Hombre que no desea salir de su caverna
Hoy es un día para no salir de casa.
Podríamos soñarnos dentro de los cuatro cuadros colgados en la pared; pararnos en alguna inédita esquina de la casa; mirar por la ventana como el reo que imagina su libertad si cierra los ojos; organizar congresos de vagabundos, con sedes distintas como la cocina o tu cadera. Podríamos seguir a las hormigas en sus rutas de ida y vuelta; abrir los libros de Cernuda o Galeano en sus respectivas páginas número cincuenta y nueve; fijar una residencia provisional debajo de las sábanas o leer periódicos que hemos guardado, sabes, aquellos diarios de días en que fuimos felices.
Tengo la ocurrencia de que quizás sería posible realizar un inventario de todas las sombras que habitan en el cuarto: el ventilador, el perchero, el sofá, los libros y las repisas, la puerta entreabierta, tu silueta cuando te quedas pensando en algo que desconozco o la toalla colgada y que aún sigue húmeda.
Si lo anterior no sirviera para contar con una digna lista de actividades que nos evitaran salir de casa, propongo, entonces, lo siguiente: firmemos promesas en blanco; escúchame cuando te cuente de aquel niño que fui, ése que pasaba horas y horas mirando por la ventana de un departamento; echemos a andar hacia atrás las manecillas de los relojes; dibujemos (tú mejor que yo, porque tú dibujas de mejor forma, ¡no hay remedio…!) retratos hablados de mi sombra que extravié una tarde de invierno mientras caminaba con las manos en los bolsillos por Avenida Callao, ahí en donde, justamente después de volver a pie desde Santa Fe, hallé a una pareja que seguía besándose luego de cuatro horas; hagamos avioncitos de papel con las hojas del calendario; apaguemos las luces y que se repita cien veces aquel viejo tango en la voz del “polaco”.
Hoy es un día para no salir de casa. Se me ocurre que comencemos por cerrar con llave todas las posibles salidas, poniendo la alarma de todos los despertadores y que nos anuncien, puntualmente, cuando este día finalice y sea prudente salir a la calle, dejando tan sola a esta caverna que se quedará sin hombre ni mujer, sin dibujitos en donde relatemos al resto de la tribu cómo cazamos al mamut o nuestra sorpresa al descubrir a un tiranosaurio justo a la vuelta de la esquina.
Cuando por fin salgamos de casa, ésta se sentirá tan terriblemente abandonada que agitará su blanco pañuelo de las despedidas esperándonos estoicamente hasta nuestro retorno.
Publicado originalmente en la revista impresa La Digna Metáfora, enero de 2018.