«Los asesinos de la luna»: un crudo y desolador retrato de la codicia
Diciembre, 2023
A principios del siglo XX, la Nación Osage, una tribu nativa americana desplazada a tierras de Oklahoma, se encontró en el centro de una transformación tras el descubrimiento de petróleo en su territorio. Esto trajo a la región grandes riquezas pero también un mal terrible de la mano de una oleada de hombres blancos buscando dinero fácil. Los asesinos de la luna, el vigésimo sexto largometraje de Martin Scorsese, es a la vez una denuncia contundente de los abusos descarados del incivilizado y codicioso hombre blanco estadounidense, pero asimismo es un calculado thriller que reivindica los valores y tradiciones presentes en los pueblos originarios de los Estados Unidos, escribe Alberto Lima en esta nueva entrega de ‘La Mirada Invisible’.
Los asesinos de la luna (Killers of the Flower Moon),
película estadounidense de Martin Scorsese,
con Leonardo DiCaprio, Robert De Niro, Lily Gladstone,
Jesse Plemons, Janae Collins, Tantoo Cardinal. (2023, 206 min).
Respecto a Los asesinos de la luna, cinta más reciente del ultraveterano maestro neoyorquino Martin Scorsese, vale la pena contextualizar partiendo de la siguiente cita de La democracia en América, texto clásico de Alexis de Tocqueville: “Mientras que los salvajes trabajaban por civilizarse, los europeos continuaban envolviéndolos por todas partes y estrechándolos cada vez más. Actualmente, las dos razas se han encontrado por fin y se tocan ya. El indio ha llegado a ser superior a su padre el salvaje, pero es muy inferior a su vecino blanco. Con ayuda de sus recursos y de sus luces, los europeos no han tardado en apropiarse de la mayor parte de las ventajas que la posesión del suelo podía ofrecer a los indígenas. Se han establecido en medio de ellos, se han apoderado de la tierra o la han comprado a poco precio, y los han arruinado por una competencia que estos últimos no podían en manera alguna sostener. Aislados en su propio país, los indios no han formado ya sino una pequeña colonia de extranjeros incómodos en medio de un pueblo numeroso y dominador”.
Érase que era durante la década de los veintes en la población de Fairfax, Oklahoma, con la tribu Osage disfrutando de una época de prosperidad y opulencia económica gracias al petróleo descubierto en sus tierras —aunque muchos gasten su dinero a través de tutores blancos—, lo que los convierte en la región con mayor ingreso per cápita en el mundo; en este entorno, arriba en tren el donnadie cocinero militar, recién llegado de la Primera Guerra Mundial, Ernest Burkhart (Leonardo DiCaprio), para refugiarse con su tío ayudante del alguacil de Fairfax, el cacique, benefactor, manipulador, hipócrita, ambicioso desmedido y autonombrado Rey, William Hale (Robert De Niro) quien, luego de aconsejarlo acerca de cómo debe comportarse entre la sociedad Osage, y sugerirle la importancia monetaria que implica casarse con una indígena Osage para la familia —tal como ya lo hizo el hermano Byron Burkhart (Scott Shepherd)—, lo emplea como chofer. Gracias a ello, Ernest conocerá a la sosegada y lacónica millonaria indígena Osage Mollie Kyle (Lily Gladstone), de quien se enamorará y terminará desposándola para satisfacción del tío. El matrimonio participará entonces del enrarecido ambiente multicultural de la comunidad, volviéndolo mortuorio sea por las defunciones misteriosas entre los Osage, y que poco pueden hacer el par de hermanos medicuchos corruptos al servicio del cacique Hale, James (Steve Witting) y David Shoun (Steve Routman), y principalmente por la ola de asesinatos cometidos a otros indígenas Osage que quedan sin resolver, como el del protegido Henry Roan (William Belleau), y también el de las hermanas de Mollie, sea la alcohólica inducida millonaria Anna (Cara Jade Myers), Minnie (Jillian Dion), y la menor también millonaria Reta (Janae Collins). Ante ello, agotadas ya otras medidas sospechosamente fallidas —Barney McBride (Brent Langdon) enviado a la Oficina de Asuntos Indígenas en Washington, casualmente asesinado; el detective privado Burns (Gary Basaraba), contratado por Mollie, golpeado y desaparecido—, con la anuencia del Consejo Tribal Indio de las 25 familias originarias tras la falta de protección legal y hartos de la evidente ambición desmedida para exterminarlos y quitarles el dinero de su petróleo, la muy enferma Mollie viajará a Washington para solicitar la intervención del Gobierno, la cual llegará encabezada por el agente federal Tom White (Jesse Plemons) y su nutrido grupo de ayudantes pre FBI que intentarán esclarecer los crímenes para descubrir y condenar a los responsables de los casi 30 crímenes cometidos contra los Osage.
El vigésimo sexto largometraje de Martin Scorsese, con guión adaptado de Eric Roth y basado en el libro homónimo de no ficción del periodista David Grann, es una denuncia contundente de los abusos descarados del incivilizado y codicioso hombre blanco estadounidense hechos en contra de la sencillez humana del indígena estadounidense, en este caso la nación Osage. Mediante una fotografía del Barbie Rodrigo Prieto que combina distintas texturas expresivas que van de los ocres al deslavado, o a la luminosidad naturalista, a la par de una instrumentación punzante del miembro de la extinta The Band y recién fallecido Robbie Robertson, Los asesinos de la luna es un calculado thriller de época que reivindica los valores y tradiciones, de manera metonímica, presentes en los pueblos originarios de los Estados Unidos. Siempre curioso de la formación de cierta sociedad gringa, tal y como lo manifestó en filmes previos como Pandillas de Nueva York (2002) o El aviador (2004), la cinta de Scorsese es una patada testicular a la otra verdad histórica de cómo se fraguó el idílico sueño americano, ejemplificado en ese sátrapa cacique, interpretado de modo soberbio por un actoralmente rejuvenecido De Niro, con espejuelos temibles a lo Himmler.
El oro negro, la perdición del hombre, tal como se manifiesta en Petróleo sangriento (Anderson, 2007) pero que en Scorsese son también los albores del siglo XX, con un detallado auge tecnológico de los novedosos retratos hechos con cámaras fotográficas de fuelle y los imponentes autos Studebaker qué ávidamente consumen los Osages, bajo esa tensión racial donde coexisten los indígenas integrados en el American way of life, jugando futbol americano o asistiendo a la universidad, mientras la horda de blanquitos vividores holgazanes enlazan a las mujeres Osage con el vil propósito de enriquecerse y apresurar las muertes de las mismas, con descendencia incluida.
Cultivo de imágenes predominantes como la aparición del búho siendo heraldo de la muerte; los top shots de los Osage fallecidos; el arribo de la Oficina de Investigación (alias FBI) para resolver los crímenes tal y como ocurrirá cuarenta años después —ya instituido como FBI— en Mississippi en llamas (Parker, 1988); la moribunda Mollie delirando en cama a causa del envenenamiento lento con penicilina y algo más, suministrada por su propio esposo Ernest antes de ser rescatada por los agentes federales; el hieratismo de los Osage durante los juicios; rituales diurnos y coloridos; contrapicados para rendir tributo al sol como suceden en Un hombre llamado caballo (Silverstein, 1970).
“¿Saben cómo se hizo rico? Pues apoderándose de la tierra de unos indios para sacar petróleo (…) Puedes completar la historieta relatando lo que hace el jefe indio con la renta: representa el papel de beodo tres veces cada veinticuatro horas y se ha comprado siete automóviles: uno para cada día de la semana.” La cita proviene de la novela Petróleo (1927), de Upton Sinclair, y representa la burla y procacidad del blanco estadounidense para ultrajar al indígena, porque como se menciona en la película “los Osage mueren por el enemigo”, aunque el destino final del tal Ernest sea uno tan similar e inocuo al del Henry Hill de Buenos muchachos (1990) —aquél que de no tener nada, después lo tuvo todo, para terminar quedándose sin nada—, de acuerdo al relato radiofónico conclusivo donde el propio Scorsese lee a cuadro el obituario de la valerosa Mollie.