«Pobres criaturas»: jubiloso, torcido y empoderado cuento de hadas
Marzo, 2024
Con guión adaptado por Tony McNamara y basado en la novela homónima del escocés Alasdair Gray, Pobres criaturas (Poor Things), el séptimo largometraje de Yorgos Lanthimos, es un periplo de formación en busca de completitud, una reinterpretación de las películas del monstruo Frankenstein, pero con una perspectiva y dinámica plenamente femeninas, escribe Alberto Lima en ‘La Mirada Invisible’.
Pobres criaturas (Poor Things), película de Yorgos Lanthimos,
coproducida por Irlanda, Estados Unidos, Reino Unido, Hungría;
con Emma Stone, Willem Dafoe, Ramy Youssef, Mark Ruffalo,
Jerrod Carmichael, Margaret Qualley, Hanna Schygulla. (2023, 141 min).
Renuente a migrar hacia el formato digital, el cinerrealizador griego Yorgos Lanthimos se mantiene fiel a seguir filmando en celuloide. Quizá sea éste el secreto que lo coloca, hoy en día, como uno de los cineastas contemporáneos dueño de un estilo harto distintivo y reconocible. Prueba de ello queda de manifiesto en su cinta más reciente, Pobres criaturas.
En un Londres del siglo XIX, severamente fotografiado en blanco y negro, el carimarcado doctor Godwin Baxter (Willem Dafoe) arma rompecabezas con órganos humanos durante sus clases impartidas en la Facultad de Medicina, al tiempo que en su excéntrica casa-laboratorio cuida, observa, estudia, educa y mantiene aislada del mundo a su hija postiza con desajustes lingüístico-motrices Bella Baxter (Emma Stone). Por tanto, recurrirá al devoto estudiante de medicina Max McCandles (Ramy Youssef) para encargarle la tarea de registrar a detalle la evolución de Bella, situación que provocará que éste se enamore de ella a la par de su progresión evolutiva, y pronto descubra que en realidad Bella fue tiempo atrás una tal Victoria Blessington quien, estando embarazada, intentó suicidarse lanzándose al río Támesis pero, al quedar moribunda, fue rescatada por el doctor Baxter quien logró revivirla gracias al exitoso trasplante de cerebro del bebé a la madre, creando así a Bella. Sin embargo, ante la natural evolución mental de la chica, ésta pronto comenzará a manifestar un interés creciente hacia el exterior, además de conocer también el placer de la masturbación, razón por la que dejará plantado a su enamorado McCandles y preferirá saber del mundo e irse a una fotográficamente colorida Lisboa con el playboy, mujeriego-todasmías Duncan Wedderburn (Mark Ruffalo), con quien vivirá tórridos encuentros amatorios en distintas posiciones hasta que termine minando la estabilidad emocional del donjuán, que quedará enamorado y, en un arranque de desesperación, intentará retenerla secuestrándola para llevarla de viaje a un crucero, en el que Bella se encontrará con pintorescos personajes como la dama Marta von Kurtzroc (Hanna Schygulla) o el joven Harry Astley (Jerrod Carmichael), con el que verá lo que es la miseria durante una escala en Alejandría, situación que provocará sentimientos de compasión y bondad en Bella al punto a entregar, equivoca e ingenuamente, todo el dinero del seductor a un par de marineros malillas que, en apariencia, lo llevarían a los pobres, resultando así que Bella y Dunca —arruinados— sean echados del buque en el puerto de Marsella, marchar juntos rumbo a París donde la maduración de Bella continuará cuando comience a trabajar en un burdel regentado por madame Swiney (Kathryn Hunter),y allí, tras deshacerse de la piltrafa en la que se ha convertido Wedderburn, someterá su cuerpo a todas las experiencias posibles como parte de su proceso de aprehensión sensible y cognitiva.
El séptimo largometraje de Yorgos Lanthimos, con guión adaptado por Tony McNamara y basado en la novela homónima del escocés Alasdair Gray, es un jubiloso y torcido cuento de hadas, un periplo de formación en busca de completitud, una reinterpretación de las películas del monstruo Frankenstein (Whale, 1931/Branagh, 1994) pero con una perspectiva y dinámica plenamente femeninas, sustentado en un poderoso diseño de producción de Shona Heat y James Price, y fotografiado espléndidamente por Robbie Ryan —tanto en el expresionista blanco y negro del episodio londinense, como en la radiante fotografía en color para los episodios posteriores—, haciendo gala de todo un arsenal de lentes por delante, aunque con música minimalista, atonal de Jerskin Fendrix que —al igual que el recurso de los arcaicos iris— aparece súbitamente para efectuar acentos dramáticos, y redundar así en la película —desde un punto de vista formal y estético— más ambiciosa y lograda de Lanthimos hasta la fecha.
No es un pájaro, tampoco un avión: el personaje de Bella Baxter es la sumatoria de ambos: una máquina sensible cuya fascinante evolución se contrapone a la involución del Extraño caso de Benjamin Button (Fincher, 2008), y se acerca más al descubrimiento de los placeres sexuales de Las edades de Lulú (Bigas Luna, 1990) o las experiencias pulsionales en Ninfomanía I-II (von Trier, 2013), porque desde el apropiamiento de la masturbación por parte de Bella, visto desde un elegante dolly in, cualquier vivencia sexual —desde las cópulas con Wedderburn hasta las innumerables acaecidas en el burdel parisino— siempre será un principio de conocimiento y maduración para este vibrante personaje que, hambriento de aprendizaje y curiosidad, devora la vida a dentelladas haciéndolo con la cuchara grande, de ahí que el enclaustramiento impuesto por el doctor Baxter, cual Castillo de la pureza (Ripstein, 1973), muy pronto resulte insuficiente porque las necesidades y aspiraciones de Bella se hallan en el afuera.
En el cine de Lanthimos la temática del cuerpo ocupa un lugar preponderante, al igual que el culto a los animales: en Diente de perro (2009) son los cuerpos de esa familia de educación canina que vive apartada del mundo real; en Alps: Los suplantadores (2011) es ese negocio clandestino de cuerpos sustitutos, suplantados, para familias que perdieron algún ser querido; en La langosta (2015) ese mundo distópico determinado por la compatibilidad e incompatibilidad de los cuerpos para unirse en matrimonio, o ser convertidos en el animal de su elección; en El sacrificio del ciervo sagrado (2017) es el deterioro fatal de los cuerpos de los hijos del doctor Murphy como castigo maléfico a la negligencia médica; en La favorita (2018) es el cuerpo femenino como ariete sexual y estratagema para la consecución del poder. Por ello no es de extrañar que en Pobres criaturas atestigüemos la experimentación del cuerpo de Bella-Victoria por parte del doctor Baxter, el jugueteo de Bella con el pene fláccido de un cadáver, las bestias híbridas que rondan despreocupadas la mansión-laboratorio —como el polliperro—, porque la gran culminación del experimento ocurrirá cuando la propia Bella tome la estafeta de su creador y se erija —y gradúe— como sucedánea y eminencia clínica al trasplantar con éxito el cerebro de una cabra en el antipático y tirano exmarido Alfie Blessington (Christopher Abbott), y termine cual ridículo homocaprino mascando yerba como un miembro más de la nueva familia feliz.