Abril, 2025
A principios del mes de abril fueron presentados en sociedad Romulus y Remus, “los dos primeros lobos gigantes en más de 10 000 años”. La potente empresa biotecnológica Colossal aseguraba en su comunicado para la prensa: “Los primeros animales desextinguidos ya están aquí”. Dejando de lado por un momento el gran logro científico, que lo es, estrictamente hablando ni son lobos gigantes ni representan la primera especie en resucitar. Y más allá de eso: la desextinción de especies desaparecidas no sólo se enfrenta a obstáculos técnicos o ecológicos: sobre todo tiene implicaciones éticas. De ello hablan en los siguientes artículos, respectivamente, A. Victoria de Andrés Fernández y Lluís Montoliu.
El lobo gigante y la problemática de la desextinción
A. Victoria de Andrés Fernández
Pocas realidades del avance científico han excitado tanto nuestras novelescas mentes como la posibilidad de desextinguir especies. La opción de volver a traer a nuestro ‘aquí y ahora’ la grandeza y espectacularidad de animales, que sólo con contemplar sus impresionantes fósiles en los museos ya nos ponen la carne de gallina, ha sido un sueño que muchos hemos tenido desde pequeños.
Escritores han explotado la idea de desextinguir especies desde hace décadas. Posteriormente, el cine se ha encargado de meterlos en guiones que, aunque algo infantiles, con una buena dosis de fabulación y provistos de rentable dramatismo, han conseguido que nos quedemos con las narices pegadas a la pantalla contemplando la espectacularidad de los colosos vueltos a la vida.
Pero ¿realmente es factible hacer esto? Y lo que es más importante, ¿debemos hacer todo lo que podríamos hacer?
Los problemas de la desextinción los podríamos articular en tres niveles: el laboratorio, la naturaleza y nuestras conciencias.
Los problemas de la desextinción empiezan en el laboratorio
Aunque los protocolos biotecnológicos nos permiten hacer cosas bastantes espectaculares en ingeniería genética, el punto de partida sigue siendo un problema difícilmente superable.
Si bien es cierto que se puede extraer ADN conservado en restos óseos de animales extintos sin demasiados problemas, es muy difícil encontrar los genomas completos. Esto implica que no disponemos de toda la información de cómo fabricar biológicamente dicho animal: al “libro de instrucciones” le suelen faltar muchas páginas, cuando no capítulos enteros.
La solución más fácil es “rellenar los huecos” con ADN de animales vivos de los que sí disponemos de información genética íntegra. Es evidente, pues, que estamos haciendo trampa. El nuevo animal no es el que era: es un sucedáneo. Las consecuencias de su existencia no las podremos establecer a priori, puesto que no es ni el extinto ni el vivo, sino otro nuevo.
Otra opción es la que ha realizado recientemente Colossal Biosciences. Con un despliegue mediático fastuoso, ha “resucitado”, presuntamente, al lobo gigante (Aenocyon dirus), extinto hace unos 10 000 años de las tierras americanas. Pero esta afirmación no es cierta. En realidad, no se ha partido del ADN del lobo terrible (como también se conoce a esta especie que inspiró el lobo huargo de la Casa Stark de la serie Juego de Tronos). Lo que se ha hecho es editar el ADN de un actual lobo gris (Canis lupus) con el sistema CRISPR-Cas9.
Esta asombrosa técnica permite modificar secuencias concretas de ADN de forma específica, a voluntad y como si de un texto de Word se tratase. El sistema, que les valió a las científicas Emmanuelle Charpentier y Jennifer Doudna el Premio Nobel de Química de 2020, diseña un ARN-guía que localiza y se pega a una zona concreta de ADN que nos interesan por cualquier razón. De este modo se marca el lugar por donde la proteína Cas9 (una especie de tijera molecular) ha de cortar ambas hebras de ADN. Cuando la célula activa su propio sistema de reparación del ADN “roto”, aprovechamos para introducir el “texto nuevo” con las modificaciones genéticas que nos convengan.
Así, las “letras” y “palabras” genéticas del lobo gris se alteran voluntariamente permitiendo hacer cosas tan espectaculares como, donde ponía “dientes grandes”, escribir ahora “dientes enormes”. De esta misma forma se han modificado la forma del cráneo, el tamaño y el pelaje, entre otros caracteres.
Pero ¡ojo!, el resultado no son lobos gigantes. Los tres preciosos cachorros son, en realidad, lobos grises “tuneados”. No obstante, el resultado no deja de ser espectacular y la técnica, asombrosa.

Podemos desextinguir especies pero no los entornos
Excepcionalmente, es factible acceder al genoma completo de una especie extinta. Esto es posible cuando las bajas temperaturas han preservado los tejidos (esqueléticos y blandos) de algunas especies desaparecidas. De hecho, en el permafrost siberiano se han encontrado ejemplares de mamut lanudo de hace 52 000 años tan “frescos” como las chuletas de su congelador.
En este caso, su intacto ADN nuclear se podría suplantar por el del núcleo de un cigoto de elefante (algo parecido a lo que hacemos los biólogos en los laboratorios de fecundación asistida) e implantar el embrión temprano en un útero de elefanta. Salvando el hecho de que habría que inmunodeprimir a la elefanta para que no rechazase al embrión por problemas de histocompatibilidad, la gestación podría llevarse a término. No obstante, sería necesario un cierto número mínimo de individuos para que la población superara los problemas de depresión endogámica, tuviese capacidad de adaptación y fuese viable como especie biológica.
Pero, por otra parte, ¿qué pasa con el nicho ecológico que ocupaba esta especie? ¿Existe en la actualidad? Consideremos que, muchas veces, la causa de una extinción está, precisamente, en el cambio de las condiciones ambientales donde estas especies extintas se desenvolvían.
Si resucitamos una especie, la condenaríamos a vivir en una urna que recrease sus condiciones naturales perdidas. Peor incluso sería que su nicho estuviese ocupado por otra especie y creásemos una artificial e innecesaria pugna donde podría darse la paradoja de desextinguir el pasado para extinguir el presente. O todavía más grave, que las consecuencias de la interacción con otras especies de su nuevo entorno provocaran un desajuste del ecosistema de imprevisibles consecuencias. Incluso podría ser más apocalíptico si la especie resucitada actuase como reservorio de viabilidad de nuevas especies de virus que pudiesen generar enfermedades desconocidas para la humanidad.
¿Debemos hacer todo lo que podemos hacer?
Está claro que la desextinción no es sólo un problema técnico. Tampoco es solo un problema ecológico. Ni tan siquiera un problemón legal, que a ver cómo se regulan las responsabilidades biológicas, ecológicas, civiles y penales de una especie biológica no natural… El verdadero problema, a mi entender, es de naturaleza fundamentalmente ética.
Si bien hay unanimidad en aceptar que la ciencia pura debe estar exenta de cualquier restricción, no ocurre lo mismo con la ciencia aplicada y la biotecnología. El desarrollo práctico de los avances científicos no debería responder —o al menos, no solamente— a criterios de rentabilidad económica, ni mucho menos a caprichos circenses más o menos espectaculares. El conocimiento estricto de las consecuencias de los avances biológicos, unido a un sentido ético profundo del desarrollo experimental, deben estar por encima de los intereses particulares y empresariales.
Desde esta perspectiva, me temo que desextinguir especies no sería la mejor opción. Mucho más interesante que crear Parques Jurásicos sería aplicar todo este conocimiento a evitar la extinción de especies que, estando vivas en la actualidad, requieren de una rápida intervención si las queremos mantener en el planeta.
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La fábrica de criaturas imposibles
Lluís Montoliu
La empresa Colossal Biosciences, en la que participa el investigador George Church (Universidad de Harvard), no deja de producir titulares espectaculares cada cierto tiempo. Cuando todavía no nos habíamos recuperado de la sorpresa de descubrir unos increíbles ratones lanudos con algunas características genéticas descubiertas en el genoma del mamut lanudo, ahora presenta otros seres fascinantes: unos cachorros de lobo de blanco pelaje y gran porte que la compañía anuncia como los resultados más recientes de su proyecto de desextinción del lobo gigante (Aenocyon dirus).
Aquellos lobos de gran tamaño, que habitaron Norteamérica desde hace 125 000 años y se extinguieron hace entre unos 13 000 años y 10 000 años, podían llegar a pesar 70 kg y medir un metro de altura y 1,8 metros de largo. Tenían más musculatura, dientes más largos y mayor altura que el lobo gris, lo que les permitía cazar otros animales también grandes.
Las imágenes de dos cachorros imponentes (llamados Romulus y Remus, nacidos el 1 de octubre de 2024), y luego un tercero llamado Khalessi (nacido el 30 de enero de 2025) no parecen dejar lugar a dudas: Colossal ha desextinguido el lobo gigante. Algunos medios proclaman incluso que se trata de la primera “resurrección” de un animal extinto.
¿Es realmente así? Para responder debemos entender las tecnologías que dominan y aplican magistralmente los científicos de Colossal.
Dolly abrió el camino
Desde 1997, con la aparición de la oveja Dolly, los investigadores saben obtener un animal completo a partir del núcleo de una célula de cualquier tejido de otro animal. Esta se introduce en un óvulo no fecundado (y vaciado de su material genético nuclear) de la misma especie o de alguna otra relacionada evolutivamente. El embrión reconstruido resultante también debe gestarse en una hembra de la misma especie o de una especie relacionada, lo cual sigue siendo una de las principales limitaciones técnicas del proceso.
Este procedimiento, denominado técnicamente transferencia nuclear de células somática (SCNT, por sus siglas en inglés), se ha popularizado con la palabra “clonación” y ha servido para clonar desde ovejas a dos especies de primates no humanos. En particular, ha servido para producir los cerdos que actualmente se utilizan para xenotrasplantes y para clonar mascotas. También se ha usado con el fin de rescatar especies a punto de extinguirse, como los caballos de Przewalski o un tipo de muflón.

En España, por ejemplo, hubo un caso de estos experimentos cuando, en 2003, se intentó obtener el bucardo a partir de células obtenidas del último ejemplar de esta cabra pirenaica (Celia), fallecida en el año 2000. El animal resultante apenas sobrevivió unos minutos tras nacer, por malformaciones en sus pulmones, pero sensu stricto se trató de un intento de desextinción, usando óvulos de cabra como recipientes para reconstruir los embriones.
Todos estos ejemplos tienen en común dos cosas: que hay células viables disponibles de la especie a proteger o desextinguir, y que existe una especie próxima, relacionada evolutivamente, de la que obtener óvulos para reconstruir y gestar posteriormente los embriones reconstruidos.
Manual de desextinción
En el caso de los mamuts lanudos (que se extinguieron hace entre 10 000 y 4 000 años) y los lobos gigantes, esto no es así. De ambos se han encontrado restos orgánicos relativamente bien preservados por el hielo durante miles de años (mamuts lanudos) o dientes y cráneos (lobos gigantes) a partir de los cuales obtener el genoma de estas especies extintas, pero no células viables. Por eso necesitamos otra aproximación experimental, ya que la técnica de clonación de Dolly no basta. Hace falta incorporar la edición genética mediante las herramientas CRISPR.
Para clonar una especie necesitamos núcleos de células de esa especie. Y si no tenemos, hay que fabricarlas, acercándonos lo más posible a lo que debió ser una célula de ese animal desaparecido. ¿Cómo hacerlo? En primer lugar, obteniendo el genoma de la especie que queramos desextinguir, de la mejor calidad posible, a partir de restos orgánicos o de dientes o huesos.
El límite técnico está en alrededor de 2 millones de años, la edad del ADN más antiguo que se ha encontrado en la naturaleza; por eso es imposible desextinguir dinosaurios, desaparecidos hace 65 millones de años.
A continuación debemos identificar una especie actual relacionada evolutivamente, de la cual se conozca también su genoma. En el caso del mamut lanudo, es el elefante asiático, y en el del lobo gigante, el lobo gris.
Una comparativa nos indicará las diferencias entre los genomas de la especie actual y la extinta. Al mamut lanudo y el elefante asiático los distinguen más de 1,5 millones de variantes genéticas, que afectan a más de 1 600 genes. A partir de células de elefante asiático en cultivo, los investigadores de Colossal se han propuesto la titánica tarea de editar esos cientos de genes mediante CRISPR para que se parezcan a los que debió tener el mamut lanudo. Seguramente les llevará años.
Por el camino han rentabilizado sus enormes capacidades editando un número escogido de genes (que afectan al color, longitud, grosor y tipo de pelo, entre otras características) del ratón e incorporándoles las variantes genéticas encontradas en el mamut lanudo. Así nacieron los fascinantes ratones lanudos.
Cuando consideren que ya han modificado un número suficiente de genes del elefante asiático, entonces se enfrentarán a un problema todavía mayor. Deberán usar los núcleos de esa célula editada con CRISPR para reconstruir un embrión, usando óvulos enucleados de una elefanta asiática. Y, además, tendrán que gestarlo en algún sitio.
Seguramente, la elefanta asiática no sería adecuada para gestar a un mamut, por lo que Colossal deberá desarrollar la tecnología de gestación extrauterina, que ya ha dado sus primeros éxitos en corderos.
De cualquier modo, nunca se obtendrá una célula de mamut lanudo, sino una de elefante asiático modificada con el objetivo de que se parezca lo más posible a la que debieron tener los mamuts. Por lo tanto, sensu stricto, esta segunda aproximación tecnológica no desextingue especies extintas sino que genera animales aparentemente similares a los que queremos recuperar.

La forja del lobo gigante
En el caso del lobo gigante, los investigadores de Colossal Biosciences tampoco disponían de material orgánico, pero fueron capaces de leer el genoma del animal extinto a partir de dos muestras óseas: un diente y un huesecillo del oído interno. A continuación, compararon el genoma del lobo gigante con el del lobo gris actual e identificaron los miles de diferencias genéticas existentes.
Los genomas de estas dos especies se parecen al 99,5 % (dos seres humanos cualquiera nos parecemos al 99,9 %), lo que implica aproximadamente más de 12 millones de variantes genéticas. De todas ellas, los investigadores han seleccionado 14 genes (entre ellos, el gen LCORL, involucrado en el crecimiento y control del tamaño corporal, también responsable del porte de la raza canina gran danés), que han pasado a editar sobre células del lobo gris mediante las herramientas CRISPR.
Escogieron unas células de la sangre llamadas EPC (células progenitoras endoteliales), que pueden obtenerse directamente a partir de una sencilla extracción de sangre. Las células resultantes siguen siendo de lobo gris con unas selectas y limitadas modificaciones en genes determinados, trasladando las variaciones genéticas identificadas en el genoma del lobo gigante.
Finalmente, esas células han aportado sus núcleos en un procedimiento de clonación para reconstruir un embrión a partir de un óvulo enucleado de una perra. El embrión resultante ha sido gestado también por una perra, dando lugar, en varias gestaciones, a tres cachorros de lobo gris con la apariencia externa de un lobo gigante.
Por lo tanto, no: no han desextinguido el lobo gigante. Pero sí: sí han obtenido un animal genéticamente editado con una apariencia externa compatible con la del cánido extinto.
Pero ¿qué sentido tiene hacerlo?
También se puede afirmar que Colossal Biosciences ha desarrollado las técnicas de clonación y edición genética hasta límites extraordinarios. Muy pocos investigadores son capaces de introducir, con éxito, múltiples ediciones en diversos genes del genoma de un mismo individuo, sea un animal o una célula animal en cultivo.
Con estas técnicas, la empresa pretende “desextinguir” (siguiendo esquemas parecidos) un ave y un marsupial: el dodo y el tilacino (tigre o lobo de Tasmania), que se extinguieron hace 300 o menos de 100 años, respectivamente.
Colossal Biosciences se ha convertido en una fábrica de criaturas imposibles. Pero ¿cuál es la razón ética subyacente que justifica estos intentos de desextinción? ¿Qué responsabilidad asumimos al traer estas criaturas al medio ambiente actual, distinto del que conocieron? ¿Cuáles son las consecuencias para el ecosistema?
En definitiva, debemos preguntarnos para qué hacemos estos experimentos, más allá de demostrar que técnicamente somos capaces de hacerlos. Colossal y Church proclaman que la desextinción del mamut podría servir para combatir el cambio climático. Para el resto de especies, más allá de la curiosidad, resulta complicado encontrar una explicación convincente. Sin embargo, Colossal defiende que el desarrollo de todas estas tecnologías, optimizadas gracias a los proyectos de desextinción, puede servir para rescatar y revitalizar muchas otras especies de animales que actualmente están en peligro de extinción.