Concierto interrumpido
En el clímax del aria, la soprano vio con ojos sorprendidos cómo un espectador se levantaba de su asiento para, improvisando con gravedad lacrimosa una respuesta congruente a su lamento, acercarse con lentitud al foro ofreciéndole las manos. El director de orquesta dudó en detener o no el concierto ante la inesperada intervención del azaroso mediano tenor; pero, apretando la mandíbula, continuó adelante con Puccini. El espectador, al ver que nadie hacía nada por obstruir su paso, subió las escalerillas directo al escenario, se arrodilló ante la soprano, luego la tomó de la cintura y, sin dejar ambos de cantar, abandonaron de a poco el teatro por el pasillo central. La gente aplaudió con esmero el espectáculo, sin saber que nada de eso estaba planeado. El maestro de la batuta miró con azoro a su primer violinista. Ninguno de los dos sabía qué diablos hacer, pero sin la cantante determinaron mejor suspender la audición. Entonces el público los abucheó estremecedoramente.