Junio, 2024
Es editor, ensayista, filósofo, académico y, ante todo —y sobre todo—, poeta. Además de haber escrito varios libros de poesía (de altos vuelos) y numerosos ensayos de distintos temas, también su trabajo como filósofo ha sido profundo y abundante. Pertenece asimismo a diversas instituciones académicas mexicanas y ha sido varias veces galardonado. Ahora que llega a sus ocho décadas y media de vida —nació en Los Mochis, Sinaloa, en junio de 1939—, Víctor Roura le dedica estas líneas a Jaime Labastida.
1
El poeta Jaime Labastida fue director de la Academia Mexicana de las Lengua durante ocho años, de 2011 a 2019, director general de Siglo XXI Editores, de 1990 a 2021, también ha ocupado distintos cargos lo mismo periodísticos (responsable de la revista Plural) que administrativos (en el Instituto Nacional de Bellas Artes) o académicos en la UNAM, su alma mater donde obtuvo la licenciatura. Este hombre de letras, Premio Nacional en Ciencias y Artes en 2008, nacido en Los Mochis en 1939 cumple 85 años de vida este 15 de junio.
2
Con Animal de silencios (Fondo de Cultura Económica, 1996), Jaime Labastida resume más de 30 años de actividad poética “en un estricto orden cronológico”. Galardonado con el Premio Xavier Villaurrutia precisamente por este volumen, y por otro de crítica literaria (intitulado La palabra enemiga, editado por Aldus), Jaime Labastida advierte en su tomo poético: “No he modificado ninguno de los poemas. Jaime Ramón López Velarde afirma, no sin soberbia, en el prólogo a la segunda edición de La sangre devota, que ‘retocar el pasado es superchería’ y que no ha cambiado ni una palabra ni un punto, a tal grado es ‘fanático por la inmutabilidad de la obra de arte’. En cambio, Paul Valéry dice que un poema jamás se termina, ‘se abandona’. No sé si el instante en que he abandonado un poema sea el instante justo. Pero, sin ser fanático de la inmutabilidad de la obra, estimo que no está ya en mis manos el transformarla. Debe continuar su camino”.
3
Me siento cansado de gritar, como Ulises, que soy Nadie. Si la mujer me abandonó yo le debí decir adiós con ese siempre que ponemos en las palabras graves que decimos.
Y quiero embrutecerme y voy a islas, paraísos de sal, manzanas puras.
La máscara se me pudre sobre el rostro, trastabilleo en centellas, gesticula entre paréntesis mi brazo, mi camisa está abierta como una dura boca.
Y sonrío y grito de nuevo que soy Nadie y a ver a Nadie acuden los muchachos de este barrio; les digo que diariamente tengo la gana de morir, de suicidarme así, poco a poquito; que mi boca está, aún no pero después, nostálgica de besos.
Y los señores, apurados, ríen.
Y las pequeñas madres apartan a sus hijos de este cuadro que ofrezco con hipo, hedor y llanto.
Ojalá con la llegada de la noche me quedara dormido.
4
“El hombre es animal de silencios —apunta Jaime Labastida— y la poesía nace del silencio. Silencio significa, en su origen, abstención de hablar. Con la palabra, el hombre rompió el silencio de la tierra. Sólo el hombre es, pues, animal de silencios porque habla y se expresa, antes que nada, en palabras. Desde la época imperial latina se llama silentes a los muertos y en la lengua rústica se dice de la luna, cuando declina y se vuelve invisible, que es silente o silenciosa. El silencio significa, para mí, entrar en lo más profundo de la existencia, ahí donde se funden la vida y la muerte”.
5
Me dañará, lo sé ya desde ahora, la nostalgia. Se ha cerrado el ciclo de toda destrucción y el amor y el amor se combaten. Nos hemos desgarrado como quien tercamente, hora tras hora, regresa al mismo sitio por tocar animales destruidos o muecas disecadas.
Un rencor de pupilas o ceniza anunciado en el fuego.
Así también endurecimos. Es posible que llegue un día en el que ya no quiera hacer ningún esfuerzo por reconstruir tu mirada más débil, aquella que borraba hasta el presagio de la pesadumbre.
Nos matamos con los adioses simples, con la sonrisa puesta mal en la frontera tensa de la noche. También morimos cuando una cuchara cae desde la mesa con un ruido de terremoto impresionante a la mitad de nuestros dos silencios.
Un día, éste, tal vez, tan luminoso bajo el azul abril, descubriremos que podríamos vivir, un minuto lo mismo que diez años, con la llaga del otro en ambas manos; dirás entonces: ya no es posible continuar, destrúyeme; y sumidos adentro en la inconsciencia.
Como si con una espada de suavidad te penetrara y sufrieras y temblaras entonces. Porque oscilamos, péndulos ambos, de uno a otro. Árboles podridos que aún pudieran ofrecerse frutos. Despedirse, desprenderse, hasta el muñón, el brazo oscuro, separarse así.
6
Jaime Labastida es un pulcro, cuidadoso, seleccionador de las palabras. Las elige del inundado silencio que nos rodea. No es asunto sencillo ser poeta, ciertamente. No es cosa de poner una palabra aquí y allá y que cada quien traduzca lo que el poeta quiso decir. Si bien el lector, en la poesía, es un determinante factor de la terminación del poema, no significa que, como en algunos cuadros plásticos, sea el elemento que finalice la obra. Porque el poema, en la más bella extensión de la palabra, no termina donde el lector supone (ni, acaso, donde el autor lo abandonara) sino que continúa aún después de su aparente fin. Como dice Labastida que dice Valéry, se abandona el poema, nada más. Por eso, los poemas son interminables, porque habrá alguien, siempre, que venga a recogerlos y a darles uso personal.
¿Y el poeta?
El poeta se distancia para dejar su canto escrito en otras voces. En este sentido, tal como decía Valéry, Labastida cumple a carta cabal su cometido poético.