Diciembre, 2024
Investigadores de China han identificado 13 proteínas relacionadas con el declive de este órgano. El estudio sugiere cómo los cambios en sus concentraciones en sangre tienden a alcanzar un pico a los 57, 70 y 78 años. Este hallazgo abre la puerta a intervenciones personalizadas para retrasar su degeneración.
En la actualidad, rebasar los 90 años y llegar a centenario es cada vez más habitual. Pero la cuestión no es vivir más, sino conservar la lucidez y la calidad de vida a medida que envejecemos.
Uno de los factores que lo impiden son las enfermedades neurodegenerativas, como el alzhéimer, cuyo principal factor de riesgo es la edad. De hecho, a partir de los 65 se duplica el número de casos cada cinco años, según algunas estimaciones.
Un estudio publicado en Nature Aging sitúa el comienzo del envejecimiento del cerebro a los 57 años, con otros dos picos importantes a los 70 y los 78 años, y sugiere que estos momentos podrían ser clave para posibles intervenciones en el proceso de deterioro de este órgano.
“A los 70 años observamos muchas asociaciones con trastornos neurodegenerativos, como la demencia por cualquier causa y la enfermedad de Alzheimer. Nuestros hallazgos reflejan la susceptibilidad de padecer estas patologías en esta década”, explica Wei Cheng, de la Facultad de Medicina de Shanghái, que ha liderado la investigación.
Edades clave del envejecimiento
Estos puntos de inflexión los han determinado a partir de muestras humanas de plasma sanguíneo del Biobanco del Reino Unido, de las que han seleccionado 13 proteínas relacionadas con dicho declive. Además, estas proteínas reflejan la inflamación, la regeneración celular y el estrés ligado al envejecimiento, entre otros parámetros.
Así, ocho de ellas aumentan con la edad y están relacionadas con la matriz extracelular o con los denominados factores de crecimiento celular. Y las cinco restantes disminuyen en el envejecimiento y, fundamentalmente, están asociadas a la degradación de proteínas.
“De entre estas proteínas destaca Brevican (BCAN) y el factor de diferenciación del crecimiento 15 (GDF15). Los niveles de BCAN y GDF15 se asociaron, además de con el envejecimiento, con la demencia, el ictus y la función motora. Estos hallazgos muestran que las concentraciones de proteínas cambian longitudinalmente, reflejando transiciones en la salud cerebral en edades clave”, valora por su parte Inés Moreno, profesora de la Universidad de Málaga, en declaraciones al SMC.
¿Por qué a los 57?
Los investigadores utilizaron datos de imágenes cerebrales de 10 949 adultos sanos para estimar la brecha de edad cerebral (BAG, por sus siglas en inglés), un indicador de su declive y que surge de la diferencia entre la edad cerebral estimada y la cronológica.
En cuanto al inicio del envejecimiento cerebral en una edad tan concreta, Cheng afirma que “las proteínas en el pico de los 57 años están principalmente asociadas con la inmunidad adaptativa, como el recuento de linfocitos, y con el metabolismo. Dos aspectos posiblemente subyacentes del inicio del envejecimiento cerebral”.
El neurocientífico Jesús Ávila, experto en envejecimiento y en alzhéimer del CSIC (España), señala que este trabajo se puede vincular con el publicado en Nature en 2023 por el grupo de Wyss-Coray, sobre el envejecimiento del organismo en general, “mostrando cómo la presencia de algunas proteínas del plasma en determinadas edades puede indicar la aparición de futuras enfermedades más tarde”.
El declive del cerebro no es lineal
Al analizar estos biomarcadores en el plasma de personas de diferente edad, indica Ávila, los investigadores observaron que los cambios no eran lineales con el aumento de la edad, sino que se observaban tres picos con cambios abruptos, relacionados con cambios metabólicos a los 57 años; pérdidas cognitivas y de movimiento a los 70, y fragilidad neuronal en torno a los 78.
Las proteínas de la edad cerebral de 70 años estaban asociadas principalmente a la demencia y el ictus, señala Cheng. “Por lo tanto, las personas con una edad cerebral cercana a los 70 años pueden desarrollar un estilo de vida saludable o tomar algunas medidas personalizadas para prevenir las enfermedades”.
Así, los investigadores enfatizan la importancia y la necesidad de la intervención y la prevención en esta década para reducir el riesgo de múltiples trastornos cerebrales. “Estudios anteriores demostraron que algunos trastornos, como la demencia y el ictus, podrían prevenirse con estilos de vida saludables. Planteamos la hipótesis de que dicha degeneración sería modificable, en cierta medida, mediante hábitos como el ejercicio físico regular, una dieta equilibrada y el contacto social frecuente”, puntualiza el experto chino.
Eso sí, serán necesarios más estudios que verifiquen la viabilidad de estos biomarcadores. Para Ávila, faltaría en este estudio la posible complementación de los datos de proteómica en plasma con los cambios epigenéticos que relacionan muestras de sangre con la edad cronológica, y la validación en cohortes de otros orígenes.