Gen Z: ¿qué es eso?
Diciembre, 2025
Que no le mientan, dice Juan Soto en esta nueva entrega de su ‘Modus Vivendi’: ni la Generación Z, ni la Generación X, ni todas las demás existen. Quien siga sosteniendo la idea de que los jóvenes son nativos digitales por haber nacido en un periodo determinado, simplemente le falta entender la realidad de un planeta con profundas desigualdades económicas y falta de acceso a bienes y servicios de forma homogénea. De hecho, éstas son ideas atrapabobos que se repiten, en buena medida, gracias a los medios de comunicación que no tienen la mínima dosis de formación crítica… muchos menos sociológica.
En 1991 apareció un extraño libro que lleva el ambicioso título de Generations: The History of America’s Future, 1584 to 2069, escrito por dos singulares autores: W. Strauss, un escritor que estudió políticas públicas y derecho, y N. Howe, un consultor que estudió literatura inglesa, historia y economía. Esta publicación, que parece combinar la historia con la profecía, alimentó, entre otras cosas, la idea de sentido común de la cultura popular sobre la existencia de las generaciones. Particularmente la idea de la posibilidad de establecer cohortes basados en periodos de inicio y terminación de etapas. Y fomentó, sobre todo, la idea de la existencia de una generación a la que denominaron Millennial. El periodo que establecieron para definir esta generación fue de 1982-2004. También hablaron de una 13ª Generación —por ser la decimotercera generación viva desde la Independencia de los Estados Unidos de América— que hoy día se le conoce mejor como la Generación X, cuyo periodo de definición se ubica, según su propuesta, entre 1961 y 1981. Definieron un periodo para la generación Baby Boom, entre 1943 y 1960, y otro para la Silent Generation entre 1925 y 1942.
La denominación Millennial les hizo sentido a los medios de comunicación, que, acostumbrados a desinformar, se pasaron por alto la profunda discusión sociológica sobre el concepto de generación de la cual hablaremos brevemente un poco más adelante. Por el momento baste con decir que, cerca del fin del siglo XX, a la cultura de masas y a la cultura popular les sentó bien una idea sobre cómo definir a un conjunto de personas nacidas en 1982 que iban a tener una especie de vínculo especial con el naciente siglo XXI, los nativos digitales. La idea de generación, cuya discusión no es un asunto menor ni nuevo en campos de conocimiento como la sociología, alojada en la cultura popular, le permite al incauto la posibilidad de jugar a ubicarse temporalmente en la historia para adjudicarse, de manera jocosa y orgullosa a la vez, una etiqueta entre mística y sociológica para sentir que su existencia valió la pena.
En 2023, una psicóloga estadounidense que estudió en la Universidad de Chicago y en la de Michigan, J. M. Twenge, alzó la mano para subirse al tren del mame de la discusión sobre las generaciones con un libro al que tituló Generations. The Real Difference Between Gen Z, Millenials, Gen X, Boomers, and Silents-and What They Mean for American’s Future. Vaya lío. Y en un intento de corregir la plana sobre los periodos que definen a las generaciones, y tratar pasar a la historia con ello —haciendo énfasis además en que el principal impulsor del cambio generacional era la tecnología—, señaló que la Silent Generation debería ubicarse entre 1925 y 1945; que los Boomers debían situarse entre 1946 y 1964; la Gen X entre 1965 y 1979; los Millenials entre 1980 y 1994; la Gen Z entre 1995 y 2012 —nativos digitales que dan voz a las causas sociales a través de internet y las plataformas publicitarias—; y los nuevos invitados a la fiesta generacional, los Alphas/Polars, ubicados entre 2013 y 2029. Dicho sea de paso, este reciente libro anuncia ser un análisis profundo de un conjunto de encuestas y bases de datos de larga data y presume haberse realizado a partir de 24 conjuntos de datos nacionales que incluyeron a 43 millones de personas de los Estados Unidos de América. ¿Qué más podría decir uno después de leer esto? Sólo, ¡wow!
Además de apelar al prestigio de la ciencia para pretender acreditar sus hallazgos, Twenge trató de sacar provecho de la modita intelectual que se repite hasta el cansancio hoy día: que la única investigación válida es la que se hace basada en evidencia. Las críticas a esta publicación reivindican la pertinente observación sobre la malinterpretación y la sobre interpretación de los datos. Pero quizá la crítica más contundente a esta publicación, lea con atención, sea la que caracteriza muy bien a una buena cantidad de psicólogos, psicólogos sociales e investigadores de las ciencias sociales de inclinaciones empíricas del mundo actual: que suelen presentar correlaciones como si fuesen relaciones de causalidad.
En el excelente libro de Fans, Bloggers and Gamers. Exploring Participatory Culture, el profesor estadounidense Henry Jenkins —de quien ya hemos hablado en esta columna— nos recordó que los resultados sobre los efectos que tiene la exposición a la violencia y las conductas violentas, en el campo de investigación de los «efectos de los medios de comunicación» sobre violencia mediática, no son concluyentes pues muchos de esos estudios han sido criticados por motivos metodológicos, lea detenidamente: porque intentan reducir complejos fenómenos culturales a simples variables que pretenden analizarse en el laboratorio.
Y, ahora, es el momento de hacer una pausa.
Si tiene a la mano un psicólogo o psicólogo social de espíritu positivista (que por aplicar cuestionarios piensa que hace experimentos), píquele las costillas o llámele y léale en voz alta la siguiente idea hasta que la entienda: la mayoría de las investigaciones que hallan una correlación, por ignorancia o de manera mal intencionada, la suelen hacer pasar por una relación causal.

Todas esas exóticas ideas acerca de las generaciones les vienen bien a los medios de comunicación y a la cultura popular. Pero terminan por reforzar estereotipos y prejuicios. Hacen a un lado las desigualdades sociales y económicas. Y ya no se diga las diferencias culturales, así como las condiciones de acceso a bienes y servicios. Más aún, quienes se han apropiado de los discursos que hacen uso de aquellos neologismos para definir a las generaciones del último siglo y de este, parecen no haberse dado cuenta que no nacimos en los Estados Unidos de América. No se puede negar que existen diferencias muy marcadas por la desigualdad y por el acceso a bienes y servicios tanto en zonas rurales como en zonas urbanas. La idea de haber nacido en un periodo no puede igualar a alguien que tiene dos celulares con alguien que no puede comprarse uno solo. Ni todos los jóvenes —lo que quepa en esa palabra tan rara— son hábiles con las tecnologías, ni todos los profesores universitarios tienen problemas para conectar un videoproyector a la computadora para hacerlo funcionar.
Cualquier persona que se haya adentrado un poco, sólo un poco, en la sociología sabrá que la idea de generación es importante y que ha suscitado no sólo numerosas discusiones, sino una gran cantidad de publicaciones que no podríamos enlistar aquí. No es algo sencillo establecer el significado del concepto, ni los criterios que se utilizan para definirlo. En términos muy generales se habla de la concepción historicista de la generación. Cuyo origen se remonta a la obra del filósofo e historiador alemán W. Dilthey, quien asumía que una generación es un conjunto de individuos que han vivido en el mismo momento una experiencia histórica determinante e irrepetible. Por ello algunos hablan de la Generación de la Resistencia o de la Generación del 68. Pero esta concepción tiene serios problemas. ¿Por qué? Porque eso implicaría que cada individuo perteneciera sólo a una generación para toda su vida y desestima la importancia de la estructura demográfica. La concepción genealógica calcula las generaciones en función del grado de ascendencia biológica —la de los padres, la de los abuelos, la de los bisabuelos, etc.— o descendencia biológica —la de los hijos, la de los nietos, la de los bisnietos, etc.— respecto de un individuo de referencia. Pero, como ya lo dedujo, uno va perteneciendo a diferentes generaciones según sea el caso. Lo bonito de esta concepción es que remite a dos cuestiones: a comunidad de experiencias y a vínculos de solidaridad. La concepción temporal define la generación en función del periodo que transcurre entre el nacimiento de un individuo y el momento en que genera su propia progenie. Es obvio que esta concepción prescinde de todo factor de solidaridad y de estatus, y se centra en una sucesión cronológica.
La idea de generación tiene un elevado carácter determinista que elimina las diferencias sociales, políticas y culturales, por ejemplo. Elimina el resultado que han dejado en nosotros las cadenas de rituales de interacción por las que hemos transitado. Y se parece mucho a la idea de los signos zodiacales que tuvo su origen en la antigua Mesopotamia y que luego los griegos asociaron con constelaciones, animales y mitos. ¿En verdad, a estas alturas, alguien puede pensar que por el simple hecho de haber nacido en un periodo las personas pueden compartir ciertos rasgos característicos de comportarse, de pensar y de experimentar afectos? A estas alturas de la historia es muy difícil pensar que existan personas compatibles e incompatibles por el simple hecho de haber nacido en periodos diferentes, ¿o no? Se necesita simpatizar con el pensamiento místico para defender estos estrambóticos discursos. ¿Y qué cree? La idea sobre las generaciones es muy parecida a la de los signos del zodíaco. Es una idea entre mística y sociológica.
Pertenecer al mismo tiempo no nos hace iguales. Nada garantiza que envejezcamos de la misma manera. Quien siga sosteniendo la idea de que los jóvenes son nativos digitales por haber nacido en un periodo determinado le falta entender la realidad de un planeta con profundas desigualdades económicas y falta de acceso a bienes y servicios de forma homogénea. Esas ideas clasemedieras sobre las generaciones son patrañas que le acomodan bien a los incultos. Son masturbaciones teóricas que se masifican rápidamente para insertarse en la cultura popular, pero no resisten el menor de los exámenes lógicos para sostenerse y se derrumbarían fácilmente si las pusiéramos a prueba en zonas de extrema precariedad en campo.
Así que, si escucha a alguien decir la Generación Z esto, la Generación Z aquello, atícele un zape con cualquier libro decente de sociología que tenga a la mano. Si dice Gen Z —en inglés, por supuesto—, dele dos. Y si se trata de un profesor universitario —lo diga en español o inglés—, dele tres. Las preferencias políticas, afortunadamente, no se definen por haber nacido en un periodo determinado. Qué alivio no ser como las personas que salieron a las calles —¿a protestar?— el 15 de noviembre pasado en México. Es esperanzador saber que hay personas que no salieron a marchar y que nacieron entre mediados de los noventa del siglo XX y la primera década del siglo XXI, que aún tienen conciencia social y política, y que han desarrollado vínculos solidarios de calidad.
Que quede claro: ni la Generación Z, ni las demás, existen. Son ideas atrapabobos que se repiten, en buena medida, gracias a los medios de comunicación que no tienen la mínima dosis de formación crítica ni sociológica. Desgraciadamente, las universidades no están a salvo de estar a la expectativa del nacimiento de la nueva generación para convocar a congresos, foros, coloquios, conversatorios, mesas redondas, etc., y, de paso, avalar tesis de licenciatura, maestría y doctorado sobre esos neologismos que cautivan a las masas —y, obviamente, a los babosos. ![]()



