Diciembre, 2023
Es uno de los cantautores catalanes más importantes y respetados de la música en español. Debutó en los escenarios (como pionero de la nova cançó catalana) en 1965 y se despidió de ellos en 2022. “Antes que me retire una pandemia, el tiempo o la gente, me retiro yo; pero me retiro de subirme a los escenarios, no de vivir”, dijo en 2021 como preámbulo de su gira de despedida, que culminó el 23 de diciembre en el Palau Sant Jordi de Barcelona. Figura clave en la música popular, su legado es irrepetible: hablamos de una treintena de álbumes en donde combinó la más alta poesía con el folklore catalán, la copla española, el tango, el bolero, el barroco, pero también el cancionero popular latinoamericano. A punto de cumplir ocho décadas de vida —nació en diciembre de 1943—, el periodista y cronista musical Víctor Roura celebra a Joan Manuel Serrat.
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Paradójicamente, Joan Manuel Serrat denominó Utopía a su álbum número 22, en 1992, cuando todo el material recopilado exhibe todo lo contrario: no hay sino pasos sólidos por este mundo que ya no sabe de resquicios para la imaginación.
A lo largo de dicho disco, Joan Manuel Serrat (Barcelona, 27 de diciembre de 1943) ironiza, juega, parodia, fulmina y pretende decirnos, acaso sin decirnos del todo, que su ruta, pese a los derrumbes de muros berlineses (sólo tres años atrás había caído la recia pared alemana) o desapariciones de países desarrollados, es la misma.
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Sin embargo, cantor que no se distancia, para nuestra fortuna, de los embates ideológicos, Serrat es duro cuando decide mirar con crudeza el calendario con los días que corren. Su pieza “Disculpe el señor” es la crónica impecable de las nuevas generaciones o, mejor, de las siempre nuevas generaciones o relativas cambiantes generaciones, pues este canto pareciera, por ejemplo, estar centrado, o protagonizado, por la gente acaudalada cuyas costumbres son inamovibles (el Señor podríamos figurarlo inequívocamente en Salinas Pliego, digamos, igual hoy como ayer):
“Disculpe el señor si le interrumpo, pero en el recibidor hay un par de pobres que preguntan insistentemente por usted. No piden limosna, no… Ni venden alfombras de lana. Tampoco elefantes de ébano. Son pobres que no tienen nada de nada. No entendí muy bien si nada que vender o nada que perder, pero por lo que parece tiene usted alguna cosa que les pertenece. ¿Quiere que les diga que el señor salió? ¿Que vuelvan mañana en horas de visita? ¿O mejor les digo como el señor dice: Santa Rita, Rita, Rita, lo que se da no se quita?
“Disculpe el señor, se nos llenó de pobres el recibidor y no paran de llegar desde la retaguardia, por tierra y por mar. Y como el señor dice que salió y tratándose de una urgencia, me han pedido que les indique yo por dónde se va a la despensa, y que Dios se lo pagará. ¿Me da las llaves o los echo? Verá usted que mientras estamos hablando llegan más y más pobres y siguen llegando. ¿Quiere usted que llame a un guardia y que revise si tienen en regla sus papeles de pobre? ¿O mejor les digo como el señor dice: Bien me quieres, bien te quiero, no me toques el dinero…
“Disculpe el señor, pero este asunto va de mal en peor. Vienen a millones y curiosamente vienen todos hacia aquí. Traté de contenerlos pero, ya ve, han dado con su paradero. Estos son los pobres de los que le hablé… Le dejo con los caballeros y entiéndase usted… Si no manda otra cosa, me retiraré. Si me necesita, llame… Que Dios le inspire o que Dios le ampare, que ésos no se han enterado que Carlos Marx está muerto y enterrado”.
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Es claro que Serrat no le estaba cantando a la derrota del idealismo ni estaba engrandeciendo la difuminación del socialismo. Serrat, como contador de historias que es, sólo estaba haciendo un reporte del día.
Pero sus visiones no están ancladas únicamente en teorías políticas, a pesar de aparentarlo con el cierre de dicho disco exaltando las bondades, ¡ay!, de las utopías.
Dice Serrat: “¡Ay, Utopía, incorregible, que no tiene bastante con lo posible! ¡Ay, Utopía, que levanta huracanes de rebeldía!” Quizá Serrat se refería a los amotinamientos de los hambrientos en los países subdesarrollados o a las revueltas internas en Yugoslavia. Uno ya no sabe por dónde andan ahora los huracanes de rebeldía.
Dice Serrat: “¡Ay, Utopía, cómo te quiero porque les alborotas el gallinero! ¡Ay, Utopía, que alumbras los candiles del nuevo día!” ¿A quién le alborotaba la utopía el gallinero? En estas líneas, pareciera que tenemos enfrente al Serrat de los setenta cantando a la ingenuidad. Pero no. Porque el mismo Serrat, con su pieza “Disculpe el Señor”, ya nos había demostrado previamente pisar con firmeza los noventa. Son sólo resabios del pasado, que al fin quedan.
Y eso está demostrado con superrelatividad en la canción menos memorable de su disco: “Maravilla”. Escrita al alimón con Mario Benedetti, tiene el sabor de lo viejo. Es un juego de palabras aburrido, primario, inútil: “Si somos lo mejor de los peores/ gastemos nuestro poco de albedrío./ Recupera tu cuerpo/ y hazlo mío/ que yo lo aceptaré de mil amores./ Qué maravilla de maravilla la maravilla./ No hay pie de rey que mida la maravilla./ Ni balanza que pese la maravilla./ Ni balanza que pese la maravilla”. Obviamente, finaliza así: “Qué maravilla de maravilla la maravilla. No hay dinero que compre la maravilla”. Ni dinero que compre el estupor ni la vainilla.
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Serrat bien se había dado cuenta de cómo andaban los tiempos. Si no, nunca hubiera compuesto una pieza como “Cuando duerme el rock and roll” en la cual asienta, con suavidad, que incluso esta antigua armadura contracultural ya dormía el sueño de los vencidos. Cuando duerme el rock and roll, otros le hablan al silencio, dice Serrat.
No estábamos ante la declinación de un artista, como lo supuso alguna crítica distraída, si hubiéramos escuchado concentradamente nada más la canción “Utopía”: Serrat aún podía cantarle al amor de manera inigualable (“Pendiente de ti”) o a la amistad (“Juan y José” es una de las mejores composiciones en castellano de los noventa, sin duda) o a la desdicha cotidiana (en “Toca madera”, con sabor afroantillano como antes lo hicieran musicalmente Joaquín Sabina o Mecano, dice que “pisar mierda trae buena suerte” en una clara reivindicación a las alusiones populares) o a las incredulidades urbanas (“Mírame y no me toques”).
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Mirar con los ojos de Serrat es aún mirar con posibilidad de esperanza a este anudado mundo.
Y eso ayuda.
Bastante.