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“De repente, el libro se puso de moda y a todo el mundo le dio por escribir su propia obra”

A veces se piensa que las librerías son lugares para gente vieja que se queda por ahí sentada reflexionando sobre su vida o, en el peor de los casos, sitios a los que van las señoras para conseguir el último libro de Yuya o de Yordi Rosado que buscan sus hijas o alguno de Jorge Bucay o Paulo Coelho para ellas mismas. Sin embargo, como nos dice Lalo Pessoa en la siguiente entrevista —a propósito del quinto aniversario de la Cafebrería Pessoa—, hay que resignificar el trabajo de librero y de lo que significa una librería.


QUERÉTARO, Qro.


Lalo (quien en realidad se llama Gerardo) es un librero poco ordinario. La primera vez que entré a su negocio, a mediados de 2017, quizás él sabía más que yo que sólo me encontraba ahí para curiosear, para mirar títulos, para hojear uno que otro volumen. Eso no fue motivo para que con un gesto o con una palabra o con un desplante buscara la forma de echarme lo más rápido posible de aquel sitio. Bien se sabe que no son pocas las librerías en las que el visitante se siente acosado, observado, intimidado y, si bien le va, es considerado apenas un cliente, un comprador que debe irse lo más rápido posible porque hay objetivos de venta que cumplir.

Sin embargo, aquella tarde, Lalo no interrumpió mi paseo frente a sus endebles estantes en ningún momento. A pesar de que el local que entonces ocupaba su librería era muy reducido —pues apenas cabían, del lado más ancho, dos apretados libreros no más extensos que el largo de un vochito—, nunca me sentí asediado. Él, detrás del mostrador, apenas miraba mis movimientos. Fui yo quien decidió iniciar una conversación que él correspondió de manera gentil: sin lucimientos, sin pedantería, sin ese aire de sabio con el que suele arroparse la gente que se haya rodeada de libros. Lo mejor de todo es que aquella conversación no ha sido la única. Hoy vuelvo a sentarme con Lalo para platicar. Tenemos un pretexto extraordinario: celebrar el quinto aniversario de la Librería Pessoa.

Pero, como es natural, las cosas han cambiado un poco. La Librería Pessoa ahora ocupa un lugar más amplio en el que varios libreros sólidos, firmes, seguros de sí mismos sostienen muchos más volúmenes que los que contenían aquellos pobres estantes que el mismo Lalo armó para el local anterior. Y lo mejor es que ahora no está solo, conviven con él, en el mismo espacio, Lula Ireta y Vicente de Caso, dueños del Benditto Café, quienes, como Lalo, celebran también un lustro de haber iniciado su negocio. En efecto, aquella Librería Pessoa ha crecido, a pesar de la maldita pandemia. Hoy, rebautizada como Cafebrería Pessoa, se localiza en el número 183-B Poniente de la Avenida Hidalgo, a las orillas del centro de Querétaro. La noche ha caído ya, sopla un viento helado y don Vicente me sirve un café americano, del que emana un delicioso y cálido vaporcito que me da directo en la cara. Es urgente, por lo tanto, sacarse ya el ridículo cubrebocas, que sólo el doctor Hugo López-Gatell (cuando decide usarlo) emplea de manera correcta, y platicar. Le pregunto entonces a Lalo:

—¿Qué te ha dado la Pessoa en estos cinco años?

—Una identidad —responde él sin dudarlo un segundo—. No es sólo que me identifique cada vez más con el propio Fernando Pessoa [uno de los más grandes poetas portugueses] o con su obra, sino que ya hasta digo que voy a abrir 136 librerías para que correspondan al número de heterónimos que usó Pessoa, y cada una de ellas muy diferentes. Muchos años me sentí un poco raro, pues nací en Torreón, pero mis papás dicen que en realidad nací en la Ciudad de México, luego viví y estudié la carrera de filosofía en Guanajuato y más tarde llegué a vivir a Querétaro. Todo eso resulta muy extraño, sobre todo frente a los demás: cuando voy al norte me dicen que hablo como chilango, pero estando aquí me dicen que hablo como norteño. A partir de que tengo la librería, la gente empezó a llamarme Lalo el de la Pessoa, y luego se les hizo más sencillo decirme, simplemente, Lalo Pessoa. Así que ahora así se quedó: soy Lalo Pessoa.

Ni chilango ni norteño, pues, queretano. Al menos desde que el 28 de octubre de 2016 decidió echar raíces aquí y se comprometió con su propio proyecto: una librería. Este negocio, desde sus inicios, le fue dando una identidad que antes no sentía. Pero, al mismo tiempo, él, a su vez, iba dotando a su librería de una identidad. Es decir, se fue dando cuenta de que no quería que la librería se volviera un local de hamburguesas exprés en el que se sirven insípidos platillos literarios de moda para el consumo masivo: ni Los secretos de Yuya, ni Yolo aventuras; mucho menos Yordi Rosado. No por nada arrancó su librería vendiendo sus propios libros de filosofía que había comprado mientras estudiaba la carrera en Guanajuato.

—Allá trabajé —dice Lalo Pessoa al recordar su época de estudiante en Guanajuato— en una cafetería que se llama Cafetal. Ahí te servían un café por 17 pesos con la posibilidad de rellenar tu taza hasta que te daba taquicardia. En ese lugar se reunían grupos de estudiantes que iban a platicar, a jugar go o a hacer tarea. Esa era mi idea original de la librería y, en muchos sentidos, sigue siendo. Siempre he buscado generar un punto de encuentro que permita que se dé el intercambio de ideas. La verdad no he tenido nunca una visión de hacer grandes negocios con la venta de libros, pero sí la de crear un espacio en donde, en primer lugar, yo estuviera cómodo, lo que me daría la posibilidad de compartir ese espacio con otras personas. La librería me ha permitido crear vínculos no sólo laborales, sino también de amistad. Esos vínculos han servido para influir un poco sobre el entorno inmediato. De alguna manera propiciar el encuentro me obligó a eso: a generar un impacto positivo en la comunidad. Hay, pues, una visión y un objetivo que se reflejan en las actividades de la librería.

Mil murakamis diarios

—¿La gente tiene miedo de entrar a una librería?

—Sí, claro. La mayoría de las personas consideran que la persona que lee es un ser especial y la verdad no es así; uno lee lo que puede o lo que le gusta y hasta ahí. Las librerías no son, como suele creerse, para gente vieja que se queda por ahí sentada reflexionando sobre su vida. Hay que resignificar el trabajo de librero y de lo que significa una librería.

—En estos cinco años, ¿ya se ha consolidado la librería como un negocio?

—Si no consolidado, al menos ya tiene visibilidad en la ciudad; bueno, qué digo en la ciudad, en el Centro, en la Colonia, en el entorno en el que se ubica. Pero, como negocio, todavía le falta. La pandemia echó abajo el avance que había tenido. Por eso decidí buscar alguien con quien asociarme. Las deudas estaban creciendo y la situación, hasta hace muy poco, no parecía mejorar. No había ventas y los compromisos económicos no se pueden detener. Hablé, entonces, con los dueños del Benditto Café, que estaba a dos cuadras del primer local en el que tenía la librería, y en poco tiempo se concreto la asociación.

—¿Qué beneficios ha traído el pasar de ser una librería a ser una cafebrería?

—Para empezar que es mucho más atractivo el espacio con la cafetería que sin ella. Antes, cuando la gente pasaba por la librería y se detenía a mirar desde afuera el local, de cinco personas entraba una. Ahora, son tres o cuatro las que entran. Creo que la asociación ha permitido generar un nuevo mercado que no estaba abarcando ni la cafetería ni la librería por sí solas. Con la cafebrería tenemos nuevos lectores, pero también nuevos consumidores de café.

—¿Qué ha sido lo peor que te ha pasado en estos cinco años?

—Haber montado la librería despertó algunas envidias y me generó también algunas enemistades. La principal fue con un chavo con quien trabajé antes de abrir la Pessoa y que me decía entonces que, para él, tener una librería era como un sueño. Pero este morro tenía ese espíritu chilango, ya sabes, sin ofender a nadie, ese espíritu que presume que todas se las sabe, que promete el cielo y las estrellas pero que deja todo en el aire, en plática, en nada. Entonces, cuando abrí la librería, se enojó muchísimo, me dijo que no me iba a durar mucho el gusto porque lo había hecho todo mal, que las cosas no iban a ir bien por no haberlas hecho con él y se dedicó un par de años a tirarme mucha mierda. Por esa razón me cerraron varias puertas, pero, al final, él quedó quemadísimo. Hubo un tiempo en el que se dedicó a meterme el pie, pero la gente ya me conoce y confía en mí. Por el contrario, estos cinco años él ha abierto tres librerías, y las tres han quebrado. Otra de las cosas horribles es haberme dado cuenta de que para las grandes editoriales todo es negocio. Cuando los grandes monstruos editoriales compran editoriales pequeñas, no continúan con la buena labor que éstas hacían sino que descatalogan muchos libros muy buenos y se dedican a sacar mil murakamis diarios. Así van muriendo colecciones maravillosas como “Metatemas” o “La sonrisa vertical”. Además, como librero pequeño hablas a esas grandes editoriales y desde luego que no te pelan.

—De cuando iniciaste, en 2016, a este 2021 ¿has notado si ha cambiado algo en la manera de asumir el libro?

—Es difícil darte una respuesta general, pero, en mi experiencia, creo que sí: el libro se puso de moda. Esto significa que también, de repente, a todo el mundo le dio por escribir su propio libro y, por lo tanto, todo mundo quiere publicar su libro.

—A veces decimos que los libros son caro, ¿crees que es así?

—Más bien el objeto libro no es valorado en nuestra sociedad. Culturalmente no se le da el precio justo, y creo que eso sucede, en buena medida, porque estamos acostumbrados a que la educación sea gratuita, y a que para nuestra formación tenemos los libros de texto gratuitos. Desde luego que eso no está mal, pero uno se va volviendo tacaño frente a los libros.  Así que cuando vemos un libro no pensamos en el oficio del escritor y mucho menos en el trabajo del editor. Vemos simplemente un producto. Poca gente sabe todo lo que implicar elaborar un libro, desde que alguien lo escribe hasta que llega a una librería. Por lo tanto, no se valora. Cuando un editor cobra lo que cree justo, la gente piensa entonces que es caro.

La celebración por los cinco años de la Cafebrería Pessoa (y el Benditto Café) arrancó desde el viernes pasado con una venta nocturna y continuó el sábado 13 de noviembre con la presentación del fondo editorial de Producciones El Salario del Miedo, el cual incluyó un paseo en bicicleta guiado por Georgina Hidalgo, quien, al terminar la rodada, presentó su libro Crónica biciteka. El domingo 14 las actividades iniciarán tempranito: a las 12:00 horas habrá cuentacuentos con Angélica Azkar, a las 13:00 un círculo de lectura para niños con Alma Martínez, a las 15:00 trova con Sinhué Rivera, a las 16:00 jazz con el Trío La Milpa y a las 17:00 un círculo de lectura con Temy Trejo. Por cierto, la editorial Almadía promete descuentos en varios de sus libros.

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