El científico mexicano Mario Molina falleció el pasado miércoles a los 77 años de edad. Ingeniero químico mexicano egresado de la Universidad Nacional Autónoma de México, recibió (junto con Paul J. Crutzen y Frank Sherwood Rowland) el Premio Nobel de Química de 1995 por sus estudios sobre la capa de ozono, que convencieron a los países para firmar el Protocolo de Montreal. Recuperamos esta entrevista a manera de homenaje, en la que habla de la siguiente amenaza global: la crisis climática, cuya solución teme no vaya por tan buen camino. Su última esperanza está en aquellos que sufrirán las consecuencias de la inacción: los jóvenes.
Mario Molina es Premio Nobel de Química, pero no lo tiene fácil. Hace una década fue asesor medioambiental de Barack Obama. Hoy, en la América de Trump, comete la doble osadía de investigar el cambio climático y de ser mexicano.
La investigación de Molina, ingeniero químico, alertó al mundo de la amenaza del agujero de la capa de ozono. Esto se tradujo en el Protocolo de Montreal de las Naciones Unidas firmado en 1987. Gracias a ello hoy podemos decir que este problema ha sido casi superado, de acuerdo a los últimos estudios.
Hablamos con el investigador en la terraza del hotel donde se hospeda; Molina tiene esperanza en la capacidad de la humanidad, sobre todo de las nuevas generaciones, para colaborar y superar el cambio climático tal y como ya se está haciendo con el problema de la capa de ozono.
Acaba de publicar un estudio con ratas que muestra resultados alarmantes sobre cómo afecta la contaminación a la formación de órganos en el útero.
Es un impacto más que se agrega a todos los anteriores sobre el daño que pueden hacer las partículas pequeñas. Las ratas son una manera de ver si hay sensibilidad, porque no se pueden hacer experimentos con seres humanos, para tomar las precauciones necesarias y disminuir la concentración de estas sustancias. El estudio muestra que vale la pena que la sociedad se proteja.
—¿Es la contaminación el gran asesino silencioso?
—Sobre todo en las ciudades, donde se producen partículas pequeñas. Uno de los impactos que más se conocen son las muertes prematuras de gente vulnerable que podría haber vivido unos años más. Por otro lado, el mayor problema es que estas partículas limitan el desarrollo pulmonar de los niños. Queremos que los niños crezcan en un ambiente sano y que sus pulmones se desarrollen. Por fortuna se puede limitar, pero no es fácil.
—¿Se puede evitar la formación de estas partículas?
—En China han podido mejorar la situación porque venían de plantas de electricidad basadas en carbón. Allí y en Monterrey [México] hemos podido ver cómo se forman en la atmósfera. Algo sorprendente que publicamos hace años es que el amoniaco es un componente importante para formar estas partículas. En China y México se producen por actividades agrícolas y desperdicios orgánicos.
“Cada vez sabemos más de esto, cómo se forman y cuáles son los compuestos importantes emitidos por las actividades humanas. Lo que es muy sencillo de demostrar es que los motores a diésel sí emiten partículas y óxidos de nitrógeno, uno de los componentes que las forman”.
—El llamado “fin del diésel” es un tema controvertido en varios países, como España. Entonces, ¿es necesario?
—Sí, porque emiten partículas todavía más pequeñas, que llamamos PM2,5 pues miden menos de 2,5 micrómetros. Las más grandes, PM10, no son tan peligrosas porque no penetran tanto en los pulmones. En la Ciudad de México logramos que se analizaran las partículas: cuando suben de cierto grado se avisa a la sociedad y se anuncian contingencias, como limitaciones en el servicio de transporte. También es importante entender cómo se relacionan la contaminación y la meteorología y poder predecir qué va a pasar, porque muchas veces si es grave y la contingencia es al día siguiente, a lo mejor ya no sirve.
—¿Hemos esquivado una bala con el tema del agujero de la capa de ozono?
—Sí. Hay dos problemas globales muy claros: el del ozono y el cambio climático. Lo que tienen en común es que no importa en qué parte del planeta se hagan las emisiones porque se mezclan en la atmósfera baja. Para la capa de ozono eran compuestos industriales como los clorofluorocarbonos, pero se pudo arreglar con el protocolo de Montreal en los ochenta. La capa de ozono ya se está regenerando porque lo aprobaron casi todos los países. Las industrias químicas colaboraron e inventaron otros productos.
“Tenemos un ejemplo de un problema global que la sociedad pudo resolver. La capa se está regenerando bien y el agujero se empieza a cerrar, aunque falta mucho porque esos compuestos permanecen décadas en la atmósfera.
“Con el cambio climático tenemos el acuerdo de París, pero todavía no está funcionando y hay problemas serios con Trump. En la comunidad científica trabajamos para que este acuerdo se pueda reforzar: a lo que se han comprometido los países, que es voluntario, no es suficiente. Lo preocupante es que esto ya no es ciencia, sino política, y hay un presidente populista al que no le importa el medio ambiente”.
—¿Por qué esta relación entre populismo y medio ambiente? No parece que a los políticos les interesen tanto otros campos de la ciencia.
—Es absurdo, es por ignorancia. La comunidad científica lo tiene claro pero el populismo sólo tiene miras a muy corto plazo. Esto nos preocupa, y lo que intentamos es que la parte más civilizada de la sociedad tenga influencia. La juventud empieza a responder, los jóvenes hacen manifestaciones contra el cambio climático y la contaminación. A largo plazo queremos que el populismo se resuelva con una buena educación, pero no tenemos tiempo de esperar varias generaciones: debemos hacer ruido más rápidamente.
—Por ejemplo, en ciudad como Madrid se ha restringido el tráfico en el centro, una medida que ha desatado gran polémica… ¿Considera adecuados este tipo de planes?
—Sí, y tenemos el ejemplo extremo de la Ciudad de México. Desde hace años han tratado de restringir el tráfico en toda la ciudad. No se hizo muy bien: al principio prohibieron la circulación según el número de placa, pero algunos compraron otro coche [ríe]. Hoy la idea es restringir sólo vehículos viejos y usados que contaminan más. Ahí el tamaño de la flota ha aumentado muchísimo y el problema, además de la contaminación, es de congestionamiento.
“Lo lógico es restringir el uso del automóvil en una ciudad congestionada, como hacen en Tokio, donde hay que pagar un impuesto del mismo orden que el precio del coche. En México no se ha podido hacer porque la gente se manifiesta. Hay que educar a la gente, pero al mismo tiempo hay que ofrecer transporte público eficiente: si es de primera y se puede llegar en la mitad del tiempo, la gente lo toma, como en muchas ciudades europeas donde hay quien tiene dos coches, pero no los usa para ir a trabajar”.
—Ofrecer transporte público eficiente es fundamental. ¿También cambiar de mentalidad?
—Es cultural: si tengo un automóvil, subo de categoría. Por fortuna, muchos jóvenes no sienten esa necesidad. Hay quien dice que es su derecho tener un automóvil. Pero si es un derecho, es de todos, y si el gobierno empezara a regalarlos a la gente con pocos recursos, no podríamos movernos.
—Cuánto nos cuesta cambiar de hábitos…
—Un ciudadano en Estados Unidos emite diez veces más que uno en Europa y es una cuestión de hábitos, ven normal tener un automóvil enorme o usar energía sin preocuparse porque es barata y hasta ahora no había problema. Lleva su tiempo cambiar y eso es importante, pero más importante es aún la política de los gobiernos, que responden a la opinión del público. Deben imponer restricciones al uso de carbón, que ya está obsoleto y sale más caro; ni Trump pudo revivirlo. Y a los combustibles fósiles, que podrían seguir muchas décadas a menos que se limiten.
“Lo que ha sucedido en Estados Unidos es que hay muchos subsidios a los combustibles fósiles y las empresas grandes han hecho donativos al partido republicano, por eso tradicionalmente no han querido aceptar el cambio climático. Esto empieza a cambiar. El mensaje de la comunidad científica, que trabaja también con economistas, es que no es necesario hacer sacrificios. Se puede tener un buen nivel de vida con energías renovables y respetando el medio ambiente. Es absurdo no hacerlo por ignorancia. Además, así reducimos los riesgos para las futuras generaciones, que es una responsabilidad social y ética”.
—Decía que el agujero de la capa de ozono es una bala que logramos esquivar. ¿Estamos a tiempo con el cambio climático?
—El cambio climático ya nos afecta, estamos a tiempo de evitar desastres pero si no hacemos nada en varias décadas ya sería muy difícil. Si subiera la temperatura 4 o 5 ºC habría muchas consecuencias que no podemos adivinar. Soy optimista: si trabajamos con la juventud, la comunidad científica y muchas empresas que están de acuerdo con nosotros, podemos cambiar a tiempo. Hay posibilidades que de momento no son aconsejables: la llamada geoigeniería, sacar CO2 de la atmósfera, poner nubes en la estratosfera para que no llegue tanta radiación… Todo eso es más arriesgado y menos sensato. Queremos evitar que el planeta tenga que tomar medidas extremas para evitar catástrofes.
—¿Por qué dice que la geoingeniería no es aconsejable?
—No es deseable si tenemos otras opciones. Dada la complejidad del clima, va a tener efectos secundarios impredecibles. Además, tendría que ser una responsabilidad de todo el planeta: si hay guerras o complicaciones y las medidas de geoingeniería se paran, ¿qué pasaría? ¿Para qué tomar esos riesgos que pueden tener impactos preocupantes? Lo más sencillo y seguro es reducir las emisiones.
—¿El Acuerdo de París todavía puede ser un éxito como el de Montreal?
—A ver qué pasa con Estados Unidos, esa es la gran duda. Por suerte, muchos estados y empresas de allí están colaborando a pesar de todo. El mensaje importante es que si todos trabajamos juntos se pueden resolver estos problemas globales; la sociedad ya lo hizo una vez. De todas formas las elecciones allí son muy pronto [ríe], en el peor de los casos habrá que seguir trabajando con industrias y estados y no con el gobierno federal.
“Tenemos mucha prisa. Muchas de las migraciones masivas que tenemos, en Siria y otros sitios, han sucedido porque se han secado los campos que alimentaban a los agricultores. Si la temperatura sube más, habrá problemas enormes en los movimientos poblacionales. También eventos extremos: incendios forestales, olas de calor que causan fatalidades, inundaciones, huracanes… todo ello ocurrirá con más frecuencia. Sería mejor desde el punto de vista económico y ético pararlo, por las futuras generaciones.
Fuente: Agencia SINC. Entrevista publicada originalmente en junio de 2019, a propósito de la entrega de los Premios Jaime I (España).