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Antón Makárenko, 135 aniversario natal del pedagogo ruso

Aprender a escribir sobre la vida

Noviembre, 2023

Antón Makárenko nació en 1888 y se marchó de este mundo en 1939. Quizá todos lo recordemos como el creador de un sistema pedagógico que demostró su eficiencia y viabilidad, y que todavía hoy es ponderado en el ámbito educativo. Sin embargo, Makárenko fue también escritor. A través de la escritura expuso sus principios pedagógicos, así como Sartre expuso sus ideas filosóficas. Sus obras completas reúnen varios volúmenes que incluyen novelas, obras de teatro y guiones cinematográficos. Entre sus textos, el más conocido es el Poema pedagógico (1933), en realidad, una novela que cuenta sus experiencias con los conflictivos jóvenes recluidos en la Colonia Máximo Gorki, de la que fue director por encargo del gobierno bolchevique. Ahora que se cumple el 135 aniversario de su nacimiento, queremos recordarlo. El siguiente texto es un fragmento de su “Conversación con los escritores principiantes”, publicado en VVAA, Sobre la labor del escritor, Moscú, 1953 (en ruso). Fue originalmente publicado en la revista Estudios literarios, 1938, número 10 (también en ruso). La traducción presente corrió a cargo de Norberto Zúñiga Mendoza.


Cómo escribí mi Poema pedagógico

Antón Makárenko


[…]

Hace mucho tiempo, en el año de 1915, escribí mi primera narración con el nombre Un día tonto. Tenía 27 años, y entonces mi idea acerca de la labor literaria era muy vaga, aún más sobre las normas de la creación artística. Tomé un caso interesante de la vida cotidiana y, sencillamente, me puse a escribir sobre él. Envíe mi trabajo a Aleksei Maksímovich Gorki (conocido habitualmente como Maksim Gorki), que en ese tiempo editaba la revista “Crónica”. Dos semanas después recibí su respuesta; la recuerdo al pie de la letra:

“El tema de su relato es interesante, pero tiene una escritura muy débil: no hay contexto de fondo, el diálogo no es atractivo, el drama de las emociones del personaje principal no está claro. Intente escribir sobre otra cosa”.

Con esta carta entendí muy bien que no sabía escribir y que hacía falta prepararse mucho. Puede ser que en el fondo de mi alma haya quedado una desagradable huella, pero me puse a estudiar amplia y profundamente. Por trece años dejé completamente de lado cualquier intento de escritura. Sin embargo, me hice de un cuaderno donde iba registrando todo aquello que me parecía digno de ser anotado.

En ese cuaderno predominaban, sobre todo, aforismos y sentencias. Después empecé a anotar detalles de la vida: paisajes, comparaciones, diálogos, descripciones de imágenes, de temas o palabrejas. Hacia finales de 1927, había compilado una gran cantidad de material, pero aun así no me decidía respecto al libro; me parecía que aún no estaba preparado para ser un escritor.

Continuamente recordaba aquella carta de Aleksei Maksímovich. Sobre el contexto no tenía duda, pero acerca de la elaboración de un diálogo interesante, me era aún inasequible. Lo más curioso era lo siguiente: mientras trabajaba en la colonia Gorki[1], pasaba ante mí una vida difícil y tensa con cientos de jóvenes, pero yo consideraba que esas vivencias eran tan comunes y corrientes que difícilmente podrían ser recuperadas como objetos de una composición literaria. En mis libretas de apuntes no se encontraba nada sobre esa vida, la cual conocía mejor que nadie. Pensaba que, si alguna vez escribía una novela, sería sobre el ser humano o sobre el amor o sobre grandes acontecimientos revolucionarios. Pero sobre esa vida común de vagabundos y delincuentes en el abandono, y que era de todos conocida, no había nada que escribir.

En 1928, nos visitó por tres días Aleksei Maksímovich. La colonia le encantó, principalmente el conjunto de métodos pedagógicos que ahí operaba. Conversé mucho con Gorki sobre la colonia, sobre los descubrimientos pedagógicos y sus fundamentos educativos. Los temas que tratamos no tocaron, de ningún modo, los aspectos de la creación literaria. Procuré no referirme a mis viejos sueños de convertirme en escritor, y ni siquiera le recordé a Gorki aquel relato, Un día tonto, enviado en 1915.  Lo más seguro es que él ya lo hubiera olvidado.

Al conversar con Aleksei Maksímovich me sentí exclusivamente pedagogo. En esos días estaba muy presionado porque pasaba por momentos fatalmente desagradables en relación con una disputa pedagógica que sostenía frente a los ataques burocráticos de los comisarios hacia mi colonia.

Aleksei Maksímovich mostró excepcional interés hacia la revolución pedagógica que estábamos llevando a cabo en la colonia. Llamaron su atención nuestra postura innovadora hacia la situación del sujeto en el mundo, las nuevas formas de acceder a la confianza del individuo y los nuevos principios de disciplina social y creativa que practicábamos. Aleksei Maksímovich expresó al respecto:

“Usted debe escribir sobre todo esto. No debe usted permanecer callado. No se debe ocultar todo lo que ha logrado en el ámbito de nuestra difícil labor social. Escriba un libro”.

Tomé la sentencia de Aleksei Maksímovich como un mandato, y en cuanto él se retiró, me puse a escribir. Tracé la primera parte de mi Poema pedagógico muy rápido, en dos meses, sin importar la complicada situación que vivíamos en la colonia y que, al final de cuentas, mis enemigos habían logrado echarme de ella. Al trabajar en esa primera parte del Poema, estaba convencido de que escribía un panfleto pedagógico que nada tenía que ver con la creación artística. Pero de un modo u otro, intenté darle un giro beletrista, guiándome exclusivamente por la siguiente consideración: para qué demostrar lo correcto de mis principios pedagógicos si, al fin y al cabo, la vida misma, mejor que nadie, se había encargado de demostrarlos. Me centraría simplemente en describirlos. En aquel momento era aún fuerte la llamada paidología, descollante bajo la bandera de ciencia “marxista”. Temía esa paidología con una fuerte dosis de hostilidad. Pero tomar una actitud de embate en su contra era extremadamente temerario. Me pareció que la mejor forma de iniciar una ofensiva, si no frontalmente, al menos sí de manera estilística y literaria, era la beletrista.

Con la primera parte concluida, seguía estando convencido de que la obra no era, en ningún modo, una pieza literaria, sino sólo un libro de pedagogía, escrito en forma de memorias. El libro no me gustaba. Y como antes, seguía convencido que la vida de delincuentes juveniles en la colonia era de escaso interés; en todo caso, ya se había escrito suficiente y muy bien sobre el tema. Por ello mismo, nunca le mandé el libro a Aleksei Maksímovich. Lo guardé varios meses en un cajón del escritorio. Posteriormente, lo volví a leer, sonreí con tristeza y lo envíe al desván donde amontonaba las cosas que estorbaban en mi apretujada habitación.

Cuatro años después, cuando no sólo había olvidado el libro, sino además mi sueño de convertirme en escritor, florecía y tenía ya fama mundial la extraordinaria comuna Dzerzhinski, en la cual trabajaba, manteniéndome bastante ocupado con cuestiones relacionadas con la fábrica FED[2]. Uno de mis colaboradores, el jefe de la sección financiera de la comuna, encontró en una carpeta varias páginas del Poema pedagógico. Las leyó y le llamaron la atención. Insistió en leer el libro completo, el cual ni siquiera tenía título en ese momento. No me negué; en realidad, sólo pensé: ¡Pues que lo lea! Quedé muy sorprendido con su arrebato de lector, lo que, sin embargo, no llegó a obnubilarme. Pensé: es un lector provinciano, y, además, contador; ¿qué puede entender él de literatura? Inesperadamente, en esos mismos días, recibí una carta y posteriormente un telegrama de Aleksei Maksímovich, exigiendo que le presentara inmediatamente el libro. Como no tenía mucho que hacer, viajé a Moscú y llevé conmigo el que hasta entonces titulé: Poema pedagógico.

Aleksei Maksímovich leyó el libro en un solo día e inmediatamente ordenó su edición.

Aquí estoy, en deuda con mi propia paciencia y calma. Mi libro se publicó en el año 1933. Contaba ya con 45 años de edad. A lo largo de este tiempo he acumulado una rica experiencia en la vida y en la lucha. Me convertí en un especialista en el ámbito de la educación; fundé dos colonias, de las cuales han egresado cerca de mil personas que laboran como ciudadanos honrados de este país socialista. Sin embargo, lo más agradable de todo, es que aprendí a escribir sobre la vida. Aquel peculiar estilo en forma de diálogo —que en mis primeras narraciones resultaba poco interesante, y que era el más temía— ha adquirido, en la actualidad, la forma epistolar que, gracias a mi profunda obstinación personal, es la que me resulta más familiar.

Sin advertirlo, a lo largo de estos trece años de silencio literario, he trabajado en el diálogo. Y en ello han tenido gran relevancia mis apuntes en cuaderno. Actualmente, los confecciono con mucho esmero y considero que en ellos se basa gran parte del trabajo del escritor. Al día de hoy, he juntado cerca de 4000 notas. A todo escritor, y en particular al principiante, le recomiendo ampliamente el uso de un cuaderno de notas.

[…]

Notas al pie

[1] Colonia: casas cooperativas para huérfanos de la guerra civil y delincuentes juveniles fundadas por Makárenko en Ucrania, donde se les enseñaban artes y oficios.

[2] Félix Edmundovich Dzerzhinski, fábrica de artículos fotográficos fundada a iniciativa de Makárenko en 1927 en la ciudad de Kharkov, Ucrania. En ella se empleaba a los delincuentes juveniles reformados.

Traducción de Norberto Zúñiga Mendoza.

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