, y, conforme lo escuchaba, me irradió, y sencilla y llana y simplemente me comprometió a pedirle (esto o a corto o a mediano o a largo plazo e insistan) perdón al específico espíritu de la música del que deseo aquí coheredarme, es decir, al Alphaville de “Forever young” y a las Bangles de “Eternal flame” y al Chumbawamba de “Tubthumping” y a un fatuo o exquisito Steve Perry y a una inmersa y cruel Taylor Dayne y al REO Speedwagon de “Can’t fight this feeling” y a los Cars de “Candy-O” y al Men At Work de “Down under”, y etcétera. Uf. (Y/o vuelo y vuelo a la sinfonola.)

Publicado originalmente en la revista impresa La Digna Metáfora, septiembre 2019.

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