Minusválidos
Diciembre, 2025
Poco a poco, escribe Pablo Fernández Christlieb en esta entrega, se han ido imponiendo vocablos pseudotécnicos y empalagosos —como persona con discapacidad o con capacidades diferentes—, sustituyendo a palabras como minusválido. En rigor, el único objetivo de todo ese lenguaje dizque sensible es que los que lo usan se sientan más buenos que todos, que se note que ellos sí estudiaron y que son dueños de una ética que es mejor que la de los demás. Pretenden arreglar el mundo destruyendo el idioma.
En efecto, no había por qué decirles mongoloides. Pero ¿cómo se le va a decir ahora al Manco de Lepanto? A Borges se le va a ocurrir otra frase memorable cuando ya no se le pueda decir que es ciego y lo quieran rebajar a la misericordia mediocre de los que pretenden arreglar el mundo destruyendo el idioma. Beethoven, si los oyera, con el genio que tenía, se va a poner fúrico cuando se entere de que le niegan la difícil gloria de estar sordo como una tapia. Blanca Nieves y las siete personas de talla reducida. De veras, no se entiende la ignorancia prepotente de todos ésos con brazos y ojos y orejas y una lengua acaramelada que usan para imponerles nombrecitos correctos a los demás nada más para sentirse superiores. Mejor que se volvieran mudos, que es la única discapacidad a la que no le encontraron sustituto higiénico tal vez porque al que no habla Dios no lo oye.
Parece que, ciertamente, a los ciegos, sordos, mancos, cojos, retrasados, autistas, les molesta y les repatea que, además que de por sí tengan esa complicación, encima se tengan que tragar la lástima empalagosa con la que los hipócritas normales les quieren poner nombres compasivos para señalarlos mejor y sin pizca de respeto, ya que con sus palabritas esterilizadas para marcar a los lisiados, jorobados, tontos y tartamudos, los expulsan de la normalidad, minusválida, es cierto, pero común y corriente. En efecto, todas las palabras consignadas por el Diccionario de autoridades para nombrarlos, los metían al humor burlón —con su dosis de mala leche— de la sociedad, pero, al mismo tiempo, los hacían formar parte de la sociedad: el cojo, sí, estaba cojo, pero era uno de los nuestros; ahora, sigue estando cojo pero ya lo pusieron en la categoría aparte que lo excluye de nosotros y al que hay que tratar con circunspección clínica y verlo con ojos de médico, con ojos de sociólogo, con ojos de misionero: ese lenguaje no acerca: distancia; sanitiza.
Esta terminología, según esto inclusiva, la empiezan a implementar concretamente las clases medias instruidas (blancas y estadounidenses para más señas), a las que les emociona presumir lo escolarizados que son por espetar vocablos pseudotécnicos tales como persona con discapacidad, o con capacidades diferentes (la capacidad de ser hemipléjico) o capacidades especiales (la capacidad tan especial de tener parálisis cerebral), para que se note que ellos sí estudiaron y que son dueños de una ética que es mejor que la de los demás. Les encanta sobarles el estigma para que les brille más su minusvalía.

Como dice José Natanson —un periodista argentino—, los que comenzaron a usar el lenguaje puro para referirse a las desigualdades sociales, se quedaron muy satisfechos con el truco tramposo de su cultura woke (que quiere decir iluminado), gracias a la cual ya sólo tenían que usar sustantivos pulcros pero ya no tenían que transformar las desigualdades, dejando intactas las estructuras del mercado, de la competencia y de la pobreza —y la enfermedad—, pero, eso sí, llamando infancias en situación de calle a los niños pobres para que se viera que sí estaban muy orondos sintiéndose tan consternados.
En rigor, el único objetivo de todo ese lenguaje dizque sensible es que los que lo usan se sientan más buenos que todos, porque cada vez que dicen persona con movilidad restringida, lo que hacen tácitamente es estar señalándolos y mostrando que ellos son superiores, no sólo de piernas sino de moral y educación: de lo que se trata es de resaltar la bondad superior de los capacitados: se les llena la boca de compasión glamorosa cuando afirman que alguien no es ciego sino que tiene la capacidad diferente de que no ve. Y lo que están diciendo siempre entrelíneas es “nótese qué bueno soy”; los minusválidos podrán contestar “sí somos tullidos pero no hipócritas”.
Y donde más se nota este engaño es en que el gran reto de su campaña amorosa es impulsar a todos los lisiados para que también sean competitivos y exitosos, insistiendo en que los ciegos se vuelvan esquiadores o vean partidos de futbol, que es como decirles que para que sean sanos y normales también tienen que competir y ganar como hacen todos en los negocios del capitalismo, alentando a nadar de mariposa a los que no tienen brazos, correr maratón a los que no tienen pies y otros deportes insólitos y verídicos como skateboarding o rappelling; o sea que la manera de salvar a estos impedidos es meterlos al mercado, convertirlos en mercancía y no perder la oportunidad de lucrar con ellos. Usarlos de carne de bondad. Los de los circos que exponían mujeres barbudas y enanos payasos eran menos deshonestos que los del circo del teletón y los shows paralímpicos.
Quien tiene cualquiera de estos impedimentos tiene el privilegio de que no le pueden andar diciendo que se apure y el de no tener que andar ganándole a los demás. Si los iluminados humilladores lo que buscan es una conciencia tranquila, podrían mejor respetarles estos derechos y dejarlos que no vean en paz, sin obligación de hacer cosas visuales, porque seguro que les sale mejor ir a un concierto que ir al fut; seguro que los sordos se pueden concentrar sin distracciones. Lo que todos necesitamos, y nadie puede hacer mejor que los retrasados mentales, es ser cariñosos. ![]()



